sábado, 1 de agosto de 2020

Herodes hizo callar la voz que denunciaba la corrupción de su vida y quizá nosotros queremos hacer callar también voces proféticas que nos denuncian el mal de nuestro mundo

Herodes hizo callar la voz que denunciaba la corrupción de su vida y quizá nosotros queremos hacer callar también voces proféticas que nos denuncian el mal de nuestro mundo

Jeremías 26, 11-16. 24; Sal 68; Mateo 14, 1-12

Vamos de bravos por la vida, derrochando palabras, derrochando promesas, queriendo ser los protagonistas de todo, porque a todos queremos agradar o con todos queremos quedar bien y quizás al final tenemos que comernos nuestras palabras. No todo aquello que en nuestra verborrea decíamos era verdad o era cierto tal como nosotros lo presentábamos, pero queríamos quedar de listos, ni aquellas promesas las pudimos cumplir. Queremos quedar bien, cuando no nos queda más remedio que reconocer que nos equivocamos o que no podíamos prometer lo que prometíamos y al final aparecen las corruptelas, las cobardías, el olvido de principios y la rectitud y honradez desaparecen de nuestras vidas. Las fantasías en que queremos vivir, la vanidad de la que nos rodeamos terminan por cegarnos y como se suele decir no es oro todo lo que reluce.

Lo vemos en la vida social, lo vemos en tantas carreras políticas, lo vemos en quienes tienen unas responsabilidades, pequeñas o grandes, en nuestra sociedad que quiere se quiere quedar bien pero cuántos caminos oscuros y retorcidos quedan por debajo que muchas veces aparecen también; cuidado que todos nos podemos contagiar; ahora se habla mucho de las cloacas, esos caminos subterráneos por donde lo que corre siempre es basura, por decirlo con palabras suaves.

¿Aprenderemos la lección algún día? ¿Seremos capaces de recapacitar para dejarnos de tantas cobardías y de tantas trampas en las que nos metemos? El testimonio bien negativo de Herodes con el martirio del Bautista que hoy se nos ofrece en el evangelio tendría que hacernos recapacitar.

Por supuesto brilla y con una luz bien propia y bien fuerte el testimonio de rectitud, de fidelidad a unos principios y valores, la humildad con la que se manifiesta su grandeza en Juan Bautista, que no temió al tirano y fue capaz de denunciar la falsedad de la vida de Herodes, que no temió a quienes podían atentar contra su vida y fue fiel hasta la muerte, una muerte inocente y causada por el resentimiento de quien veía retratado su mal y su pecado en las palabras del profeta y por la inmoralidad y la cobardía de Herodes que antepuso el quedar bien ante sus invitados a lo poco de honradez que podía quedar en su vida.

 Por el contrario tenemos el testimonio de Herodes reflejo de una vida que cae por la pendiente de la inmoralidad, llena de cobardías y de sombras como tantas que vemos en nuestro entorno y en las cuales nosotros podemos caer también. Reconozcamos que no podemos tirar la primera piedra porque muchas veces también nuestra vida se nos llena de sombras en tantas vanidades que alimentan nuestro ego, en tantas cobardías que nos coartan para que seamos capaces de dar la cara siempre por lo bueno, o en tantas oscuridades que allá en nuestro interior calladamente llevamos pero que en un momento de sinceridad tenemos que ser capaces de reconocer.

También como Herodes o como Herodías tantas veces podemos sentir la tentación de hacer acallar aquellas voces que proféticamente nos denuncian los males en los que podemos caer. Por una parte reconocemos que no nos gusta que nos digan la verdad pero también como sociedad nos hacemos oídos sordos a esas voces que surgen señalándonos el mundo injusto en el que vivimos y que tendríamos que tener el valor de querer cambiar o que nos hablan de esa destrucción de nuestro mundo que entre todos estamos realizando cuando no cuidamos ese planeta en que vivimos y que está en nuestras manos cuidarlo.

Preferimos quizás decir que son esnobismos de gente soñadora que detenernos a mirar esa cruda realidad de destrucción a la que estamos abocados. ¿Callamos la voz del profeta porque no queremos enterarnos de la realidad? Herodes hizo callar la voz del Bautista porque le molestaba.


viernes, 31 de julio de 2020

Quitemos los filtros de nuestros prejuicios que pueden enturbiar la imagen que hemos de descubrir en los demás como la imagen que nos hacemos de Jesús

Quitemos los filtros de nuestros prejuicios que pueden enturbiar la imagen que hemos de descubrir en los demás como la imagen que nos hacemos de Jesús

Jeremías 26, 1-9; Sal 68; Mateo 13, 54-58

Algunas veces nos parecen extrañas las actitudes que vemos que toman muchos judíos hacia Jesús, pero quizá idealizamos o mitificamos tanto los pasajes evangélicos, teniendo en cuenta nuestra fe o lo que nosotros ya sabemos en torno a los acontecimientos que nos narra el evangelio que olvidamos que nosotros en nuestra vida ordinaria actuamos de una manera muy semejante.

Hoy hemos escuchado la reacción de las gentes de Nazaret hacia la figura de Jesús; admiración llena de orgullo primero porque era uno de los suyos, allí se había criado Jesús y estaban sus parientes, pero eso mismo les hace ir cambiando su actitud porque en Jesús les cuesta reconocer lo que les está presentando; y es también un orgullo pueblerino el que les hace reaccionar porque cómo les va a venir a enseñar a ellos uno que conocieron desde siempre y que allí están sus parientes. 

Como nos sucede tantas veces a nosotros sentimos el orgullo cuando alguien del pueblo destaca en algo, pero pronto aparecen las inquinas, las desconfianzas, el comenzar a mirar con lupa lo que hace, o poner dobles intenciones o intenciones ocultas en aquel que está sobresaliendo y o terminamos por relegarlo y olvidarlo, o tratamos quizá de quitarlo de en medio. Cuantos filtros de prejuicios ponemos por medio en nuestra mirada hacia los demás.

Es la reacción que vemos en la gente de Nazaret con Jesús y aquí podemos unir los dos relatos, el que hoy hemos escuchado del evangelio de Mateo o el que con más frecuencia quizá escuchamos del evangelio de Lucas que tiene quizá una extensión y amplitud mayor. Pasan de la admiración a la desconfianza. Primero se admiran de su sabiduría, pero pronto se preguntan donde ha aprendido todas esas cosas; anhelan quizá que en su pueblo se realicen los milagros que le han dado fama en otros lugares, pero ahora no tienen quizá la humildad de presentar de verdad su mal o sus enfermos para que Jesús los cure, y terminan rechazándolo.

Ningún profeta es bien mirado en su patria, sentenciará Jesús. Y bien sabemos que es sentencia que se repite con frecuencia, porque ya sabemos como somos para minusvalorar a los que son cercanos a nosotros, o a los que no se presentan orgullosos y queriendo arrebatarlo todo. La humildad de los que son sencillos pero que quizá podrían realizar maravillas en nosotros no la tenemos en cuenta, sino que parece que más bien nos vale para hundir más a las personas de nuestro entorno.

¿Qué buscaban aquellas gentes en Jesús? ¿Qué buscaban quizá sus propios convecinos los que vivían en Nazaret, el pueblo en que había crecido Jesús? Claro que igualmente nosotros tenemos que preguntarnos también, ¿qué buscamos o qué queremos descubrir en Jesús? ¿Qué es lo que aceptamos de cuanto nos ofrece, nos dice o nos enseña, nos regala con su gracia y por la fuerza de su Espíritu? Porque también algunas veces podemos cegarnos nosotros y no terminamos de llegar a conocer a Jesús. ¿Cuál es la actitud humilde con que hemos de acercarnos a Jesús?

Y es que todo eso puede estar reflejando cuales son las actitudes con que nos acercamos a los demás. Eso que hacemos en la vida de cada día, de acogida o no de los que nos rodean, de aceptación y valoración de los que están a nuestro lado, ese respeto humilde con que nos acercamos a los demás valorando en verdad sus personas, es el camino habitual que tomamos o deberíamos de tomar cuando también buscamos a Jesús.

Igual que tenemos que aprender a descubrir el misterio de cada persona, tenemos que saber descubrir el misterio de salvación, el misterio de Dios que en Cristo Jesús se nos manifiesta. Hay una profunda interrelación entre una cosa y otra, porque descubrir el valor de la otra persona es llegar a descubrir también el misterio de Dios que en ella se nos manifiesta. Y no siempre sabemos descubrirlo porque, como hicieron los convecinos de Jesús de Nazaret, también nosotros ponemos nuestros filtros, los filtros de nuestros prejuicios, que pueden enturbiar esa imagen que tenemos que descubrir en los demás y también en Jesús.


jueves, 30 de julio de 2020

Aprendamos también a valorar todo lo bueno de los demás para que unido a los valores que nosotros ofrecemos entre todos logremos construir un mundo mejor

Aprendamos también a valorar todo lo bueno de los demás para que unido a los valores que nosotros ofrecemos entre todos logremos construir un mundo mejor

Jeremías 18, 1-6; Sal 145; Mateo 13, 47-53

Los más mayores quizá lo recordamos mejor, a nuestra madre cuando éramos pequeños y nos sacaba la ropa que habíamos de ponernos; según las circunstancias, según el día o lo que fuéramos a hacer ese día, nos sacaba una ropa u otra; quizás nosotros apetecíamos mejor aquella ropa nueva que recién se había hecho porque nos veíamos muy bien con ella, pero nuestra madre nos ofrecía otras piezas que pudieran estar más desgastadas o descoloridas, pero que había que aprovechar; sabia nuestra madre administrar bien lo que teníamos – fueron años, recordamos los mayores, de mayor penuria que lo que ahora podamos estar pasando a pesar de que digamos que estamos en tiempos difíciles – y con esa visión sabia de madre nos hacía ponernos, no nuestro capricho, sino lo que mejor convenía, aprovechando el uso también de aquello que nos pareciera que no era tan nuevo pero a lo que había que sacarle partido.

Me ha venido este recuerdo por esas palabras finales de Jesús con las que concluye el evangelista el relato de ese conjunto de parábolas sobre el Reino de Dios en este capítulo 13 del evangelio de Mateo. Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo’. Esa sabiduría que necesitamos para saber discernir en todo momento, para apreciar todo lo nuevo y la riqueza que significan los valores del Reino de Dios que nos presenta Jesús, pero que en medio de la vida y en aquellos que nos rodean también hemos de saber descubrir y valorar lo bueno que siempre hay en el corazón de toda persona.

Todos estamos llamados a vivir el Reino de Dios, por eso hemos visto como la semilla se sembraba a discreción y abundancia tratando de hacerla llegar a todas partes, aunque quizá las condiciones del terreno no fueran buenas, como hemos visto estos días, o aunque se mezclara con las malas hierbas de las cizañas que veríamos crecer juntos. Hoy nos ha hablado también de la red echada al mar y que puede arrastrar para la pesca a toda clase de peces. Luego se irán decantando quienes en verdad optan por vivir los valores del Reino de Dios y quienes quizá quieran excluirse.

Pero creo que en el fondo está esa enseñanza de Jesús a la que ya hemos hecho mención, de que hemos de aprender a descubrir y valorar todo lo que sea bueno en los demás. Juntos queremos construir un mundo nuevo y en esa tarea nos sentimos comprometidos todos; no somos solo nosotros, los seguidores de Jesús, los que estamos aportando nuestros valores para la construcción de ese mundo nuevo, sino que junto a nosotros hay otros muchos que desde sus maneras de pensar y de ver las cosas, desde sus propias ideologías y planteamientos están queriendo poner su grano de arena.

Ya es hora que dejemos atrás esos exclusivismos que nos llevan a rechazar lo que los otros hacen, aunque sigue siendo una tendencia muy fuerte en nuestra sociedad; ya es hora que aprendamos a valorar lo bueno que han hecho o que hacen los demás para conjuntarlo con lo que todos hacemos y entre todos hagamos ese mundo mejor. Es una lástima cómo tantas veces destruimos lo que los otros hacen simplemente porque no lo hemos hecho nosotros, lo vemos demasiado en la vida social y política de nuestra sociedad. ¿Es que los demás no pueden tener tantas buenas ideas como las que nosotros tenemos? ¿Por qué no conjuntamos fuerzas entre todos para saber construir juntos?

Siguiendo la imagen de la madre, como decíamos al principio, que sacaba en cada momento la ropa que mejor nos podía valer según las circunstancias, recordamos cómo conjuntaba unas piezas y otras para hacernos vestir de la mejor manera; no todo se tiraba porque fuera más viejo o fuera de otro estilo, sino que sabia sacarle buen rendimiento a lo poco que teníamos. Así tendríamos que ser más en la vida, así tendríamos que saber hacer nosotros que con sana libertad y respeto ofrecemos desde nuestra fe y nuestros valores nuestro grano de arena, pero aprendemos a valorar también el grano de arena que puedan ofrecer los demás. Cuanto mejor estaríamos haciendo nuestro mundo entre todos.



miércoles, 29 de julio de 2020

Aunque nos quejemos a veces de la ausencia de Dios en nuestras dificultades pensemos en quien estuvo a nuestro lado y fue signo de la presencia de Dios en ese momento difícil


Aunque nos quejemos a veces de la ausencia de Dios en nuestras dificultades pensemos en quien estuvo a nuestro lado y fue signo de la presencia de Dios en ese momento difícil

Jeremías 15, 10. 16-21; Sal 58; Juan 11, 19-27
‘Señor, si hubieras estado aquí…’ Es la queja dolorida. Eran amigos. Muchas veces Jesús y los discípulos habían estado en aquella casa de Betania donde con tanto calor humano eran recibidos. ¿Quizás nació la amistad del hecho de que aquel hogar estaba junto al camino que subiendo del valle del Jordán conducía a Jerusalén? Muchos peregrinos hacia la ciudad santa se habrían detenido al frescor de aquel patio y con el alivio del agua fresca del pozo de aquella casa. Bien que era de agradecer tras la dura subida y la larga caminata desde la lejana Galilea por el valle del Jordán.
Era la hospitalidad que también había acogido a Jesús y los discípulos de manera que eran considerados los amigos de Jesús. Por eso quizás les había dolido que habiéndole avisado que su amigo estaba enfermo Jesús no llegara a tiempo a aquella casa donde con tanta hospitalidad le habían acogido. Por otra parte sabemos que Jesús se había quedado unos días más cuando recibió la noticia. Ahora llevaba ya cuatro días enterrado. Y es la queja de las hermanas. Es la queja pero detrás no falta una fe y una esperanza.
‘Si hubieras estado aquí…’ ¿Dónde está Dios? nos preguntamos nosotros algunas veces. Y será la enfermedad, será la muerte de un ser querido, serán los problemas que vamos encontrando en la vida, serán los fracasos de las cosas que no nos salen, será el mal que contemplamos alrededor, será el sufrimiento de tantos, será el hambre y la miseria que encontramos en un mundo que nos parece injusto y aparece un vacío en nuestro interior, y surgen las dudas y los interrogantes, y nos parece que hay una ausencia de Dios porque quizá nos parece que ya no nos escucha.
Cosas que nos hacen dudar, el mundo se nos vuelve muchas veces oscuro y frío, vamos dando tumbos de aquí para allá y nos cuesta encontrar salidas, descubrir rayos de luz que nos alienten o nos llenen de esperanza, encontrar respuestas porque hasta dudamos de nuestra propia fe, porque quizá nos hemos materializado tanto que hemos perdido un sentido de trascendencia y ya no nos aparece por ninguna parte la esperanza, porque al final terminamos sintiendo con tantos que nos rodean indiferentes a lo religioso, sin ser capaces de abrir su corazón a Dios.
En nuestros apuros y angustias quizá comenzamos a pedir la presencia de Dios, el milagro de Dios que nos hiciera salir de esas situaciones amargas por las que estábamos pasando y como el milagro no se produjo cuando nosotros queríamos y de la manera que nosotros queríamos, comenzó también a aparecer la rebeldía en nuestro corazón. Cuantas veces caemos en esa pendiente que nos puede llevar a la increencia porque queríamos el milagro fácil, pero Dios tenia otra manera de manifestársenos que nosotros no supimos ver.
Hoy escuchamos aquella queja de Marta, como sería también después la de su hermana María, pero nos queremos fijar que a pesar de todas las amarguras, tristezas y lágrimas que embargaban su corazón no les faltaba la fe y la esperanza. Ya lo mencionamos. Jesús escucha en silencio y no busca palabras para la réplica o disculpa ante aquellas quejas. Jesús solo tiene palabras que anuncian la vida y que quieren despertar de verdad la esperanza. ‘Tu hermano resucitará’, le dice. Pero ante la manifestación de la esperanza en la resurrección final que Jesús le dice que quien tiene fe en El aunque muera vivirá. ‘Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre’.
Jesús está ahí, y aunque muchas veces en nuestras obnubilaciones no seamos capaces de verlo su presencia no nos faltará. ‘Estaré con nosotros hasta el final de los tiempos’ nos anunciaría luego en el evangelio. Por eso tenemos que saber descubrir y sentir siempre su presencia porque El no nos falla. Los cielos y la tierra se caerán pero su palabra se cumplirá. Pero cuidado como le busquemos porque El tiene unas maneras muy peculiares de manifestarse y hacerse presente junto a nosotros. Nosotros pedimos el milagro que nos solucione las cosas, pero El nos da la fuerza de su Espíritu para que sepamos vivir aquella situación por la que pasamos de una forma distinta. Y puede llegar a nosotros por distintos caminos, en los mismos acontecimientos que nos suceden, en personas que pone a nuestro lado, en tantas señales y huellas que nos va dejando de su presencia.
Pensemos que nosotros mismos podamos ser en algún momento signo de su presencia para los demás cuando nos acercamos a aquel que sufre o que está solo, cuando damos el vaso de agua o tendemos la mano para ayudar a levantarse al caído o a caminar al que se siente imposibilitado. Pues recordemos en esos momentos difíciles quien estuvo a nuestro lado y fue signo de esa presencia maravillosa del Señor con la que nos sentimos fuertes a pesar de nuestras debilidades y de nuestras oscuridades.
Hoy hemos roto el ritmo de las lecturas del tiempo ordinario porque en la liturgia celebramos a santa Marta y mucho tiene que decirnos y enseñarnos esa santa mujer con su hospitalidad, con sus dudas y con sus penas, pero también con su firme esperanza y confianza en el Señor.

martes, 28 de julio de 2020

Crecen juntos en nuestro mundo el trigo y la cizaña pero también sucede en nuestro interior y tenemos que superarnos para lograr ese mundo mejor


Crecen juntos en nuestro mundo el trigo y la cizaña pero también sucede en nuestro interior y tenemos que superarnos para lograr ese mundo mejor

Jeremías 14, 17-22; Sal 78; Mateo 13, 36-43
‘Explícanos la parábola de la cizaña en el campo’, le piden los discípulos a Jesús cuando llegan a casa. No les cabía en la cabeza que si se había sembrado buena semilla de donde había surgido aquella cizaña, como no entendían tampoco la actitud del dueño del terreno de no arrancar de forma inmediata la cizaña sino dejarla crecer junto con la buena semilla.
Pero ¿no serán también interrogantes que nosotros tenemos en nuestro interior? No entendemos, decimos, el mal que hay en el mundo. Como solemos decir ¿Por qué hay tanta gente ruin, tanta gente mala? Cuando observamos la violencia que nos rodea, o el sufrimiento de tantos a causa de las injusticias de lo que se creen poderosos, la corrupción que afecta y daño todos los campos de la sociedad en sus diferentes aspectos, también nos preguntamos ¿Por qué? ¿Por qué tanta ambición? ¿Por qué tanta maldad? ¿Por qué tantos deseos de acaparar? Y así seguimos haciéndonos preguntas que parece que no tienen fin, pero peor aun, parece que no tienen respuesta.
Claro que hay una cosa que nos resulta fácil, mirar hacia lo que nos rodea, contemplar en ese mal en nuestro mundo y en nuestra sociedad, o contemplar ese mal en los demás. Nos duele que el mundo sea así, y andemos entremezclados todos, los que nos creemos buenos y a los que consideramos malos. Y es aquí donde quiero incidir.
Miramos hacia fuera, miramos a los demás, pero quizá no somos sinceros para mirarnos a nosotros mismos, para darnos cuenta que esa situación la tenemos en nosotros también, que nos creemos buenos pero también cuantas cosas se nos meten en el corazón, cuanta malicia aflora quizás en nuestra vida y en nuestras relaciones con los demás. Como nos decía san Pablo hacemos el mal que no queremos hacer y no hacemos el bien que queremos.
Cuantos momentos de egoísmo y de insolidaridad, cuantos momentos de orgullo y de soberbia, cuantas vanidades se nos van metiendo dentro de nosotros muchas veces viviendo de apariencias, porque lo que llevamos dentro tratamos de ocultarlo, no reconocerlo delante de los demás, pero ahí está. Necesitamos sinceridad en nuestra vida, sinceridad con nosotros mismos.
Ese campo lleno de buena cimiente, pero en el que aparecen también las malas hierbas no es solo el campo de los demás, no es solo un campo ajeno a nosotros, sino que lo tenemos en nosotros mismos. Y cuando tratamos de ser un poquito sinceros nos damos cuenta de que tenemos que cambiar, y nos hacemos buenos propósitos, y decimos que estamos en el deseo de arrancarnos de esos orgullos o de esas vanidades, pero cuánto nos cuesta. Queremos en momentos de sinceridad esforzarnos pero no terminamos de dar los pasos necesarios. Pero, reconozcámoslo, Dios sigue esperándonos.
Es el mensaje de la parábola, que nos tiene que llevar, es cierto, a una lucha contra el mal, pero también a llenar de misericordia y compasión nuestro corazón, a poner esperanza de que si vamos cambiando nosotros los primeros, estaremos poniendo granitos de arena para construir ese mundo mejor e iremos ayudando también a que cambie nuestro mundo. Esa lucha y ese esfuerzo por superarnos y por ayudar a superarse a los demás tiene que hacernos fuertes. Porque además sentiremos siempre la fuerza del Espíritu del Señor con nosotros.
Es la tarea de superación, de crecimiento interior, de fortalecimiento de nuestra voluntad en la que tenemos que estar empeñados cada día. Y pensemos que si nosotros nos superamos estaremos ayudando a superarse a los demás, porque de alguna manera seremos estímulo y esperanza para los que están a nuestro lado en esa misma lucha. Porque no pensemos que somos nosotros solos, no nos creamos los buenos, hay muchos también a nuestro lado que están en esa tarea de superación y de crecimiento de su espiritualidad. Mutuamente tenemos que ayudarnos y estimularnos.

lunes, 27 de julio de 2020

Qué alimento tan maravilloso se está perdiendo nuestro mundo porque nosotros no nos hemos dejado transformar por la levadura del evangelio




Qué alimento tan maravilloso se está perdiendo nuestro mundo porque nosotros no nos hemos dejado transformar por la levadura del evangelio

Jeremías 13, 1-11; Sal.: Dt 32, 18-19. 20. 21;  Mateo 13, 31-35
Alguien suele decir en su afán por tener todo ordenado, hasta las cosas que nos puedan parecer más insignificantes que ‘hay un lugar para cada cosa y cada cosa tiene su lugar’. No vamos a incidir tanto en el afán del orden cuando en la función que tienen las cosas que aunque nos parezcan pequeñas e insignificantes nos sirven para algo, contribuyen a la belleza del conjunto de la vida y nos pueden producir hondas satisfacciones y hasta alegrías.
¿Quién no se ha quedado como extasiado cuando escucha el trino de los pájaros que saltan y brincan entre las ramas de cualquier arbusto en nuestros prados, o los vemos revoloteando incluso en medio de las hierbas alegrándonos con la música de sus trinos o con el rico colorido de su plumaje? Algo tan natural y tan insignificante en apariencia pero que contribuye a la belleza de la naturaleza y que nos puede producir un sosiego y una paz grande en nuestro espíritu. Y sin embargo preocupados quizás por cosas que consideramos más importantes pasamos de largo y no somos capaces ni de oír el trino de los pájaros ni gozarnos en el colorido de nuestros campos admirándonos también con la belleza de las aves que surcan nuestros cielos. Quizá nos hace falta que un día alguien con alma de poeta nos haga detenernos a escuchar o nos ofrezca una fotografía con tal belleza, mientras lo tenemos delante de nuestros ojos y oídos y no somos capaces de valorarlo.
¿A qué viene todo esto?, me podréis decir, pero fijémonos que me ha hecho pensar en toda esa belleza lo que nos dice Jesús en una de sus parábolas hoy. Habla de la insignificancia de la semilla de la mostaza, pero nos habla de cómo es una planta que crece entre la que podrán revolotear hasta los pajarillos del cielo; y yo ya me sentía escuchando sus trinos. Quizá nos hace falta una cosa así que un día nos llame la atención para que aprendamos a valorar lo pequeño y lo sencillo que da belleza a la vida.
La otra parábola que Jesús nos ofrece hoy habla también de cosas pequeñas o usadas en pequeñas medidas pero que sin embargo hacen fermentar la masa, la levadura para el pan. Si antes nos deteníamos a contemplar la belleza que tendríamos que aprender a observar en nuestro entorno, ahora nos está diciendo como podemos darle vida a lo que hacemos o a lo que vivimos cada día con ese pequeño puñado de levadura. Y ya no es solo esa vida que le damos a lo que hacemos o vivimos, sino la vida que podemos trasmitir a los demás, el sabor nuevo que le podemos dar a nuestro mundo cuando en verdad usamos la levadura del evangelio.
Quizá vamos a una panadería donde se está elaborando el pan y pasamos de largo ante esos polvos (vamos a decir así) que podemos encontrar en cualquier rincón. Y sin embargo qué importantes son para la elaboración del pan, para hacer fermentar la masa y podamos tener ese pan crujiente y sabroso para nuestra alimentación. Quizá pasamos al lado del evangelio y pensamos simplemente en un libro más al que quizá no le damos importancia pero cuando nos lo tomamos en serio qué distinta es nuestra vida y cómo podemos también transformar nuestro mundo. Qué alimento tan maravilloso se está perdiendo nuestro mundo porque nosotros no nos hemos dejado transformar por la levadura del evangelio.
Y Jesús nos está pidiendo que nosotros con el evangelio bien encarnado en nuestras vidas seamos la levadura del mundo. No se trata ya solo de enseñar cosas – quizás nos hemos entretenido mucho en enseñar cosas – sino de impregnar nuestro mundo de ese sabor nuevo del evangelio. Cuánto tenemos que hacer.

domingo, 26 de julio de 2020

Aprendamos a detenernos y hacer silencio para estar atentos y poder encontrar el tesoro de la sabiduría de Dios




Aprendamos a detenernos y hacer silencio para estar atentos y poder encontrar el tesoro de la sabiduría de Dios

1Reyes 3, 5. 7-12; Sal 118; Romanos 8, 28-30; Mateo 13, 44-5
Frente a lo que habitualmente se piensa el hombre sabio no es de muchas palabras. Podríamos pensar que la sabiduría está en haber adquirido multitud de conocimientos sobre todas las ciencias y sobre todas las cosas, pero quizá esa multitud de saberes acumulados nos pueden dispersar y hacer que no nos centremos en lo más profundo del ser y de la vida.
La persona que rumia en silencio los aconteceres de la vida, lo mismo que esa cantidad de información o de conocimientos que pueda ir recibiendo será el que sabrá hacer una lectura certera de la vida y la que nos puede dar la pauta llena de sabiduría de lo que tenemos que no solo hacer sino sobre todo ser. Será el que tiene visión profética de las cosas, pero en ese silencio sabrá descubrir la visión de Dios, el sentido de lo que hacemos y el verdadero valor de nuestra existencia.
Hemos escuchado en la primera lectura que hoy se nos ofrece la oración de Salomón al Señor. No pide riquezas ni grandezas, pide saber estar atento, saber escuchar a su pueblo para poder discernir entre el bien y el mal y tener la sabiduría de saberlo gobernar. Estar atento, dice, porque el que está atento observa, escucha, mira con mirada distinta, es capaz de descubrir lo que verdaderamente es esencial.
En un librito que ha circulado mucho en los últimos años, ‘El principito’, hay una frase que casi como hoy diríamos se ha convertido en viral, ‘lo esencial es invisible a los ojos’. No es la mirada desde el exterior sino la mirada interior, no es solo lo que los ojos de la cara nos puedan señalar, sino lo que descubramos desde los ojos de nuestra interioridad lo que nos hará descubrir lo verdaderamente esencial, la verdadera sabiduría.
En este sentido podemos decir que van las parábolas que nos propone el evangelio. Nos habla del hombre del campo que encuentra un tesoro o del comerciante en perlas finas que encuentra una de gran valor. Podríamos decir que tanto en uno como en otro se prevé una atención y una búsqueda. Algo que parece al azar, que podemos considerar como un regalo que lo encontremos, pero que también presupone, repito, esa atención, porque podemos tenerlo a nuestros pies o incluso en nuestras manos y no verlo. Cuántas veces materialmente incluso nos suceden cosas así. Pero aquí estamos queriendo hablar de eso esencial, como se decía en el libro citado, que es invisible a los ojos.
Pero el tema no está solo en encontrarlo sino en convertirlo en la riqueza de nuestra vida. Tanto uno como otro en la parábola vendieron todo lo que tenían para conseguir aquel campo con el tesoro o para comprar aquella perla preciosa. Hay un detalle, para conseguir lo mejor tenemos que saber desprendernos de aquello que tenemos aunque lo consideremos muy bueno; pero si lo que vamos a conseguir es mejor, bien merece la pena ese desprendimiento. Es de hombre sabio, y volvemos con el tema de la sabiduría, el saberlo hacer, el saber conseguir ese preciado tesoro.
Todos estamos entendiendo a lo que se refiere ese tesoro. Ya Jesús al proponerlos estas parábolas no está haciendo la comparación con el Reino de Dios. Llegar al Reino de Dios es hacer como aquel hombre del campo, como aquel comerciante. Encontrarnos con el mensaje del Evangelio es la mayor riqueza que puede encontrar el hombre. Es que en Jesús tenemos todo el sentido y el valor de nuestra vida. Qué importante esa búsqueda de nuestra fe, qué importante que en verdad lleguemos a sorprendernos con el mensaje de Jesús, qué importante entonces que nos dejemos impregnar por el mensaje del evangelio. Malo sería que tanto nos hubiéramos acostumbrado de manera que ya no nos sorprenda, ya no nos diga nada.
Claro que sí, tendremos que desprendernos de muchas cosas para conseguir ese tesoro escondido. No podemos decir que nos hemos encontrado con Jesús en nuestra vida como sentido de nuestra existencia y que sigamos viviendo de la misma manera. Por eso no olvidemos que Jesús desde el principio nos está diciendo que hemos de convertirnos para creer en esa Buena Nueva que se nos anuncia.
Por eso necesitamos hacer ese silencio interior para poder escuchar, para poder saborear esa sabiduría de Dios. Y hacer silencio en nuestro interior nosotros lo llamamos oración, porque es abrir nuestro corazón a Dios. Y esa oración no es cuestión de muchos rezos o muchas palabras – es quizá nuestro gran fallo - sino quedarnos en silencio saboreando esa presencia de Dios para llenarnos así de su sabiduría. Tenemos que aprender a hacer verdadera oración, tenemos que aprender a hacer silencio, porque solo así podremos escuchar a Dios, así podremos discernir en verdad lo que es la voluntad de Dios, el plan de Dios para nuestra vida y nuestro mundo.
Podríamos seguir diciendo muchas más cosas, pero vamos a detenernos y a hacer silencio. Solo así podremos estar atentos y encontrar ese verdadero tesoro.