lunes, 8 de febrero de 2021

Un fluir de ternura de amor entre Dios y nosotros que hace partícipes a los demás de la ternura que llevamos en el corazón haciéndonos signos del amor de Dios

 


Un fluir de ternura de amor entre Dios y nosotros que hace partícipes a los demás de la ternura que llevamos en el corazón haciéndonos signos del amor de Dios

Génesis 1,1-19; Sal 103; Marcos 6,53-56

¿Quién no ha sentido alguna vez que un abrazo le curaba? Creo que me entendéis lo que quiero decir. No me ha quitado un dolor de la rodilla, ni me ha curado las cardiopatías que pudiera estar sufriendo. Pero seguro que sí hemos sentido una paz inmensa en nuestro corazón en medio de dificultades y problemas, de angustias y preocupaciones que hayamos podido estar pasando. Nos hemos sentido con nueva vida.

Hoy me lo contaba un amigo a través de estos nuevos medios que ahora tenemos para comunicarnos. Los que se han recuperado de esta pandemia que estamos atravesando, quienes han pasado aislados en las unidades de cuidados intensivos muchos días hasta lograr luego recuperarse cuando salen ya los hemos escuchado que nos dicen que por encima de todas las atenciones que los sanitarios pudieran prestarles por lo que más suspiraban era por la presencia de un familiar, por el calor de la mano de un ser querido apoyada sobre su mano o sobre su hombro y que esos días no pudieron recibir.


Tenemos que respetar todas las normas sanitarias que nos imponen para evitar los contagios, pero la falta de ese contacto humano, físico incluso de esa mano, de ese abrazo era lo que más les hacia sufrir la soledad. Algo así me comentaba mi amigo, que yo no sabía que lo había estado pasando muy mal a causa de la impuesta incomunicación y la distancia, y cuando hoy me despedía diciéndole que al menos un abrazo virtual desde la distancia le enviaba, me contaba y me decía cuánto lo había necesitado.

¿Por qué toda esta historia?, me preguntaréis. Bueno también estos aspectos humanos y dolorosos de la vida tenemos que contárnoslo porque además nos pueden dar pistas y cauces para cosas que podríamos hacer y que por cierta decorosa relación algunas veces evitamos. Pero es que además lo vemos reflejado en el texto del evangelio de hoy. Jesús se ha puesto en camino por los distintos pueblos y aldeas de Galilea, hoy le vemos incluso atravesar el lago, y allá por todas partes por donde va le sacan los enfermos a su paso para que El los cure.  ‘En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban’.

‘Tocar al menos la orla de su manto’, nos dice el evangelista; en otros momentos nos va diciendo cómo Jesús va imponiendo su mano sobre aquellos enfermos que se curan. Ya recordamos el caso de aquella mujer que a escondidas, podríamos decir, por detrás le toca la orla de su manto y se ve curada de sus hemorragias. Pone la manos sobre los ojos de los ciegos, o toca la lengua y los oídos de los sordomudos, e incluso hasta los leprosos llega la mano de Jesús, son otros momentos que iremos viendo en el evangelio.

No nos quedamos en lo taumatúrgico ni en contemplar a Jesús como un curandero, pero bien sabemos cuanto se transmite con la cercanía. Un abrazo de amistad o un abrazo de amor transmite lo que llevamos en las fibras más íntimas de nuestro ser y recibir un abrazo nos hace vibrar como si nos sintiéramos llenos de vida. La cercanía de Jesús con los enfermos, como estamos en este caso, pero como lo vemos con los pecadores y con todos va haciendo que cambien los corazones. La presencia de Jesús les hace sentir el amor de Dios y es el amor el que nos cura y el que nos salva.

Así lo hemos de sentir nosotros de la presencia de Dios en nuestra vida. Que sepamos entrar en esa sintonía de amor y que fluya ese amor de Dios hacia nosotros de la misma manera que nosotros correspondamos despertando toda la ternura de la que seamos capaces. Ese fluir esa ternura de amor entre Dios y nosotros va a repercutir también en quienes nos rodean porque necesariamente van a ser partícipes de esa ternura que llevamos en el corazón y con ello de alguna manera nos estaremos haciendo signos del amor de Dios.

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