miércoles, 11 de noviembre de 2020

Las situaciones difíciles tendrían que hacernos descubrir donde está la verdadera grandeza del espíritu humano que sabe dar gracias por lo recibido

 


Las situaciones difíciles tendrían que hacernos descubrir donde está la verdadera grandeza del espíritu humano que sabe dar gracias por lo recibido

Tito 3, 1-7; Sal 22; Lucas 17, 11-19

‘Es de bien nacido el ser agradecido’ es uno de tantos refranes en torno a la gratitud que han quedado como gravados en la sabiduría popular. Nos preciamos de ser agradecidos y cuando vemos a alguien que no lo es sino que más bien parece exigente y se cree merecedor de todo ya en nuestro interior nos hacemos el juicio de los pocos valores humanos que hay en aquella persona. Pero resulta que todos somos así por muchas apreciaciones que nos hagamos, nos cuesta decir la palabra ‘gracias’, nos cuesta en muchas ocasiones expresar con algún tipo de gesto nuestra gratitud para quien nos ha hecho un favor, para quien nos ha prestado un servicio.

Nos sentimos mal cuando no son agradecidos con nosotros,  pero  no llegamos a pensar cómo se siente la persona para quien hemos tenido el desaire de no ser agradecidos con ella. No es solo el gesto de corrección, de buena educación que diríamos también, sino la grandeza o la pequeñez de nuestro espíritu que no sabemos ser agradecidos con los demás.

Es un gesto de amor al mismo tiempo que un gesto de humildad; de amor por el agradecimiento, de humildad por el reconocimiento de nuestra pobreza que ha venido alguien con su generosidad a socorrer. Pero muchas veces impera demasiado el egoísmo en nosotros con el que nos sentimos poco menos que el centro del mundo y todos entonces tendrían la obligación de venir a echarnos una mano. Nos centramos demasiado en nosotros mismos creyéndonos merecedores de todo, con derecho poco menos que de exigir a los demás que sean buenos con nosotros sin nosotros tener el pequeño detalle de esa palabra que es pequeña, pero que podría expresar la grandeza que hubiera en nuestro corazón.

Así vamos por la vida pensando solo en nosotros mismos. Como aquellos leprosos de los que nos habla el evangelio hoy. Cuando estaban en la necesidad bien sabían suplicar; cuando se vieron liberados de su mal pronto olvidaron quien los había liberado y allá se fueron a hacer los trámites para poder llegar a abrazar a los suyos. Podría parecer hasta lo más natural del mundo. Si consideramos lo que significaba ser leproso en aquella época, quizás hasta empezaríamos a justificarlos.

Hoy nos quejamos, en la situación actual que estamos viviendo en toda nuestra sociedad, de que tenemos que confinarnos en casa y no podemos salir a la calle, al encuentro con los amigos, a la vida social que hacíamos en otros momentos. Pero los leprosos no estaban confinados en sus casas, nosotros podemos estar con los nuestros y en la comodidad de nuestro hogar; los leprosos eran recluidos en lugares apartados, lejos de todo contacto con el resto de la sociedad, ni con la familia podían encontrarse; eran unos marginados en el sentido más estricto de tal manera que hasta legal y religiosamente eran considerados impuros que podían manchar con su impureza a los demás. Era el contagio de le enfermedad, pero era un contagio social que llevaba a una horrible discriminación.

Por eso digo que en una situación así al verse liberados de su enfermedad y de todo lo que los discriminaba parecería lógico que corrieran al encuentro de los suyos olvidando todo lo demás. Pero allí había uno que manifestaba la grandeza de su espíritu; alguien que además en aquella sociedad era discriminado también por su lugar de origen, era un samaritano, pero fue el que manifestó la grandeza de su espíritu para ir primero que nada a dar la gracias.

Seguimos comparando con nuestras situaciones actuales y las comparaciones y discriminaciones que seguimos haciendo con los emigrantes que llegan a nuestros territorios. Duro es escuchar en ocasión en voz de quienes incluso se consideran cristianos los juicios de valor que se suelen hacer sobre estas personas. El evangelio de hoy nos da para pensar en muchas cosas, en muchas situaciones que también nosotros vivimos.

Simplemente terminamos el comentario con las palabras del mismo evangelio. ‘Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado’.

¿Dónde nos vemos nosotros en este episodio del evangelio? ¿Sabremos descubrir la grandeza del espíritu manifestada en nuestras muestras de gratitud por lo que recibimos de los demás y de Dios?

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