lunes, 21 de junio de 2021

Cuando hemos metido al otro en nuestro corazón porque lo amamos de verdad otras son las actitudes de benevolencia, comprensión y compasión que tengamos con él

 


Cuando hemos metido al otro en nuestro corazón porque lo amamos de verdad otras son las actitudes de benevolencia, comprensión y compasión que tengamos con él

Génesis 12,1-9; Sal 32; Mateo 7,1-5

¿Se te habrá ocurrido pensar alguna vez cuando te cruzas con alguien – hay muchas maneras de cruzarse con otras personas – cuál es la historia que lleva en su interior aquella persona? ¿Cuál pudiera ser el drama que esté viviendo en su interior? Es fácil que la miremos y nos hagamos nuestra idea de aquella persona, y pensamos es seria o es de mal carácter por ejemplo, o fácilmente la juzgamos por cualquier gesto que le veamos realizar o cualquier reacción que tenga en ese momento ante lo que sucede a su alrededor. Pero si pudiéramos ver lo que lleva en su interior seguro que nuestro juicio sería mucho más benevolente.

En algún sitio escuché esta sentencia que creo que tiene buena razón. ‘Es casi imposible odiar a alguien cuya historia conoces’. Hay un espacio sagrado en la interior de la persona donde no podemos penetrar si esa persona no nos abre la puerta de su corazón. Y seguro que cuando llegamos a conocer a la persona otras son las actitudes de benevolencia, de comprensión, de compasión, de misericordia que van a surgir en nuestro propio corazón. Ojalá nos revistiéramos de ellas.

Somos fáciles para ver y para juzgar cualquier sombra que nosotros podamos atisbar en la otra persona, pero cuánto nos cuesta ver y reconocer las sombras que llevamos en nuestro corazón. Alguien decía que vamos cargando en la vida con dos mochilas, una por delante donde llevamos acumulados todos los defectos que podamos ver en los demás, pero en la espalda llevamos la mochila de los nuestros que por llevarlos a la espalda no los vemos ni los reconocemos.

El evangelista Mateo nos recoge en lo que solemos llamar el sermón del monte que se inicia con la proclamación de las bienaventuranzas un cúmulo de enseñanzas que Jesús fue desgranando a lo largo de su predicación para entrar en detalle en muchos aspectos de nuestra vida. Todo, podríamos decir, es como un desarrollo de lo que va a ser su principal mandamiento, el del amor. Los párrafos que hoy escuchamos vienen a abundar en esa delicadeza en el trato con los demás en nombre precisamente de ese amor para nunca entrar en valoraciones o juicios temerarios de la vida o de la conducta de los demás.

Y es que cuando hemos metido por el amor en nuestro corazón a los demás a los que ya sentimos como hermanos no cabe la desconfianza, la suspicacia, el juicio aunque solo fuera en nuestro pensamiento con lo que estaríamos condenando a los demás. Sabemos, como veníamos diciendo, que en el corazón del otro hay una historia, como nosotros también tenemos la nuestra y ¿quiénes somos nosotros para entrar en juicio sobre la vida de los otros cuando realmente no la conocemos?

Por eso tiene que brillar en nuestra vida la comprensión y la compasión, por eso siempre nuestro corazón está abierto a la misericordia, porque es poner el bálsamo del amor, de nuestro amor, en la miseria que pudiera haber en el corazón de los demás, de la misma manera que queremos para nosotros esa misma compasión y misericordia.

No abramos nunca la mochila de los defectos o debilidades de los demás sin haber hecho antes un repaso de nuestra propia mochila, de nuestros propios defectos y debilidades. Es lo que nos habla Jesús de la brizna del ojo ajeno, pero de la viga que podemos llevar en el nuestro.

Experimentamos lo que es el amor y la misericordia del Señor para con nosotros, actuemos nosotros de la misma manera. Que nuestra medida sea a la manera de lo que es la misericordia del Señor, y así podremos obtener para nosotros esa comprensión y esa compasión del corazón de los demás.

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