lunes, 15 de febrero de 2021

Buscamos pruebas y seguridades que tenemos muy cerca porque las tenemos en nosotros mismos y en la experiencia de Dios que hemos vivido

 


Buscamos pruebas y seguridades que tenemos muy cerca porque las tenemos en nosotros mismos y en la experiencia de Dios que hemos vivido

Génesis 4,1-15.25; Sal 49; Marcos 8, 11-13

Aunque a veces nos digamos progresistas y que queremos avanzar, que queremos lo nuevo, haciendo no se cuantas transformaciones ya sea en nuestra sociedad o ya sea en nuestro trabajo de cada día, sin embargo en el fondo siempre buscamos seguridades; aquello nuevo que se nos ofrece, aquello que vamos a probar, aquello que se nos presenta como una mejora queremos tener la certeza de que se puede realizar, que es efectivo, en una palabra, buscamos seguridades. Y eso como decimos tantas veces en muchos aspectos de nuestra vida, desde lo más pequeño y sencillo que nos parece más ordinario o también cuando se nos presentan grandes proyectos del tipo que sean.

Ha aparecido un profeta por los caminos y pueblos de Galilea, ofrece algo nuevo que llama el Reino de Dios, su presencia y sus palabras despiertan esperanzas porque ofrece la realización de un mundo nuevo, parece que las promesas anunciadas desde antiguo y que han repetido una y otra vez los profetas llega el tiempo en que se van a realizar. Pero ¿será eso cierto? ¿Tiene algún futuro ese profeta que así se está presentando? ¿Se puede poner toda la esperanza en El? Está pidiendo una transformación muy grande en la que muchas de las cosas que se venían haciendo desde siempre tienen que cambiar, exige una autenticidad que no siempre somos capaces de ver en aquellos que nos hablan, ¿Podremos creer en ese profeta? ¿No necesitaremos pruebas que nos confirmen todo eso que está anunciando?

Podríamos ver en una cierta lógica humana, desde esas seguridades y certezas que pedimos ante lo que se nos ofrece que se nos den algunas pruebas de que lo anunciado por este nuevo profeta se va a hacer realidad, que en verdad llegan esos tiempos nuevos. Por eso le piden signos.

Jesús ha ido acompañando sus palabras con muchos signos que va realizando, los milagros en los que cura a los enfermos, sana a los leprosos, hace hablar a los sordomudos o caminar a los inválidos son los signos que nos manifiestan la veracidad y la autenticidad de las palabras de Jesús. Pero sobre todo aquellos que tendrían que cambiar muchas cosas en su vida, que hasta este momento se han considerado dirigentes del pueblo porque sus palabras y sus enseñanzas han ido marcando época, no quieren cambiar. Perderían prestigio quizá o cuotas de poder, por eso serán los que más fuertemente se van a oponer a Jesús pidiendo una y otra vez señales. No les bastan los milagros que Jesús ha ido realizando.


Y eso de pedir signos y señales, pruebas de la autenticidad de las palabras de Jesús se va a repetir muchas veces y va a ser motivo de fuertes diatribas entre Jesús y los fariseos, los letrados o los saduceos, pero ahora Jesús no les da respuesta, no les quiere dar nuevos signos, sino que sepan leer los signos que en aquella misma gente que escucha y que sigue a Jesús les pueden dar.

¿Seguiremos nosotros con la misma cerrazón? ¿Seguiremos también pidiendo signos y señales, pidiendo pruebas para poder creer y darnos por entero a Jesús? Tendríamos que comenzar por nuestra propia vida y reconocer cuántas señales ha puesto Dios en nosotros mismos de lo que es su amor por nosotros. Cuántas pruebas de que Dios nos ama, cuántos regalos de amor recibimos cada día, cuántas veces nos ha ofrecido y regalado su perdón, cuántas veces hemos sido capaces de levantarnos después de malos momentos, de pruebas por las que hemos pasado y si lo hemos hecho es porque no nos ha faltado la gracia del Señor.

Mira tu vida, mira lo que sientes en tu corazón, mira los horizontes que se te han abierto tantas veces en la vida cuando todo parecía oscuro, mira cómo pudiste mantenerte fuerte en aquellas ocasiones y momentos difíciles por los que has pasado. Mira toda esa experiencia de fe, todas esas vivencias religiosas que has tenido a lo largo de tu vida y cómo entonces te sentiste bien, te sentiste feliz porque te sentías lleno de Dios.

Y de la misma manera puedes contemplarlo en los demás, en los que se entregan, en los que trabajan por los demás, en los que viven un compromiso fuerte a favor de los pobres en medio de la comunidad, en tantos a los que ves caminar con ilusión y esperanza a tu lado a pesar de los nubarrones de la vida. Ahí tenemos las pruebas, las seguridades para que totalmente nos entreguemos a Jesús y a caminar los caminos del evangelio.

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