sábado, 2 de mayo de 2020

Se nos atragantan también las palabras de Jesús cuando nos habla de comerle con todo lo que significa de creer en El y aceptar y hacer vida todo su mensaje


Se nos atragantan también las palabras de Jesús cuando nos habla de comerle con todo lo que significa de creer en El y aceptar y hacer vida todo su mensaje

 Hechos 9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69
A veces oímos solo lo que queremos oír. Pudiera parecernos algo incongruente, pero si nos analizamos bien es lo que nos es más fácil hacer. Nos gusta lo que nos resulte agradable, y no son solo palabras bonitas de un momento, sino que de alguna manera nos gusta escuchar promesas de futuro mejor, de algo que nos haga la vida fácil y cómoda, y que las exigencias sean mínimas. Si nos paramos a pensar un poco es lo que nos hacen los populistas que se quieren ganar al pueblo con vanas palabras e ilusiones, encantando los oídos de los que escuchan con promesas de algo mejor, pero que cuando esos dirigentes tienen el poder en su mano los que realmente van a tener una vida mejor son ellos mismos, porque de las promesas al pueblo se olvidan pronto y harán totalmente lo contrario. Estamos cansados de cosas así, aunque algunas veces no aprendemos y seguimos entusiasmándonos con esos sueños que trataran de alentar y fomentar para que al final no lleguemos a ninguna parte. 
Por eso a veces no escuchamos sino lo que queremos oír, como decíamos, pero cuando se presenta alguien que es cierto que despierta esperanzas por su cercanía o su manera de actuar, porque las palabras en verdad tienen profundidad que abre a caminos nuevos, pero que no oculta las exigencias, la respuesta responsable que hemos de dar, el cambio que tendríamos que dar en lo más hondo de nosotros mismos porque no nos podemos quedar ni con remiendos ni con apariencias, eso ya no nos gusta tanto y fácilmente nos vamos quedando en el camino, porque nos puede parecer un camino exigente.
Tendríamos que revisar nuestra manera de dar respuesta a lo que nos pide el evangelio y ver si en verdad llegamos a comprender el mensaje nuevo que nos ofrece y si llegamos a tener la apertura suficiente en nuestro corazón para acoger esa palabra radical del evangelio y somos capaces de poner en camino sin temores ni desconfianzas. Y es que muchas veces nos hacemos nuestros acomodos, nuestros arreglos e interpretaciones, para matizar, para suavizar porque nos decimos que con exigencias lo que vamos a hacer es espantar la gente. Pero nuestros acomodos y arreglos a la larga son un engaño que nos hacemos y con lo que podemos también dañar a los demás.
Hemos venido escuchando esta semana en el evangelio lo que solemos llamar el discurso del pan de vida de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. En la tarde anterior habían querido hacer rey a Jesús cuando milagrosamente multiplicó el pan para que todos comieran. En la mañana se habían venido hasta Cafarnaún buscando a Jesús que les plantea el por qué le siguen. En el fondo por el milagro del pan comido en el desierto, que les recuerda el maná que habían comido sus padres y que le había dado Moisés en el camino hacia la tierra prometida. Jesús les habla ahora del verdadero pan bajado del cielo que les dará vida para siempre. Aunque le piden que les dé siempre de ese pan, cuando Jesús les dice que El mismo es ese pan y que hay que comerle a El, con lo que eso significa y representa, y que su carne es verdadera comida y quien la coma resucitará el ultimo día, las palabras se les vuelven duras para sus oídos y sus corazones y comienzan a desfilar abandonando a Jesús.
‘Dura es esta doctrina’, se dicen unos a otros. Y es algo más que el hecho de comer la carne de Jesús y beber su sangre lo que realmente se les atraganta. Comer a Jesús significa aceptarle en todas sus consecuencias; comer a Jesús es recoger todo aquello que Jesús les dice del amor y del perdón, de la verdadera paz y del autentico culto al Señor y convertirlo en ser de su vida. Mucho tendrían que cambiar sus corazones, y esos cambios cuestan. Arreglitos y remiendos nos podemos hacer, pero darle la vuelta a la vida en su totalidad y en su radicalidad es algo mucho más exigente.
¡Ojo! Que eso nos sucede a nosotros también. Veamos, si no, la superficialidad con que vivimos el seguimiento de Jesús, los arreglitos y componendas que nos queremos hacer tantas veces. Y cuando se nos presenta el evangelio en toda su radicalidad ya estamos diciendo que no son necesarias tantas exigencias, que total siempre hemos vivido así, para qué vamos a cambiar, y pensemos cuantas cosas en este estilo nos decimos o pensamos tantas veces. La exigencia y radicalidad del evangelio no nos gusta, queremos un cristianismo cómodo de cumplir unas cuantas normas que no nos compliquen la vida y así queremos seguir viviendo.
¿Seremos capaces de decir con verdad como Pedro respondió hoy a Jesús cuando les dijo que si ellos querían marcharse también? Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios’. Pero, ¡ojo!, que esto tiene que ser algo más que palabras.


viernes, 1 de mayo de 2020

Descubramos la maravilla de la Eucaristía, porque comemos a Cristo para vivir en El, comemos a Cristo para que El viva en nosotros


Descubramos la maravilla de la Eucaristía, porque comemos a Cristo para vivir en El, comemos a Cristo para que El viva en nosotros

Hechos 9, 1-20; Sal 116; Juan 6, 52-59
Se suele decir que la casa es imagen de aquel que la vive, pero también que uno es imagen de la vivienda en la que habita. Claro que no se trata de un vivir de forma esporádica en unos determinados momentos o como de paso en aquel lugar, sino que se trata de ese habitar en una vivienda donde vamos dejando nuestra impronta, nuestros gustos o nuestras apetencias que los dejamos marcados en aquellas cosas de las que nos valemos y que poco a poco se van convirtiendo en el hábitat de aquel lugar. Es algo más que un olor o un adorno que coloquemos, aunque eso marca también la impronta del lugar o la huella que nosotros dejamos en él. No es una cosa superficial, es algo profundo que deja huella en nosotros o nosotros dejamos huella en aquel lugar, repito, que habitamos.
¿Por qué me hago estas consideraciones que a alguno le podrían parecer elucubraciones o fantasías? Porque de eso nos está hablando Jesús de lo que va a significar verdaderamente nuestra vida cristiana. Decimos que cristiano es el discípulo de Cristo, y en la palabra discípulo solemos entender el que sigue a Cristo, el que sigue el mismo camino de Cristo. Está bien la definición y quien soy yo para enmendarla, pero sí creo que tendríamos que profundizar un poco más en esa consideración de lo que significa ser cristiano.
Muchas veces lo hemos entendido como el que imita a Cristo, copia en él las actitudes o los valores de Cristo, la manera de actuar y de vivir de Cristo. Está bien, pero creo que es mucho más. No se trata solo de una imitación, porque imita el cómico o el personaje de la farándula y a la hora de la representación le vemos como revestido de ese personaje; luego se quitará esas vestiduras o esos afeites con los que quiso caracterizar al personaje, y él será el mismo que era antes de aquella representación. Pero seguir a Jesús para ser cristiano no es eso, no es una representación, una careta o unas vestiduras que nos ponemos para parecernos, pero luego seguimos siendo los mismos. El llegar a copiar a Cristo es el llegar a vivir su misma vida.
Por eso nos puede valer lo que decíamos al principio. Porque ser cristiano es dejar que Cristo habite en nosotros y nosotros habitemos en El. Si así habitamos en Cristo y Cristo habita en nosotros es que ya no es nuestra vida sino la de Cristo. Es que vamos a ser imagen de Cristo que habita en nosotros por esa nueva forma de vivir, de actuar, de amar. Y a esto nos tiene que llevar la Eucaristía. Comemos a Cristo para vivir en El, comemos a Cristo para que El viva en nosotros.
Es lo que nos está diciendo hoy Jesús cuando nos habla del pan de vida que hemos de comer y que es su propia carne, su propia cuerpo. No vamos a entretenernos en la reacción de los judíos de Cafarnaún que no entendían como se podía comer la carne de Cristo. Es lo más que nos dice Jesús hoy. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo habito en él’. Y continuará diciéndonos: Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí’. Habitar en Cristo y que Cristo habite en nosotros. O como nos dirá en la última cena ‘el que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos y habitaremos en él’.
Seguir a Cristo, pues, es vivir por Cristo, es vivir en Cristo, es dejarnos inhabitar por Cristo. ‘El que me come vivirá por mí’, nos dice. Somos imagen de Cristo, porque es a El a quien vivimos, quien vive en nosotros y eso tiene que reflejarse en nuestro vivir. No son ya nuestras obras, sino las obras de Cristo. ¡Qué distinta tiene que ser nuestra vida!

jueves, 30 de abril de 2020

Como un torrente brota de labios de Jesús el mensaje del pan de vida que es su carne para la vida del mundo y nos entusiasma en el deseo de comerle para tener vida eterna


Como un torrente brota de labios de Jesús el mensaje del pan de vida que es su carne para la vida del mundo y nos entusiasma en el deseo de comerle para tener vida eterna

Hechos 8, 26-40; Sal 65; Juan 6, 44-51
Hoy momentos en que queremos decir tantas que parece que las palabras y las ideas se chocan las unas con las otras queriendo como brotar todo al mismo tiempo y da la impresión que salen de nosotros como a borbotones, entremezclándose ideas y pensamientos que luego tenemos que de alguna manera poner en orden para llegar a su mejor comprensión. Nos sucede cuando estamos escribiendo y aquello de lo que hablamos nos gusta y nos satisface por dentro y parece como que nos entusiasmamos y surge todo como un torrente; le sucede al orador entusiasmado con las ideas de su discurso que por querer decir tanto hasta hay el peligro de que en el mismo, en sus palabras surja la confusión y desorden que luego habrá que ordenar.
Así es hoy Jesús en aquel discurso que llamamos así de la sinagoga de Cafarnaún, el discurso del pan de vida. Es hermosa y entusiasmante la revelación que Jesús nos está haciendo, nos habla de creer en El y de vida eterna, nos habla del regalo del Padre que nos envía y que a nosotros también nos llama; nos habla de la vida eterna y de la resurrección, nos habla del pan de vida que El nos da, porque El mismo es el Pan de Vida y que lo que quiere es que lo comamos para que podamos tener vida eterna. Como decíamos, son muchas las cosas que en un momento Jesús quiere revelarnos.
Ha venido diciéndonos que tenemos que comerle y comerle es aceptarle y creer desde lo más profundo en su Palabra y entonces todo aquello que El nos dice, que nos plantea como sentido de vida hemos de comerlo, asimilarlo profundamente en nosotros para hacerlo nuestro, para hacerlo vida nuestra. Hoy nos dice que El mismo es ese Pan de vida que hemos de comer; ya nos dirá luego que es su carne y que es su sangre que tenemos que comer y que beber para que podamos tener vida eterna.
Así Jesús que es nuestra luz, el sentido profundo de nuestra existencia, se convierte también en comida. Se contrapone aquí de alguna manera aquel maná que sus antepasados comieron en el desierto, porque aunque lo llamaban pan del cielo, su finalidad era solo alimentar los cuerpos para el camino de peregrinación que hacían por el desierto; que no solo era ese como pan que alimentaba sus cuerpos, sino que en él estaban viendo el poder y la acción de Dios que les alentaba en su caminar.
Pero ahora cuando nos habla del pan de vida que es su carne para vida del mundo está queriendo decirnos algo más. no vamos a comer ese pan de vida como un alimento corporal, sino como ese alimento profundo que hemos de sentir dentro de nosotros y que nos llena de la verdadera vida, que nos hace sentirnos unidos desde lo más profundo a Cristo para así sentirnos llenos de su Espíritu. Es Dios mismo que nos inunda nuestra vida y nos llena de vida nueva, porque nos llena de la vida de Dios. Es Dios mismo que va a habitar en nosotros y que nos conducirá a la vida eterna. Por eso nos dice Jesús que a quien cree en El lo va a resucitar en el último día.
Una unión real y verdadera con Dios porque real y verdaderamente está Dios en el pan de la Eucaristía pero que es mucho más porque es una unión mística y profundamente espiritual de la única manera como podemos llenarnos de Dios. Cuánto tenemos que reflexionar sobre el pan de vida, sobre la Eucaristía y no terminaremos nunca de llegar a comprender todo ese misterio del amor de Dios que así en Cristo Jesús se nos da.

miércoles, 29 de abril de 2020

Palabras de esperanza y para sentirnos fuertes cuando nos invita a que vayamos a El pero que seamos también ánimo y descanso para los cansados que caminan a nuestro lado



Palabras de esperanza y para sentirnos fuertes cuando nos invita a que vayamos a El pero que seamos también ánimo y descanso para los cansados que caminan a nuestro lado

1Juan 1, 5 — 2, 2; Sal 102; Mateo 11, 25-30
¡Qué cansado estoy! Habremos escuchado decir más de una vez a un familiar, o a un amigo, o acaso nosotros mismos hemos sentido esa sensación de cansancio que casi nos hace tirar la toalla en expresión de querer abandonarlo todo porque no podemos más. muchas veces porque el trabajo se nos acumula, las cosas vienen parece unas sobre otras y no nos dan tiempo ni para respirar; fuertes son las obligaciones y el peso de las responsabilidades que tenemos y mucho es el esfuerzo que tenemos que hacer; vivimos en tensión continua porque tenemos que ir respondiendo en cada momento a la situación que vivimos que es cambiante, que es exigente, que nos pide nuevas cosas cuando ya no sabemos qué es lo que podemos dar o lo que podemos hacer; es quizá el aburrimiento de aquellos que no saben qué hacer, o no tienen qué hacer porque quizá eludan responsabilidades y en esa inacción terminan igualmente casados, pero como decíamos de aburrimiento.
Muchas y diversas son las situaciones en que nos podemos encontrar; son las aflicciones de la vida, los agobios cuando quizá no sabemos buscar una paz interior que nos dé serenidad para afrontar las situaciones, para poder ver con mayor claridad, las problemática de la vida que nos hace sufrir en los que están a nuestro cuidado, en la desorientación que vemos en nuestro mundo, en nuestros dirigentes quizás también tantas veces y que no ayuda a tener la estabilidad que necesitamos; es nuestro interior que anda revuelto porque no sabemos a donde vamos, qué metas podemos tener para nuestra vida, o la misma superficialidad con que vivimos al final nos produce ese vacío y ese desánimo para caminar, para seguir luchando.
Son situaciones que vivimos, de forma personal, que vemos en el ambiente, en el mundo que nos rodea, que se nos mete en lo más hondo de nuestras entrañas, que en ocasiones nos puede hacer perder también la inestabilidad en nuestra fe y todo son dudas, interrogantes, oscuridades que nos impiden incluso ver la luz que nos viene de lo alto y sabemos que nunca nos va a fallar.
Y hoy Jesús nos dice ‘venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados que en mi encontrareis vuestro descanso’. Son palabras de esperanza, que nos levantan el ánimo, que nos hacen sentirnos fuertes por dentro porque sabemos que no estamos solos, que dura puede ser la tormenta pero siempre aparecerá el arco iris de la paz que en el Señor encontramos. Pero tenemos que despertar, porque estamos tan adormilados en ocasiones que ya ni escuchamos ni nos acordamos de esas palabras de Jesús.
Seguramente tenemos la experiencia, aunque fácilmente tantas veces olvidamos, de esa presencia del Señor junto a nosotros en los momentos más difíciles u oscuros que hayamos podido vivir. Tenemos que reavivar en nosotros esas experiencias positivas que hayamos vivido en otros momentos, pero nos serán de gran ayuda para cuando de nuevo nos llegue la tormenta. Momentos de paz que vivimos quizá en medio de una celebración, momentos de paz que sentimos en nuestro interior en un encuentro con los hermanos en una celebración especial, momentos de paz que sentimos cuando alguien llegó a nuestro lado y tuvo para nosotros una palabra de luz, un gesto que en aquel momento nos hizo despertar, una señal a través de algún acontecimiento donde vimos la mano del Señor. Son múltiples las experiencias de este tipo que hayamos podido tener.
Pero hay algo también que no debemos olvidar. Que tú, que yo, que cada uno de nosotros puede ser, tiene que ser ese momento o ese lugar de descanso y de paz para los que caminan a nuestro lado. Esa fe nuestra vivida con dignidad, esa vida íntegra que intentamos vivir, esos gestos nuestros de cercanía y amistad que nosotros podamos tener para los demás, esa palabra buena dicha en momento oportuno pueden ser signos de ese presencia de Dios que a través nuestro se acerca a los hermanos cansado y afligidos que caminan junto a nosotros en ese camino de la vida. Piensa lo bello que puede ser ese gesto de tu vida que va a ayudar a levantarse al hermano y a hacer que sienta esa paz y ese descanso en el Señor.

martes, 28 de abril de 2020

Comer a Cristo es algo más que un rito porque es entrar en profunda comunión con El, su vida es nuestra vida, sus valores del Reino son nuestros valores


Comer a Cristo es algo más que un rito porque es entrar en profunda comunión con El, su vida es nuestra vida, sus valores del Reino son nuestros valores

Hechos 7, 51 — 8, 1ª; Sal 30; Juan 6, 30-35
Yo no comulgo con ruedas de molino es una expresión que solemos emplear cuando queremos decir que no nos tragamos lo que nos están diciendo. Fijémonos que empleamos esa expresión de comulgar en el sentido de comer pero no en referencia a comidas sino más en referencia a ideas. No tragamos a alguien decimos cuando una persona no nos gusta, se nos hace insoportable, la rechazamos por su manera de ser o de actuar; no queremos tener parte con esa persona, no queremos incluso que ni nos vean en su compañía tan rechazable se nos hace esa persona.
Algunas veces tenemos expresiones en la vida, en nuestras palabras o nuestra manera de pensar que las utilizamos para unas cosas pero cuando de manera similar se nos presentan para decirnos otra cosa ya no solemos emplearlas o les damos otro sentido. Creo que esto que venimos diciendo nos puede ayudar a comprender en todo su sentido lo que Jesús quiere hoy trasmitirnos.
Ha comenzado Jesús haciéndoles recapacitar sobre el por qué le buscan y ahora quiere dar un paso más y nos dice que El es el pan venido del cielo y que el que le coma tendrá vida para siempre. Al oír hablar del pan bajado del cielo los judíos recuerdan episodios de su historia como fue su peregrinar por el desierto y aquel maná, pan del cielo, que Moisés les ofrecía para alimentarse en el duro camino que iban haciendo. En contraposición a lo que Jesús les está diciendo ellos le recuerdan que fue Moisés el que les dio pan del cielo en el desierto, el maná. Pero Jesús les dice que no, que es Dios el que les da el verdadero pan del cielo cuando ha enviado a su Hijo y que hemos de comerle para que tengamos vida para siempre.
Así como de inmediato pensamos en la Eucaristía, y es cierto que todo este discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún es un anuncio de la Eucaristía. Pero ahora Jesús quiere decirles algo distinto, algo más. Tenemos que comerle a El, ¿y qué significa que tenemos que comerle a El si queremos tener vida? Pues pensémoslo en el sentido de lo que hemos dicho cuando hemos comenzado esta reflexión.
Comerle a El es aceptarle, es decirle Sí con toda la vida, es sentirnos en comunión con El porque sus palabras, su vida queremos hacerla vida nuestra. No es solo, pues, la materialidad de ir a la comunión, a comer el pan eucarístico para decir que estamos unidos a El, sino que antes hemos de aceptarle, hacer de su palabra y de su vida nuestra vida, es comerle a El.
Para nosotros no tiene que haber otro criterio que el sentido y los valores de Jesús; para nosotros no hay otro vivir sino tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús como nos dirá el apóstol en sus cartas; para nosotros no hay otra forma de vivir si no es en el mismo amor, en el mismo sentido de entrega que vivió Jesús; para nosotros no hay otra forma de vivir con los demás sino viendo en ellos a Jesús, por aquello que nos dice de que cuando hagamos al hermano se lo estamos haciendo a El.
Es así como tenemos que comer a Cristo. Y esto no es simplemente un rito. Comer a Cristo es una postura, una exigencia, un nuevo estilo y sentido de vivir. Comer a Cristo es meternos en lo más hondo de Cristo y de su evangelio para hacerlo vida nuestra. Comer a Cristo es hacernos nosotros otro Cristo que para eso hemos sido ungidos para ser con Cristo Sacerdotes, Profetas y Reyes.
Esa es la verdadera comunión que luego la expresaremos de forma sacramental cuando comiendo el pan Eucarístico decimos que es el mismo Cristo el que comemos, que es su Cuerpo y que es su Sangre. Pero esta comunión eucarística no tendría verdadero sentido si no hay antes esa otra comunión profunda con Cristo comiendo a Cristo en nuestra vida. Eso es comulgar, comer a Cristo.


lunes, 27 de abril de 2020

Tenemos que ansiar y desear no lo que nos dé satisfacciones pasajeras sino lo que en verdad engrandece a la persona y la hace trascender de si misma con ansias de plenitud


Tenemos que ansiar y desear no lo que nos dé satisfacciones pasajeras sino lo que en verdad engrandece a la persona y la hace trascender de si misma con ansias de plenitud

Hechos 6, 8-15; Sal 118; Juan 6, 22-29
Tenemos que reconocer que damos la impresión que lo único que nos mueve son los intereses materiales y en muchas ocasiones es por lo que nos partimos el alma, lo que único que nos mueve quizá a grandes esfuerzos o incluso sacrificios con tal de contar con aquello que deseamos. Pero lo que ansiamos y deseamos la mayoría de la veces son cosas materiales, intereses terrenos, cosas que puedan darnos poder en lo económico o lo material para, decimos, vivir mejor. Y cuando nos sentimos interesados por algo que se relacione mucho con nosotros nuestro interés está en la salud y el bienestar para evitar cualquier tipo de sufrimiento.
Por ese camino ¿van nuestros valores? ¿Habrá algo más elevado y mas noble que entre dentro de nuestros intereses y que verdaderamente deseemos? Quizás al detenernos a pensar un poquito en estas cosas nos damos cuenta de que algo más o mejor tendríamos que buscar, pero puede ser el pensamiento de un momento y no llegue a ser una motivación profunda en nosotros. Creo que tendríamos que pararnos a pensar más en estas cosas, en cuáles son esos intereses profundos de la vida que no elevarían a otros niveles.
Yo me atrevería a decir que es lo que Jesús quiere suscitar en aquellos que le siguen. Muchas veces parece que solo les interesa la salud, porque continuamente vemos a los enfermos que acuden a El o que familiares y amigos portan para que lleguen a Jesús; o son las peticiones, en cierto modo, solemnes que algunos le hacen cuando quieren que cure a su criado enfermo como el caso del centurión romano, o sane a la hija que está en las últimas en el caso de Jairo, el jefe de la sinagoga.
Hoy contemplamos a una multitud de personas que vienen a buscar a Jesús. Lo perdieron de vista la tarde anterior cuando comieron allá en el descampado el pan milagrosamente multiplicado y entonces en su entusiasmo hasta querían hacerlo rey. Pensemos en el concepto antiguo de que el rey era como el padre del pueblo y el que se acogía a un buen rey podía tener asegurado su sustento entrando a su servicio. ¿Qué mejor rey que aquel que le había dado de comer en abundancia allá en el desierto?
A la mañana siguiente viendo que no estaba allí, que incluso los discípulos cercanos se habían desaparecido desde la tarde anterior porque en una barca se habían venido a Cafarnaún, allí acuden también en búsqueda de Jesús. Pasamos por algo lo que la totalidad quizás de la gente no conocería que fue el caminar de Jesús sobre las aguas en la noche para llegarse hasta la barca de los discípulos que remaban con dificultad rumbo a Cafarnaún. ‘Maestro, ¿Cuándo has venido aquí?’ es la pregunta que les surge al encontrarse con Jesús en Cafarnaún.
Y es cuando Jesús quiere hacerlos recapacitar. ¿Por qué le buscan? ¿Solo porque cura a sus enfermos o porque en la tarde anterior les había dado gratuitamente pan hasta hartarse? Buscad otro alimento, les viene a decir Jesús. ‘Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios’.
Hay algo distinto que bien merece la pena. Tenemos que elevar nuestra mente y nuestro espíritu para no quedarnos a ras de tierra pensando solo en las cosas materiales. La vida del hombre, la vida de la persona es algo más que lo material que nos traemos entre manos. Hay otros valores, hay otras cosas que engrandecen a la persona, hay algo mejor que embellece la vida, hay algo que nos eleva nuestro espíritu y nos abre a otra trascendencia, hay algo que nos hace mirar más allá de nuestro propio ombligo, de nuestro propio yo para abrirnos al otro, para enriquecernos mutuamente, para lograr una hermosa convivencia en la que resplandezca la paz y el amor, para abrir por supuesto a Dios.
Cuántas veces vivimos obsesionados en nuestro trabajo, en tener unas ganancias y unos dineros que nos obcecamos y nos embrutece; no sabemos encontrar tiempo ni para nosotros mismos, para cultivar nuestro espíritu, para pararnos a pensar, para buscar ese sentido espiritual de la persona. Sabemos contar quizá unos dineros que nos llevamos al bolsillo pero no sabemos admirar la belleza de lo que nos rodea; no somos capaces de leer dos páginas seguidas de algo que nos ayude a pensar; no queremos ni deseamos conocer y aprender otras cosas y hasta lo que forma parte de la cultura de nuestro pueblo, que hemos heredado de nuestros mayores, lo olvidamos o nos desentendemos de ello porque hasta lo consideraríamos una pérdida de tiempo. Y eso pasa en nuestro entorno y nos puede pasar a nosotros también.
Cuando la gente hoy le pregunta en el evangelio qué es lo que tienen que hacer Jesús le dice que la obra de Dios es que crean en el que El ha enviado. En el camino de esas cosas en las que hemos venido reflexionando hoy, ¿qué lugar ocupa nuestra fe en Jesús?

domingo, 26 de abril de 2020

Hacemos camino cada uno con sus circunstancias y sus expectativas, con sus propias experiencias y sus sueños y Jesús viene a nuestro encuentro como a los de Emaús



Hacemos camino cada uno con sus circunstancias y sus expectativas, con sus propias experiencias y sus sueños y Jesús viene a nuestro encuentro como a los de Emaús

Hechos 2, 14. 22-33; Sal 15; 1Pedro 1, 17-21; Lucas 24, 13-35
Hacer camino. Es la vida. Es una imagen con la que definimos tantas veces nuestra existencia. Caminamos hacia algo, en búsqueda de algo, en búsqueda de alguien, en búsqueda quizá de nosotros mismos. Hacemos camino y no siempre es fácil. Perdemos el rumbo distraídos en otras cosas en ocasiones; nos desilusionamos y nos cansamos; también está lleno de alegrías; lo hacemos con mucha esperanza; miramos a los que caminan a nuestro lado y nos pueden servir de estimulo y ejemplo, aunque también nos pueden desorientar y confundir; tenemos que hacerlo por nosotros mismos, pero al mismo tiempo contamos con alguien que camine a nuestro lado, nos estimule y nos aliente, nos ayude a encontrar rumbos para alcanzar las metas. Muchas cosas podemos decir del camino; muchas experiencias podríamos contar; muchos recuerdos que nos hacen recapacitar y también ver el camino andado.
Es una imagen que vemos repetida en el evangelio. Jesús caminaba de un lado para otro para hacer el anuncio del Reino; al borde de los caminos se detenía junto a los que sufrían o nos invitaba a subir, a realizar el esfuerzo aunque fuera grande, como subir a la montaña, o subir a Jerusalén sabiendo lo que allí se iba a encontrar; Jesús hace camino y al mismo tiempo es camino; Jesús es pascua porque es paso de Dios, que es paso de amor aunque el amor duela pero en el que al final encontraremos plenitud. Jesús invita a caminar con El, a seguirle aunque sus pasos sean exigentes, aunque signifique cargar con una cruz, aunque tengamos que olvidarnos de nosotros mismos. Algunas veces el camino de Jesús parece que se hace oscuro porque hay dolor, porque hay silencios, porque hay esperas que se hacen largas, porque tenemos que tener la lámpara encendida con suficiente aceite y eso cuesta porque hay que cuidarla para que los vientos no la apaguen.
Hoy nos encontramos en el evangelio con unos discípulos que están haciendo camino y que se les está haciendo difícil; ha sido duro el trago amargo por el que han pasado con la entrega de Jesús que quizá ellos miraban más como una traición o como la maldad de quien quería la muerte de Jesús. Aunque Jesús tantas veces había explicado que subía a Jerusalén pero era El quien se entregaba, no terminaban de comprenderlo. Aquello fue un escándalo que les costaba mucho tragar. Porque para ello Jesús estaba en el sepulcro donde lo habían depositado el viernes en la tarde, aunque las mujeres vinieran diciendo que no estaba el cuerpo de Jesús allí o de unas apariciones que les decían que estaba vivo; pero ellos no le habían visto. Caminaban tristes, desilusionados, con mucha frustración en su espíritu; se volvían a casa.
Alguien se pone a caminar con ellos haciendo su mismo camino y a quien le cuentan sus zozobras y sus desilusiones. Nosotros pensábamos, decían, pero ahora parece que ya no piensan igual. Nosotros esperábamos, comentan, pero ahora parece que todo se ha venido abajo. Ya les cuesta mirarlo como un profeta grande en obras y palabras y como el futuro liberador de Israel. Para ellos todo es oscuro, de manera que no entienden que quien va con ellos no sepa nada de lo que ha sucedido en Jerusalén aquellos días. ¿Eres tú el único que no sabes lo que ha pasado? Pero, ¿quiénes serán en verdad los que no se enteran de nada?
‘¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?’ Tendrán que escuchar con humildad el reproche del caminante. ¿Quién tiene que reprochar a quién? Y comenzará a hablarles, y a explicarles las Escrituras; y su corazón comenzaba a arder de una manera especial y distinta; y la cerrazón de sus mentes y de su corazón se va abriendo; y comenzarán a pensar menos en ellos mismos y más en los demás mostrando ya preocupación por el caminante.
 ‘Quédate con nosotros, se hace tarde…’ le rogaban abriendo las puertas no solo de su casa sino también de su corazón. Y lo que tenían lo compartían; si antes habían compartido sus penas y sus angustias ahora comenzaron a compartir la generosidad de su amor. Se sentaron a la mesa para compartir lo que tenían. Y fue entonces cuando al partir el pan lo reconocieron. Es el Señor. Y ya no importaba que se hiciera de noche sino que partieron de nuevo para Jerusalén para contar cuanto les había sucedido. No podían quedarse en casa a pesar de los peligros de los caminos en la noche. El camino merecía la pena recorrerlo.
Hacemos camino, como decíamos al principio, cada uno con sus circunstancias y sus expectativas, con nuestras propias experiencias y con nuestros sueños. Caminos que también se nos pueden volver difíciles o hacérsenos oscuros, caminos que nos piden esfuerzo y en los que hemos de tener claro hacia donde vamos, caminos en los que a veces nos sentimos frustrados o en los que en alguna ocasión se nos pueden apagar los sueños. Como los discípulos de Emaús.
Pero a nosotros también viene a nuestro encuentro, para caminar a nuestro paso el Señor que se nos puede manifestar de mil maneras, a través de distintos acontecimientos, o también en los que caminan a nuestro lado aunque nos parezca que van a lo suyo. Siempre puede aparecer una luz, que tenemos que saber descubrir. Pero tenemos que saber descubrir al Señor que va a nuestro paso, escucharlo, sentir ese ardor en el corazón o esas palomitas en el estómago.
Seguimos viviendo la Pascua, el paso del Señor en este año tan especial, con estas circunstancias tan especiales. No podremos ir a celebrar la Fracción del Pan pero sí estamos seguros que El está ahí partiendo el pan para nosotros. Su alimento de vida no nos faltará. Que sintamos esa hambre de Dios y le escuchemos; que sintamos esa hambre de Dios y nos preparemos para el momento en que podamos volver a celebrar la Fracción del Pan; ahora al menos espiritualmente nos unimos a El y nos unimos con toda la Iglesia.