jueves, 7 de enero de 2021

Llega a nosotros el Reino de Dios, nos sentimos amados de Dios, nunca nos podemos sentir abandonados en nuestras oscuridades, el Señor nos sale a nuestro encuentro

 


Llega a nosotros el Reino de Dios, nos sentimos amados de Dios, nunca nos podemos sentir abandonados en nuestras oscuridades, el Señor nos sale a nuestro encuentro

1Juan 3, 22–4, 6; Sal 2; Mateo 4, 12-17. 23-25

Aunque aun seguimos en el tiempo de la Navidad y Epifanía hasta el próximo domingo cuando celebremos el Bautismo de Jesús la proclamación del evangelio de estos días que restan hasta que comencemos el tiempo ordinario dan un salto desde los episodios relacionados con la Infancia de Jesús que hemos venido escuchando hasta su primera presentación al pueblo con su predicación, como se nos dice hoy, establecido en Cafarnaún, algo así como el centro de la Galilea, que viene a ser como un fogonazo de luz en medio de aquellos pueblos y aquella gente.

Por eso el evangelista recuerda el anuncio del profeta que nos habla del pueblo que andaba en tinieblas para quien apareció una luz. ‘Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló’.

Ese primer anuncio que realiza Jesús en Cafarnaún y en los pueblos colindantes donde comienza a predicar fue como un ramalazo de luz. ¿Qué anuncia Jesús? La llegada del Reino de Dios para lo que había que cambiar las actitudes profundas del corazón. Por eso la invitación a escuchar es invitación a la conversión, porque sin ese cambio del corazón no podrán entender todo lo que significa la llegada del Reino de Dios.

Era como decirles a los andaban en tinieblas que podían encontrar la luz; era decirles a los que les parecía que se encontraban abandonados y habían perdido la esperanza de que Dios les amaba, y porque Dios les amaba llegaba el momento del Reino de Dios, y es que cuando en verdad se sintieran amados de Dios sus vidas comenzarían a cambiar, la esperanza renacía en el corazón.

Si le decimos a alguien que se siente abandonado de todos, que se siente solo y aburrido en la vida porque cree que nadie se preocupa de él, que se siente angustiado porque en su vida le parece que no va a encontrar caminos para salir de su situación, si le decimos, repito, que él si es amado, que hay quien le quiere y se preocupa por él, sus actitudes cambian, en sus ojos puede comenzarse a descubrir un nuevo brillo y resplandor. Y eso es lo que Jesús venía a decirles, que Dios no los había abandonado, que Dios se preocupaba por ellos y su presencia era signo de ellos con los milagros que iba realizando, que Dios les amaba y para ellos había nuevos caminos que se abrirían ante sus vidas.

Ese es fundamentalmente el primer anuncio que Jesús les hace. Pero hay que creerlo, hay que aceptarlo, hay que comenzar a pensar de una manera distinta, hay que alejar sombras del corazón. Si no nos creemos esas palabras todo nos puede sonar a cantos de sirena, por eso les pide Jesús ese cambio de actitud, esa conversión del corazón. Y seguramente sus corazones comenzaron a cantar de nuevo, sus ojos comenzaron a sonreír, los reflejos de sus rostros serían distintos porque parecía que se les despertaba la vida. Por eso es como lo que había anunciado el profeta; por eso ahora vienen de todas partes a escuchar a Jesús, y Jesús con sus signos les va mostrando lo que es el amor del Señor que no quiere para ellos sufrimiento sino vida.

¿No tendremos nosotros también que escuchar ese mensaje? ¿No tendremos igualmente que convencernos de que Dios nos ama y no nos deja abandonados? ¿No tendremos que alejar tinieblas del corazón para que comience a cantar de nuevo, porque con la presencia de Jesús nos parece que nos sentimos siempre en primavera?

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