martes, 28 de julio de 2020

Crecen juntos en nuestro mundo el trigo y la cizaña pero también sucede en nuestro interior y tenemos que superarnos para lograr ese mundo mejor


Crecen juntos en nuestro mundo el trigo y la cizaña pero también sucede en nuestro interior y tenemos que superarnos para lograr ese mundo mejor

Jeremías 14, 17-22; Sal 78; Mateo 13, 36-43
‘Explícanos la parábola de la cizaña en el campo’, le piden los discípulos a Jesús cuando llegan a casa. No les cabía en la cabeza que si se había sembrado buena semilla de donde había surgido aquella cizaña, como no entendían tampoco la actitud del dueño del terreno de no arrancar de forma inmediata la cizaña sino dejarla crecer junto con la buena semilla.
Pero ¿no serán también interrogantes que nosotros tenemos en nuestro interior? No entendemos, decimos, el mal que hay en el mundo. Como solemos decir ¿Por qué hay tanta gente ruin, tanta gente mala? Cuando observamos la violencia que nos rodea, o el sufrimiento de tantos a causa de las injusticias de lo que se creen poderosos, la corrupción que afecta y daño todos los campos de la sociedad en sus diferentes aspectos, también nos preguntamos ¿Por qué? ¿Por qué tanta ambición? ¿Por qué tanta maldad? ¿Por qué tantos deseos de acaparar? Y así seguimos haciéndonos preguntas que parece que no tienen fin, pero peor aun, parece que no tienen respuesta.
Claro que hay una cosa que nos resulta fácil, mirar hacia lo que nos rodea, contemplar en ese mal en nuestro mundo y en nuestra sociedad, o contemplar ese mal en los demás. Nos duele que el mundo sea así, y andemos entremezclados todos, los que nos creemos buenos y a los que consideramos malos. Y es aquí donde quiero incidir.
Miramos hacia fuera, miramos a los demás, pero quizá no somos sinceros para mirarnos a nosotros mismos, para darnos cuenta que esa situación la tenemos en nosotros también, que nos creemos buenos pero también cuantas cosas se nos meten en el corazón, cuanta malicia aflora quizás en nuestra vida y en nuestras relaciones con los demás. Como nos decía san Pablo hacemos el mal que no queremos hacer y no hacemos el bien que queremos.
Cuantos momentos de egoísmo y de insolidaridad, cuantos momentos de orgullo y de soberbia, cuantas vanidades se nos van metiendo dentro de nosotros muchas veces viviendo de apariencias, porque lo que llevamos dentro tratamos de ocultarlo, no reconocerlo delante de los demás, pero ahí está. Necesitamos sinceridad en nuestra vida, sinceridad con nosotros mismos.
Ese campo lleno de buena cimiente, pero en el que aparecen también las malas hierbas no es solo el campo de los demás, no es solo un campo ajeno a nosotros, sino que lo tenemos en nosotros mismos. Y cuando tratamos de ser un poquito sinceros nos damos cuenta de que tenemos que cambiar, y nos hacemos buenos propósitos, y decimos que estamos en el deseo de arrancarnos de esos orgullos o de esas vanidades, pero cuánto nos cuesta. Queremos en momentos de sinceridad esforzarnos pero no terminamos de dar los pasos necesarios. Pero, reconozcámoslo, Dios sigue esperándonos.
Es el mensaje de la parábola, que nos tiene que llevar, es cierto, a una lucha contra el mal, pero también a llenar de misericordia y compasión nuestro corazón, a poner esperanza de que si vamos cambiando nosotros los primeros, estaremos poniendo granitos de arena para construir ese mundo mejor e iremos ayudando también a que cambie nuestro mundo. Esa lucha y ese esfuerzo por superarnos y por ayudar a superarse a los demás tiene que hacernos fuertes. Porque además sentiremos siempre la fuerza del Espíritu del Señor con nosotros.
Es la tarea de superación, de crecimiento interior, de fortalecimiento de nuestra voluntad en la que tenemos que estar empeñados cada día. Y pensemos que si nosotros nos superamos estaremos ayudando a superarse a los demás, porque de alguna manera seremos estímulo y esperanza para los que están a nuestro lado en esa misma lucha. Porque no pensemos que somos nosotros solos, no nos creamos los buenos, hay muchos también a nuestro lado que están en esa tarea de superación y de crecimiento de su espiritualidad. Mutuamente tenemos que ayudarnos y estimularnos.

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