lunes, 26 de abril de 2021

Algo nos está faltando a los cristianos que no terminamos de ser la sal y la luz de nuestro mundo que Cristo nos pide

 


Algo nos está faltando a los cristianos que no terminamos de ser la sal y la luz de nuestro mundo que Cristo nos pide

1Corintios 2, 1-10; Sal 118; Mateo 5, 13-16

Están claras las imágenes que nos propone hoy Jesús en el evangelio. La sal tiene que dar sabor en su punto y la luz tiene que resplandecer e iluminar; ni escondemos la luz ocultándola ni mal utilizamos la sal porque en lugar de dar el sabor apropiado podemos estropear nuestra comida. En el uso diario que hacemos de ambas todos entendemos su significado.

Pero Jesús nos dice que nosotros tenemos que ser sal, que somos sal y que somos luz. ¿Qué significará eso en referencia a nuestra propia vida? Está hablándoles Jesús a los que creen en El, los que son sus discípulos y le siguen, a aquellos que en ese seguimiento de Jesús ya le han dado un sentido nuevo a sus vidas. Han entendido ya ese sabor que Cristo quiere dar a nuestra existencia y cuando se han encontrado con Jesús sus vidas se han iluminado con nueva luz. Es que por ahí va lo de creer en Jesús.

No creemos en Jesús simplemente porque nos maravillemos con las obras que realiza o disfrutemos con la belleza de sus palabras. Es algo más. Llegamos a creer en Jesús desde el encuentro con su persona, un encuentro, podríamos decir, que nos coge por dentro, que impacta nuestra vida para hacerla cambiar, para transformarla. Porque creer en Jesús es sentirnos tan identificados con El en lo que es su vida, en lo que hace o en lo que nos enseña que ya nuestro sentido de vivir no es otro que el de Jesús.

Recordamos lo que nos decía el evangelista que cuando Jesús comenzó a predicar en Galilea el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, una luz brillante los iluminó, con las palabras del profeta. Nos sentimos impactados por esa luz de manera que ya nosotros para siempre vamos a reflejar esa luz, no la podremos ocultar. Pero encontrarse con la luz significa que nuestras sombras se iluminan y comenzaremos a ver cosas que en las tinieblas no éramos capaces de distinguir. Es ese sentido nuevo que en Cristo encontramos que es luz para nuestra vida, que es sabiduría para nuestra existencia, luz y sabiduría que tenemos que llevar también a nuestro mundo.


Esa sabiduría de Jesús y su evangelio que nos hace saborear la vida y las cosas de una forma distinta, es un nuevo sabor que es mucho más que un nuevo saber; saber podemos saber muchas cosas pero si no las convertimos en sabor de nuestra vida de nada nos valen esos saberes. Es lo que nos está diciendo Jesús con la imagen de la sal, que no puede desvirtuar su sabor.

Por eso un cristiano en medio del mundo tiene que ser un revulsivo. Allí donde esté un cristiano, un seguidor de Jesús tiene que notarse que las cosas son distintas, que hay un nuevo sabor. El cristiano nunca puede ir de brazos cruzados con pasividad y dejando hacer, sino que tiene que moverse para transformar desde lo más hondo aquellas situaciones en las que se encuentra. Un cristiano que se encuentra con un mundo de pasividad y de injusticia, de insolidaridad y de violencia, no puede cruzarse de brazos tiene que ser ese fermento nuevo que haga que todo aquello se transforme y cambie. Por eso nos hablará en otro momento de la levadura que fermenta la masa.

Pero ¿en verdad somos así los cristianos? ¿Habremos quizá llegado a una pasividad y a una atonía en que evitamos el comprometernos, y dejamos que las cosas sigan igual? Nos hace falta que encendamos de nuevo ese fuego del evangelio que incendie nuestro mundo para transformarlo, que seamos en verdad esa sal que dé buen sabor y esa luz que ilumine. Desgraciadamente vamos demasiado apagados los cristianos por la vida. Algo nos está faltando.

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