sábado, 4 de abril de 2020

Conviene que uno muera por el bien de todo el pueblo, decía Caifás, conviene que nosotros quizá muramos a muchas cosas externas para centrarnos en lo principal del misterio de Cristo



Conviene que uno muera por el bien de todo el pueblo, decía Caifás, conviene que nosotros quizá muramos a muchas cosas externas para centrarnos en lo principal del misterio de Cristo

Ezequiel 37, 21-28; Sal.: Jer 31, 10. 11-12ab. 13; Juan 11, 45-57
‘¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación’. Es la preocupación que tienen los dirigentes judíos ante el caso de Jesús que se les iba de las manos. Ahora llegan noticias de lo sucedido en Betania donde ha resucitado un muerto y las gentes están entusiasmadas por Jesús. Parece que las cosas se les complican para sus intereses.
Momentos difíciles, momentos propicios para el enfrentamiento entre unos y otros, piensan, aunque ellos no son capaces de calibrar, cegados por sus intereses, lo que Jesús ha enseñado a los que le siguen y no el camino de la violencia por el que Jesús quiere transitar. Pero eso ellos no lo ven. Temen  que en una revuelta intervengan los romanos y la opresión sea más fuerte de lo que ahora están viviendo. La reacción puede ser violenta y ellos quisieran adelantarse a lo que pueda suceder. Sus propios intereses también están en juego, su poder y su influencia que tantos beneficios les proporcionan.
Nos movemos por intereses y cuando podemos tener pérdidas en lo conseguido de la forma que sea la reacción puede ser temeraria. Tratamos de quitar de en medio aquello que pudiera perjudicarnos en nuestras aspiraciones. Lo más noble que llevamos dentro parece que desaparece porque tenemos la ambición de las grandezas humanas y eso es una fuerte tentación para nosotros. Los que tienen afanes de poder ocultarán, manipularán, desinforman de la auténtica realidad poniendo las cosas solo desde el lado de sus intereses. Son cosas que seguimos viendo todos los días.
Y de ahí surgen las luchas y enfrentamientos quizás hasta con los más cercanos a nosotros; son los hilos en que se mueve la política en tantas ocasiones, que ya no es buscar el interés y el bien del pueblo, de todos, sino nuestros particulares intereses, la imposición de nuestra manera de pensar, el dar a entender que los que no piensen como ellos no son buenos, no trabajan por el bien común, y así no sé cuantas cosas que vemos en la vida diaria, en la vida social y política. Tenemos que abrir los ojos, que nos quieren cegar en tantas ocasiones.
Mirando el evangelio y dándonos cuenta de las ambiciones de aquellos dirigentes en la época de Jesús nuestro pensamiento llega hasta las situaciones actuales que nosotros podamos vivir y se convierte en una luz que ilumina y que nos quiere hacer despertar.
Vamos de nuevo a la página del evangelio. En esas disquisiciones andaban sin saber qué hacer, viendo como las cosas se les iban de la manos, como decíamos, será el Sumo Sacerdote de aquel año, Caifás, el que venga a darles una pista de solución. ‘Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera’. Ahí estaba la solución, había que acabar de una vez por todas con la presencia de Jesús. Palabras dichas desde sus intereses, pero palabras que el evangelista nos viene a decir que se convierten en palabras proféticas sobre el destino de Jesús. ‘Conviene que uno muera por todo el pueblo’. Y nos dice el evangelista que el sacerdote no hablaba solo por si mismo sino desde la condición del cargo que ejercía como Sumo Sacerdote del templo de Jerusalén.
Era lo que Jesús había anunciado repetidamente a sus discípulos y los discípulos no habían sabido comprender. Le daban vueltas en su cabeza a las palabras de Jesús y hasta Pedro había intentado quitarle de la cabeza a Jesús aquel pensamiento de que habría de sufrir porque sería entregado en manos de los gentiles para que lo mataran. Pero es lo que ahora va a suceder.
Nos encontramos a las puertas de la Semana Santa en la que vamos a celebrar todo el misterio pascual de Cristo, de su pasión, muerte y resurrección. Adentrémonos en ese misterio. Es cierto que este año con las circunstancias que vive nuestro mundo ni podremos hacer las celebraciones litúrgicas, ni expresar pública y externamente nuestra fe con las procesiones, pero eso no quita para que vivamos desde lo más profundo de nosotros mismos este misterio pascual.
Puede ser que hasta nos convenga, dejar a un lado esos esplendores externos que muchas veces nos pudieran distraer de lo que es el verdadero misterio que celebramos. Lo tendremos que hacer en silencio, en el recogimiento de nuestros hogares, en estos momentos en que tenemos que vivir con una especial austeridad por las circunstancias que vivimos, pero que quizá nos puede ayudar a darle una mayor interioridad.
Conviene que uno muera por el bien de todo el pueblo, decía el sacerdote, conviene que nosotros quizá muramos a muchas cosas externas para centrarnos en lo principal. Porque el misterio pascual de Cristo no podemos dejar de vivirlo. Os invito a que pongamos también alguna señal de que en casa, en el corazón de cada uno de nosotros lo estamos viviendo. A través de las redes se nos sugieren muchas cosas que pongamos en nuestras puertas o en nuestras ventanas y balcones como una señal externa de lo que en el interior estamos viendo. No dejemos de vivir el misterio de Cristo.


viernes, 3 de abril de 2020

Aunque los que nos rodean quieran socavar los cimientos de nuestra fe con valentía la expresamos y proclamamos que Jesús es el Hijo de Dios, nuestro único salvador


Aunque los que nos rodean quieran socavar los cimientos de nuestra fe con valentía la expresamos y proclamamos que Jesús es el Hijo de Dios, nuestro único salvador

Jeremías 20, 10-13; Sal 17; Juan 10, 31-42
‘Los judíos cogieron piedras para apedrear a Jesús’. Son momentos tensos los que se viven. Y ya sabemos cuando hay tensión y no tenemos argumentos para mantener nuestras posturas o cuando no sabemos como rebatir al oponente, tiramos piedras, aparece la violencia. Hoy quizá no tiramos piedras en el sentido físico del término, pero hay muchas maneras de tirar piedras incluso sutilmente; desprestigiamos, empleamos los medios que estén a nuestro alcance o que nos inventemos para acallar al oponente, hacemos boicot a lo que hace nuestro contrincante y buscamos la manera de que no pueda triunfar en la vida, destruimos, en una palabra.
Hoy se es muy sibilino en estas cosas, porque al final queremos quedar como los buenos, los que no hemos hecho nada, como se dice, no hemos roto un plato. Pero destruido está nuestro oponente. Demasiado lo vemos en la vida social, en la carrera política incluso en los que son de una misma ideología, porque no se permite que nadie le haga sombra, y los mandamos al gallinero, sea una expresión que también empleamos.
A los dirigentes del pueblo, a los dirigentes de Jerusalén en el entorno del templo y de los puntos de poder que aun les quedaban a los judíos se les iba de las manos el caso de Jesús. El pueblo andaba entusiasmado por Jesús, pero ya buscarían la forma de manipularlo como así hicieron para que aquellos que ahora eran favorables a Jesús terminaran pidiendo su muerte en el patio del pretorio. No les quedaba más remedio que reconocer que lo que Jesús hacía era obra de Dios, pero cómo iban ellos a perder sus influencias y su poder. Habían intentado prenderle en más de una ocasión y se les había escapado de las manos o los que habían enviado con esa orden no se habían sentido capaces, como no hace mucho escuchamos.
A Jesús le vemos hoy apelando a sus obras, que son obras de Dios, que es lo que el Padre del cielo le ha mandado hacer. Pero cuando nos cegamos no somos capaces de ver lo bueno. ¿Qué hacía Jesús sino amar? ¿Qué hacía Jesús sino liberar del mal a todos los que sufrían? ¿Qué hacía y enseñaba Jesús sino hacer que cada uno descubriera su dignidad y grandeza y actuara en consecuencia con la libertad de los hijos de Dios, como recientemente hemos escuchado?
Acusan a Jesús de blasfemo. En la ley judía la blasfemia se castiga apedreando al blasfemo y es lo que quieren hacer ahora con Jesús.  ‘¿Decís vosotros: ¡Blasfemas! porque he dicho: Soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre’.
Aunque también el mundo que nos rodea no sea capaz de reconocerlo, confesamos nuestra fe en Jesús reconociéndolo como Hijo de Dios. No es simplemente un hombre bueno. En Jesús se manifiesta Dios, Jesús es el rostro del amor de Dios, Jesús es el Hijo de Dios. Tenemos que reafirmar bien nuestra fe, no podemos decaer, no podemos dejar arrastrar por lo que oigamos por acá o por allá. También el mundo que nos rodea quiere socavar bajo nuestros pues para hacernos dudar. Y es que cuando lleguemos a dudar de quién es en verdad Jesús, todo se nos vendrá abajo. Y el enemigo lo sabe y en el materialismo, la indiferencia religiosa, el ateismo que envuelve nuestro mundo serán muchas las cosas con las que querrán arrancar la fe nuestro corazón. 
Cuidemos nuestra fe, expresémosla sin miedo ni cobardía, seamos valientes en nuestro testimonio. En medio de las crisis en que se ve envuelto nuestro mundo se necesita que brille con fuerte resplandor nuestra fe. Y la vamos a expresar con actitudes buenas y positivas con las que queremos construir las mejores relaciones entre nosotros y en el mundo.

jueves, 2 de abril de 2020

Las palabras de Jesús son una invitación a vivir en ese amor nuevo, el amor de Dios, que cuando inunde de verdad nuestro corazón nos llenará de vida eterna


Las palabras de Jesús son una invitación a vivir en ese amor nuevo, el amor de Dios, que cuando inunde de verdad nuestro corazón nos llenará de vida eterna

 Génesis 17, 3-9; Sal 104; Juan 8, 51-59
‘En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre’. Quería hablarles Jesús de la vida eterna pero a ellos les costaba entender. Claro que hemos de reconocer que al hombre y mujer de hoy, de este siglo XXI también nos cuesta entender.
Y es que nuestro pensamiento se ve condicionado por muchas cosas, por la misma experiencia de la vida – aunque esa experiencia también podría ser un motivo para trascendernos a más allá de lo que vivimos en el presente -, por el mundo tan materialista que vivimos donde con tanta facilidad olvidamos todo lo espiritual, desde la experiencia que tenemos de la muerte y como dicen tantos nadie ha venido del más allá para decirnos lo que hay. Y claro cuando se nos habla de vida eterna nos cuesta entender.
Tenemos que saber entrar en otra órbita; es otra la mirada que hemos de tener; es algo distinto lo que tenemos que aprender a saborear; tenemos que abrirnos y saber entender también esas ansias más nobles y espirituales que llevamos dentro de nosotros que nos hacen aspirar a más, nos hacen soñar con una plenitud de todo lo bueno y noble que ahora y aquí podamos vivir, que nos hacen aspirar también a que todo eso bueno no se acabe y dure para siempre. Claro que hablar de vida eterna es mucho más que todo eso, aunque todas esas ansias que llevamos dentro de nosotros nos ayuden a entender lo que Cristo nos ofrece.
Lo que Cristo nos ofrece es su vida misma, es vivirle a El. Es una comunión tan íntima y tan profunda que nos hace sentirnos como una misma cosa con El. Es una vivencia intensa de amor y esa vivencia de amor nos hace sentir en la comunión más profunda de la que ya nunca nos queremos separar. El amor humano vivido en esa más profunda e intensa intimidad hace sentir a los que se aman en una profunda comunión de amor que parece que ya nunca nada lo puede separar, lo puede romper. Añadamos a eso la intensidad de un amor divino y sobrenatural que nos traslada a esa vivencia de eternidad porque así nos unimos con Dios.
Será algo místico e indescriptible porque es como un vaciarnos nosotros en Dios al mismo tiempo que Dios nos inunda y nos da la más perfecta plenitud. Es difícil expresarnos porque no encontramos el lenguaje que lo puede describir y definir; por eso los grandes místicos cuando hablaban de su experiencia de Dios se hacían hasta poetas para ofrecernos bellas y ricas imágenes con las que acercarnos a lo que ellos tan intensamente habían vivido. Recordemos por ejemplo que los escritos de los dos grandes místicos españoles, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, son obra cumbre de la poesía y de la literatura hispana.
Me dio pie a esta reflexión que os he venido ofreciendo las palabras de Jesús en sus diatribas con los judíos en las que malinterpretaban sus palabras y les faltaba auténtica fe para comprender todo el misterio que Jesús les ofrecía. Se quedan ellos en su pensamiento en la vida temporal y terrena, por eso vemos que en sus discusiones hasta la sacan la edad que pudiera tener Jesús. No llegan a comprender todo el misterio de Dios que se revela y se manifiesta en Jesús. No entienden que Jesús nos ofrece su perdón pero nos ofrece su vida, una vida que nos eleva a un plano sobrenatural porque nos hace participar de la vida de Dios.
Hay mucha muerte en nosotros porque llenamos nuestra vida de pecado, el pecado que nos aparta de Dios, que rompe nuestra comunión con El, en el que no queremos vivir en su amor. Todo esto que Jesús nos dice y nos ofrece es esa invitación a vivir en ese amor nuevo, el amor de Dios que cuando inunde de verdad nuestro corazón nos llenará de vida eterna. Ese amor que nos eleva, que sobrenaturaliza cuanto hacemos y vivimos, que nos hace entrar en una dimensión nueva, que nos hace mirar la vida misma y la vida de los que nos rodean de manera distinta.
Que el Señor nos conceda la sabiduría del Espíritu para que comprendamos todo este misterio de amor que nos introduce en la vida eterna. Que arranquemos las sombras de muerte y de pecado que aun quedan en nosotros para que vivamos en su luz, para que vivamos la luz divina de la vida de Dios, la vida eterna.

miércoles, 1 de abril de 2020

Encontremos la verdad de Jesús y encontraremos la verdadera libertad que es la que nos hace grandes y también hará grandes a todos respetando la dignidad de cada persona


Encontremos la verdad de Jesús y encontraremos la verdadera libertad que es la que nos hace grandes y también hará grandes a todos respetando la dignidad de cada persona

Daniel 3, 14-20. 91-92. 95; Sal.: Dn 3, 52a-56ª; Juan 8, 31-42
‘Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’, nos dice Jesús hoy en el evangelio.
Es un ansia profunda del corazón del hombre. Queremos ser libres. ¿Llegaremos a serlo de verdad? ¿Cómo y dónde alcanzamos esa ansiada libertad? Quizás algo fundamental es tener claro en que consiste esa libertad que anhelamos. ¿En qué ponemos la libertad?
Por supuesto que no queremos que haya ningún dominio sobre nosotros; que nada ni nadie nos domine, nos coarte esa libertad que ansiamos. Es que quizá tendríamos que ver también qué sentido o qué concepto tenemos nosotros del  hombre, de la persona; quizá no solo tenemos que vernos a nosotros mismos como si fuéramos los únicos seres de la creación, sino ver también nuestra relación con los demás y hasta con la misma naturaleza. Toda una antropología, todo un sentido de la persona que construye nuestra vida y que la construimos necesariamente en una relación con el otro, está detrás de todo esto.
No será entonces por caminos de sentirnos dominantes sobre todo y sobre todos por donde desarrollaremos esa auténtica libertad que ansiamos. Aunque algunas veces nos confundamos y lleguemos a pensar que tener libertad es dominar a nuestro capricho todo cuanto nos rodea. No se trata tampoco solamente de liberarnos del poder o de la influencia que los otros puedan ejercer sobre nosotros – que también – sino que tendrá que ser algo más profundo que hemos de sentir y de vivir en lo más hondo de nuestra persona.
Porque quizá podemos encontrarnos esa esclavitud dentro de nosotros mismos, en nuestro capricho, en nuestra pasión, en nuestro amor propio, en el orgullo que nos llena de soberbia y que nos destruirá a nosotros pero que querrá destruir también cuanto se encuentre alrededor. ¿Son esos caminos de libertad? Cuantas cosas podemos encontrarnos en nosotros mismos que nos dominan y nos esclavizan. Es complejo todo esto que estamos reflexionando y donde podemos llenarnos de confusiones que hasta podrían mermar nuestra propia dignidad.
Y Jesús hoy nos dice que si le seguimos, si escuchamos su palabra, si en verdad queremos ser sus discípulos que significa seguir sus pasos, tener su mismo plan de vida conoceremos la verdad y esa verdad nos llevará a la verdadera libertad. Alguien podría pensar con estas palabras que ya no sería libre, porque estaría simplemente siguiendo a otro. Es que lo seguimos libremente, es que en Jesús encontramos la verdad de nuestra vida, la verdad que nos hace grandes; es que en Jesús encontraremos la verdadera libertad.
Quien sigue a Jesús vive con un corazón libre; se habrá liberado desde lo más profundo de aquellas cosas, como decíamos antes, que nos dominan y que  nos esclavizan; es que con Jesús nos vemos liberados del pecado. Es su redención, es la más profunda salvación que Jesús nos quiere ofrecer. Con salvación nos vemos libres de todo aquello que nos destruye por dentro, de todo aquello con lo que queremos también destruir a los demás. Es que con Jesús y su salvación habremos llenado de nuestra vida de amor y de humanidad; serán otras las relaciones que tengamos con los demás, será otro el respeto que nos tengamos los unos a los otros porque nos amamos y siempre queremos lo mejor para el otro y lo mejor para nuestro mundo.
Encontremos esa verdad de Jesús y encontraremos la verdadera libertad que es la que nos hace grandes, pero que también hará grandes a los que están a nuestro lado porque a ello estaremos contribuyendo nosotros con nuestro buen hacer.

martes, 31 de marzo de 2020

Lo que nos está sucediendo hoy puede ser el gran signo de nuestra cuaresma que nos haga salir de tantas oscilaciones como tenemos en la vida y nos lleve de verdad a la pascua


Lo que nos está sucediendo hoy puede ser el gran signo de nuestra cuaresma que nos haga salir de tantas oscilaciones como tenemos en la vida y nos lleve de verdad a la pascua

Números 21, 4-9; Sal 101; Juan 8, 21-30
Ya quisiéramos que el camino de nuestra vida lo pudiéramos describir como una línea recta que a lo sumo tiene una progresiva ascensión como significativo de ese crecimiento que ha de tener toda vida humana, un camino llano sin dificultades sin oscilaciones que puedan indicar dificultades u obstáculos que haya sido de fácil recorrido. Pero bien sabemos que la realidad no es así, que hay muchas oscilaciones indicativas de altos y bajos que nos aparecen en la vida, con momentos de facilidad y euforia, pero con momentos de decaimiento, pero también de numerosos tropezones.
Miremos lo que hemos recorrido en la vida y veremos que esa ha sido nuestra realidad en todos los sentidos. Ya necesitaríamos en esos momentos difíciles algo que nos haga mirar hacia arriba y nos eleve para encontrar las mejores metas y encontremos también la fuerza para alcanzarlas.
El texto que nos ofrece hoy la liturgia, por ejemplo en la lectura del antiguo testamento, eso mismo trata de describirnos. Se habían visto liberados de la esclavitud de Egipto y su camino era un camino de libertad y hacia la libertad de constituirse como pueblo, pero el camino no era fácil; ante ellos se habrían duras jornadas de desierto, como un día se habían encontrado un mar por medio que tenían que atravesar, o había sido dificultoso el camino a través de las montañas del Sinaí.
Y aparecía entonces la tentación de añorar los tiempos pasados que aunque los vivieron en esclavitud les parecían mejores que lo que ahora vivían porque al menos tenían cebollas y puerros para alimentarse. Por eso escuchamos una y otra vez sus lamentos y contemplamos su rebelión no solo contra Moisés que los dirigía, sino contra el Señor que los había liberado de Egipto. El Señor les corrige y les castiga como a un pueblo rebelde, como hace un padre con sus hijos, para que aprendan a obedecer sus mandatos; hoy se nos habla de la invasión de las serpientes que ponían en peligro sus vidas y el recorrido que iban haciendo. Acuden de nuevo a Moisés para que interceda por ellos y por eso se levanta esa serpiente de bronce en medio del campamento como una señal y que será un signo profético para el pueblo de Dios.
Es el signo que nos quiere mostrar Jesús en el evangelio. Jesús fue siempre signo de contradicción, como proféticamente lo había anunciado el anciano Simeón allá en el templo. Por eso su figura es discutida, lo fue entonces como lo sigue siendo hoy. Estaban los que le reconocían como profeta y acaso también el Mesías, mientras que los dirigentes del pueblo realizaban una dura oposición a la figura de Jesús. Les cuesta creer, no quieren creer. Discuten si puede o no puede ser profeta por ser de Galilea, de donde como dicen ellos no ha salido ningún profeta, como ignoran realmente su lugar de nacimiento, porque no todos le reconocen tampoco como del linaje de David. ‘¿Quién eres tú?’ le preguntan, y les falta una verdadera perspectiva para poder llegar a descubrir el misterio de Jesús. Cuando les falta la fe, les falta la perspectiva principal para poder reconocerle tal cual es.
Y Jesús les da una señal, como la serpiente que fue elevado en lo alto de un madero en medio del desierto y fue signo de salvación para ellos, ahora les habla de que el Hijo del Hombre va a ser elevado en lo alto. No menciona el madero de la cruz, de la que ya les había hablado a los discípulos más cercanos, por eso ahora tampoco llegan a entender lo que quiere decirles Jesús con aquellas palabras. Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada’.
Dice el evangelista que cuando les dijo esto algunos creyeron en él. Nosotros creemos en El, creemos en Jesús, le reconocemos de verdad como nuestra única salvación. Queremos seguirle aunque nuestra vida también esté tan llena de altibajos, de oscilaciones, de momentos de entusiasmo y fervor pero momentos también de decaimiento. La vida se nos hace dura y tantas cosas que suceden en nuestro entorno no terminamos de entenderlas. Nos vemos envueltos también en las oscilaciones de nuestras dudas y de nuestros miedos, como en este momento podemos estar viviendo.
Pero ponemos nuestra fe en Jesús, que es nuestro único salvador. Y esas cosas que nos suceden – como fueron las serpientes allá en el desierto – pueden ser una señal, pueden ser un signo para nosotros que nos haga despertar, que nos haga ver como tenemos que hacer un mundo nuevo, como tenemos que saber sacar a flote también lo mejor de nosotros mismos y comiencen a florecer las flores de la solidaridad, del amor, de la búsqueda de los buenos y mejores valores, la forma de hacer un mundo nuevo y mejor. ¿No podrá ser todo lo que nos sucede el gran signo de nuestra cuaresma que nos haga salir de tantas oscilaciones como tenemos en la vida, que nos lleve de verdad a la pascua?

lunes, 30 de marzo de 2020

Tratemos de empaparnos de la misericordia, porque tenemos que ser compasivos y misericordiosos como lo es nuestro Padre del cielo


Tratemos de empaparnos de la misericordia, porque tenemos que ser compasivos y misericordiosos como lo es nuestro Padre del cielo

Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Sal 22; Juan 8, 1-11
¿Y si es culpable se va a quedar sin castigo? ¿No será algo así como pensamos y pretendemos ejercer la justicia? Qué difícil tarea la de un juez. Pero también hemos de decir con qué facilidad nos convertimos en jueces. Pero jueces solamente para condenar. Me vais a decir que las leyes están para cumplirlas y no lo niego; que quien quebranta la ley es reo de esa ley y merece que se le aplique la justicia, que esa es la función de los jueces.
Pero difícil es la imparcialidad, fácil es la mano dura para aplicar la ley y para aplicar sentencias. También podemos decir que se juzga según las apariencias exteriores o mejor las pruebas y que es difícil saber lo que sucede en el corazón de las personas.
Un poco nos hacemos lío con todas estas cosas pero una cosa hemos de tener clara y es que dejemos la justicia a quienes tienen que impartirla y no nos convirtamos nosotros así porque si en jueces inmisericordes que muchas veces lo somos. Y los juicios populares que con tanta facilidad nos hacemos son muy peligrosos. Claro que no saquemos conclusiones precipitadas de lo que voy reflexionando y se vaya a decir que no se ha de aplicar la justicia, aunque claro que pueden surgir muchos interrogantes ante todo esto.
Lo que hoy nos presenta el evangelio nos deja aun más descolocados. Aquella mujer había sido sorprendida en flagrante adulterio; la ley mosaica era dura con este pecado. Y aquí vienen todos aquellos que se creían muy justificados a traerle a esta mujer a Jesús para que haga juicio sobre ella. Ya venía prejuzgada y prácticamente con la sentencia dictada. La ley de Moisés mandaba apedrear a las adulteras. Pero ahora quieren pasarle la papa caliente a Jesús a quien han oído hablar tantas veces de la misericordia y del perdón, hasta setenta veces siete le había dicho un día a Pedro, que acogía a los pecadores y comía con ellos, que tanto se dejaba invitar por Simón el fariseo, como se auto-invitaba El mismo a casa de Zaqueo un reconocido publicano que era despreciado por todos.
¿Qué iba a hacer Jesús? Podrían acusarlo de que iba contra la ley, siendo así que la ley y los profetas eran los pilares fundamentales de todo el pueblo judío, de todo el pueblo escogido de Dios. Todos estaban expectantes cuando parecía que Jesús no les prestaba atención, entretenido jugando con el polvo del suelo. ¿Estaría Jesús tratando de quitar el polvo externo a ver si encontraba algo de sinceridad en el interior?
Ante la insistencia Jesús se levanta para dirigir su mirada a todos los que le rodean expectantes solamente para decir ‘el que esté libre de pecado que tire la primera piedra’. Si habían venido con sus voceríos gritando y exigiendo, haciendo fiesta ya en lo que les parecía que iba a ser un espectáculo cierto, ahora el silencio se apodera de todos. Un silencio que se vuelve incómodo y en el que quizá solo se escuchan las piedras que caen al suelo desde unas manos que ya no se atrevían a levantarse. Y empezando por los más viejos todos se fueron escabullendo. Al final quedó sola la mujer tirada por tierra. ‘¿Dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?’ No hacían falta respuestas porque el vacío y el silencio se habían apoderado del lugar. ‘Yo tampoco te condeno, vete y no peques más’.
Había aparecido la misericordia y ahora brillaba en todo su esplendor. ¿Se había quedado sin condena la que había merecido el castigo? ¿Acaso necesitaría castigo aquella mujer tras aquella experiencia del encuentro con Jesús para que no reincidiera en su pecado? ‘Vete y no peques más’, y el corazón de aquella mujer se había transformado por el amor y ahora rebosaba de paz en el encuentro con la misericordia.
¿Seguiremos nosotros condenando inmisericordes? Aunque hablemos mucho de la misericordia cuidado no aparezcan algunas veces y en algunas situaciones ese condena inmisericorde también en nosotros que nos decimos iglesia, que nos decimos seguidores de Jesús y de su evangelio. Pudiera haber mucha gente dolida porque no siempre ha encontrado esa misericordia en el seno de la Iglesia.
Cuidado nos contagiemos del espíritu del mundo que no entiende de misericordia y tratemos de emular a nuestro mundo actuando según sus exigencias. Aunque nos cueste mucho entenderlo y llegar a vivirlo tratemos de empaparnos de esa misericordia del cielo, porque tenemos que ser compasivos y misericordiosos como lo es nuestro Padre del cielo.

domingo, 29 de marzo de 2020

En Jesús es donde la vida va a adquirir todo su sentido de plenitud para vivir de manera nueva desterrando de nosotros todas las sombras de la muerte

En Jesús es donde la vida va a adquirir todo su sentido de plenitud para vivir de manera nueva desterrando de nosotros todas las sombras de la muerte

Ezequiel 37, 12-14; Sal 129; Romanos 8, 8-11; Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33-45
Alguien ha escrito que ‘la resurrección del amigo es parábola y es profecía de futuras victorias sobre todo tipo de muertes: Cristo ha venido para que «tengamos vida y la tengamos en abundancia» (Jn 10,10) y la conservemos para siempre’.
En el camino que vamos haciendo con la liturgia se nos presenta en este último domingo de cuaresma el evangelio de la resurrección de Lázaro antes de abrírsenos el pórtico de la semana en que celebraremos el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. De la misma manera, en el evangelio de san Juan, aparece este relato que va a provocar la reacción de los judíos que quieren quitar de en medio a Jesús y que se pone como anticipo de la muerte y de la resurrección de Jesús. Por eso con el texto que citábamos decimos que es parábola y es profecía, sin dejar de ser un hecho cierto y real tal como nos lo relata el evangelio de Juan.
Y es que si ante el hecho de la muerte nos sentimos siempre sobrecogidos ante el misterio que para nosotros representa, si al mismo tiempo lo unimos a la vida y a la resurrección no deja de ser mayor misterio que nos abra a unos horizontes insospechados. No nos gusta la muerte y aunque la aceptemos como un destino fatídico en el más suave de los casos ante el que nos resignamos, nos rebelamos ante ella y no queremos morir; si por nosotros fuera y tuviéramos poder para ello buscaríamos lo imposible por no morir. Pareciera que todo se nos trunca y se quedaría como inacabada nuestra existencia y la encontramos como un sin sentido ante las ansias de vivir que todo tenemos.
Y cuando aparece ante nuestros ojos este texto que llamamos de la resurrección de Lázaro aunque realmente fue un revivir porque Lázaro finalmente algún día tendría que morir, sin embargo nos aparece ante nuestros ojos como un horizonte que se abre a algo nuevo y distinto, que luego contemplando la resurrección de Jesús adquiere para nosotros el mejor de los sentidos. Por eso decimos es parábola, pero también es profecía de victoria, porque podemos vencer sobre la muerte, porque la vida es mucho más que una existencia corporal, porque hay otra plenitud de vida que llevamos como semilla en nosotros y que en Jesús se volverá la mejor flor y el más hermoso fruto.
Si seguimos el relato del evangelio son significativas todas las palabras que vamos escuchando en labios de Jesús. Cuando le anuncian más allá del Jordán donde se había retirado hasta el momento en que llegara su hora que Lázaro está enfermo dirá que aquella enfermedad no es de muerte sino que servirá para que se manifiesten las obras de Dios. Algo así como lo que le escuchamos decir a los discípulos cuando se encontraron el ciego de nacimiento en las calles de Jerusalén manifestando que aquella ceguera no era consecuencia del pecado de nadie, sino para que se manifieste la gloria de Dios.
En el encuentro con las hermanas de Lázaro, primero Marta y luego también María, ante la queja de que si hubiera estado allí Lázaro no habría muerto Jesús les responde que Lázaro vivirá. Y se establece el diálogo de la resurrección del último día que estaba presente en la fe y la esperanza de Marta con la afirmación de Jesús de que quien cree en El vivirá para siempre. Marta habla de una resurrección de futuro y Jesús les dice que allí está El que es la resurrección y la vida. Solo le pide fe. No importa que Lázaro lleve ya cuatro días enterrado. ‘Quien cree en mí aunque haya muerto vivirá y vivirá para siempre’, les dice Jesús.
Y es que en Jesús es donde la vida va a adquirir todo su sentido de plenitud. Y es que creyendo en Jesús comenzamos a vivir de manera nueva. Cuando en verdad le hemos dado nuestro Sí a Jesús de nosotros ha de estar desterrada la muerte para siempre, porque lo que tiene que reinar en nosotros es el amor. Todas aquellas sombras de muerte del desamor y del odio tienen ya que desaparecer para siempre de nosotros. Por eso allí por donde va un creyente en Jesús irá haciendo surgir la vida porque irá haciendo florecer el amor. Es el reino de la verdadera solidaridad y del más profundo amor; es el reino que busca la justicia y la paz verdadera, no la que podamos imponer desde las violencias exteriores, sino la que va a nacer de un corazón lleno de amor y que siempre buscará lo mejor, siempre buscará el bien, siempre trabajará por la justicia, siempre será un sembrador de paz.
Y aquí hay un nuevo detalle que puede ser significativo de cómo vivimos nosotros esa nueva vida. Jesús llamó a Lázaro y le mandó salir fuera y Lázaro salió pero aun con los pies y las manos atados por las vendas. Faltaba algo, había que desatar aquellas vendas para que Lázaro pudiera caminar. ‘Desatadlo y dejadlo andar’, les dice Jesús, nos dice Jesús que nosotros tenemos que ir haciendo. Cuantos nos encontramos que tienen ansias de vivir pero aún tienen muchas ataduras en su vida que les impiden alcanzar la plenitud de su vivir. Ahí está nuestra tarea. Tenemos que desatar tantas ataduras, primero en nosotros si lo queréis pensar así, pero necesariamente siempre en los demás. No nos podemos quedar cruzados de brazos.
No lo olvidemos Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. En una plenitud que va mucho más allá de la vida corporal que tengamos pero que será vida de verdad si la vivimos en toda su plenitud. No olvidemos la dimensión del espíritu. Tenemos que amar nuestra vida, pero que la queremos vivir en esa plenitud que Jesús nos ofrece.

No nos desprendemos de ella, sino que hemos de conservarla y conservarla de la mejor manera. Una vida llena de trascendencia que va más allá del momento presente o del solo yo de nuestra vida, porque siempre hemos de estar abiertos a la vida de los demás, a los que podemos enriquecer con nuestra vida y a los que hemos de ayudar, como decíamos, a desatar de todas las ataduras que nos esclavizan y nos impiden vivir en libertad plena.