miércoles, 19 de agosto de 2020

Cuando tenemos un corazón libre de maldad las lentes de los ojos con que miramos a los demás estarán siempre limpias y haremos siempre resplandecer la luz

 

Cuando tenemos un corazón libre de maldad las lentes de los ojos con que miramos a los demás estarán siempre limpias y haremos siempre resplandecer la luz

 Ezequiel 34, 1-11; Sal 22; Mateo 20, 1-16

La generosidad de los buenos produce salpullidos en el corazón de los recelosos.  Hay gente que recela de todo, va por la vida siempre de desconfiado, siempre está sospechando de lo que hacen los demás sobre todo cuando ven personas generosas y buenas que quieren hacer el bien o simplemente vivir su vida de un forma honrada pero también con generosidad; parece que esas personas buenas molestan, y por eso ahí aparece enseguida el receloso de turno que siembra cizaña, que provoca sospechas, que quiere dejar como en interrogante las buenas intenciones de los que quieren ser buenos.

Qué distintas serían nuestras relaciones si supiéramos hacer desaparecer esos recelos y desconfianzas; si supiéramos apreciar lo bueno de los demás y valorar la generosidad de los que se preocupan por los otros. Andamos en la vida con demasiadas desconfianzas, no hay la suficiente sinceridad de corazón, y terminamos queriendo destruir lo bueno que hacen los demás.

Un mensaje en este sentido descubro yo hoy en la parábola que nos ofrece el evangelio. Las parábolas son comparaciones que nos presenta Jesús para hablarnos del Reino de Dios, del Reino de los cielos; quiere señalarnos esas actitudes buenas que debían de resplandecer en quienes queremos vivir el reino de Dios. Y creo que la parábola que hoy se nos ofrece eso es lo que quiere destacar.

Aquel hombre, propietario de unas viñas, que sale en distintas horas del día a buscar trabajadores para su viña; ha quedado desde el principio en que les ofrece un denario por el día trabajado. Al final del día cuando llega el momento de la paga todos reciben igualmente un denario, pero por allá aparecen los que protestan porque quieren comparar su trabajo que ha sido todo el día con los que han venido casi al final de la tarde y reciben la misma paga. Quieren poner en entredicho la generosidad de este propietario, que quizá ve y comprende la razón por la que algunos no habían conseguido trabajo durante el día y con los que quiere ser generoso pagando de la misma manera y con generosidad la misma cantidad. Pero los recelosos de turno no le perdonan la generosidad que hay en el corazón de aquel hombre y le interpelan.

Creo que por ahí va principalmente el mensaje de la parábola. Muchas veces nos hemos hecho muchas interpretaciones en referencia a que somos llamados a trabajar en la viña del Señor en distintas horas de nuestra vida y a cualquier hora que nos llame el Señor hemos de responder. Es cierto que podemos ver también ese mensaje. Pero cuando Jesús nos ofrece la parábola nos dice que el Reino de los cielos se parece a un propietario que salió a buscar trabajadores para su viña. Entonces en la actitud del propietario está el mensaje. Y al final precisamente se recalca la generosidad de este hombre, al que porque es generoso se le tiene envidia. Los recelosos en los que se les levantan salpullidos en el alma cuando ven la generosidad de los demás de la que ellos no son capaces.

Nos enseña, pues, a tener otra mirada en la vida, a saber ver con buenos ojos la bondad y generosidad de los demás, a valorar lo bueno que hacen los otros, a aprender a tener también nosotros un corazón generoso pero limpio de toda maldad para que no hagan mella en nosotros esos recelos y desconfianzas que tantas tratan de sembrar como mala cizaña en nuestros corazones. Que aprendamos a tener un corazón puro y generoso, un corazón limpio de maldad pero siempre lleno de amor; cuando tenemos un corazón así las lentes de los ojos con que miramos a los demás estarán siempre limpias y así haremos siempre resplandecer la luz.

 

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