viernes, 21 de agosto de 2020

Al credo que recitamos proclamando nuestra fe en toda la historia de amor de la salvación unimos toda una respuesta de amor que tiene que ser sobre todas las cosas

 

Al credo que recitamos proclamando nuestra fe en toda la historia de amor de la salvación unimos toda una respuesta de amor que tiene que ser sobre todas las cosas

Ezequiel 37, 1-14; Sal 106; Mateo 22, 34-40

Y Jesús pasó la prueba. Aprobó el examen. Es que nos dice el evangelista que uno de los fariseos se acercó a Jesús y le hizo una pregunta para ponerlo a prueba. ¿Querían comprobar realmente dónde había estudiado Jesús y que autoridad rabínica tenía para enseñar al pueblo? Recordamos que ya sus vecinos se preguntaban cuando fue a su sinagoga en Nazaret y escucharle hablar donde había aprendido todo eso, porque allí estaban sus parientes y ninguno parecía tan ‘estudiado’ como Jesús. Claro que la pregunta que le hacían a Jesús ahora era cuál era el mandamiento principal y eso estaba muy claro en el libro de la ley. Por eso Jesús había respondido poco menos que textualmente lo que allí decía y lo que casi como una oración todo buen israelita repetía muchas veces en el día.

Quiero hacerte una pregunta, nos llega alguien en alguna ocasión poniendo quizá mucha cara de misterio y como buscando la sorpresa. Algunas veces tanta solemnidad esconde cualquier superficialidad o quizá en más de una ocasión pueden ser preguntas que podíamos llamar fundamentales que llevamos dentro del alma y no sabemos a quien hacer. Y seguramente tenemos que tomárnoslo muy en serio por el respeto que nos merecen los demás aunque luego las cosas no nos parezcan tan trascendentales.

Porque preguntas llevamos todos dentro de nosotros, aunque nos demos por sabidos. La vida nos produce muchos interrogantes, hay cosas que no comprendemos, o como hemos dicho en alguna otra ocasión estamos quizá buscando la receta que nos dé solución dándonos la lista de las cosas concretas que tenemos que hacer. ¡Qué fácil nos lo queremos poner! Como se suele decir todos nos ponemos a filosofar en más de una ocasión. Y es importante porque así vamos buscando lo que es verdaderamente fundamental, porque así vamos saliéndonos de esa superficialidad que a veces nos invade en nuestro entorno.

Es bueno que nos hagamos preguntas en este orden del sentido de la vida, o como lo queramos llamar, o en el orden religioso de nuestra relación con Dios. No nos podemos quedar simplemente en que esto ha sido siempre así o lo que decimos que aprendimos de pequeños que nuestros padres nos enseñaron. Todo eso hay que asimilarlo, todo eso hay que hacerlo propio; las respuestas que nos demos no han de ser solo lo que nos dijeron o enseñaron sino que hay que hacer la respuesta propia porque lo hayamos repensado bien, porque hemos rumiado mucho las cosas, porque vamos madurando en la vida.

Ese testimonio que un día recibimos, digamos de nuestros padres o de quienes influyeron en nuestra fe, es importante, pero tenemos que dar ese paso delante de hacerlo propio porque lo hayamos repensado bien y haya habido una maduración de nuestra fe. Esto es importante, no nos podemos quedar con una visión infantil, que bien nos valía en aquel momento pero de la misma manera que vamos madurando en la vida y vamos creciendo en conocimientos y convicciones, también en este orden religioso, en este orden de la fe, y no para abandonarla como hace tantos, hemos de madurarla para poderla vivir con mayor compromiso.

Ante la pregunta que hoy le hacían a Jesús responde centrando de verdad nuestra vida en esa respuesta de amor que damos al amor que Dios nos tiene. No es solo reconocer la existencia de Dios, su grandeza y su poder, su misterio de inmensidad y su presencia en toda existencia porque es el Creador. Es reconocer más allá de todo eso la inmensidad del amor que Dios nos tiene al que hemos de responder con todo nuestro amor. Recitamos el Credo, el contenido de nuestra fe, que es toda la historia de amor de la salvación que Dios nos ofrece; pero a ese credo que recitamos proclamando nuestra fe unimos ahora toda esa respuesta de amor.

‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas’.

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