sábado, 13 de junio de 2020

No nos dejemos envolver por esas tinieblas de la mentira, seamos auténticos y congruentes en nuestra vida y nuestra palabra sea siempre la verdad


No nos dejemos envolver por esas tinieblas de la mentira, seamos auténticos y congruentes en nuestra vida y nuestra palabra sea siempre la verdad

1Reyes 19, 19-21; Sal 15; Mateo 5, 33-37
‘Te lo juro por lo más sagrado…’ Y no es expresión de chiquillos como algunas veces pudiera aparentar. Hay personas que parece que no saben decir dos cosas seguidas sin que medie por medio un juramento. Y ya no es solo juramentarse para reafirmar que lo que estamos diciendo es verdad, sino que lo empleamos con frecuencia como promesa de futuro, algo que queremos hacer, algo que vamos a hacer y que alguien puede poner en duda de que seamos capaces de realizarlo y ya va por medio el juramento.
El juramento viene a ser como una reafirmación de que lo que decimos o prometemos es verdad. Lo reafirmamos con el juramento; y ya no es solo el carácter religioso sagrado que en si tendría el juramento poniendo a Dios por testigo de aquella afirmación que hacemos, sino que en nuestro mundo laicista muchas veces le quitamos esa referencia a Dios, pero ponemos por medio nuestro honor o nuestra conciencia. Es lo que vemos ya con frecuencia en la juramentación de lealtad y honradez al tomar posesión de un cargo público o de nuestros representantes sociales. También sabemos en lo que se quedan muchas veces esos juramentos cuando se hacen o esas promesas de lealtad apelando a la conciencia y al honor.
Con lo fácil que sería que nunca se pusiera en duda la veracidad de lo que afirmamos o de lo que prometemos, porque así es la veracidad de nuestra vida, así es la sinceridad con que siempre hablamos y actuamos, que en nosotros no cupiera ni la mentira ni la falsedad sino que fuéramos auténticos y leales como para que nuestras afirmaciones sean siempre verdad. Pero ya sabemos muy bien cómo andamos siempre con la  desconfianza ante aquello que prometen o nos prometen.
¿Nos conocía bien Jesús y ya sabía por dónde iban a ir nuestras flaquezas y deslealtades? Hoy le escuchamos en el evangelio decirnos que no juremos por ningún motivo. Pero es que Jesús en fin de cuentas viene a decirnos que lo que necesitamos es que seamos leales, seamos congruentes en nuestra vida, actuemos siempre movidos por la sinceridad y que si actuamos así nada ni nadie tendrían que poner en duda nunca nuestras palabras.
Y es que en los valores que Jesús viene a enseñarnos en el evangelio que tienen que resplandecer en nuestra vida están la verdad y la sinceridad. Nada que suene a falsedad o mentira cabe en la vida de quien es seguidor de Jesús que es Camino, y Verdad y Vida. Por eso le veremos hablar fuerte contra quienes tienen con plan de vida la falsedad y la hipocresía que es una mentira. Es la peor mentira de la vida; no es solo que digamos unas palabras por otras, que afirmemos como verdad algo que es mentira, sino la mentira de la vida misma cuando no actuamos con sinceridad, cuando nos dejamos arrastrar por la hipocresía para aparentar lo que realmente no somos.
Jesús es la luz que disipa toda mentira; Jesús es el camino que nos conduce a la verdad, siendo El mismo la verdad en plenitud; Jesús quiere que nos llenemos de vida que es llenarnos de amor para que actuemos siempre con sinceridad de corazón porque es la verdad que nos hace libres. Seguimos a Jesús el que vino a dar testimonio de la verdad aunque las tinieblas del mundo trataron de oscurecerla como siguen envolviéndonos esas mismas tinieblas en nuestra hora tan llena de falsedades y de vanidades. No nos dejemos envolver por esas tinieblas de la mentira, seamos auténticos y congruentes en nuestra vida con lo que decimos que creemos y que es la auténtica verdad de nuestra vida.

viernes, 12 de junio de 2020

Si queremos vivir un auténtico seguimiento de Jesús tenemos que arrancar de nosotros tantas cosas que se nos pegan del mundo y manchan el camino de la Iglesia


Si queremos vivir un auténtico seguimiento de Jesús tenemos que arrancar de nosotros tantas cosas que se nos pegan del mundo y manchan el camino de la Iglesia

1Reyes 19, 9a. 11-16; Sal 26; Mateo 5, 27-32
Siempre nos han parecido fuertes las palabras de Jesús en el evangelio. Habla de una radicalidad fuerte a la hora de su seguimiento y como nos parecen palabras tan fuertes siempre estamos prontos para hacernos nuestras interpretaciones, por una parte desde quienes se toman en serio esa radicalidad y son capaces de mutilarse físicamente o por otra parte de quienes nos hacemos nuestras rebajas que al final terminamos descafeinando el evangelio; queramos o no queramos un café descafeinado no es café aunque mantenga sus ‘sabores’, pero se le ha quitado su elemento más esencial. Es lo que muchas veces hacemos al final con el evangelio.
Como hemos venido reflexionando en estos días en que se nos está ofreciendo en el evangelio el llamado Sermón del Monte es cuestión de un amor que se ha derrochado sobre nosotros, que hemos experimentado en nuestra vida, y de la respuesta de amor que en consecuencia queremos dar. Nada, pues, nos puede distraer de ese amor. Como diría san Pablo nada podrá apartarme del amor de Cristo Jesús. Es lo que tenemos que hacer con nuestra vida, es el camino que nos pide el evangelio, es lo que tiene que ser el verdadero seguimiento de Jesús.
Ya escuchamos en distintos momentos del evangelio como Jesús se muestra radical y exigente con aquellos que quieren seguirlo o que han sentido la llamada del Señor. No se puede estar volviendo la vista atrás cuando hemos puesto la mano en el arado en la tarea del seguimiento de Jesús. Y a quienes quieren seguirle recordemos que les dice que los zorros tienen sus guaridas o los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza, y si vamos a seguirle buscando unas facilidades para nuestra vida, no es ese el camino del seguidor del evangelio.
No nos valen prebendas, no nos vale el beneficio que podamos sacar con nuestros prestigios o nuestras ganancias, no nos valen las apariencias ni las vanidades, no nos vale el querer situarnos en lugares de poder porque así podamos influir o dominar sobre los demás, sino que el camino es el del servicio y el de hacerse el ultimo y el servidor de todos. Y así podríamos recordar muchos pasajes más del evangelio.
Cuanto tendríamos que revisar en nuestras actitudes, en nuestras posturas, en las carreras que algunas veces vemos hasta dentro de nuestras comunidades, en nuestra propia Iglesia. Da la impresión que puede más en nosotros y hasta en nuestra propia iglesia el espíritu del mundo, lo que son esas luchas de poder o de prestigio que vemos en tantos en la vida pública, o en los que tendrían que vivir su vida como una vocación de servicio a los demás.
Nos dejamos contagiar fácilmente y tenemos el peligro de montarnos nuestros escaparates de vanidades, de grandezas, de títulos honoríficos y tantas veces no tan honoríficos sino que pueden significar poder. Algunas veces incluso pueden aparecer actuaciones influenciadas por esos miedos a las pérdidas de prestigio o de poder. Tendríamos que vivir una Iglesia más sencilla, más pobre, más humilde, más en consonancia con el espíritu del Evangelio.
Hay algo, entonces, que sea un obstáculo para la vivencia de ese amor, tenemos que apartarlo radicalmente de nuestra vida. En nosotros, en el seguidor de Jesús, tiene que brillar una rectitud que sea ejemplar para los demás; en el seguidor de Jesús ha de resplandecer todo lo que sea el servicio y el amor, nada lo puede oscurecer; el que quiere seguir el camino del evangelio ha de buscar primero y por encima de todo lo que es el Reino de Dios y su justicia, que lo demás será un regalo del Señor.
Por eso todo aquello que nos hace pecar, que nos desvía del camino del seguimiento de Jesús tenemos que apartarlo radicalmente de nuestra vida; no podemos consentir con la tentación y la debilidad, es la lucha que cada día hemos de mantener; tenemos que alejar de nosotros todas esas vanidades de las que tantas veces nos rodeamos. Pero tenemos que hacer prevalecer por encima de todo lo que es el amor verdadero y la misericordia, que recibimos del Señor y con la que nosotros tenemos que saber acercarnos a los demás.

jueves, 11 de junio de 2020

Busquemos la belleza del edificio de nuestra vida cuando hemos sabido asentarlo en el fundamento de Cristo y nos hemos revestido de los valores del evangelio


Busquemos la belleza del edificio de nuestra vida cuando hemos sabido asentarlo en el fundamento de Cristo y nos hemos revestido de los valores del evangelio

Hechos 11, 21b-26; 13, 1-3; Sal 97; Mateo 5, 20-26
Ayer hablábamos de los pequeños o grandes bloques que aunque algunas veces no veamos forman parte de la estructura de un edificio y que tienen su importancia en la construcción del mismo, igual que las paladas de hormigón que enterramos para hacer los cimientos que sustenten luego dicho edificio. Pero hablamos también de la belleza de su conjunto pero de alguna manera hemos de mencionar aquellos aspectos, aquellas siluetas o aquellas formas que van a manifestar también externamente su belleza y su fortaleza.
Hay lugares o aspectos en que el arquitecto y constructor como un artista se esmerará más pues de alguna manera va a dar una imagen de aquello que estamos construyendo pero que además nos manifiesta lo que van a ser características de aquello para lo que fue construido. Es una armonía de líneas en un sentido o en otro pero que nos quieren manifestar la fuerza y la vida propia de aquel edificio.
Seguimos pensando en nuestra vida y en nuestra vida como creyentes y como cristianos que nos asentamos sólidamente en la roca que es Cristo, pero que no está en el fondo de nuestra vida como un adorno o como si de un apellido bonito se tratara. Esa fe que tenemos en Cristo es lo que de verdad nos cohesiona, pero que va a dar también el sentido de lo que hacemos y de lo que vivimos. Y es que si somos cristianos nuestra vida no está al margen del sentido de Cristo – porque además sería un sin sentido – sino que nuestra vida ha de estar impregnada de ese sentido de Cristo, de esos valores que nos enseña a vivir que a la larga no es sino vivir su misma vida.
Todo lo que hacemos y todo lo que es nuestra vida tiene que tener esa impronta de Cristo, ese sentido de Cristo; no lo podremos nunca vivir al margen del sentido de Cristo que descubrimos en su evangelio. Y es que en todo lo que hacemos y vivimos tenemos que reflejar a Cristo, porque vivimos su misma vida, porque vivimos en su mismo amor. Marca nuestra relación con los demás, marca nuestra relación con Dios, marca la dignidad con que vivimos nuestra propia vida.
Será entonces nuestra manera de relacionarnos con los demás, será nuestro trato y la delicadeza que pondremos en todas nuestras relaciones humanas, será la armonía que tratamos de vivir con los demás logrando una feliz convivencia de los unos con los otros, será la manera de resolver nuestras diferencias para lograr que siempre nuestro encuentro con los otros sea un encuentro para la felicidad y para el amor. Nada tendría que romper esa armonía, ninguna actitud nuestra tendría que poner en peligro nuestra convivencia, ningún gesto ni ninguna palabra nuestra tendría que hacer sufrir al otro porque no estuviera expresa con la delicadeza del amor.
Son los aspectos en los que incide de manera especial hoy Jesús en el evangelio que hemos escuchado. Nos habla del respeto a la vida de la otra persona, pero no ya solo en lo físico sino en lo que moralmente podamos darle cuando nuestras palabras o con nuestras actitudes. Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado’.
Y nos habla de reconciliación y de encuentro de manera que no podemos decir que vamos al encuentro con el Señor si hemos tenido un desencuentro con el hermano. Y nos habla del diálogo en nuestros conflictos, porque siempre pueden surgir desavenencias, pero que hemos de resolverlas siempre buscando la paz, siempre desde el amor que sentimos por el hermano.
Detalles, aspectos enriquecedores de nuestras relaciones; aspectos y detalles que reflejan lo que es la belleza del amor; aspectos y detalles que si sabemos superar nos llenarán de alegría el corazón porque están creando armonía, porque están creando unas relaciones de paz. La belleza del edificio de nuestra vida cuando en verdad la tenemos asentada en Cristo y en sus valores. Esmerémonos de verdad en la construcción de nuestra vida en todos sus detalles sobre el fundamento del amor


miércoles, 10 de junio de 2020

Insignificantes bloques, ocultas paladas de hormigón tan necesarias e importantes en la construcción del edificio, fundamentos de nuestro camino de amor



Insignificantes bloques, ocultas paladas de hormigón tan necesarias e importantes en la construcción del edificio, fundamentos de nuestro camino de amor

1Reyes 18, 20-39; Sal 15; Mateo 5, 17-19
Cada bloque, cada palada de hormigón tiene su lugar y su importancia en la construcción de un edificio; no porque aquellos bloques queden a ocultas de la visión de la gente, o porque aquella palada de hormigón quede enterrada bajo tierra en la forja de los cimientos del edificio es menos importante o valioso que el resto de elementos con los que iremos conformando dicho edificio. Quizás nos esmeremos más en la belleza externa que le podamos dar a ciertos elementos porque van a conformar la figura y la imagen del edificio, pero la belleza y la fortaleza está en su conjunto que le daría la forma y la estabilidad que necesita para que cumpla con sus funciones.
Algunas veces hay cosas de las que decimos que son muy importantes y valiosas y no negamos ni su importancia ni su valor, pero hay muchas cosas que pueden pasar imperceptibles para la mayoría pero que serán gestos y valores igual de enriquecedores para aquellos con los que tengamos dichos gestos. Descubrir el valor de cada cosa, pero saber resaltar esas pequeñeces que se convierten en grandes gestos es una sabiduría en la que tenemos que ejercitarnos y que tenemos que aprender.
Así vamos construyendo nuestro camino de fe, el camino de la vida cristiana. Camino decimos, porque es ponernos a seguir a alguien, es dejarnos cautivar de un amor que lo queremos convertir en el amor de nuestra vida. Hemos descubierto un amor y queremos corresponder a ese amor. Porque lo hemos de tener claro, no son solo voluntades, buenas voluntades que nosotros tengamos, sino que nos hemos sentido envueltos en el amor, el amor de Dios que fue primero y queremos caminar en ese amor.
Cuando amamos, porque nos sentimos amados, lo que queremos en todo es corresponder a ese amor, y entonces comenzaremos a hacer de nuestra vida lo más parecido que podamos a lo que es ese amor que sentimos. Y decimos que queremos hacer su voluntad, descubrir lo que a Dios le agrada y fundamentalmente es que vivamos en ese amor y repartamos ese amor en nuestro derredor. Por eso decimos que queremos hacer su voluntad, hacer lo que le agrada al Señor. Lo llamamos mandamientos, porque es la palabra que desde siempre ha querido expresar lo que es la voluntad de Dios, pero cuando nos sentimos envueltos en el amor y nosotros queremos amar de la misma manera no lo hacemos simplemente porque esté mandado, sino porque queremos vivir en ese amor.
Claro que aparecen nuestras flaquezas y nuestras debilidades, y tenemos el peligro de que se nos enfríe ese amor y ya no amemos con la misma intensidad, que nos aparezca nuestro yo egoísta y comencemos más a pensar en nosotros mismos que en ese amor que tenemos que dar. Es la flaqueza de la humanidad de todos los tiempos. Y aparece la pedagogía divina que nos señala unos cauces, normas les decimos también, que nos van marcando ese camino que tenemos que recorrer tanto en nuestra relacion con Dios como con los demás para que no olvidemos el camino, para que no nos salgamos del camino. Y cada una de esas señales que nos trazan el cauce de nuestro camino son importantes; por eso no decimos que estas señales, estos mandamientos nos los podemos saltar, y solo los más importantes son los que tenemos que cumplir. Indicaría eso la pobreza de nuestro amor.
Es lo que nos dice Jesús que no viene a suprimir los mandamientos sino a darles plenitud; es lo que nos señala que no podemos saltarnos ninguno de esos mandamientos porque no los consideremos importantes sino que la grandeza de nuestro amor está en esa fidelidad también a aquello que nos parece pequeño. ‘Quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos’. Son esos insignificantes bloques, esas ocultas paladas de hormigón tan necesarias e importantes en la construcción del edificio.

martes, 9 de junio de 2020

Impregnemos nuestra vida de los valores de Cristo verdadera sal que da sentido y sabor a nuestro mundo



Impregnemos nuestra vida de los valores de Cristo verdadera sal que da sentido y sabor a nuestro mundo

1Reyes 17, 7-16; Sal 4;  Mateo 5, 13-16
‘Esto no tiene sabor, esto le falta sal’, habremos dicho en alguna ocasión cuando nos han ofrecido una comida a la que el cocinero no le puso el suficiente condimento. No busquemos la sal que se ha diluido en el alimento, pero si encontraremos el sabor. No estoy diciendo nada especial, algo muy elemental cuando hablamos de nuestros alimentos y comidas. Algo tan sencillo que sin embargo Jesús nos lo propone como imagen para hablarnos del sentido de nuestra fe, de lo que la fe va a significar en nuestra vida, pero de esa fe con que tenemos que impregnar nuestro mundo.
Hoy Jesús en el evangelio nos está proponiendo tres imágenes muy sencillas pero muy significativas. Además de la sal, nos habla de la luz, pero nos habla de la ciudad situada en lo alto, como era lo habitual en las construcciones antiguas. Imágenes muy sencillas pero de profundo significado. Creo que a todos cuando hemos escuchado el evangelio nos han llamado la atención estas imágenes que probablemente mucho también nos habrán hecho reflexionar.
Y tenemos que reconocer, a este mundo nuestro le falta sal. Cuánta superficialidad nos encontramos en tantas ocasiones. Parece que vamos sin rumbo simplemente dejándonos llevar por lo que nos va saliendo al paso en el presente. Los ideales se quedan tantas veces en disfrutar lo más inminente olvidándonos de buscar lo que le da una profundidad a la vida. Nos encontramos con la gente cansada que parece que ya vienen de vuelta de todo porque no han puesto ideales en su vida, no han sabido encontrar lo que le da verdadero sabor, verdadero sentido a la vida. Y eso trae muchas consecuencias.
Este mundo nuestro a pesar de llevar en parte, en su cultura y en algunas costumbres el apellido cristiano no termina de dar sabor. Decíamos antes que no busquemos la sal que da sabor al alimento, porque su verdadera función la realiza cuando se ha diluido en el alimento. Eso es lo que los cristianos con nuestra fe tenemos que ser en medio de nuestra sociedad; esos valores que nosotros vivimos tenemos que trasmitirlos, contagiarlos a los que nos rodean para que así nuestro actuar sea a la manera y en el sentido de Cristo. Y Cristo viene siempre a dar valores a nuestra vida, a hacer que tengamos metas e ideales grandes, a que encontremos una verdadera profundidad en nuestro vivir.
No vamos a decir que la gente que nos rodea esté siempre llena de maldad; hay mucha gente bueno en nuestro entorno, hay mucha gente que también tiene sus valores, que trata de actuar honradamente, con rectitud en lo que hace, que quiere vivir su vida con responsabilidad y también siente preocupación por los demás. También tenemos que saberlo valorar.
Podíamos decir que ahí ya hay encerradas semillas cristianas; no nos vale decir solamente que somos buenos, que queremos ser honrados, que buscamos lo bueno, sino que a todo eso tenemos que darle una mayor altura, la altura que le da nuestra espiritualidad cristiana, la altura que le da la trascendencia humana y espiritual con que vivimos nuestra vida, todo aquello a lo que nos eleva nuestra fe cuando sentimos esa presencia de Dios en nuestra vida.
Y esto son cosas de las que tiene que estar impregnada nuestra vida y de lo que hemos de impregnar a nuestro mundo. Es ese sabor de Cristo que tiene que impregnar nuestra vida, con el que hemos de impregnar todo cuanto nos rodea. Esos valores religiosos son algo más que una tradición que tratamos de conservar; esos valores religiosos impregnados de una espiritualidad cristiana tienen que saberle dar una profundidad cada vez mayor a nuestra vida, elevando las metas de la vida, elevando las metas también de nuestro mundo.
Y Jesús nos está diciendo hoy que tenemos que ser esa sal para nuestro mundo; no es nuestra sal, pero si la sal con que le hemos dado sabor a nuestra vida, es la sal que Jesús nos ofrece, el sentido que El nos da.
Por eso nos dice que somos luz que no podemos ocultar, como nos pone también la imagen de la ciudad puesta en lo alto que aparece resplandeciente y atrayente, que se siente fortalecida frente a todos los embates pero que nos habla también de la ciudad futura a la que hemos de tender.  Nos da el tema para muchas reflexiones. Rumiemos en nuestro interior esta riqueza que Jesús nos ofrece y que hemos de compartir con los demás.

lunes, 8 de junio de 2020

Escuchemos las palabras de Jesús como si fuera la primera vez que las escuchamos para dejarnos sorprender por su mensaje


Escuchemos las palabras de Jesús como si fuera la primera vez que las escuchamos para dejarnos sorprender por su mensaje

1 Reyes 17, 1-6; Sal 120; Mateo 5, 1-12
Alguna vez habrá llegado alguien y con algo que nos dijo nos ha dejado ‘descolocado’, porque al final no sabemos qué pensar de aquello que nos dijo; la frase quizá nos suena a contradictoria, no era lo que en aquel momento esperábamos escuchar, o nos parece un sin sentido porque parece que va contra todo lo políticamente correcto, como se dice ahora, pues diciéndonos una cosa parece que nos dijera la contraria. Frases, cosas sorprendentes, pero que sin embargo nos hacen pensar, parece que nos dieran una filosofía de la vida, pero que va en una corriente distinta a lo que habitualmente piensa o es la manera de actuar de la gente. Pero si somos algo reflexivos, nos da mucho que pensar y hasta en cierto modo despierta una curiosidad o una esperanza en nosotros ante algo nuevo que se nos presenta.
¿No sucedería algo así aquella tarde o aquella mañana, que lo de menos es la hora, en que Jesús sentado frente a una multitud que había venido de muchas partes a escuchar a aquel profeta de Nazaret, aquel profeta de Galilea que había surgido? Habla de dicha, de felicidad, promete dicha y felicidad pero para los pobres y para los que sufren, para los que nada tienen o para los que se sienten mal porque nadie se preocupa de ellos.
Todos siempre imaginamos que los que mucho tienen son más felices porque no padecen las carencias que sufren los pobres; parece que serán felices a los que les va siempre bien en la vida y pueden hacer lo que quieran porque tienen posibilidades para hacerlo o detectan un poder que les hace estar como por encima de los demás. Siempre vemos a los enfermos, a los inválidos, a los que nada tienen retorcerse buscando como salir de aquella situación e imaginamos cuanta angustias puede haber en sus corazones. Y ahora viene Jesús y nos dice que esos son los felices, los que alcanzarán la mayor felicidad.
¿No nos desconciertan sus palabras? Quizás los pobres y los que están sufriendo todas esas limitaciones les parece soñar que será posible que un día salgan de esa situación en la que viven, pero mientras tanto les toca sufrir. ¿Una esperanza llena de cierta amargura? Otros quizá están escuchando estas palabras de Jesús como desde lejos y algo así como riéndose en su interior porque a ellos nada de eso les afecta y les parecen palabras utópicas para consolar pero que de ahí no van a pasar.  
Pero las palabras de Jesús no son utopía irrealizable, las palabras de Jesús de verdad siembran esperanzas en el corazón, las palabras de Jesús hacen soñar pero despertando las ganas de ponerse a luchar por salir de esas situaciones, las palabras de Jesús no son una revolución a la manera como entendemos las revoluciones con violencias, pero si producen una revolución en los corazones de quienes las escuchan, las palabras de Jesús arrancan amarguras y quieren en verdad poner paz en el corazón. Las palabras de Jesús son en verdad una buena noticia, una buena noticia de una salvación que nos llega y es posible.
Y es que esa primera palabra de Jesús, con la que comienza sus bienaventuranzas nos da la clave para entenderlo bien. Se trata de aceptar el Reino de Dios; es lo que ha venido proclamando desde el principio. Creer en la buena noticia y la buena noticia es la llegada del Reino de Dios. Pero bien entendemos que decir Reino de Dios no es algo abstracto como un sueño sino hacer que en verdad Dios sea el único Señor de la vida del hombre.
Por supuesto, hay que creerlo; por supuesto, para creerlo abr que desprenderse de muchas cosas, empezando por desprendernos de nosotros mismos, de nuestro yo egoísta que se quiere convertir en el único dios de nuestra vida. Y ahí está nuestra pobreza como tiene que estar nuestro desprendimiento, está ese sentirnos vacíos o ese vaciarnos para que dejemos lugar a Dios en nuestra vida. Cuando nos llenamos de cosas que nos satisfagan por si mismas, ya no necesitaríamos a Dios, o al menos es lo que nos creemos tantas veces. Por eso no llegamos a que de verdad Dios sea el único Señor de nuestra vida y nos andaremos con componendas o con divisiones en nuestro propio interior; y divididos por dentro no seremos felices.
Necesitamos dejarnos sorprender por las palabras de Jesús; escucharlas como algo nuevo que llega a nuestra vida, porque si nos las damos por sabidas ya las hemos amoldado tanto a nuestros intereses y caprichos con tantas interpretaciones que ya no serán las palabras de Jesús. Quitemos prejuicios o interpretaciones preconcebidas, abramos con sinceridad nuestro corazón, escuchémoslas como si fuera la primera vez que las escuchamos, dejémonos sorprender por Jesús, no temamos que nos deje descolocados, porque será la manera de empezar de nuevo para hacer que el Reino de Dios sea una realidad en nuestra vida.

domingo, 7 de junio de 2020

Tendría que notarse un cristiano cuando viene de Misa porque lleva en si el resplandor de la gloria de Dios en una nueva forma de vivir



Tendría que notarse un cristiano cuando viene de Misa porque lleva en si el resplandor de la gloria de Dios en una nueva forma de vivir

Éxodo 34, 4b-6. 8-9; Sal. Dn 3, 52-56; 2Corintios 13, 11-13; Juan 3, 16-18
‘Moisés madrugó y subió a la montaña del Sinaí… el Señor bajó en la nube y se quedó allí con él…’ Hermosa y reconfortante experiencia. ‘El Señor se quedó allí con él’. Supo Moisés subir a la montaña, pero supo esperar la visita de Dios.
Buscamos a Dios, queremos subir a lo alto, buscamos el silencio y la soledad, queremos verle y escucharle, nos preguntamos muchas cosas que parecen que no tienen respuesta, el misterio nos rodea, no sabemos como sintonizar porque quizá en muchas ocasiones haya muchos ruidos, las preocupaciones y los problemas de la vida nos aturden, parece que nos encontramos desorientados…, pero quizá en un momento inesperado nos sobreviene una paz interior que nunca antes habíamos sentido, nos parece que hubiéramos entrado en otra dimensión que no es lo que habitualmente palpamos en la vida, porque nos hace sentir lo que nunca habíamos sentido, porque parece que hay una nueva luz interior que no solo nos hace ver de manera distinta y hasta seremos capaces de lanzarnos a lo que no sabríamos describir, parece que saboreamos algo que no sabemos explicar…
¿Estamos sintiendo a Dios en nuestro corazón? ¿Será eso vivir la presencia de Dios en nosotros? ¿Nos estará haciendo gustar el Señor su presencia y su vivir? Habremos podido tener esa experiencia de Dios y quizá no supimos interpretarla; era Dios el que estaba tocando a nuestra puerta y quizá nos distraemos o nos confundimos. El niño Samuel en medio de la noche entre sus sueños escuchaba una voz que le llamaba; solo supo correr a los pies de la cama del sacerdote porque pensaba que de allí era la voz que él escuchaba; no era sin embargo la voz del sacerdote sino la voz de Dios que se repetía una y otra vez hasta que supo decir, como le enseñó el sacerdote, ‘habla, Señor, que tu siervo te escucha’, y el Señor se le reveló.
¿Qué es lo que experimentó Moisés en aquellos momentos? El amor y la misericordia del Señor. Así lo escuchaba y lo sentía en lo más hondo del corazón. Era casi como una cantinela que se repetía una y otra vez como cuando le cogemos el gusto a algo y lo saboreamos una y otra vez como para no olvidarlo nunca. ‘Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad’. Por eso ya lo que se atreve a balbucir es que la misericordia del Señor esté siempre con ellos, les acompañe y no les abandone nunca. ‘Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya’.
¿Qué es todo el misterio de Dios que hoy celebramos cuando hoy estamos en el domingo de la Santísima Trinidad? Es tradicional que en este domingo en que retomamos el tiempo ordinario después de ver concluido la Pascua el pasado domingo de Pentecostés, la Iglesia celebra el domingo de la Santísima Trinidad. Es como recoger todo el misterio de Dios que hemos venido celebrando al celebrar el misterio de Cristo para postrarnos ante Dios y todo sea un cántico de alabanza a Dios por tanto amor como hemos vivido. Es, por supuesto, lo que hacemos en cada Eucaristía y en cada celebración cristiana. Todo por Cristo y con Cristo en la unidad y comunión del Espíritu Santo para la gloria de Dios, como proclamamos siempre en la doxología final de la Plegaria Eucarística.
‘Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él’, escuchábamos en el evangelio en el diálogo entre Jesús y Nicodemo. No para condena sino para salvación porque todo es manifestación de ese amor de Dios. ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna’.
Algo que sabemos, que repetimos muchas veces pero que hemos de aprender a gustarlo, a vivirlo. Hasta en las fórmulas del saludo litúrgico se nos repite con palabras de san Pablo. Porque el Señor ha bajado para quedarse con nosotros, como hablábamos de la experiencia de Moisés. No olvidemos que Jesús es el Emmanuel, ‘Dios con nosotros’, y como nos había prometido que estaría con nosotros siempre hasta la consumación del mundo, hasta el final de los tiempos. Y es lo que tenemos que gustar y saborear en todo momento. Tenemos que aprender a prestar más atención.
No nos acostumbremos a escuchar, por ejemplo, las palabras rituales de nuestras celebraciones porque tenemos el peligro de perderles el sentido. Si el Sacerdote nos dice – y son palabras que hoy hemos escuchado en labios de san Pablo en sus cartas - ‘la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con nosotros’, que en ese momento seamos capaces de detenernos para pensar en esa presencia de Dios, para gustar esa presencia de Dios, para dejarnos inundar por ese misterio de Dios.
Aunque hoy no lo hemos escuchado en el texto proclamado, cuando Moisés subió a la presencia del Señor en el Monte Sinaí y como hoy nos decía ‘bajó Dios en la nube y se quedó con él’, la continuación del texto nos dice que cuando Moisés bajó de la montaña y volvió al encuentro con la gente su rostro resplandecía de manera que incluso encandilaba a los que estaban en su presencia. Vio a Dios y se llenó del resplandor de Dios.
Después de nuestras celebraciones, que han de ser verdaderos encuentros con Dios, ¿no tendríamos que ir así resplandecientes de la gloria de Dios al encuentro con los demás? No es que no llevemos los rostros resplandecientes, es que quizá sea nuestra vida la que no resplandezca de verdad en nuevas actitudes y valores y en una nueva vivencia del amor, porque estemos llenos de la gloria de Dios. ¿Se notará en nuestra vida que venimos de Misa, que venimos del encuentro con el Señor?