viernes, 25 de junio de 2021

Tendremos que ser nosotros los que corramos hasta Jesús para pedirle ‘si quieres, puedes curarme’ porque nos sobran protocolos de distanciamientos que nos hacen leprosos


 

Tendremos que ser nosotros los que corramos hasta Jesús para pedirle ‘si quieres, puedes curarme’ porque nos sobran protocolos de distanciamientos que nos hacen leprosos

Génesis 17,1.9-10.15-22; Sal 127; Mateo 8,1-4

Un leproso, como diríamos hoy con toda la carga de discriminación que llevaba consigo, se atreve a acercarse a Jesús para pedirle que lo cure. Hay situaciones en que nos vemos desesperados y nos saltamos todas las reglas o protocolos que pretendan imponernos. Ya no importa nada peor que nos pueda suceder que la situación por la que estamos pasando. Como aquel leproso, alejado de los suyos, de su familia, de su casa, de su entorno social para vivir aislado de todos y de todo, como un maldito de Dios y de los hombres.

Hay momentos que son muy duros. ¿Habremos tenido que pasar por algo así? ¿Conocemos de buena mano a alguien que lo haya pasado? Quizás nos desentendemos. ¿Qué me importa a mí? Alguno puede pensar no es mi problema, es tu problema; cuantas veces habremos escuchado cosas así cuando queremos insensibilizarnos ante lo que vemos, ante lo que sucede, ante el sufrimiento de los demás. Nos daría mucho que pensar.

Aquel hombre se saltó todos los límites que pudieran imponerle. Su fe era grande. Habría oído hablar de Jesús o quizá él mismo antes de su enfermedad lo habría escuchado y habría contemplado los signos que hacía. Y aunque ahora estaba aislado de todo siempre llegan las noticias, siempre hay alguien que puede trasmitir algo que despierte esperanza. Como la que tenía aquel hombre para atreverse a meterse en medio de la gente y llegar hasta Jesús. Para él sobraban los distanciamientos sociales como ahora los llamamos.

‘Si quieres, puedes curarme’. No suplica de forma lastimera, sino con la dureza que se ha podido crear en su corazón con todo lo que había sufrido. Sabía que Jesús podía, pero tenía que querer. Aunque como nos señalará Jesús en otros momentos somos nosotros los que hemos de querer, los que hemos de creer, los que hemos de tener la certeza y la confianza. Y en aquel hombre la había, pero humildemente lo dejaba todo en las manos de Jesús. ‘Si quieres…’

Pero si aquel hombre se había saltado los protocolos, Jesús también se los salta. A un leproso no se le podía tocar, porque solo el hecho de tocarlo, aunque quizá no llegase a contagiarse, ya se le consideraba impuro como se consideraba de la misma manera a todo leproso. Porque Jesús se adelantó para acercarse del todo a aquel hombre y lo tocó. ‘Quiero, queda limpio’.

Todo esto nos puede enseñar muchas cosas, puede incidir en muchas cosas de nuestra vida. Porque aparte de que ahora andemos también con unos protocolos y unos distanciamientos con motivo de la pandemia que estamos padeciendo, también nos ponemos muchos protocolos y nos llenamos de muchos miedos en la vida y en nuestra relación con los demás.

A cuántos tampoco nosotros nos atreveríamos a adelantar la mano para tocarlos en nombre de esa escala social que nos hemos inventado los hombres para querer unos estar por encima y a otros considerarlos por debajo. Cuántos parias habremos creado en nuestro entorno en aquellas personas con las que no queremos mezclarnos, ni que nos vean hablando con ellas; y pasamos de largo, y miramos acaso de rabadillo, pero no somos capaces de mirarle a la cara, de mirarle a los ojos.

Cuando escuchamos este evangelio nos hacemos consideraciones muy graves y sesudas sobre la discriminación que se vivía entonces, por ejemplo, con los leprosos, pero no somos capaces de mirar nuestro entorno, de mirarnos a nosotros mismos, de reconocer lo que nosotros podemos estar haciendo también. Hablar, quizás, hablamos bonito de todas estas cosas, pero luego ¿qué es lo que hacemos? ¿Habremos roto barreras, nos habremos saltado esos protocolos que nos hemos creado, nos habremos sabido acercar a todos poniéndonos a su lado y a su altura?

Una pregunta nos queda, ¿no tendremos que ser nosotros los que corramos hasta Jesús para decirle también ‘si quieres, puedes curarme’? ¿Acaso pensamos que no hay en este sentido nada de lo que nos tenga que sanar Jesús? ¿Y esa ceguera para no querer ver y esos miedos para no mezclarnos?

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