jueves, 1 de abril de 2021

Tres detalles como grandes signos de lo que es la entrega y el amor de Jesús por nosotros, se quita el manto… se ciñe una toalla… y seca los pies con la toalla que se había ceñido

 


Tres detalles como grandes signos de lo que es la entrega y el amor de Jesús por nosotros, se quita el manto… se ciñe una toalla… y seca los pies con la toalla que se había ceñido

Éxodo 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Corintios 11, 23-26; Juan 13, 1-15

‘Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo’.

Así comienza el evangelista Juan el relato de cuanto sucedió aquella tarde y aquella noche durante la cena de Pascua. Ha llegado la hora del amor más supremo; no es la hora de la muerte sino de la vida, es la hora del amor. ‘Los amó hasta el extremo’.

Los discípulos habían preparado con todo esmero y amor todo lo necesario para la cena pascual según las indicaciones que Jesús les había dado. Y el evangelista ahora se pone trascendente, podíamos decir, nos deja relucir toda su altura teológica en lo que nos va a relatar. Pero Juan no nos relata lo que los otros evangelistas nos han relatado de la Institución de la Eucaristía, como tampoco los otros evangelistas nos relatan este episodio que nos trae Juan, el lavatorio de los pies.

Es todo un signo y un gesto profético el que Jesús realiza, que va más allá de lo que ritualmente tenía que estar previsto que era ofrecer agua para las abluciones y purificaciones previas, el gesto del dueño de la casa que ofrece agua a sus huéspedes como ya vemos en otras ocasiones del evangelio en donde se hace mención a ello. Este gesto de Jesús tiene un valor simbólico muy grande, a la manera de aquellos signos proféticos que vemos en el Antiguo Testamento que realizaban los profetas y que el mismo gesto se convertía en un mensaje.

En pocas palabras nos lo trasmite el evangelista. ‘Estaban cenando… y Jesús se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido’. Tres detalles que nos pueden pasar desapercibidos porque pareciera que todo se centra en el hecho de que Jesús realizara la labor de un sirviente, de un esclavo lavando los pies de los discípulos; pero en torno a ello están esos tres detalles como grandes signos de lo que es su entrega y su amor, se quita el manto… se ciñe una toalla… y seca los pies con la toalla que se había ceñido.

Un desprenderse primero de lo que ahora no necesita, va a emprender una tarea y nada puede constreñirlo para que no pueda realizarla debidamente; pero como va a emprender una tarea se ciñe, como el trabajador que va a realizar un trabajo, como el soldado que va a emprender una batalla. Me vais a permitir un recuerdo familiar, mi abuelo usaba un ceñidor muy lago que todas las mañanas antes de salir al campo a sus tareas se ceñía y lo hacía con todo cuidado y esmero; yo como niño no entendía lo de aquel ceñidor y el esmero con que mi abuelo se lo ceñía. Con el paso de los años lo he llegado a entender.

Es un gesto muy importante el que Jesús está realizando; comienza el momento de su entrega, llegó la hora del amor, decíamos antes; va a emprender una tarea y una batalla porque es la lucha de la vida sobre la muerte, del amor para vencer al odio y al pecado. Una imagen de su entrega, de su sangre derramada, de su cuerpo entregado que veremos por otra parte cuando los otros evangelistas nos hablan de la institución de la Eucaristía que hoy también estamos celebrando. Y con aquella toalla ceñida completa toda la obra de su servicio; ha lavado los pies de los discípulos y se los seca con la toalla que se había ceñido.

Luego nos dirá que si El, ‘el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros’. Pero tenemos que copiar todo su gesto primero porque no podemos ir darnos por los demás si no somos desprendidos; como Jesús que se quitó el manto, de cuantas cosas tenemos que despojarnos. Pero como Jesús hemos de ceñirnos para la tarea y para la batalla. Es la lucha contra el mal, contra el odio, contra el desamor y la insolidaridad, contra todas esas actitudes que se meten en el corazón del hombre y que nos llenan de maldad, que nos vuelven discriminatorios y racistas, que envuelven nuestro mundo de sombras.

Pero en esa batalla la victoria está de nuestra parte, no podemos ir de antemano ya como derrotados sino que creemos en la fuerza del amor y sabemos que podremos lograr un mundo mejor, un mundo en paz, un mundo en que sepamos aceptarnos y respetarnos, un mundo en que nos amemos todos y porque nos amamos de verdad no hacemos distinciones de a quien le ofrecemos nuestro amor.

Nos ceñimos para la lucha y para la victoria e iremos lavando los pies y secándolos con la toalla que nos hemos ceñido, como Jesús, porque será nuestro corazón lleno de amor el que va a hacer aflorar una vida nueva en aquellos que se sienten amados. Fíjate en la sonrisa que aflora en el rostro de quien descubre en un momento determinando que es amado por alguien y tenido en cuenta. Es lo que tenemos que hacer surgir con nuestra toalla ceñida.

Porque creemos en Jesús y nos sentimos amados de Jesús nuestra tarea ha de ser siempre ir sembrando esperanzas, encendiendo luces, suscitando actitudes nuevas en el corazón de los demás. Aunque los que nos rodean no se lo crean, porque hay gente que cuando ve la situación de pobreza, de dolor, de desesperanza, de angustias y de odios que hay en nuestro mundo parece como que ya se sienten derrotados e incapaces de intentar algo nuevo y mejor en bien de los demás.

Se ha envenenado su corazón de tal manera que ya no creen posible construir un mundo nuevo y así se llenan de amarguras y de violencias interiores. Hoy una persona me rechazó ese mensaje de optimismo y esperanza que como semilla envío cada día a mis amigos en las redes sociales. Pero no importa, sigo creyendo que con Jesús tenemos asegurada la victoria de que podemos hacer cada día el mundo un poquito mejor.

En la Eucaristía tenemos nuestra fuerza. Para eso en un día como este quiso Jesús instituir el Sacramento de la Eucaristía. Hoy la celebramos con fuerza, con ganas, con mucha fe, esta Eucaristía que se va a prolongar a través de todo el triduo pascual, porque la celebración de mañana viernes en la pasión y la muerte de Jesús es como una prolongación de este día y que tendrá su culminación el día de la Pascua al celebrar la Resurrección del Señor.

Hoy nos queremos quedar – lo haremos al menos virtualmente ya que en las circunstancias en que estamos no todo lo podremos hacer presencialmente – junto a Jesús en la Eucaristía para caldear nuestro corazón en su amor, y así aprendamos a despojarnos, pero también sobre todo a ceñirnos en esa tarea tan hermosa que tenemos entre manos, llevar su amor a nuestro mundo para hacerlo mejor. ‘Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’, termina diciéndonos Jesús.

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