sábado, 24 de octubre de 2020

También venimos nosotros y le contamos a Jesús los graves problemas de hoy pero escuchemos su palabra de paz, de serenidad, de esperanza, de invitación a caminos nuevos

 

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También venimos nosotros y le contamos a Jesús los graves problemas de hoy pero escuchemos su palabra de paz, de serenidad, de esperanza, de invitación a caminos nuevos

Efesios 4, 7-16; Sal 121; Lucas 13, 1-9

En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían…’ Era algo que había conmocionado a toda Jerusalén, no digamos nada de cómo estarían los sumos sacerdotes y servidores del templo, el Sanedrín garante de las leyes y costumbre judías y sobre todo aquellos judíos piadosos como los fariseos. Era algo sacrílego lo que había hecho Pilatos.

Como si nosotros ahora venimos y le contamos a Jesús los graves problemas que está pasando nuestra sociedad de los que nos hacemos nuestras lecturas quizá muy particulares y a la vez diversas con el tema de la pandemia del coronavirus que estamos padeciendo con todas sus consecuencias. Profetas calamitosos los ha habido en todos los tiempos y no es raro que aun en la sociedad en que vivimos escuchemos alguna vez la voz de esos profetas de calamidades que nos pueden llegar a hablar de castigos divinos y apocalípticos que más zozobra pueden dejar en nuestro espíritu.

Cuando le hablan a Jesús de lo hecho por Pilatos en el templo Jesús quiere que se detengan un poco a reflexionar y les recuerda también otro hecho calamitoso que no hacia mucho tiempo había sucedido cuando se cayeron algunas arcadas de la piscina de Siloé y murieron algunos judíos. ¿Pensáis que aquellos que murieron en la piscina, o los que ahora ha dado muerte Pilatos en el templo eran más pecadores que los demás por tener una muerte así?  Era una reacción en cierto modo natural cuando no había una respuesta racional a las preguntas que se pudieran hacer ante algo sucedido de manera extraordinaria. Un castigo del cielo, algo habrían hecho que merecieron una muerte así…

Esos acontecimientos algunas veces cruentos que nos suceden ante los que nos pueden quedar muchas dudas y preguntas en nuestro interior hemos de saber hacerles una lectura creyente pero buscando siempre la paz que Dios quiere trasmitirnos en su palabra. ¿Quién no se ha preguntado alguna vez que sentido tiene la muerte de un inocente, por ejemplo, un niño con un cáncer, una madre joven con muchos hijos afectada por la grave enfermedad, un accidente sin sentido en el que pierden la vida quienes tranquilamente transitaban por aquel lugar…?

La respuesta de Dios, podemos decirlo así, es invitarnos a la paz y a la esperanza, no perder la serenidad de nuestro espíritu para saber encontrar un día respuesta a esas preguntas, mantener la confianza en la sabiduría de Dios que como suele decir el refrán escribe recto en renglones torcidos, escuchar esa llamada en nuestro interior a preguntarnos por nuestra propia vida y qué es lo que estamos haciendo con ella, sentir la invitación a una renovación de nuestra vida y a una auténtica conversión del corazón que todos siempre necesitamos. No es un conformismo ante las situaciones inesperadas sino una apertura de los oídos del alma para escuchar lo que solo en el silencio de nuestro corazón podremos escuchar.

Entre toda esta barahúnda de mensajes que estos días escuchamos con motivo de la pandemia y crisis que estamos viviendo escuchaba sin embargo un mensaje muy positivo de un joven a sus compañeros jóvenes  invitando sí a tomarse en serio la situación, pero también a hacerse preguntas sobre todo para descubrir la riqueza que tenemos en la vida y que no  hemos sabido aprovechar, pero también a mirarse por dentro para descubrir como todo esto tiene que hacernos crecer y madurar, transformar muchas cosas que hemos llenado de muchas rémoras en la vida y comenzar a actuar en positivo para encontrar nuevos caminos.

Es una invitación grande la que podemos escuchar haciendo una buena lectura de cuanto nos sucede, pero que nunca nos falte ni la paz ni la esperanza. Podemos salir, podemos seguir caminando en la vida, tenemos quizá que transformar muchas cosas no solo en estructuras de la sociedad sino principalmente dentro de nosotros mismos que cuando las hagamos tendrán como consecuencia también la mejora de nuestro mundo. Y todo esto lo hacemos no solo con los grandes problemas que podemos ver en la sociedad sino también en esos problemas que cada uno de nosotros tenemos en el camino de la vida y que muchas veces se nos atraviesan en el alma.

viernes, 23 de octubre de 2020

Somos meteorólogos para el tiempo pero no sabemos leer los signos del tiempo de nuestra historia con una mirada de f

 


Somos meteorólogos para el tiempo pero no sabemos leer los signos del tiempo de nuestra historia con una mirada de fe

Efesios 4, 1-6; Sal 23; Lucas 12, 54-59

Hoy todos somos meteorólogos (?) pero quizá no sabemos interpretar el tiempo de la vida; en los medios de comunicación se nos ofrecen las previsiones del tiempo, nos presentan las cartas de isobaras, nos muestran gráficos con las altas o las bajas presiones y sabemos, o creemos saber, si mañana va a llover o no va a llover. Yo soy ya un poco mayor y recuerdo más bien las previsiones que hacían nuestros padres o nuestros abuelos, que no tenían esas cartas de isobaras, pero según las nubes, las corrientes de aire y una serie de señales que observaban en la naturaleza eran capaces de decirnos el tiempo que iba a hacer.

En nuestras islas canarias unas señales que nos hablaban de la cercana lluvia era cuando se veía el Teide coronado de nubes, como sombrillas sobre él o en forma de bufanda arropándolo. Estos días pasados tuvimos unas imágenes espectaculares en este sentido y ya nuestros mayores o los que recordaban lo que decían nuestros mayores nos estaban anunciando por encima de lo que dijeran los meteorólogos que iba a llover, como así fue. Claro que si nos anuncian la lluvia tendríamos que prepararnos para que no nos hagan daño o se sepan aprovechar esos caudales que nos bajan de los cielos.

Interpretamos los signos o señales de la naturaleza y nos confiamos a esas interpretaciones, pero como nos dice Jesús hoy en el evangelio, que empleó esta misma imagen, no sabemos interpretar los signos de los tiempos. En la historia, en los acontecimientos, en lo que sucede en nuestro hoy tenemos que saber hacer una interpretación de la vida. ¿Por qué no podemos pensar que Dios nos habla también a través de los acontecimientos? Es lo que hacían los profetas, leían su propia historia, lo que les estaba aconteciendo con ojos de fe, intentando descubrir la mirada de Dios y en ello lo que Dios quería decirles para su momento presente. No eran simplemente unos visionarios que se creían inventar el futuro, sino que en una honda reflexión sacaban conclusiones de lo que acontecía.

Somos reflexivos para algunas cosas; quizás en nuestros estudios nos hacemos nuestras elucubraciones y hasta nos vamos haciendo una filosofía de la vida desde las experiencias que hayamos vivido. ¿Por qué eso no lo podemos hacer también desde una mirada de fe? Los hechos, incluso, que nos narran los evangelios o nos narra la Biblia pueden tener una transposición también en lo que ahora nos sucede. Tenemos que aprender a mirar la vida desde ese llamémosle filtro de la fe, desde ese filtro del evangelio y tratemos con el evangelio de responder a lo que ahora nos va sucediendo, encontrarle un significado o un sentido, descubrir un camino que hemos de recorrer.

El creyente no es el que simplemente dice que cree en Dios pero lo pone como bien guardado en un armario dejándolo allá en la quietud de los cielos, sino que el creyente saber descubrir a Dios en el caminar de la historia, en nuestro caminar de cada día, descubriendo así lo que Dios quiere de nosotros, lo que ha de ser nuestra vida. Y esa mirada nueva que desde la fe se nos abre tenemos que saber llevarla a los demás, aplicarla a los aconteceres de nuestra vida, iluminar también la vida de los demás abriéndoles los ojos y el corazón a esa trascendencia que desde la fe somos capaces de descubrir.

Muchas veces en nuestros diálogos con personas cercanas a nosotros, o con personas que tienen una sensibilidad semejante a la nuestra reflexionamos sobre la situación de nuestro mundo, nos damos cuenta de la carencia de valores que hay en muchos o de la superficialidad con que viven sus vida, del materialismo que les cerca y de la falta de una espiritualidad que dé profundidad a la vida. Pero quizá nos quedamos ahí, que es lo que no debemos hacer. Esa reflexión que hacemos y que quizá con algunos compartimos sintamos que es esa fuerza de la Palabra de Dios que llega a nosotros y que nos está pidiendo que la llevemos a los demás.

No podemos cruzarnos de brazos, no podemos quedarnos en unas reflexiones muy bonitas que nos hagamos para nosotros mismos, sino que tenemos que salir al encuentro de los demás con un anuncio, con un testimonio, con una palabra que despierte esperaza y que aliente a una búsqueda de algo nuevo y superior. En todo eso nos está hablando el Señor, está poniendo señales que no podemos obviar.

Sepamos leer esas señales de Dios que nos abren caminos nuevos, que nos llevan a un impulso nuevo del anuncio del evangelio, aunque nos cueste. Son señales que nos hacen despejar caminos nuevos, como cuando vemos señales de lluvia y nos preparamos bien para no mojarnos o bien para que las aguas de lluvia aunque sean torrenciales no hagan ningún daño sino que se sepan aprovechar.

jueves, 22 de octubre de 2020

Que no se nos apague ese fuego del Espíritu en nuestro corazón, que no temamos la división que vamos a encontrar porque será camino de purificación y transformación, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar?


 

Que no se nos apague ese fuego del Espíritu en nuestro corazón, que no temamos la división que vamos a encontrar porque será camino de purificación y transformación, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

Efesios 3, 14-21; Sal 32; Lucas 12, 49-53

Algunas veces se nos puede crear una imagen distorsionada de determinadas cosas que pueden tener una variedad de significados o de funciones. Me refiero en este caso al fuego, que cuando pensamos en él la imagen que primero se nos aparece son los pavorosos incendios ya sean de índole forestal o incluso localizados más en nuestra cercanía cuando el fuego destruye un edificio o una industria; nos quedamos con esa imagen de destrucción que por supuesto también la tiene, pero también el fuego es un elemento muy importante para nuestra vida.

Con el fuego nos calentamos cuando tenemos frío y buscamos su calor, con el fuego elaboramos nuestra comida o pensemos en la industria la practicidad que tiene también en la elaboración de elementos que utilizaremos de forma positiva en la vida. Claro que tiene también la función purificadora de separar o destruir las escorias para la purificación de determinados elementos.

El ardor del fuego es también imagen de la fuerza interior que llevamos dentro de nosotros que nos impulsa a la acción, a la creatividad, al trabajo y a la corresponsabilidad en tanto bueno como podemos realizar. Y de esto nos está hablando Jesús hoy en el evangelio cuando nos dice que fuego ha venido a traer a la tierra y lo que quiere es que arda. No es la destrucción lo que Jesús busca, aunque sí que hay muchas cosas en nuestro interior que purificar, pero sí nos está hablando de esa fuerza interior, esa fuerza espiritual que nos impulsa a la bueno, que nos lleva a una transformación de nosotros mismos pero que quiere también una transformación de nuestro mundo.

Fuego necesitamos tantas veces que andamos como apagados, que parece que nos falta vigor, que nos acomodamos a cualquier cosa y no terminamos de sentir ese impulso de la fe que nos lleva a comprometernos, que nos lleva a un anuncio, que nos tiene que conducir a esa transformación para que se realice de verdad el Reino de Dios. Somos tantas veces cristianos apagados que nos falta ese vigor, y si estamos apagados tampoco podremos dar luz, tampoco podremos ser luz para los demás.

Y esto no siempre es fácil. Porque algunas veces esa postura nuestra que nos hace sentir inquietos por dentro también puede importunar a los demás; y podremos encontrar rechazo, podremos encontrarnos que en nuestro entorno vamos a encontrar división de opiniones y habrá quien se oponga a ese fuego que llevamos dentro y querrán acallarlo o nos rechazarán.

De eso nos está hablando Jesús también en el evangelio hoy cuando nos dice que no ha venido a traer paz sino que vamos a encontrar división incluso entre los más cercanos a nosotros. Estas palabras de Jesús siempre nos han dejado como inquietos porque no terminamos de entenderlas.

Primero será en nosotros mismos, ese fuego nos deja inquietos, ese fuego hará que en ocasiones incluso en nuestro interior nos sintamos divididos; se nos presentan como dos mundos, como dos caminos delante de nosotros, el del compromiso que nace de ese fuego que arde dentro de nuestro corazón, o el de la quietud y la comodidad; ¿para qué nos vamos a complicar?, pensamos tantas veces y sentimos la tentación de quedarnos en nuestras rutinas de siempre, eso que llamamos paz pero que es un estar adormilados en nuestros conformismos, sentiremos un revulsivo que nos deja inquietos.

Y si damos un paso adelante y queremos vivir nuestro compromiso y nuestra entrega de manera radical ya vendrán a decirnos que no es para tanto, que no nos compliquemos, que dejemos las cosas como están, que siempre hemos vivido así. Cuando no nos puedan convencer intentarán pararnos sea de la forma que sea, y ya sabemos como al final terminamos en la persecución. Pero es nuestro camino, es el compromiso de nuestra fe, es el ardor del Espíritu que tenemos en nuestro interior, es el amor de Cristo que nos ha contagiado y prendido ese fuego en nuestro corazón.

Que no se nos apague ese fuego del Espíritu en nuestro corazón, que no temamos la división que vamos a encontrar porque será camino de purificación, será el momento en que todos tenemos que decantarnos por seguir o no seguir a Jesús y su evangelio. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

miércoles, 21 de octubre de 2020

Qué bonita podemos hacer la vida cuando le damos un valor y un sentido a lo que hacemos poniendo generosidad en el corazón y llenándonos y queriendo llenar el mundo de amor

 


Qué bonita podemos hacer la vida cuando le damos un valor y un sentido a lo que hacemos poniendo generosidad en el corazón y llenándonos y queriendo llenar el mundo de amor

Efesios 3, 2-12; Sal.: Is. 12, 2-6; Lucas 12, 39-48

Confianzas y desconfianzas, se nos entremezclan en la vida. Es necesario caminar con confianza en la vida, porque de lo contrario los miedos nos absorben, merman nuestra libertad de movimientos, no nos dejan ser lo que en verdad somos, porque siempre estaremos ocultando parte de nosotros mismos.

Cultivamos la confianza en la familia, entre los amigos, ampliamos aunque en cierto modo temerosamente – lo que significa que ya la confianza no es total – nuestro círculo de posible confianza a compañeros de trabajo o a vecinos pero quizá no nos atrevemos a llegar muy lejos. Quizás los palos de la vida muchas veces nos han hecho desconfiar y no somos ya nosotros mismos cuando andamos así. Pero reconocemos que es bien necesaria.

Es la confianza que ofrecemos o es la confianza que otros han depositado en nosotros. Podíamos decir que nos sentimos como honrados cuando alguien nos ha manifestado su confianza, ya sea porque nos ha hablado de sí mismo, ya sea porque confiando en nosotros ha puesto en nuestras manos cosas importantes que le afectan a los otros o que pueden afectar incluso a la comunidad.

Es la confianza que han puesto en nosotros cuando nos han confiado una responsabilidad, cuando llegamos a ocupar un lugar en la sociedad donde podemos incluso tomar decisiones que puedan afectar a los otros. Y decimos tenemos que hacernos merecedores de esa confianza.

La confianza que han puesto los padres en los hijos cuando se les ha educado bien y los ven crecer con responsabilidad y vemos que van adquiriendo por una parte esa confianza en sí mismos para tomar decisiones responsables o van adquiriendo la confianza de otros que quizás ponen muchas cosas en sus manos. Y los padres se sienten orgullosos porque han sabido confiar en sus hijos y ayudarlos a crecer.

Pero es también lo que un educador siente al ver el desarrollo personal de aquellos a los que se les ha confiado en la tarea de la enseñanza y la educación, aunque a veces haya sido algo muy costoso.

Es la confianza mutua de la pareja que caminan juntos, que saben trazar planes juntos, que se respetan en la particularidad del carácter o la manera de ser de cada uno sin pretender imponerse ni restar lo más mínimo los valores del otro.

Es la confianza de los amigos que se confían sus secretos, con quienes se cuenta para planes de futuro, que saben ofrecerse desinteresadamente ese don maravilloso de la amistad.

Yo me atrevería decir, llegado este momento, que la confianza es el fruto maduro del amor y de la amistad verdadera. Cuando amamos confiamos, porque confiamos crece nuestra amistad y nuestro amor, con el amor sabemos caminar juntos en la vida confiando los unos en los otros, y en el amor y la amistad nos sentimos estimulados para esa cercanía y esa confianza.

Cuando hacemos las cosas dándole la profundidad del amor, cuando hacemos las cosas no por un mero cumplimiento rutinario sino porque sabemos que han confiado en nosotros se nos abren muchas posibilidades en la vida, caminamos con una satisfacción grande en el corazón por aquello que hacemos, nos sentimos más felices y con nuestra felicidad ayudamos también a la felicidad de los demás.

Las responsabilidades no son cargas pesadas sino algo que hacemos con gusto porque amamos; la vida a pesar de las dificultades no se nos convierte en un martirio sino que afrontamos todo con esperanza de que hasta de las espinas pueda brotar una bella flor y una fragancia que perfume la vida.

Hoy nos habla Jesús en el evangelio de la responsabilidad con que hemos de tomarnos la vida que no es un juego ni es un azar, sino que en ella todos tenemos una función y hemos de desarrollar muchas posibilidades, que no actuemos desde el temor, sino desde la entrega generosa del amor porque así en verdad vamos a ser más felices. Esto es evangelio para nosotros, porque sentimos que con Jesús la vida se convierte en algo nuevo y algo que podemos llenar de dicha y de felicidad.

Qué bonita podemos hacer la vida cuando le damos un valor y un sentido hondo a lo que hacemos porque ponemos generosidad en el corazón y nos llenamos y queremos llenar el mundo de amor. Con qué confianza caminamos a pesar de las dificultades, porque sentimos que el Señor que nos ama sigue confiando en nosotros.

martes, 20 de octubre de 2020

No nos durmamos en nuestra fe sino que con la cintura ceñida y las lámparas encendidas vivamos toda la responsabilidad que abarca la vida

 


No nos durmamos en nuestra fe sino que con la cintura ceñida y las lámparas encendidas vivamos toda la responsabilidad que abarca la vida

Efesios 2,12-22; Sal. 84; Lucas 12, 35-38

Quien tiene una responsabilidad no se puede dormir. Bueno, esto lo sabemos todos, no es nada nuevo, aunque no está mal recordarlo. Ya sabemos cómo somos. Algunas veces nos confiamos; porque ya tenemos el trabajo asegurado creemos que podemos hacer lo que nos dé la gana. Es la responsabilidad de asumir una función, es la responsabilidad ante un salario que en justicia recibimos por el trabajo realizado, es la responsabilidad de quien aprecia el servicio que está realizando, es la responsabilidad que sentimos ante los demás, pero que hemos de sentir ante nuestra propia conciencia. En cada momento, aunque nadie estuviera vigilándolo sabría realizar, realizaría con toda fidelidad aquello que se le ha confiado.

Por supuesto las palabras que le escuchamos hoy a Jesús en el Evangelio en esa referencia al criado que tiene que estar atento a cuando su señor llegue a su casa para abrirle la puerta apenas llegue, del administrador a quien le confía todo lo que lleva consigo la administración o dirección de la casa y todo lo relacionado con ella, nos está haciendo referencia a esas responsabilidades que tenemos en la vida.

Como dice Jesús con la cintura ceñida y con las lámparas encendidas, no se puede dormir quiere decirnos, sino que ha de estar pronto para cuando ha de prestar su servicio. Pero creo que Jesús quiere decirnos mucho más, aunque ya es mucho que revisemos el cumplimiento de nuestras responsabilidades.

Pero ya no solo tenemos que pensar en esas responsabilidades que tenemos con nuestros oficios y trabajos, con la responsabilidad que tenemos con nuestra familia y tendríamos que pensar no solo de los padres hacia los hijos, sino de todos los miembros de la familia entre sí porque han de sentirse solidariamente responsables de la construcción de su hogar, pero que tendríamos que ampliarlo a esas funciones que podemos desempeñar en la vida de nuestra comunidad, en ese mundo en el que vivimos y del que tenemos que sentirnos igualmente solidarios los unos con los otros y con la marcha de esa sociedad. No nos podemos desentender de lo que sucede a nuestro alrededor como si no fuera cosa nuestra.

 Aquí hay también una referencia muy clara a lo que ha de ser nuestra vida cristiana, nuestro seguimiento de Jesús, nuestra pertenencia a la Iglesia. Primero que nada atentos a la llamada del Señor, porque en cada momento y en cada cosa que realicemos tenemos que saber descubrir lo que es su voluntad. Y es que decir que tenemos fe no solo es cuestión de que digamos que tenemos unas creencias, que incluso seamos capaces de recitar de memoria el credo que contiene todos los artículos de la fe; tener fe nos hace entrar en otra dinámica en la vida para ir descubriendo esa presencia y ese proyecto de Dios en cada momento de la existencia.

Y eso es como entrar en sintonía con Dios; cuando entramos en sintonía significa que entramos en aquella onda en la que escuchamos aquello que se está transmitiendo. Esa tiene que ser la onda y la sintonía de la fe con la que en todo momento tenemos que estar conectados, es decir mantener nuestra sintonía con Dios, nuestra escucha de Dios. Orar no es solo que nosotros tengamos algo que decirle o que pedirle a Dios sino entrar en esa intercomunicación en la que hablamos porque pedimos, porque damos gracias, porque alabamos al Señor, pero también le escuchamos allá en lo más hondo de nosotros mismos. No nos durmamos en nuestra fe.

Ceñida la cintura y con las lámparas encendidas, nos dice hoy Jesús en el evangelio. Nos recuerda aquello otro de los sarmientos unidos a la vid, porque sin El nada podemos hacer. Como nos sigue diciendo hoy Jesús en el evangelio Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos’. Al final será el Señor el que nos irá sirviendo porque nos regala el alimento de su Palabra y nos alimenta con la Eucaristía de su Cuerpo y Sangre. Con la fuerza de ese alimento podremos vivir con intensidad todas aquellas responsabilidades de las que también nos hablaba Jesús hoy en el evangelio.

 

lunes, 19 de octubre de 2020

Queremos seguridades en la vida que nos lleven por caminos de felicidad, busquemos aquellos valores permanentes que pueden llenar de plenitud nuestro corazón

 


Queremos seguridades en la vida que nos lleven por caminos de felicidad, busquemos aquellos valores permanentes que pueden llenar de plenitud nuestro corazón

Efesios 2, 1-10; Sal 99; Lucas 12, 13-21

Queremos tener seguridades en la vida; trabajamos y nos afanamos por tener unos medios, unos recursos con los que hacer frente a las necesidades de cada día buscando vivir con la mayor y mejor dignidad; pero no queremos quedarnos en la seguridad del hoy sino que queremos también la seguridad del mañana, por ello intensificamos nuestros trabajos para obtener más beneficios, para recabar unos ahorros con los que enfrentarnos a las contingencias del día de mañana. Los proyectos que nos vamos elaborando quieren una vida mejor, un estado de bienestar como suelen decirnos ahora, que no se queda en la solución de las necesidades perentorias sino que buscamos una mayor amplitud de mejoras en nuestro vivir.

Pero es aquí donde tenemos que plantearnos prioridades o también lo que es verdaderamente importante en la vida. ¿Esa seguridad y esa felicidad de la vida la vamos a conseguir solamente porque tengamos muchos recursos o muchos medios económicos, por ejemplo? ¿Esa dignidad del vivir solo la obtenemos desde unos medios materiales? ¿Cuál es el sentido y el valor de todo eso? Porque en esa búsqueda de esas seguridades, de ese bienestar, o de esa felicidad nos podemos hacer codiciosos y caer por unas pendientes que nos lleven a la avaricia y a un materialismo tan acentuado que olvidemos lo que verdaderamente nos lleve a esa dignidad de vida y también a esa felicidad y dicha disfrutando de lo que tenemos y de lo que es la vida misma.

El evangelio quiere iluminarnos. El evangelio de Jesús siempre es luz que nos ayuda a encontrar sentido, que nos abre a otros horizontes, que nos ayuda a repensar muchos de nuestros planteamientos y de nuestras maneras de actuar. Es la Palabra de Jesús que siempre es Palabra de vida que nos hará encontrar la verdadera plenitud del hombre en su vivir. Por eso hemos de abrir con sinceridad nuestro corazón a esa Palabra de Jesús, hemos de dejar que impacte en nosotros, en nuestra vida ese mensaje de Jesús que nos despierte de ese adormilamiento en que estamos tantas veces.

Todo parte hoy en el evangelio cuando alguien le viene a decir a Jesús que haga de intermediario con su hermano por unos problemas de herencias en que andan metidos. Cuántos problemas dan las herencias… ‘¿Quién me ha nombrado juez de vuestros asuntos?’, se pregunta Jesús. Pero nos deja una hermosa sentencia. ‘Guardaos de toda clase de codicia’.

Esos afanes por el dinero en que andamos tantas veces. Y no digamos que no, porque bien que estamos buscando la suerte en los juegos de azar como loterías y demás cosas que como en cadena se suceden unos a otros y cada día nos están vendiendo de una forma o de otra la suerte. Y soñamos que ya todos nuestros problemas se resolverían, y soñamos en tantas cosas fantásticas que se quedan en eso, en fantasías y sueños. Aquí mucho tendríamos que decir por las esclavitudes a que nos vemos sometidos con todos esos juegos con consecuencias tantas veces nefastas para el jugador y para sus familias.

Y Jesús nos propone una pequeña parábola. El hombre que tuvo una gran cosecha de manera que tuvo que ampliar almacenes y bodegas para guardar todo lo que había conseguido y ya se pensaba que podía vivir tranquilamente sin preocuparse de nada porque tenía de todo lo que podía desear; cómo se parece a nuestros sueños y fantasías.

Pero aquella noche le pidieron cuentas de su vida, aquella noche murió, ¿de qué le sirvió cuanto había acumulado? ¿Dónde se quedan nuestros tesoros? O mejor podríamos preguntarnos, ¿dónde ponemos nuestros tesoros? Es cierto que en la vida necesitamos de esos medios materiales, de esos medios económicos que nos van a ayudar a adquirir lo que necesitamos para nuestra vida. Aquello que reflexionábamos al principio, pero no los podemos convertir en un absoluto de nuestra vida. Hay otras cosas que necesitamos para esa felicidad y bienestar que tanto ansiamos y que muchas veces descuidamos. Hay algo que necesitamos como persona que no son simplemente cosas materiales; tenemos que buscar aquello que de verdad nos llene por dentro para no quedarnos en la superficie, en la apariencia, en el oro refulgente por fuera pero que nada nos vale para alcanzar la verdadera felicidad.

Cuantas veces, por ejemplo, en ese afán de tener todo lo que decimos necesario para una vida digna quizá olvidamos otras cosas que son fundamentales, como son las relaciones humanas, las relaciones familiares, el encuentro con las personas, lo que desde dentro nos va a ayudar a ser más felices, a darle más plenitud a la vida. Hay una serie de valores que muchas veces olvidamos encandilados por el relumbrón del brillo de unas cosas materiales, pero ese brillo no nos dará luz por dentro.

Como termina diciéndonos hoy Jesús en la parábola ‘así es el que atesora para sí pero no es rico ante Dios’. Ya en otro lugar nos dirá que ‘atesoremos allí donde el ladrón no puede robar ni la polilla puede corroer’, que ‘donde está nuestro tesoro allí está nuestro corazón’.

domingo, 18 de octubre de 2020

Con el reconocimiento del Señorío de Dios sobre nuestra vida todo va a tener un sentido nuevo, un valor nuevo para la vida de las personas cuidando entonces su dignidad


 

Con el reconocimiento del Señorío de Dios sobre nuestra vida todo va a tener un sentido nuevo, un valor nuevo para la vida de las personas cuidando entonces su dignidad

 Isaías 45, 1. 4-6; Sal 95; 1 Tesalonicenses 1, 1-5b; Mateo 22, 15-21

Hay preguntas y hay preguntas, como se suele decir. Preguntamos en el deseo de saber, por la curiosidad del conocimiento, para entender mejor las cosas, pero hay gente que está, por así decirlo, especializada en hacer preguntas comprometedoras; ya sabemos que hoy, por ejemplo, los periodistas tienen que ser muy sagaces en las preguntas que hacen, sobre todo a los políticos, para descubrir bien cuales son sus planes y sus proyectos o incluso los intereses que pudieran estar detrás; pero hay preguntas más comprometedoras, aquellas que se hacen para hacernos decir lo que nos interesa, para arrimar el ascua a nuestra sardina, o para tener una base en lo que en un momento determinado poder acusar, poder denunciar, poder sacar incluso los trapos sucios que todos quieren esconder.

Con Jesús también andaban con preguntas así como vemos hoy mismo en el evangelio. Pero serán muchas las ocasiones en que vienen con preguntas capciosas a Jesús sobre todo cuando estaban ya sus enemigos buscando como acusarle, desprestigiarle o quitarle de en medio. En lo que hoy escuchamos en el evangelio podríamos decir incluso que era una unión un poco forzada por las tremendas diferencias en la concepción de la vida o en lo que pensaban de la situación de Israel en aquellos momentos, pero se unen fariseos y herodianos para hacerle preguntas a Jesús. Querían tenderle una trampa.

En su perversidad incluso entran con alabanzas llenas de falsedad en sus intenciones que querían dorar la píldora hablando de la sinceridad y de la rectitud con que hablaba y actuaba Jesús. Por eso Jesús los llamará hipócritas. Poco les importaba eso, cuando lo que querían era tener de qué acusarlo, o cómo dividir a los que le seguían que sería como un querer desprestigiar a Jesús si se arrimaba a un bando o a otro. Por eso entran a trapo con el problema de los impuestos que tenían que pagar al Cesar extranjero que dominaba en Israel. Los judíos tenían establecidos sus diezmos y primicias a entregar en el templo que tenían que ser dineros que tenían que repercutir en beneficio del mismo pueblo, pero si sus impuestos los entregaban al poder extranjero aquello sería oro para el Cesar. ‘¿Es lícito pagar impuesto al César o no?’

No tenemos nosotros ahora que entrar en consideraciones sociológicas o económicas ante la licitud de este impuesto y la pregunta que hacían. Y es lo que hace Jesús. Podría parecer que se va por las barreras pero no es así, porque Jesús nos estará ayudando a descubrir el sentido y el valor del Reino de Dios que El está anunciando. Un Reino de Dios que no es solo una cosa que elevemos a un terreno tan espiritual que nos olvidemos de la tierra que pisamos, sino que es en el aquí y en ahora donde tenemos que ir construyendo ese Reino de Dios. Pensemos que esa es la constante de la predicación y del mensaje de Jesús y será algo que tendrá que implicar toda nuestra vida.

La petición que les hace Jesús de presentarles cuál era la moneda en uso los deja descolocados. La moneda en uso era la romana, como era de suponer, que ellos se apresuraron a presentar y la efigie que presentaba tal moneda como indicativo podríamos decir era la imagen del César. De ahí la pregunta de Jesús. ‘¿De quién son esta imagen y esta inscripción?’ No podían dar otra respuesta que lo que era la realidad. ‘Del Cesar’, y entonces la afirmación rotunda de Jesús. ‘Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’.

Sí, en lo material usamos cosas de la tierra y con qué seriedad y responsabilidad también tenemos que saber utilizarlas. Pero como personas somos algo más porque ahí tenemos que considerar toda la dignidad de la persona que está por encima de todo eso material que tenemos que utilizar. Decíamos que responsablemente tenemos que vivir la vida, con sus responsabilidades en el orden personal y en el orden social en nuestra relación con los demás, en relación con esa tierra en la que vivimos o en relación con esa sociedad que entre todos formamos.

En todo ese orden de lo que es el camino de nuestra vida no solo tenemos en nuestras manos esas riquezas o esos bienes pero en ese camino de la vida no podemos nunca olvidar todo lo que es la dignidad de la persona que es su verdadera grandeza. Y esa dignidad que tenemos como personas no nos la dan unas leyes o unos convencionalismos humanos, sino que están inscritos en lo más hondo de cada ser desde su creación. Y esto se lo debemos a Dios. Dios que quiere siempre el bien del hombre, Dios que quiere salvaguardar siempre la dignidad de la persona, Dios que nos ha dado esa dignidad y la pone en nuestras manos para cuidemos no solo la nuestra personal sino la dignidad de todos. Qué tremenda responsabilidad tenemos.

Cuando nosotros estamos hablando del Reino de Dios, como decíamos antes, no como algo etéreo y elevado sobre nuestras cabezas y  casi como si no nos tocara, sino en el aquí y ahora de nuestra vida estamos proclamando precisamente esa dignidad de la persona, de toda persona. Cuando hacemos que en verdad Dios sea el único Señor de nuestra vida significa que todo lo que Dios quiere para el hombre, para la persona, eso es lo que nosotros vamos a querer, por lo que nosotros vamos a trabajar. Cuando hoy Jesús nos dice que ‘a Dios lo que es de Dios’, significa ese reconocimiento del Señorío de Dios sobre nuestra vida y en consecuencia todo ese sentido nuevo, todo ese valor nuevo que van a tener la vida de las personas cuidando entonces su dignidad.

Sí, ‘al César lo que es del César’, como nos dice Jesús con esa responsabilidad de todo lo material que está en nuestra manos y de la construcción de ese mundo desde nuestra propia contribución personal también, pero que va a unido a esa pertenencia al Reino de Dios con ese sentido nuevo de la vida, de la persona, de las cosas, del mundo creado que desde el Evangelio de Jesús encontramos.