jueves, 17 de septiembre de 2020

No nos quedemos en formalismos ni en ritualismos sino que busquemos siempre el encuentro vivo y sincero, el encuentro lleno de amor que nos llenará de vida

 


No nos quedemos en formalismos ni en ritualismos sino que busquemos siempre el encuentro vivo y sincero, el encuentro lleno de amor que nos llenará de vida

1Corintios 15, 1-11; Sal 117; Lucas 7, 36-50

Algunas veces hay cosas que en si mismas tendrían un hondo sentido humano, de cercanía y de amistad, pero que sin embargo tenemos el peligro de desvirtuar cuando no ponemos algo en aquello que hacemos como meramente formal. Una comida es signo y una muestra de amistad, sentamos en nuestra mesa a aquellos que apreciamos, y el encuentro en torno a una comida más que la comida en sí vale por lo que significa de encuentro y de tender lazos de amistad. Es algo de lo que vemos en el evangelio de hoy que además tiene muy hondos significados.

¿Por qué invitó aquel fariseo a Jesús a comer a su casa? No queremos entrar en juicios descalificatorios del actuar del fariseo, pero nos atenemos a lo allí sucedido. ¿Era una muestra de amistad y aprecio hacia Jesús? Bien sabemos que también había fariseos que querían escucharle y vemos cómo Nicodemo acude de noche a Jesús. ¿Quedar bien ante aquella situación que se iba desarrollando aunque aún no entendiera plenamente lo que Jesús pretendía? ¿Acaso poner a prueba a Jesús para ver sus reacciones, tal como vemos que en otras ocasiones hay fariseos y escribas al acecho de lo que hace Jesús?

Apreciamos sin embargo que aquella comida era meramente formal; quizá se sintiera presionado por sus otros compañeros fariseos que estaban también invitados a la misma mesa por aquello de los respetos humanos. No había cercanía porque le veremos luego con sus pensamientos y sospechas en su interior ante lo que va sucediendo y lo que Jesús realiza. La acogida con el agua que se ofrecía al huésped según llegara a la puerta, los besos de saludo a los que eran tan dados los orientales y los mismos fariseos habían faltado, los perfumes como era habitual para hacer más agradable la estancia de sus invitados brillaban por su ausencia. Esos ritos, llamémoslo así, que se ofrecían como signo de hospitalidad en esta ocasión no se habían realizado. Algo hondo había faltado en lo que se suponía tenía que ser un hermoso encuentro.

Pero lo sorprendente fue la presencia de aquella mujer, una pecadora pública, que se atreve a introducirse en la sala del banquete y llegar hasta los pies de Jesús. Tales son sus lágrimas que se ven lavados los pies cuando agua antes no se le había ofrecido; los besos humildes de amor se multiplicaban en los pies de Jesús y el frasco de alabastro lleno de caro perfume se derramó sobre los pies de Jesús inundando su perfume toda la estancia y a los comensales.

Por el interior del corazón y la mente del fariseo que había invitado a Jesús su sucedían imágenes contrapuestas y los deseos de expulsar a aquella mujer, pero también la sorpresa de ver que Jesús se dejaba tocar así por una mujer pecadora que le besaba de tal manera sus pies. ‘Si supiera quién es esta mujer…’ pensaba el fariseo en su interior, en un interior lleno quizá de rabia y de impotencia por no saber qué hacer o cómo actuar.

Pero es Jesús el que conoce los pensamientos de Simón y el que se adelanta a tomar la palabra. Ya conocemos la pequeña parábola que Jesús le propone de los dos hombres que fueron perdonados y donde pregunta Jesús quién le amará más. Resalta Jesús que sí conoce que aquella mujer es pecadora, pero que ha tenido los gestos de hospitalidad y cercanía que Simón no había tenido, porque aunque era pecadora había ahora mucho amor en su corazón y todas aquellas muestras eran de arrepentimiento. En aquella mujer no había formalidades sino que en aquella mujer había sinceridad y había amor. Por eso sus muchos pecados le eran perdonados, porque amaba mucho.

Hermosa lección la que podemos aprender hoy en este evangelio. Unos gestos y unos signos que nos están invitando a la sinceridad y a la autenticidad. Somos pecadores, pero seamos capaces de poner mucho amor en nuestra vida y en nuestro arrepentimiento.  Quizá tendría que hacernos pensar en cómo es la manera con que nos acercamos nosotros a Jesús buscando su perdón, cómo nos acercamos y vivimos el mismo sacramento de la Penitencia.

Cuántas veces vamos por puro formalismo, porque toca confesarnos, porque llega la semana santa o acaso hace tiempo que no lo hacemos y pensamos que tendríamos que hacerlo; pero quizá vamos por cumplir, porque nos falta en que queramos de verdad ir al encuentro del Señor que sabemos que nos ama y que nos ofrece su perdón. Se nos queda quizá muchas veces en ritualismo pero no hay encuentro, confesamos es cierto nuestros pecados, pero vamos a ver como terminamos lo más pronto posible y nos falta esa apertura del corazón, esas muestras verdaderas de amor para un auténtico arrepentimiento. Quizá mucho en este aspecto nos puede hacer pensar este pasaje del evangelio.

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