sábado, 2 de enero de 2021

Asumir nuestro lugar, vivir en la verdad y la humildad, abrir caminos para que otros avancen y crezcan no temer sentirnos los últimos porque nuestra grandeza está en el servir

 


Asumir nuestro lugar, vivir en la verdad y la humildad, abrir caminos para que otros avancen y crezcan no temer sentirnos los últimos porque nuestra grandeza está en el servir

1Juan 2, 22-28; Sal 97; Juan 1, 19-28

Si damos el tirón de que la gente tiene ya un buen concepto de nosotros, procuramos aprovechar la ocasión para tratar de mantener ese prestigio aunque no nos lo hubiésemos ganado por nuestros merecimientos. Si algo nos duele en una acusación que hagan contra nosotros es que la cosa llegue a saberse y la gente llegue a enterarse de nuestra realidad; haremos todo lo posible por mantener ese buen nombre y nos aprovechamos de ello para intentar caminar tranquilo por la vida. Si dicen de nosotros que somos buenos y generosos, que se lo crean y trataré de mantener esa imagen aunque yo sepa allá en lo más hondo de mí mismo que soy un tremendo egoísta que solo mira por sus intereses o en este caso por sus prestigios.

Juan Bautista se pudo haber aprovechado; allá llegaron hasta él en embajada enviada desde Jerusalén para preguntarle que decía de si mismo; es una pregunta que se repite insistentemente. ¿Qué la gente pensaba que él era un profeta? Pues que se lo crean que como tal me voy a presentar. ¿Qué la gente puede intuir que yo soy el Mesías? Y con aquel concepto de Mesías que tenían entonces como un hombre poderoso y que iba a liberar a Israel de la opresión de pueblos extranjeros, pues vamos a armar una revolución. Así hubiera podido pensar Juan, pero Juan no era así.

No se consideraba profeta, bien sabía que no era el Mesías que estaba por llegar y que ya mismo entre ellos estaba aunque no lo conocieran, él solo se presentaba como ese predicador de desierto que venía a preparar los caminos del Señor. Su bautismo sabía que no tenía mayor valor porque solo era un signo de conversión, un bautismo de agua, un signo penitencial, porque ya en medio de ellos estaba el que los iba a bautizar con Espíritu Santo y fuego.

El sabía ponerse en su sitio, reconocer cual era su misión, y solo era la voz que grita en el desierto para allanar los caminos del Señor. El conocía bien la verdad de su vida. Su mismo tiempo de desierto le había hecho asumir su realidad, que seguramente como en esta ocasión tentaciones no le faltarían. Pero asumía su lugar y sabía que él había de mermar para que el que había de venir creciera. Por eso deja paso, deja incluso que sus discípulos se vayan con Jesús, o él mismo los enviará cuando esté en la cárcel para que ellos por sí mismos lleguen a reconocer al Mesías.

Ponernos en nuestro sitio, es reconocer cuáles son nuestros verdaderos valores; es asumir la misión que se nos ha confiado porque hemos descubierto de verdad cuál es nuestra vocación; es vivir en la verdad y en la humildad sabiendo hacer lo que tenemos que hacer, pero sabiendo reconocer cuál es la misión de los demás y dejándole paso a los otros; es vivir sin afán de protagonismos sino siendo capaces de abrir caminos a los otros para que asuman sus funciones y no pensar que todo lo tengo que hacer yo porque soy el que sabe hacer las cosas.

Son muchas las tentaciones que podemos tener en la vida de vivir de las apariencias, de hacernos una imagen y crearnos un prestigio pero para halagar nuestro ego, para vivir la vanidad del orgullo y del amor propio; muchas son las tentaciones a la envidia que corroe cuando quizás vemos que los demás avanzan y progresan y nosotros no logramos dar verdaderos pasos en nuestro crecimiento personal o lograr el éxito en lo que realizamos.

¿Qué es lo que estamos viendo en estos días de Navidad? Al que siendo de categoría de Dios se humilló para hacerse como uno de nosotros, siendo capaz de ponerse en el último lugar, porque su misión y su obra es la del servicio del amor. Pobre e ignorado le vemos nacer en Belén entre los más pobres no siendo ni siquiera admitido en una posada para su nacimiento, como pobre le veremos crecer en aquella olvidada y perdida aldea de Nazaret, donde solamente era el hijo del carpintero. ¿Esa humildad de Jesús no nos moverá de verdad a vivir nuestra vida en la verdad y en la humildad? ¿Descubriremos cuál es nuestra verdadera grandeza para hacernos los últimos y los servidores de los demás?

viernes, 1 de enero de 2021

María plantó la Palabra de Dios en su corazón se convirtió en la Madre de Dios, plantémosla también en nuestro corazón que con el Hijo nos hacemos hijos y nos llenaremos de paz

 


María plantó la Palabra de Dios en su corazón se convirtió en la Madre de Dios, plantémosla también en nuestro corazón que con el Hijo nos hacemos hijos y nos llenaremos de paz

Números 6, 22-27; Sal 66; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21

La navidad es también la fiesta de la madre, es la fiesta de María. La hemos estado contemplando desde el primer momento porque como nos ha dicho hoy san Pablo ‘cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial’.

‘Nacido de una mujer’ y contemplamos a María. Y los pastores encontraron al niño recostado en el pesebre, como les habían anunciado los ángeles, pero junto con su madre, María. Por eso la liturgia cuando estamos celebrando la octava de la Natividad del Señor nos invita a contemplar a María, para que con los ojos de la madre, con los ojos de María contemplemos nosotros el misterio de la Navidad; queremos sentir la misma admiración de María ante el misterio de Dios que en ella y a través de ella porque Dios la escogió como Madre se estaba realizando, la que observaba todo en silencio y lo iba guardando en su corazón.

Había escuchado el mensaje del ángel y allá lo rumiaba en su corazón acogiendo así en su vida todo el misterio de Dios para que la Palabra de Dios quedara plantada en su corazón; como escuchaba ahora en silencio rumiándolo también en su corazón lo que los pastores contaban de cómo Dios se les había revelado a través de los ángeles para conocer el misterio de Jesús. ¿No tendríamos nosotros también que sentir esa misma admiración para rumiarlo todo también en nuestro corazón?

Nos alegramos y hacemos fiesta, pero tenemos la tentación y el peligro de que todo se nos quede en esa fiesta externa y no hayamos interiorizado lo suficiente el misterio de Cristo, el Misterio de Dios que celebramos, y pasarán las fiestas, y pasará la navidad y nos podemos quedar vacíos de Dios porque no hemos llenado nuestro corazón lo suficiente de ese misterio de Cristo. Rumiemos en nuestro interior, repasemos una y otra vez todo el misterio que celebramos sin dejar de asombrarnos ante todo lo que es la maravilla del amor que Dios nos tiene, porque vino ‘para rescatar a los que estaban bajo la ley, como nos decía san Pablo, para que recibiéramos la adopción filial’.

María plantó la Palabra de Dios en su corazón – ‘hágase en mi según tu palabra’, había respondido al ángel – y se convirtió en la madre de Dios; plantemos nosotros esa Palabra de Dios en nuestro corazón porque bien sabemos que con el Hijo nos hacemos hijos, porque vino ‘para que recibiéramos la adopción filial’. Como nos dirá el evangelio de san Juan ‘a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios’.

Como decíamos contemplación con los ojos de María para sentir y vivir toda esa admiración por el misterio de Dios que en su encarnación a nosotros nos engrandece porque nos hace hijos; contemplación con los ojos de María que nos ha de llevar a la alabanza porque reconocemos que el Señor hace cosas grandes y maravillosas. María se sintió engrandecida a pesar de su pequeñez y su humildad; que nosotros también nos sintamos engrandecidos, que nada somos sino pecadores, pero que en Cristo nos vemos liberados, que en Cristo nos vemos convertidos en hijos si así acogemos y plantamos también en nuestro corazón la Palabra de Dios.

Estamos en el día primero de año donde todo son parabienes y buenos deseos. Nos felicitamos mutuamente en el nuevo año que comienza, pero hemos de cuidar que no se quede todo en palabras bonitas y repetidas. Siempre he pensado que felicitar a alguien es alegrarnos, es cierto, con su alegría, pero cuando deseamos felicidad para esa persona significa también que nosotros le estamos diciendo que por nuestra parte vamos a poner todo lo necesario para que sea feliz.

Mal la felicitamos si la dejamos en su sufrimiento o en sus carencias; mal la felicitamos si no somos capaces de ser paño de lágrimas que la consuele en sus penas; mal la felicitamos si no ponemos, repito, todo lo que sea necesario para que sea feliz, para que sienta paz en su corazón, para que se sienta amada por los demás. Y ya nos daremos cuantas son las consecuencias que tiene para nosotros ese deseo de felicidad que queremos trasmitirle a los demás. Pues que ese sentido tengan estas felicitaciones que todos nos hacemos en estos días.

Precisamente aunque en el mundo civil sean otros los días en que se hagan las conmemoraciones de la paz, desde hace muchos años este primero de enero para nosotros es una Jornada de la Paz, una jornada de oración por la paz.  Qué menos podríamos desear y pedir en medio de este ambiente de la Navidad donde los ángeles la noche del nacimiento del Señor cantaban la gloria del Señor y la paz para los hombres que son amados de Dios.


La primera lectura nos ofrece una hermosa bendición del Antiguo Testamento con el deseo de la paz. La Paz como una bendición del Señor, como uno de los frutos del espíritu, como una de las señales del Reino de Dios que queremos vivir y que Jesús viene a instaurar. Decir paz es decir algo grandioso; no es solo ausencia de guerra o de violencia, arrancar el odio o el resentimiento del corazón; la paz es amor y es justicia, la paz es autenticidad en la vida y verdad en el corazón, la paz es la búsqueda del bien y vivir en solidaridad, la paz es sentarnos junto al otro al que consideramos un hermano y tender la mano para caminar juntos, la paz es comprensión en el corazón y disponibilidad para el perdón, la paz es ayudar a levantarse al caído y seguir confiando en el otro incluso en sus debilidades, la paz es poner estímulos en el corazón del otro para superarse y creer siempre en todas las posibilidades de la persona.

Queremos la paz, construyamos la paz, tengamos en cuenta a todo lo que nos obliga el querer vivir en paz, recemos por la paz. En una palabra amémonos para que todos sintamos la paz de sentirnos amados y ser conscientes que así estamos poniendo los mejores fundamentos para la paz.

‘Que El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz’.

 

jueves, 31 de diciembre de 2020

A pesar de las negruras del año podemos hacer un balance de solidaridad, de madurez, de búsqueda de profundidad y sentido a la vida que disipan esas tinieblas

 


A pesar de las negruras del año podemos hacer un balance de solidaridad, de madurez, de búsqueda de profundidad y sentido a la vida que disipan esas tinieblas

1Juan 2, 18-21; Sal 95; Juan 1, 1-18

Llegamos al fin del año civil. Cuando se cierran unas etapas lo normal es que de alguna forma se haga balance del camino recorrido. El estar finalizando un año de manera que ya mañana amanecemos con una numeración nueva podríamos decir que es como un final de etapa, aunque la vida realmente tiene un recorrido continuado y de un día a otro no encontramos quizá grandes diferencias. Aunque los ritmos de la vida social, escolar y política tienen otros recorridos con otras fechas de finalización o de inicio de etapas, lo mismo decimos en el ritmo de la vida cristiana con lo que llamamos los ciclos litúrgicos, el cambio de año sin embargo se puede tener también como motivo para hacer esos balances.

El año que termina, es cierto, que no ha sido un año fácil porque nos hemos visto envueltos en unas crisis en todos los aspectos como quizá hacía mucho tiempo no nos había tocado vivir. La tentación es marcarlo de un plumazo como año horrible, pero creo que siempre podemos ir sacando lecciones de la vida y creo que habría que mirarlo con una mirada distinta. Ha sido una oportunidad, quizás forzada, para detenernos y con una madurez humana tratar de hacer una lectura con cierta profundidad de todo lo vivido. No seré el más indicado para hacer esa lectura con toda profundidad, pero ahí lanzo el reto para que cada uno desde nosotros mismos, desde lo que hemos vivido y hasta sufrido intentemos hacer una lectura buscando también un lado positivo.

Está, es cierto, la enfermedad, las muertes y sus secuelas, está todo el revuelo que se ha producido en la vida social y en la vida económica, los cambios de ritmos en la vida que nos hemos visto obligados a realizar, ese tener que vivir más aislados o encerrados como lo queramos ver o como lo hayamos sabido vivir. Todo esto tendría que llevarnos a reflexionar y pensar en qué hemos puesto las metas de nuestra vida, cuáles han sido las cosas que hasta ahora habían sido tan importantes para nosotros, pero que ahora vemos que quizá pierden valor, que no era lo fundamental de la vida, que hay otras cosas que en el fondo deseamos pero que muchas veces no hemos sabido ver ni encontrar.

Si ya nos vamos haciendo esos planteamientos, van surgiendo esos interrogantes dentro de nosotros todo no está perdido, todo no ha sido negativo, porque el parón que hemos tenido que darle a la vida quizás nos ha hecho pensar y plantearnos cosas. Y eso es positivo en la vida porque es algo que necesitaríamos hacer con frecuencia para saber ir a lo fundamental.

El vernos aislados o encerrados, confinados ha sido la palabra de moda, quizá haya hecho surgir en nosotros unos deseos a los que no dábamos suficiente importancia y aunque lo hacíamos le habíamos dado mucha superficialidad a la vida. Me refiero a esas ansias de encuentro con los demás, a esa búsqueda de compañía para nuestras forzadas soledades. ¿Nos habremos angustiado por ello? ¿Habremos sabido encontrar otras oportunidades y aunque no haya sido con encuentro físico, sin embargo habremos estado más comunicados con los demás? Las redes sociales a las que a veces le tenemos miedo u otras veces las usamos con demasiada superficialidad sin embargo han podido ser un camino que nos ha llevado a intentar estar al menos comunicados con los demás. ¿Habrá algo de positivo en todo esto?

Pero a lo largo de todo este tiempo ha habido unos brotes muy bonitos de solidaridad expresados de muchas maneras, desde aquellas salidas a los balcones en unas horas determinadas para mostrar nuestra solidaridad no solo con los que padecían el virus sino también con aquellos que los estaban cuidando, hasta otros muchos gestos que brotaban por acá o por allá para no olvidarse de los que más solos estaban o más comenzaban a padecer incluso necesidad. Se ha despertado algo hermoso que llevamos en nuestros corazones, la solidaridad, aunque algunas la tenemos demasiado callada, pero que ahora en muchos se ha hecho notar.

La respuesta que hemos ido dando a lo que se nos pedía para prevenirnos contra la pandemia ha tenido señales de madurez en la mayoría de la gente. Siempre habrá locos a los que poco importa el sufrimiento de los demás y los contagios, pero en general ha habido una respuesta madura que nos enseña también los valores que hay en nuestras gentes y que somos capaces de hacerlos florecer. ¿Nos servirá para que cuando volvamos a la normalidad sigamos mostrando esa madurez y ese compromiso?

Como creyentes también hemos de tener una mirada. Se ha visto mermada nuestra participación en la vida litúrgica y celebrativa de nuestra fe, quizás nos ha obligado a despojarnos de adornos y florituras, quizás aun no podemos participar todos los que quisiéramos en la celebración de la Eucaristía, pero los verdaderos creyentes, los que han querido vivir con autenticidad su fe, seguro que han sabido sentir ese apoyo y esa fuerza del Señor que nunca nos abandona. Aquí cada uno tiene que mirarse y revisarse, cómo ha vivido desde su fe estos momentos, cómo nos habremos abierto más a la Palabra de Dios y hemos hecho de nuestros hogares verdaderas iglesias domésticas donde no ha faltado la oración y también la celebración.

He querido apuntar algunas cosas, pero he querido ir destacando al tiempo muchas cosas positivas que han ido surgiendo a lo largo de este tiempo y que tendrían que ser pauta para lo que aún nos queda. Estamos todos deseando un año mejor, pero pensemos que somos nosotros los que lo vamos a hacer mejor o peor; que lo vivido este año nos enseñe, nos ayude a buscar en verdad lo que es lo fundamental.

Pero en este momento final en que parece que lo que queremos hacer es una lista de cosas que le pediríamos al Señor para el año que va a comenzar, creo que tendríamos que comenzar por darle gracias. Con ojos de fe miramos nuestra vida y miramos el año que vivimos y nos daremos cuenta de que son muchas las cosas por las que le tenemos que dar gracias al Señor.

Hoy el evangelio de este fin de año nos habla de tinieblas y de luz, de tinieblas que no quieren dejar ver la luz, pero de la victoria de la luz y la vida cuando el Verbo se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros y a los que creímos nos hizo el don de hacernos hijos de Dios. Siempre tenemos la esperanza de que la luz vencerá sobre las tinieblas.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Con Jesús y como Jesús nosotros también queremos ir creciendo, llenándonos de sabiduría y sintiendo que la gracia de Dios está también con nosotros

 


Con Jesús y como Jesús nosotros también queremos ir creciendo, llenándonos de sabiduría y sintiendo que la gracia de Dios está también con nosotros

1Juan 2, 12-17; Sal 95; Lucas 2, 36-40

Parece que las cosas van volviendo a su cauce, todo va volviendo a la normalidad. Es la impresión que nos da este corto relato del evangelio. El evangelista Lucas que es el que más detalles nos da del nacimiento y de la infancia de Jesús parece que da como concluida esa etapa y después de los vaivenes que ha tenido la infancia de Jesús – Nazaret, Belén, Egipto, el templo de Jerusalén -, unido a lo que los otros evangelistas nos han contado, ahora vuelven de nuevo Nazaret donde había comenzado esta etapa con el anuncio del ángel a María. Se volverá a hablar de una vuelta a Nazaret tras el episodio de la pérdida de Jesús en el templo y se encauza así lo que sería el crecimiento de aquel niño, luego joven y adulto en el hogar de Nazaret.

Podemos contemplar al Hijo de Dios que se ha hecho hombre en su crecimiento humano en la placidez de un hogar, como lo fuera aquel hogar de Nazaret. Allí hemos contemplado a esa Sagrada Familia compuesta por Jesús, José y María y como lo hicimos el domingo después de la Navidad de la escuela de Nazaret hemos aprendido para nuestros hogares y nuestras familias.

Hoy se expresa con breves palabras lo que fue la vida de Jesús en aquel hogar donde crecía como hombre, pero donde se iba reflejando cómo la gracia de Dios estaba con El. Era un hogar lleno de gracia porque estaba muy lleno de la presencia de Dios. A María el ángel de la anunciación la llama la llena de gracia, de José se nos dice que era justo y que se dejaba conducir por el Espíritu del Señor, ahora de Jesús se nos dice que la gracia de Dios brillaba en El. Es la gracia divina la que nos hace sentir la presencia de Dios en nuestra vida y decimos que estamos en gracia cuando nos hemos dejado inundar por el Espíritu divino para alejar de nosotros toda maldad y todo pecado. ¿Cómo no podemos decir, entonces, que la gracia de Dios estaba con Jesús, cuando El ha venido precisamente como Cordero de Dios para quitar el pecado del mundo?


Pero nos dice el evangelista que el niño crecía y estaba lleno de sabiduría. Crecimiento es el desarrollo normal de la persona, pero bien sabemos que el crecimiento no está solo en lo físico o en los años que se vayan acumulando en nuestra vida. Bien sabemos que nos podemos encontrar personas que son niños aunque muchos sean los años que hayan transcurrido en su vida cuando brillamos por nuestra inmadurez y vivir una vida infantilizada.

Pero el auténtico crecimiento nos hace desarrollarnos desde lo más hondo de nosotros, y crecerán y madurarán nuestros conocimientos, pero que no solo es la acumulación de esas cosas que aprendemos sino saber encontrar el valor y el sentido de la vida, de lo que nos sucede, de lo que recibimos de los demás o de la sociedad en que vivimos y de lo que nosotros entonces podemos ir también aportando. Es la sabiduría de la vida, es ese saborear lo que somos y lo que vivimos porque le encontramos un sabor, porque le encontramos un sentido, porque le vamos dando un valor a lo que hacemos, porque vamos encontrando respuesta a esos interrogantes que se nos plantean por dentro, porque vamos adquiriendo toda una riqueza interior.

Eso nos va haciendo reflexivos para no dejarnos arrastrar simplemente por los impulsos, eso nos va dando una razón, un por qué de lo que hacemos, de lo que vivimos, eso va haciéndonos salir también de nosotros mismos aunque cada día tengamos más profundidad interior, porque nos abre horizontes, porque nos hace ver cuánto nos rodea de una forma nueva, porque nos hace mirar a los que caminan a nuestro lado con una mirada distinta. Hermosa esa sabiduría de la vida que vamos adquiriendo, hermosa esa profundidad que le damos a nuestro ser, hermosas serán las palabras que broten entonces de nosotros llenas de sabiduría, porque están llenas de sabor, porque todo lo iremos envolviendo en el auténtico y verdadero amor.

Y es la gracia de Dios en nosotros, porque como creyentes no apartamos a Dios de nuestra vida, sino que en El encontraremos las respuestas más certeras para nuestros interrogantes, y porque en El encontraremos también esa fuerza espiritual para luchar por esas metas que nos hemos ido proponiendo, para levantarnos de lo material y simplemente terreno, para darle una trascendencia grande a nuestra vida.

Con Jesús y como Jesús nosotros también queremos ir creciendo – y eso en todos los momentos de la vida – llenándonos de sabiduría y sintiendo que la gracia de Dios está también con nosotros.

martes, 29 de diciembre de 2020

Todos los que se encuentran de verdad con Jesús en sus vidas se sentirán transformados para convertirse en portadores de evangelio para el mundo que les rodea

 


Todos los que se encuentran de verdad con Jesús en sus vidas se sentirán transformados para convertirse en portadores de evangelio para el mundo que les rodea

1Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35

‘Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel’.

Es el cántico del anciano Simeón. Un hombre de fe, un hombre lleno del Espíritu, un hombre que mantenía viva la esperanza. Y sus ojos lo han visto. Se ha cumplido la esperanza, porque se han cumplido las promesas, porque para él también se ha cumplido la especial promesa del Señor. No vería la muerte sin haber contemplado antes al Salvador, al enviado del Señor como luz para las naciones, como gloria del pueblo de Dios.

No teme ya el punto final de su vida, sino que más bien lo desea, porque ya las promesas están cumplidas. Y él ha realizado su misión, mantener viva esa fe y esa esperanza; por eso estaba allí todos los días en el templo. Y tuvo ojos para ver y pudo contemplar, en aquel niño, uno como tantos, que aquellos aldeanos venidos desde la lejana Galilea ahora presentan al Señor.

¿Tendremos ojos nosotros para ver y llegar también a la contemplación? No nos apartamos del marco de la Navidad. También como los pastores hemos acudido a la llamada y hemos contemplado a un recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Los ángeles en su anuncio así habían señalado que habíamos de contemplarlo. Los pastores creyeron y vieron la gloria del Señor y como dice el evangelista contaban a todos lo que les habían dicho de aquel niño. Por eso al llegar al establo contemplaron la gloria de Dios.

Y nosotros ¿hemos llegado también a la contemplación de la gloria del Señor? Sabíamos también lo que estaba anunciado y decimos que celebramos la navidad porque queremos ir también a Belén para ver al recién nacido envuelto en pañales y recostado en el pesebre. Hasta quizá lo hemos representado muy bien con muchos detalles en el Belén que habremos quizá elaborado. Pero cuidado que se haya ya quedado medio olvidado en un rincón; cuidado que ya nos parezca lejano, porque han pasado unos días, lo que contemplábamos en la noche del nacimiento o en el día de la navidad; cuidado que haya sido como un hecho más, como una anécdota que nos ha sucedido, pero no haya dejado huella en nosotros.

Para aquellos ancianos que se encontraron al Niño en el templo en brazos de sus padres todo no se quedó en una anécdota que luego contar; seguro que el gozo que vivieron en aquellos momentos, la experiencia de fe que inundó sus vidas sí que dejo huella en ellos, sí hizo que su vida desde entonces fuera diferente.

Simeón no solo da gracias a Dios y pone su vida en las manos de Dios sino que comienza a hablarle a María y a José lo que va a significar aquel niño, bandera discutida para muchos, causa de sufrimiento y dolor en el alma para María, pero luz de verdad y salvación que iba a ser para Israel y para todas las naciones. Por eso vemos que aquella anciana como una profetisa habla también de aquel niño a todos los que esperaban la futura liberación de Israel.  Se convirtieron en evangelizadores, en portadores de una Buena Noticia que no podían callar.

Es lo que les sucede a todos los que de verdad se encuentran con Jesús, no pueden callar aunque traten de impedírselo o se los prohíban. Lo vemos repetidamente en el evangelio en los primeros discípulos cuando se van encontrando con Jesús pronto comenzarán a hablar a sus familiares y amigos también de Jesús; es lo que contemplamos aquellos que experimentan la salvación de Jesús en sus vidas cuando son curados que no podrán hacer otra cosa que ponerse a hablar a todo el mundo de Jesús.

Por eso quizá tenemos que preguntarnos por nuestra contemplación del misterio de la navidad y si de la misma manera nos ha llevado a hablar de Jesús, a ser portadores de evangelio para los que nos rodean. De muchas maneras podemos hacerlo, grande es el testimonio que podemos dar, de alguna manera tenemos que saberlo reflejar en nuestra vida, en nuestras actitudes, en nuestra manera de actuar y de vivir.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Estamos celebrando a quien vino para darnos vida y en abundancia, nos enseña a amar la vida, nos pone en camino de buscar la vida en plenitud, nos impulsa al respeto a toda vida

 


Estamos celebrando a quien vino para darnos vida y en abundancia, nos enseña a amar la vida, nos pone en camino de buscar la vida en plenitud, nos impulsa al respeto a toda vida

1Juan 1, 5-2, 2; Sal 123; Mateo 2, 13-18

La Palabra de Dios hoy nos provoca, nos hace plantearnos y preguntarnos ¿de qué lado estamos? ¿Dónde queremos estar?

Hoy se nos habla de luz y se nos habla de tinieblas, hoy se nos habla de violencias y de muerte y aparecen las ambiciones humanas que nos endurecen y embrutecen, de miedos que sobrecogen el espíritu y nos hacen actuar con desconfianza y con maldad, indirectamente se nos plantea si acaso no nos habremos insensibilizado con las noticias que se repiten o la situación repetida que vemos en nuestro mundo.

Es fácil decir que queremos caminar en la luz, como nos señala hoy la carta de Juan, pero también es fácil que se quede o en buenos deseos o solamente en palabras porque luego con sinceridad no somos capaces de reconocer los puntos oscuros que puede haber en nuestra vida. Tanto nos hemos acostumbrado a ese mundo de violencia que cuando contemplamos el hecho cruel que se nos ofrece hoy en el evangelio hemos terminado por darle un sentido de broma, de fiesta y de motivo de jolgorio. Cuando decimos día de los inocentes, ya solo pensamos en la fiesta que podemos hacer de los demás en sus desconciertos con nuestras broma pero casi pasamos por alto la sangre inocente derramada en aquellos niños martirizados como disimulamos otros dejamientos de sangre con los que de alguna manera jugamos en las actitudes o posturas que podamos tomar en la vida.

Sí, es el día de los Santos Inocentes y recordamos y contemplamos el evangelio en ese episodio sangriento tan cercano al nacimiento de Jesús. Los recelos de Herodes por la posibilidad del nacimiento de un rey para los judíos que pudiera despojarle a él de su corona provocan como un torrente de maldad en cascada vertiginosa que lleva a la muerte a aquellos niños inocentes solamente por el hecho de tener una edad semejante a la del recién nacido niño Jesús.

Son las tinieblas que contemplamos en este evangelio manchadas de sangre inocente, pero que nos tendría que sensibilizar ante tanta sangre inocente que se sigue derramando en nuestro mundo. Nos viene siempre a consideración el tema del aborto con la destrucción de tantas vidas en el seno de sus propias madres aunque casi nos acostumbramos a ello y nos dejamos embaucar por tantos que se auto justifican en las leyes que lo permiten o en los llamados derechos de unas madres que no tienen la valentía de afrontar la vida de unos seres que se están gestando en sus entrañas. ¿Y el derecho a la vida, el derecho a vivir de esos seres que ya son seres humanos en las entrañas maternas? ¿O es que acaso podemos tener el derecho de matar, de quitar la vida a un ser vivo?

Es lo que ahora se nos está planteando con el llamado derecho a decidir sobre su vida y sobre el momento en que queremos ponerle fin a nuestra existencia o a la existencia de otros seres humanos. Estamos cayendo en una pendiente muy peligrosa en nuestra sociedad porque terminaremos eliminando a todos aquellos que consideremos inservibles por las discapacidades que puedan tener en sus vidas. Todos entendemos que nos estamos refiriendo a las nuevas leyes que se están aprobando.

Es un mundo de violencia y de muerte en el que estamos viviendo; es lo que nos ofrecen continuamente los medios de comunicación y también todos los medios audiovisuales. Parece que poco importa la vida cuando tanto hacemos protagonista a la muerte. Es la realidad, nos pueden decir algunos y lo que se trata es de reflejar la realidad, pero no nos damos cuenta de que vamos perdiendo la sensibilidad, vamos perdiendo el respeto por la vida y así luego vemos como normal esa violencia de palabras, de gestos, de trato que nos tenemos los unos contra los otros.

Creo que cuando tenemos oportunidad de celebrar la muerte de los Santos Inocentes y en fechas tan cercanas al nacimiento del Salvador seamos capaces de reflexionar y recapacitar sobre todas estas cosas. Estamos celebrando a quien vino a nosotros para darnos vida y dárnosla en abundancia, quien nos enseña a amar la vida, quien nos pone en camino de buscar la vida y la vida en plenitud, quien nos impulsa a ese respeto a la vida y a la vida de todos sea cual sea su condición o su capacidad, quien por nosotros dio su vida pero para que nosotros tengamos vida y vida para siempre con toda dignidad.

 

domingo, 27 de diciembre de 2020

El hogar y la familia de Nazaret fue la escuela de aprendizaje donde nació el Hijo de Dios que se hace hombre y creció en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres

 


El hogar y la familia de Nazaret fue la escuela de aprendizaje donde nació el Hijo de Dios que se hace hombre y creció en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres

Eclesiástico 3, 2-6.12-14; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 22-40

Uno de los valores que se intenta mantener en todo su esplendor en las fiestas de navidad es que son unas fiestas entrañablemente familiares como una de las cosas que nos ha dolido más en las circunstancias actuales de la celebración de la navidad de este año es precisamente el no poder vivir con la intensidad acostumbrada este sentido familiar de la Navidad. Es cierto que todo tiene sus excesos y en cierto modo limitaciones como todo lo humano y por otra parte el darle tanto valor a la cena familiar haya quizá mermado en cierto modo el sentido religioso de la navidad, pues quizá se restaba la posibilidad de una participación en la celebración litúrgica de la Misa del Gallo o Misa de Nochebuena.

Precisamente en este domingo siguiente al día de la Natividad del Señor la liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar a la Sagrada Familia de Jesús, José y María, la Sagrada Familia de Nazaret donde quiso Dios que se encarnase, naciese y creciese en lo humano el Hijo de Dios que se hizo  hombre. Una mirada a ese Hogar de Nazaret, escuela y semillero del amor más hermoso, como es el amor familiar. Y el niño crecía en edad, sabiduría y gracia en el seno de aquel hogar.

Vino Dios a hacerse uno como nosotros y será como niño en el seno de ese hogar donde aprenderá a hacerse hombre, a crecer en edad y en sabiduría, a crecer y a madurar en lo humano como toda persona que tiene en el hogar y en el seno de la familia ese semillero donde va a aprender y a desarrollar todos esos valores humanos de la persona que le llevarán por caminos de gracia y de plenitud.

La convivencia familiar es esa hermosa escuela donde aprendemos los mejores valores que nos hacen más humanos; es el encuentro y es el diálogo en común, es ese intercambio de experiencias pues lo vivido por unos miembros de la familia servirá de base y de modelo para lo que los otros han de vivir también, es la confianza que nos hace sentirnos mutuamente apoyados, es el caminar juntos afrontando dificultades y problemas que siempre en toda familia van a aparecer pero tratando siempre de sentirnos verdaderamente solidarios para juntos resolverlos y superarlos, es ese abrirme al otro y a lo otro porque nos damos cuenta que no podemos vivir encerrados en nosotros mismos, es el aprender a levantar la mirada para ver horizontes más amplios que los caprichos particulares pero también para sabernos elevar a ideales y metas superiores dándole una mayor trascendencia a la vida, es el darnos cuenta que somos algo más que cuerpo y carne y que hay un espíritu dentro de nosotros que nos eleva y nos hace también trascender todas las cosas en Dios.

Es un camino que día a día vamos desbrozando, en el que tropezamos quizá muchas veces y hasta nos hacemos daño, pero sabemos que en el calor del amor del hogar y de la familia todas esas heridas se curan porque en quienes se aman de verdad siempre hay capacidad de perdón superando y olvidando aquellas cicatrices que nos hayan podido quedar de las luchas de la vida. Es lo que todos con mayor o menor perfección hemos vivido en la vida en el seno de nuestros hogares, que bien sabemos que no son perfectos porque limitados y llenos de debilidades somos cada uno de nosotros. Pero la convivencia nos enseña a amarnos, a comprendernos, a tendernos la mano, a perdonarnos una y otra vez, a saber comenzar de nuevo cuantas veces haga falta.

Es la realidad que hoy contemplamos también en aquel hogar de Nazaret donde nació y creció el Hijo de Dios al hacerse hombre. No faltaron dificultades a aquella familia que queremos llamar sagrada, porque ya el nacimiento del niño fue en extrañas e incómodas circunstancias lejos del hogar de Nazaret y sin tener ni siquiera posada que los acogiera en su obligatoria llegada a Belén. Pero será la huída a Egipto y como destierro huyendo de Herodes que quería atentar contra la vida del Niño y su camino itinerante hasta llegar de nuevo a Nazaret; será la vida de un pobre artesano que no destacaría por sus riquezas y posibilidades, pero que enseñaría muy bien que el Hijo del Hombre no tendrá ni donde reclinar su cabeza.

Pero es la vida de unos creyentes con su esperanza puesta en Dios a los que vemos subir al templo por una parte para cumplir los ritos de la presentación del primogénito al Señor o para la celebración de la Pascua. Como nos dirá más tarde san Lucas ‘como era su costumbre fue a la sinagoga el sábado’, que era el día del encuentro y de la escucha de la ley y los profetas como lo era del culto debido al Señor y ofrecido en la oración de la comunidad.

Fue la escuela del aprendizaje de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Hoy nosotros miramos a aquel hogar y a aquella sagrada Familia de Nazaret porque también queremos que sea escuela de aprendizaje para nosotros, para nuestros hogares, para nuestras familias. Hoy miramos a aquella Familia de Nazaret y pensamos en nuestras familias y pedimos por nuestras familias, pero queriendo hacer más amplia nuestra oración tenemos en cuenta y pedimos por las familias en dificultades, por las familias rotas, por las familias donde falta el calor del amor y de la buena convivencia.

Que encontremos un verdadero estímulo para nuestro camino y para el camino de las familias tan importante y esencial para hacer un mundo mejor. Con unas familias sanas tendremos un mundo sano; con unas familias llenas de amor tendremos un mundo mejor.