sábado, 8 de agosto de 2020

Como un faro de luz que ilumina en la noche las tenebrosas oscuridades para hacernos encontrar el camino reflejemos la luz de Cristo que sigue sentido de vida para el hombre de hoy

Como un faro de luz que ilumina en la noche las tenebrosas oscuridades para hacernos encontrar el camino reflejemos la luz de Cristo que sigue sentido de vida para el hombre de hoy

Isaías 52, 7-10; Sal 95; Mateo 5, 13-19

La luz es para ponerla donde alumbre; si es luz tiene que iluminar, no la podemos ocultar, su brillo y resplandor hará que veamos con claridad; y cuando vemos con claridad los peligros se alejan, la seguridad está garantizada, veremos con claridad el camino, podremos salvar los obstáculos, nos da confianza en nuestro caminar.

Pero hay luces que nos engañan, o que no están en el lugar adecuado, o que encandilan y nos ciegan porque no nos ofrecen la claridad adecuada. Algunas veces tendemos a difuminar las luces, o con ellas queremos resaltar lo que nos apetece y dejamos en sombras lo que no nos gusta, pero que no deja de estar ahí; por su situación o por los intereses de donde están colocadas quizás nos pueden distraer o engañar porque no nos ofrecen la realidad, la verdad auténtica. Tenemos que discernir bien para que no nos entre confusión.

Jesús nos habla de la luz, de lo importante que es la luz, donde podemos encontrar la verdadera luz y como nosotros tenemos que reflejar esa luz, siendo luz para los demás. Tenemos que entenderlo muy bien, porque con demasiadas confusiones andamos en la vida; hay muchas ocasiones en que nos parece que andamos a oscuras porque nubarrones de sombras se ciernen sobre la sociedad en la que vivimos, sobre nosotros mismos que nos llenamos de confusiones. Los problemas que nos van apareciendo en la sociedad, cada día parece que más multiplicados, nos meten en un callejón de confusiones que nos parece que somos tragados por las oscuridades de la vida. Pudiera sucedernos que de donde tendríamos que esperar esa luz que nos ilumine no nos llega o nos llegan confusiones.

Y tenemos que preguntarnos donde estamos los cristianos en ese mar de confusiones de nuestro mundo. Nos decimos cristianos pero parece en ocasiones que nos faltan seguridades; porque no hemos echado bien el ancla donde teníamos que echarla. El ancla sirve para que el barco no se vaya a la deriva empujado por los vientos o la Marsella. El buen marino sabe bien donde echarla para darle seguridad a su embarcación. Y nosotros ¿habremos anclado bien nuestra vida en Jesús? ¿Nos habremos de verdad dejado iluminar por su luz? Porque quizá esas confusiones en que nos vemos envueltos es porque no nos hemos dejado iluminar bien por la luz de Jesús.

Tenemos que dejar que esa luz de Jesús que nos llega en su evangelio ilumine de verdad cada rincón de nuestra vida; así encontraremos sentido a cada cosa, encontraremos seguridad en cualquier situación, veremos claramente el sentido de las cosas, podemos convertirnos en faros de luz, que reflejen la luz de Cristo, para todos cuantos están a nuestro lado. Tenemos que ser luz en medio del mundo; el testimonio de nuestra vida bien iluminada por Cristo tiene que ser ese faro de luz que oriente, ayude a encontrar el rumbo a los que están a nuestro lado.

Como ese faro que en la noche ilumina las aguas tenebrosas de nuestros mares y por su posición y por los guiños que nos hace nos previene de los peligros, nos señala el buen rumbo, nos hace navegar con seguridad. Eso tenemos que ser en medio del mundo para que no se ahogue en sus oscuridades, pero igual que el faro marítimo tiene que funcionar bien, así nosotros tenemos que reflejar de manera acertada en nuestra vida esa luz de Cristo que nos ilumina.

Nos estamos haciendo esta reflexión a partir del evangelio que escuchamos en la fiesta de santo Domingo de Guzmán que hoy celebramos. El fue un faro de luz en su tiempo, tenebroso y tan lleno de herejías contra las que luchó con su predicación. Así nació la Orden de Predicadores con esa vocación de llegar la luz del mensaje de Jesús por el mundo con la predicación. Así su testimonio sigue ayudándonos hoy e impulsándonos a que llevemos la luz, a que demos ese testimonio de la verdad que solo en Cristo encontramos y que será la auténtica orientación también para la vida de los hombres y mujeres de hoy envueltos también en tantas oscuridades.

Seamos ese faro de luz que señalemos el buen camino para no hundirnos en las tenebrosidades de tantas oscuridades que nos acechan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.


viernes, 7 de agosto de 2020

Queremos la felicidad pero busquemos el camino por el que haciendo felices a los demás podemos todos disfrutar de la dicha del amor

 

Queremos la felicidad pero busquemos el camino por el que haciendo felices a los demás podemos todos disfrutar de la dicha del amor

Nehemías 2, 1, 3; 3, 1-3, 6-7; Salmo: Dt 32; Mateo 16, 24-28

Tenemos que reconocer que nos gusta una vida cómoda y fácil; cuando nos llegan los momentos de los sacrificios, de apretarnos el cinturón, de ver que no podemos conseguir todo aquello que ansiamos o que nos han prometido poco menos que nos ponemos de mal humor y parece que la vida se nos hace insoportable y no merece la pena vivirla.  Nos han hablado tanto de la sociedad del bienestar que nos hemos llenado de tantas ilusiones y fantasías que cuando nos vienen situaciones, por ejemplo, como la que estamos padeciendo ahora poco menos que nos angustiamos y parece que el mundo se nos cae encima.

No digo que no tenemos que desear la felicidad y luchar por alcanzarla de la mejor manera posible, pero también tenemos que decir que tengamos cuidado nos confundamos en lo que verdaderamente nos da la felicidad y no busquemos una felicidad honda y estable, sino momentos efímeros que pronto se evaporan. Pero ya ahora mismo en ese deseo de felicidad que tenemos hemos hablado también de lucha, que no son guerras, sino esfuerzos, caminos de superación, búsqueda de verdad de lo que nos puede hacer felices y entonces quizá tengamos que dejar de lado cosas que nos parecían que nos podían dar la felicidad pero nos damos cuenta de que por ahí no está el camino de esa verdadera plenitud de la persona.

Si vamos siguiendo el hilo de esta reflexión comprenderemos mejor las palabras de Jesús que hoy le hemos escuchado en el evangelio. Quizá sea un evangelio que en una primera apariencia nos parezca duro y que Jesús se nos está poniendo con unas exigencias que no terminamos de comprender. Ya hemos dicho que para conseguir esas metas y esos ideales tenemos que luchar, esforzarnos, hacer caminos de superación.

¿Y que es lo que nos está pidiendo hoy Jesús en el evangelio? No lo veamos con un sentido negativo, sino démonos cuenta de que para llegar a esa meta necesitamos crecer, y crecer significa también dejar atrás muchas cosas de niño que no nos valen como adultos. Crecer duele muchas veces porque el camino de superación es exigente, es cierto, pero lo importante es que veamos la felicidad de una plenitud del ser, una plenitud de vida donde hemos desarrollado todo lo mejor de nosotros mismos dándole brillo a esas perlas preciosas que hay en nuestra vida en esos valores que vivimos.

Jesús hablaba de un tesoro escondido que alguien un día se encontró en un campo; quería tener aquel tesoro, deseaba tener aquel campo para hacerse dueño del tesoro, pero para comprar aquel campo vendió todo lo que tenía. Renunció a unas cosas para tener algo mejor.

Nos encontramos con ese tesoro que es Cristo, que es su evangelio, y tenemos que ser capaces de valorarlo como lo más importante de nuestra vida, y que merece la pena todos los sacrificios que tengamos que hacer por poseer ese tesoro. Jesús hoy nos habla de negarse a sí mismo, de renunciar a algo para obtener lo mejor, de ser capaces de olvidarnos de nosotros mismos cuando nos damos cuenta lo felices que somos cuando nos damos por los demás, de arrancarnos de nuestros egoísmos y nuestros orgullos para sentir y disfrutar del gozo del amor cuando todos nos sentimos hermanos y vemos los felices que pueden ser los demás y lo felices que nosotros llegamos a ser haciendo felices a los que nos rodean.

No son negaciones por negaciones, no son cruces por si mismas como si sádicamente amaramos el dolor, es descubrir el tesoro y hacer todo lo posible por alcanzarlo. Es descubrir la verdadera grandeza del amor y ser capaces de amar con ese amor de entrega y de donación por los demás porque lo que queremos es que todos amen, que todos nos amemos, y que todos seamos verdaderamente felices disfrutando del amor que recibimos de los demás. Seremos nosotros entonces de verdad felices porque aunque nos cueste arrancarnos de nuestro yo egoísta vemos muy felices a los demás.

jueves, 6 de agosto de 2020

Subir al Tabor no es para quedarnos extasiados porque allí estamos bien sino punto de partida de nuevos caminos y nuevos horizontes que se pueden abrir ante nosotros

Subir al Tabor no es para quedarnos extasiados porque allí estamos bien sino punto de partida de nuevos caminos y nuevos horizontes que se pueden abrir ante nosotros

2 Pedro 1, 16-19; Sal 96; Mateo 17, 1-9

¡Qué bien se está aquí! Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!’ La reacción de Pedro y por asentimiento de los otros dos discípulos que habían subido con Jesús aquella montaña alta. La reacción que tenemos cuando nos sentimos a gusto en un lugar, sobre todo después quizás de un esfuerzo grande y llega el momento de relax, de descanso, de pausa, de silencio después de la algarabía.

En las carreras locas en que muchas veces vamos por la vida que parece que nunca tenemos tiempo para detenernos si un día llega ese momento en que podemos parar y relajarnos, ya no queremos salir de allí; ansiamos esos momentos como los de gran felicidad, aunque no siempre sabemos aprovecharlos. Quizá son esos momentos que tantos deseamos en medio de los problemas de la vida, los momentos que buscamos aunque algunas veces los tenemos más cerca de lo que pensamos cuando la vida se nos desestabiliza y perdemos la rutina de lo que veníamos haciendo un día y otro.

Deseamos quizás ese momento que nos ayude a pensar, lo tenemos a mano, pero seguimos buscando otras rutinas u otras carreras como las que siempre habíamos vivido y no aprovechamos las oportunidades que se nos ofrecen que quizá podrían ser un buen arranque para un cambio a mejor en la vida. En los últimos meses la vida, la situación que hemos vivimos y seguimos viviendo nos obligó a hacer paradas, a dejar a un lado esas carreras locas, pero buscábamos quizá en qué entretenernos y no hemos sabido sacarle jugo a toda esta situación. Pero quizá seguimos diciendo ¡qué bien se está aquí si esto durara!

Me estoy haciendo toda esta reflexión a partir de esa frase que le salió espontánea a Pedro cuando contempló aquellos momentos de gloria en el Tabor, que también le llenarían de mucha paz en el corazón. Jesús se los había llevado a aquella montaña alta, haciendo una pausa en aquel caminar de un lado para otro en medio de las llanuras y aldeas de Galilea, porque al manifestarles su gloria en la transfiguración aquello podía ser un buen punto de partida para que terminaran de comprender todo el Misterio de Dios que en El se manifestaba y que fuera además preparación para los momentos duros que se avecinaban en la cercana pascua en Jerusalén.

Aquello  había sido un momento, un momento importante, pero por muy bien que estuvieran no se podían quedar allí. Había que seguir el camino hasta la Pascua, había que bajar de nuevo de la Montaña de la Transfiguración porque tendrían que llegar a la montaña de la pascua, de la pasión y de la muerte para poder finalmente contemplar la gloria de la resurrección de la que ahora estaban como pregustando sus mieles. De alguna manera para los discípulos era incierto lo que se avecinaba, aunque Jesús bien sabía cuál era el camino.

Como nosotros que seguimos en el camino de la vida, volviendo quizá a los mismos caminos y viéndonos obligados a emprender otros distintos. Es lo que tenemos que descubrir, es a lo que tiene que ayudarnos este parón que en la vida estamos haciendo. El camino que iban a recorrer Jesús y sus discípulos hasta llegar al calvario y a la mañana del sepulcro vacío realmente para ellos iba a ser un camino nuevo. Jesús les estaba preparando porque tras la pascua vendría el envío, y sí que tendrían que emprender nuevos caminos iluminados solo por la fe.

¿No necesitaremos nosotros también esa luz de la fe? Cuantos nuevos horizontes pueden aparecer en nuestra vida a donde dirigir nuestros caminos. Y saldremos de estas situaciones, y nos arrancaremos de nuestros problemas, y tendremos en muchas ocasiones que emprender una vida distinta que se nos presenta bastante incierta en las decisiones que tendremos que tomar. Pero la luz del Tabor tiene que seguir iluminándonos en esa bajada de la montaña y ese camino que vamos a realizar y que tenemos que hacerlo con un sentido nuevo.

Cada uno pensemos en nuestra situación, en nuestros problemas, en nuestras dudas y hasta en nuestros miedos, cada uno pensemos en ese camino que el Señor nos está llamando a recorrer.

 


miércoles, 5 de agosto de 2020

Mantengamos viva la humildad y el amor que serán como ese lazo hermoso que nos unirá y nos acercará a Jesús para encontrar la vida y la luz que tanto necesitamos

Mantengamos viva la humildad y el amor  que serán como ese lazo hermoso que nos unirá y nos acercará a Jesús para encontrar la vida y la luz que tanto necesitamos

Jeremías 31, 1-7; Sal.: Jer. 31, 10-13; Mateo 15, 21-28

‘Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo’. Estaban fuera del territorio de Palestina. Por tierras paganas de Tiro y Sidón. Se ha alejado Jesús de su territorio habitual en el centro de Galilea, los alrededores del Mar de Tiberíades y ha llegado a tierra de fenicios, a tierra de paganos. Pero hasta allí ha llegado su fama y una mujer que tiene una hija enferma acude a Jesús. Acude a Jesús y emplea términos propiamente judíos para suplicar a Jesús, lo llama Hijo de David. Y la mujer confía e insiste.

Cuando en otros momentos hemos visto a Jesús tan cercano de los que sufren, como llega hasta donde está aquel de quien nadie se acuerda o se deja tocar el manto por quienes acuden a El con la confianza de solo eso es suficiente para alcanzar la salud que piden, o está dispuesto a ponerse en camino para llegar a la casa donde está el enfermo, como desea con el criado del centurión o como camina con Jairo que le pide por su hija que está en las últimas, nos sorprende en esta ocasión porque desoye la suplica de aquella mujer.

Cuando los discípulos se convierten incluso en intercesores, al menos quizás por quitarse de encima la cantinela de aquella mujer, Jesús responderá que solo ha sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Será lo que en otro momento le escuchamos recomendar a los discípulos cuando los envía con su poder a predicar por delante de El. En el dialogo que establece finalmente entre aquella mujer y Jesús será ese también el sentido de sus palabras utilizando incluso el lenguaje duro que empleaban los judíos para referirse a los gentiles. Pero aun así vemos que Jesús escucha. Si surge aquel dialogo en que se pone a prueba la fe de aquella mujer será porque Jesús está viendo más adentro que nosotros y sabe de la fe de aquella mujer. Así lo alabará finalmente, ‘grande es tu fe’.

Hay momentos en que se nos hace largo el tiempo de la prueba. Parece que no terminamos de ver la luz al final del camino o los tropiezos que encontramos en el camino se hacen interminables. Como cuando vamos por una carretera peligrosa y en malas condiciones de viabilidad, en medio quizá de barrancos y precipicios y aunque el trayecto no ha sido largo en distancias, sin embargo se nos hace interminable en el tiempo porque nos parece que en cualquier momento todo  nos va a fallas y nos vamos a ir por el precipicio.

Son en muchas ocasiones los problemas en los que nos vemos envueltos a nivel familiar o a nivel laboral a los que nos cuesta encontrar salida, serán las enfermedades donde avanzamos y retrocedemos una y otra vez en ese ansiado camino de curación, ya sea en lo que pasamos nosotros, ya sea en lo que contemplamos en seres queridos, en amigos o en personas cercanas a nosotros que vemos luchando con la enfermedad con deseos de vida, serán los momentos de crisis que se puede estar pasando en la sociedad como la misma situación que estamos atravesando que parece que se hace interminable.

Son momentos difíciles, momentos de oscuridad, momentos de silencio como respuesta a nuestros gritos, serán momentos en que quizás nos vemos solos porque los apoyos que deseamos parece que han desaparecido. Pero es el momento de no tambalear en nuestra fe aunque se nos hace difícil. Queremos poner toda confianza en Dios porque sabemos que El tiene para nosotros una respuesta que tanto nos cuesta escuchar. ¿Seremos capaces de mantener la confianza de aquella mujer fenicia que acudía a Jesús con insistencia aunque pareciera que Jesús se hacia oídos sordos a su súplica?

Al final escucharemos esa palabra tan confortadora de Jesús. ¡Qué grande es tu fe! Mantengamos viva la humildad y el amor  serán ese anillo o ese lazo hermoso que nos unirá y nos acercará a Jesús para encontrar esa vida y esa luz que tanto necesitamos.


martes, 4 de agosto de 2020

Hacer las cosas porque siempre se ha hecho así o porque son las costumbres que nos enseñaron se nos puede quedar en un ritualismo tan vacío como el lavarse las manos para los fariseos


Hacer las cosas porque siempre se ha hecho así o porque son las costumbres que nos enseñaron se nos puede quedar en un ritualismo tan vacío como el lavarse las manos para los fariseos

Jeremías 30, 1-2. 12b-15. 18-22; Sal 101; Mateo 15, 1-2. 13-14

En los momentos que vivimos parece que se ha puesto de modo de nuevo el lavarnos las manos para todo; nos encontramos en la entrada de cualquier establecimiento o de cualquier lugar publico el gel que se nos facilita para que podamos realizar ese preceptivo lavado de manos. Como si no nos hubieran enseñado desde pequeños que tenemos que ser limpios y tenemos que lavarnos frecuentemente las manos. Ahora con el tema de la pandemia y la prevención con que hemos de actuar – lo que parece muy conveniente y necesario – se ha convertido en norma de obligado cumplimiento. ¿Podríamos llegar a convertirlo hasta en un rito religioso?

Bueno, eso es lo que parece que pasaba en tiempos de Jesús. Lo que era una norma higiénica necesaria, pensemos que en su origen el pueblo hebreo era un pueblo nómada y trashumante que andaba por los desiertos de un lugar para otro, en contacto con sus ganados porque esa era su principal actividad; necesarias eran esas normas de higiene que habría que imponer de la forma que fuera necesario, pero que vemos como luego llegaron a convertirse en unos ritos relacionados con la impureza o no impureza que les permitía o no acercarse a lo sagrado. Ahora estaban los fariseos tan rigoristas que hacían tanto hincapié en la pureza o la impureza y para quienes tocar cualquier cosa que estuviera manchada de alguna forma se consideraba causa de esa impureza.

Es lo que ahora vienen reclamando a Jesús.  Sus discípulos no se lavan las manos. El ritualismo con que vivían la vida les hacia aferrarse a esas cosas como ritos, pero que luego estaban tan lejos en su corazón de vivir una verdadera pureza y santidad de vida. Y Jesús es tajante en su respuesta. No es lo que entra de fuera lo que hace impuro al hombre, sino que es lo que sale del corazón, de un corazón lleno de maldad, lo que verdaderamente mella la santidad de vida que hemos de vivir. Apegados a su ritualismo no lo entienden, y como le dicen los discípulos a Jesús, los fariseos se han escandalizado con la respuesta que Jesús les había dado. Les parece que Jesús no le da importancia a aquellos ritos que estaban prescritos en la ley de Moisés. Como responde Jesús ahora son ciegos que no quieren ver.

¿Andaremos nosotros cegados de la misma manera? porque eso es lo que ahora tenemos que preguntarnos. No se trata ahora de unas costumbres o de unos ritos, no se trata de unas normas para una buena convivencia o con lo que queremos cuidar nuestra salud, sino de lo que en verdad llevamos en el corazón.  Algunas veces nos hemos hecho también una religión de ritos y de costumbres, que hacemos una serie de cosas porque como decimos tantas veces ‘siempre se ha hecho así’, o son las costumbres que nos enseñaron. ¿Y nuestro corazón donde está cuando realizamos esas cosas?

Por ejemplo, los cristianos celebramos el día del Señor y lo hacemos el domingo porque recordamos el día en que resucitó el Señor; para nosotros se ha convertido en un precepto la asistencia a la Misa dominical y los que decimos que queremos ser buenos cristianos no podemos dejar de pasar un domingo sin nuestra participación en la Eucaristía dominical. Es justo, es necesario, es importante en nuestra vida que celebremos nuestra fe y que lo hagamos en la comunidad y con la comunidad y por eso nos reunimos el día del Señor.

Pero quizá tendríamos que detenernos un poco a pensar cómo lo hacemos, cómo vivimos esos momentos, ¿nos contentamos con nuestra asistencia, con el rito de la celebración o hay una vivencia más profunda desde lo hondo del corazón? No se nos puede quedar para que sea auténtico simplemente en el cumplimiento de un precepto; el precepto nos ayuda, nos educa, nos hace entrar en la dinámica, pero no se nos puede quedar en el ritualismo, tenemos que poner vida, poner todo nuestro corazón en lo que hacemos para que sea en verdad vida para nosotros.


lunes, 3 de agosto de 2020

Detrás de las experiencias fuertes nos pueden venir las turbulencias de la vida que nos desestabilizan pero hagámosle sitio a Jesús en la barca de nuestra vida

Detrás de las experiencias fuertes nos pueden venir las turbulencias de la vida que nos desestabilizan pero hagámosle sitio a Jesús en la barca de nuestra vida

Jeremías 28, 1-17; Sal 118; Mateo 14, 22-36

La experiencia que habían vivido allá en el descampado será algo para nunca olvidar. Aquella multitud que había comido aquel pan multiplicado y compartido milagrosamente desde la inmensa compasión que desbordaba del corazón de Cristo. No solo habían sido muchos los que se había curado con la presencia de Jesús y su amor misericordioso sino que hambrientos de pan pero también de paz y de esperanza en Cristo se habían saciado plenamente. Y aquello lo habían vivido en primera persona aquel grupo de los discípulos a los que Jesús les había dicho que les dieran de comer, aunque solo tuvieran cinco panes y dos peces.

Pero algunas veces tras las experiencias fuertes nos quedamos como aturdidos, sin terminar de comprender y asimilar todo lo que se ha vivido y vienen los momentos posteriores que en cierto modo pueden ser de turbulencia interior, con interrogantes, con dudas,  con cosas que se vuelven oscuras y no se terminan de ver con claridad, que pueden en cierto modo hasta desestabilizarnos para parecer que nos hundimos ante tanta inmensidad.

Lo que nos narra hoy el evangelio sucedido en el lago después del milagro de la multiplicación de los panes puede ser signo de cuanto en nuestro interior nos sucede y camino que nos lleve a buscar donde encontrar la verdadera seguridad. De entrada quizás los mismos discípulos no terminaran de entender el apremio de Jesús para que subieran en la barca y atravesaran el lago. Pero la travesía comenzó a hacérseles costosa; las aguas del lago andaban revueltas, el viento lo tenían en contra y por más que lucharan contra los elementos no lograban avanzar. Como esos espejismos que aparecen en las travesías de los desiertos o en la misma oscuridad de la noche del lago o del mar, creen ver fantasmas porque contemplan a Jesús que camina sobre las aguas. Comienzan las dudas y los temores, el miedo va a apoderándose de su espíritu y ya no saben si ponerse a gritar o querer ellos caminar también sobre el agua.

‘Soy yo, no temáis’, les dice Jesús que les está saliendo al encuentro en medio de aquellas turbulencias que eran más en sus espíritus que lo que pudiera estar sucediendo en el lago. Pero la duda persiste y Pedro pide pruebas porque él también quiere caminar sobre el agua.  Como en las turbulencias de la vida nos gustaría caminar sobre el agua, sobre todos esos problemas como si a nosotros no nos afectaran; es el milagro que siempre pedimos, las cosas extraordinarias que nos gustaría que sucedieran para vernos libres de esas pesadillas que nos acosan. ¿No lo estaremos pidiendo también ahora en la situación concreta en que vivimos donde no sabemos como vamos a salir de estas crisis y de estas pandemias? Pero será otra la manera cómo el Señor se nos manifestará en nuestra vida, y tenemos que descubrirlo.

Jesús le tiende la mano a Pedro que se hundía, ellos le hacen sitio en la barca y ya Jesús está con ellos y parece que todo de nuevo ahora sí vuelve a la calma. ¿Tendremos que hacerle sitio a Jesús en la barca de nuestra vida? ¿Tendremos que aprender ir nosotros hasta Jesús para estar de nuevo con El en su barca y nuestra vida se llene de nueva luz? ‘Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?’ recrimina Jesús a Pedro, a los discípulos y a nosotros también.

Demasiado queremos remar en la vida a nuestro aire, a nuestra manera, solo con nuestras fuerzas y nos olvidamos que el verdadero navegante es el Señor y es El quien nos enseña y quien nos da fuerza. Se nos pasa desapercibido un detalla de este evangelio y es que cuando Jesús apremió a los discípulos a que se subieran a la barca para atravesar el lago, Jesús se fue a la montaña El solo a orar. ¿Cuándo aprenderemos a irnos a la montaña con El? Estos próximos días de nuevo se nos va a recordar esa subida a la montaña para orar.


domingo, 2 de agosto de 2020

Quien de verdad es compasivo en su corazón jamás pasará de largo ante el sufrimiento de los demás siendo capaces de poner a disposición los cinco panes de nuestra pobreza

Quien de verdad es compasivo en su corazón jamás pasará de largo ante el sufrimiento de los demás siendo capaces de poner a disposición los cinco panes de nuestra pobreza

 Isaías 55, 1-3; Sal 144; Romanos 8, 35. 37-39: Mateo 14, 13-21

Quien de verdad es compasivo en su corazón jamás pasará de largo ante el sufrimiento de los demás. Creo que el evangelio que hoy se nos ofrece en la liturgia y escuchamos es buena prueba de ello. El que verdaderamente es compasivo es aquel que sabe ‘padecer con’ porque sabe sentir como propio el sufrimiento del hermano; es algo más que decir ‘pobrecito’ en esa palabra que llamamos compasiva y que nos puede salir como espontánea ante el sufrimiento que contemplamos. Podemos decir pobrecito pero lo vemos separado de nosotros, lejano de nuestra vida, y se trata de algo más porque sufrimos en nuestro corazón el sufrimiento de los otros. Y como decíamos, no podemos pasar de largo que si nada hubiéramos visto o como si nada hubiéramos sentido.

Es lo que vemos que le sucede a Jesús cuando llega a aquel lugar que había buscado por apartado y descampado, pero que se encuentra con una muchedumbre que está esperándolo. Sintió compasión, dice el evangelista, se le enternecieron las entrañas, los amaba con un amor salido de sus entrañas de lo más hondo de si mismo, y nos dice el evangelista que se puso a curar. No tenía prisa, quería llegar a todos y para cada uno quería tener su palabra o su gesto de amor. Se le pasó el día, porque suponemos por lo que nos viene narrando el evangelio que llegaría a aquel lugar en la mañana o el mediodía. Pero comenzó a caer la tarde y seguía derramando amor.

Como se hace tarde son los discípulos los que vienen a decirle a Jesús que despida a la gente para que puedan llegar a algún lugar donde encuentren qué comer. Algo de aquel amor se estaba contagiando también en el corazón de los discípulos, porque ya están atentos a las horas y a las necesidades de aquella gente. Pero aun les falta algo. Es por eso que Jesús les dice: ‘Dadle vosotros de comer’.

¿Qué podían ellos ofrecer si solo llevaban sus pobres provisiones? Por eso su preocupación es que lleguen a algún sitio donde puedan encontrar.  Pero la indicación de Jesús es tajante. ¿Han comenzado a sentir compasión por aquellas gentes? No pueden pasar de largo. Estaban haciendo un análisis bien hecho, porque incluso vendrían diciendo que había quien tenía cinco panes y dos peces.

Pero la compasión no es un análisis frío. Tantas veces nosotros actuamos así. Son tantos los problemas, es tanta la gente que pide porque pasa necesidad, la situación por la que estamos pasando es grave y es difícil poder llegar a todos, tenemos que buscarnos prioridades, todo eso está en estudio porque hay que analizarlo bien, son respuestas que escuchamos o que damos. Y mientras, allí está el sufrimiento, la angustia, la necesidad, la soledad, el abandono. Y parece que nos quedamos tan insensibles que nos vamos a casa y ya le daremos solución otro día. Es duro pensar en todo esto, pero hay que pensarlo.

Aquella compasión que como una llama viva estaba ardiendo en el corazón de Cristo pronto comenzó a extender sus llamaradas. El fuego se contagia y se difunde, así el amor compasivo. Por eso, como un signo, como una señal aparecerá aquel muchacho con aquellos pocos panes y peces, aunque se sabía que no eran nada para tantos. Pero allí están a los pies de Jesús y aquel pan comienza a multiplicarse en la medida en que se comparte y todos comerán y hasta sobrarán doce cestos de panes que se recogen para que no se pierdan.

Son las maravillas del amor. Son las maravillas que hace el Señor cuando nos dejamos contagiar por su amor. Es el milagro de la multiplicación de los panes como así lo llamamos y lo de menos es como se haya realizado, porque lo importante es haberse contagiado de la compasión y del amor del Señor. Y eso es lo que nosotros necesitamos. Como se suele decir, otro gallo nos cantaría.

Claro que si que emplearemos todos los medios técnicos o científicos que estén a nuestra mano para conocer la realidad. Pero bien sabemos que no se trata de números sino de personas, no son solo unas estadísticas que podemos elaborar para un análisis de causas y de soluciones, pero en todo esto hay que poner algo más. No nos puede faltar la compasión verdadera, no nos puede faltar el espíritu del amor. Y entonces sentiremos también esa angustia en nuestro corazón, y no nos podremos quedar quietos ni pasar de largo porque haya otras muchas cosas que hacer.

Hoy la Iglesia está queriendo dar esa respuesta del amor, de la compasión y de la misericordia ante el mundo atormentado por el sufrimiento que nos rodea, pero quizá nos falta que todos los cristianos nos impliquemos más; no podemos contentarnos con una limosna que damos un día o una aportación que hagamos a las obras de caridad de nuestra parroquia.

Tenemos más que ponernos en camino para ir al encuentro de esos hermanos que sufren, tenemos que dejarnos encontrar como se dejaba encontrar Jesús y hoy lo hemos escuchado en el evangelio, tenemos que salirnos con arrojo y valentía de nuestras seguridades, tenemos que abrir más nuestro corazón para que en él quepan todos, para hacerle un lugar al sufrimiento de los demás, para sintonizar mejor con la compasión del Señor. Será la pobreza de solo los cinco panes que tenemos lo que llevemos, pero sabemos bien como en el Señor se multiplicarán.