sábado, 24 de abril de 2021

Queremos alimentarnos de su Cuerpo porque tenemos la certeza de que tiene palabras de vida eterna y que nos resucitará en el último día

 


Queremos alimentarnos de su Cuerpo porque tenemos la certeza de que tiene palabras de vida eterna y que nos resucitará en el último día

Hechos de los apóstoles 9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69

Ya vendrá el tiempo de las rebajas, nos decimos, y miramos bien aquello que nos apetece para buscarlo y tratar de encontrarlo cuando venga el tiempo de las rebajas; mientras tanto nos podemos pasar sin eso, lo que puede significar también que aunque lo apetecemos porque puede ser bonito o vistoso lo minusvaloramos esperando los tiempos de las rebajas.

Pero lo de tiempos de rebajas no solo lo pensamos a nivel comercial, que además se han convertido en una rutina que se repetirá todos los años o en diferentes épocas, sino que eso lo queremos llevar a otros aspectos de la vida que son más importantes. Y ahí está cuando estamos buscando rebajas en las exigencias de la vida; nos cuesta sacrificarnos, nos cuesta realizar esfuerzos de superación que nos exijan grandes sacrificios, nos cuesta mantener una línea de exigencia que en verdad nos haga crecer y más bien nos acostumbramos a las rutinas, a la ley del mínimo esfuerzo, o a conformarnos con aquello que no nos haga salir de nuestras comodidades o costumbres de siempre que no siempre las costumbres se convierten en virtudes sino que más bien tenemos el peligro de caer en la ramplonería.

¿Esperarían los judíos de Cafarnaún que hemos visto estos días en diálogo con Jesús que llegaran también las rebajas en las palabras de Jesús? ¿Esperarían que Jesús iba a cambiar el sentido de sus palabras porque a ellos les parecieran exigentes? Lo último que les ha dicho Jesús de comer su carne y beber su sangre para poder tener vida, les ha parecido duro. Y viene el rechazo, pero viene también la huida, el no querer escucharle, el dejar de seguirle, el abandono del camino. Muchos dieron la vuelta y se marcharon.

Pero no nos extrañe la actitud de aquellas gentes porque esto es algo que se ha seguido repitiendo y algo que nos sucede hoy. Cuántas veces hemos escuchado - ¿acaso lo habremos dicho también? – la Iglesia tiene que cambiar, tiene que adaptarse a los tiempos que vivimos; y pensamos en exigencias morales, en principios fundamentales de la vida, en planteamientos de la doctrina de la Iglesia e incluso del Dogma; ya sea en cuestiones de moral sexual como en cuestiones sociales, ya sea en lo que es su estructura y lo que significa y representa el sacerdocio de Cristo y en consecuencia todo lo relacionado con el Orden Sacerdotal y la vida de los sacerdotes, ya sea en la cuestión del valor y dignidad de la vida y de toda vida desde que es engendrada hasta su muerte natural, y así tantas y tantas cuestiones en las que escuchamos las opiniones más diversas. Cuántos abandonos de la pertenencia a la Iglesia o cuánta gente que se crea su moral y ética a su gusto porque lo que la Iglesia le enseña les parece demasiado duro y exigente.

Hay una cuestión muy importante detrás de todo esto. ¿Cómo nos planteamos nosotros el seguimiento de Jesús? ¿Qué significa Jesús para nosotros? ¿Hasta que punto estamos dispuestos a hacer vida en nosotros todos esos valores y principios que nos enseña el Evangelio?

Cuando la gente comenzó a marcharse Jesús notó en sus discípulos más cercanos también las dudas e interrogantes que se les planteaban por dentro. Por eso Jesús les pregunta ‘¿también vosotros queréis marcharos?’ Seguro que los discípulos más cercanos, incluso aquellos que El se había escogido como apóstoles, se verían sorprendidos por la pregunta del Maestro.

Pero allí está Pedro, como siempre, que es el primero que se adelanta y toma la palabra en nombre de todos. ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios’. Toda una confesión de fe, toda una porfía de amor. ‘¿A quién vamos a acudir?’, no terminará seguramente de entender las palabras de Jesús pero su corazón se siente cogido por Cristo. Para él ya no hay otra cosa, otra vida, otra palabra, otra persona a quien seguir. Sus palabras son palabras de vida eterna. ¿No había dicho Jesús que quien creyese en El tendría la vida eterna y resucitaría en el último día?

En otro momento llegará a decir que está dispuesto a dar la vida por El, aunque sabemos hasta donde llegan las debilidades y pronto aparecerán los miedos y las negaciones. Pero se siente seguro en quien ha puesto su confianza, en quien ha depositado su fe. ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’, proclamará allá en las cercanías de Cesarea de Filipo, ahora dirá que se sienten seguros de que es el Santo de Dios. Creemos y sabemos con toda seguridad. Por eso algún día después de los sucesos de la Pascua le porfiará con toda rotundidad su amor. ‘Tú sabes que te amo… tú lo sabes todo…’  tú sabes lo que hay en mi corazón.

¿Seremos capaces nosotros de hacer una profesión de fe como la de Pedro? También nuestro corazón se llena de sorpresas, de perplejidades, de dudas pero ponemos por encima de todo nuestra fe y nuestro amor. Queremos alimentarnos de El porque en nuestra fe tenemos la certeza de la resurrección y de la vida eterna.

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