sábado, 5 de junio de 2021

No volvamos la cara para hacernos los distraídos sino miremos cara a cara a la viuda del evangelio que puso cuanto tenía en el arca de la generosidad

 


No volvamos la cara para hacernos los distraídos sino miremos cara a cara a la viuda del evangelio que puso cuanto tenía en el arca de la generosidad

Tobías 12, 1.5-15.20; Sal.: Tb 13; Marcos 12,38-44

Cuántas veces habremos dicho cuando nos salía al paso alguien pidiéndonos algo, es que no llevo nada suelto ahora aquí. Una forma de querer escabullirnos, una disculpa de que no llevamos nada suelto como si lo que tuviéramos que dar fuera esa mínima moneda que se nos pierde en el bolsillo. Bueno, yo si quiero ayudar, nos disculpamos pero es que ahora las cosas no andan bien y cuando tengo algo ya ayudaré. ¿Qué estaremos expresando con estas respuestas y con estas actitudes? De entrada tendríamos que decir la pobreza de nuestra vida, pero no refiriéndonos a pobreza porque no tengamos medios materiales o económicos, sino por la pobreza de nuestro corazón.

No sé cómo se sentirán ustedes ante el episodio que hoy nos narra el evangelio, pero confieso que me siento muy interpelado y tengo la tentación de huir de este pasaje que en contraste me retrata tan duramente. Me retrata, no porque me parezca en algo a aquella pobre viuda sino precisamente por todo lo contrario, porque hace un contraste muy fuerte con las actitudes que muchas veces llevo en el corazón.

Estaba Jesús en las cercanías de la entrada del templo, allí por donde estaba colocada el arca de las ofrendas. Enseñaba a la gente y quería contrastar las actitudes nuevas que habíamos de tener con las posturas y arrogancias de los fariseos. ‘¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, y aparentan hacer largas oraciones. Éstos recibirán una condenación más rigurosa’.

Y es el momento en que entra calladamente aquella pobre viuda que se acerca al arca de las ofrendas y echa aquella pequeña moneda. Nadie se hubiera percatado. Una persona más que depositaba su ofrenda, cada uno según sus posibilidades y su generosidad. Pero Jesús está más atento que nadie y es quien se percata de la situación de pobreza que presentaba aquella mujer y la moneda que depositó en las ofrendas. Y es Jesús quien nos resalta la generosidad de aquella mujer. ‘En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.

Es lo que nos impacta. ‘Ha echado todo lo que tenía para vivir’. Y nosotros siempre andamos guardándonos las espaldas. Andamos buscando la más pequeña moneda de nuestro bolso, no porque no tengamos más, sino porque estamos pensando más en nosotros mismos que en la generosidad con que tendría que actuar nuestro corazón. Nosotros con nuestras precauciones, pensando en lo que mañana podríamos necesitar y por eso no nos vamos a desprender de todo, o pensando en lo que nos ha costado ganar aquello que tenemos que no vamos a despilfarrar.

¿Dónde está nuestra confianza en el Señor que tanto proclamamos con bonitas palabras? ¿Dónde está el desprendimiento de quien sabe que lo que tiene es un don que ha recibido y que se hará más hermoso cuando generosamente sabemos desprendernos y compartir? ¿Nos da miedo quedarnos pobres porque todo lo damos generosamente y sabe confiar en la providencia del Padre Dios? ¿No estaremos volviendo la cara para otro lado ante páginas del evangelio como ésta?

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