martes, 19 de enero de 2021

No perdamos nunca la alegría y el entusiasmo por lo que hacemos en el cumplimiento de los deberes y obligaciones que hemos asumido con responsabilidad

 


No perdamos nunca la alegría y el entusiasmo por lo que hacemos en el cumplimiento de los deberes y obligaciones que hemos asumido con responsabilidad

Hebreos 6,10-20; Sal 110; Marcos 2,23-28

Es cierto que tenemos deberes y obligaciones que hemos asumido con responsabilidad y a ello tenemos que responder. Cuando has asumido una responsabilidad en la vida, cuando tenemos que desarrollar una función sentimos el deber de lo que tenemos que hacer y en esa asunción de esas responsabilidades nos vemos obligados a cumplir. Pero el cumplimiento de esa responsabilidad no lo podemos mirar como una carga que nos imponen sino que tenemos que saber descubrir su sentido y valor, asumirlo con gozo y alegría conscientes también de lo que puede repercutir en los demás aquello que estoy haciendo, aquella responsabilidad que estoy asumiendo.

Cargar a fuerza con una responsabilidad sin descubrir su sentido, mirándolo como una carga de la que no nos podemos liberar no dará alegría y sentido a la vida. Buscamos, por así decirlo, las raíces que han motivado la realización de esas acciones, el sentido que en si mismo tienen, la contribución que nosotros estamos haciendo por el bien de los demás y todo ello hemos de saberlo vivir con alegría. Eso en todos los aspectos de la vida, en todas las responsabilidades que como personas asumimos pero también como miembros y participes de este mundo y de esta sociedad a la que todos hemos de contribuir.

Hacer las cosas como una obligación impuesta no nos va a ayudar en la realización de nuestra propia vida, puede quitar alegría a nuestro vivir porque lo vemos pesado como una carga, y terminaremos realizándolo, si no es que abandonamos, sin gusto ni sabor. Es la cara de aburrimiento que vemos en algunos, o que nosotros mismos ponemos, cuando tienen o tenemos que hacer las cosas como una obligación o como una imposición. Nos faltará entusiasmo para vivir.

Cuando no tenemos ese entusiasmo, esa alegría en lo que hacemos andaremos quizás a ver cómo nos escaqueamos de esas obligaciones, o como hacemos para dar la apariencia de cumplimiento quedándonos en la apariencia de lo externo, pero nuestro interior está bien lejos de aquello que como una carga quizá no nos queda más remedio que hacer. Profesionales, por ejemplo, que se manifiestan cumplidores con unos horarios, con unas cosas que hacer, pero a los que luego les falta verdadera humanidad en el trato con aquellas personas a las que tienen que atender. Las prisas por salir del paso de lo que tenemos que hacer o esas miradas como desesperadas al reloj a ver si el tiempo pasa para salir de aquella situación, pero al mismo tiempo queriendo quedar con la imagen de persona cumplidora, pero sin embargo tan llena de frialdad.

¿No nos podrá suceder algo de esto, por ejemplo, en nuestras prácticas religiosas? ¿No abundará mucho de este aburrimiento en nuestra manera de vivir nuestra vida cristiana? ¿No será esa falta de entusiasmo y alegría que encontramos tantas veces en nuestras celebraciones litúrgicas? Las llamamos celebraciones y qué poco tienen de fiesta.

Hoy en el evangelio vemos poco menos que el acoso de los fariseos a los discípulos de Jesús, o lo que es lo mismo al propio Jesús, por el caso del cumplimiento o no del descanso sabático; y todo porque los discípulos mientras iban de camino cogieron unas espigas de trigo y las estrujaron con sus manos y era sábado. Comenzamos a poner medidas, reglas, protocolos, tablas de reglamentos y mandatos que al final hacen la vida imposible y faltará la auténtica alegría de quien quiere servir al Señor.

Creo que lo que nos dice Jesús hoy en el evangelio tendría que llevarnos a revisar muchas actitudes nuestras y la práctica de cómo hacemos las cosas en nuestras responsabilidades. Pero también tendría que llevarnos a preguntarnos donde está, cómo manifestamos la alegría de nuestra fe.

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