viernes, 17 de abril de 2020

Aquel amanecer del lago de Galilea puede ser un signo de un nuevo amanecer hoy en nuestra vida y para nuestro mundo si aprendemos a vislumbrar los rayos del sol


Aquel amanecer del lago de Galilea puede ser un signo de un nuevo amanecer hoy en nuestra vida y para nuestro mundo si aprendemos a vislumbrar los rayos del sol

Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14
Todos en la vida tenemos nuestros cambios, en ocasiones bruscos, de humor. Lo digo así por decirlo de una manera suave y como en imagen de lo que nos pasa muchas veces, que es nuestra inconstancia, nuestra falta de perseverancia. Hay momentos en que desde la experiencia que hayamos vivido, desde aquello que nos impactó y nos llamó poderosamente la atención nos hicimos mil promesas de que la cosa no seguiría igual, que ahora íbamos a cambiar, que nos íbamos a tomar más en serio las cosas, pero ya sabemos como de buenas a primeras aquello parece que se nos vino abajo, vino el cansancio de las promesas hechas, y las cosas no cambiaron tanto como prometíamos en principio que íbamos a hacerlo. Volvemos quizá a tropezar en las mismas piedras – aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra – aparecen de nuevo los desalientos y nos puede de nuevo la rutina.
Yo quiero ver algo así todo el proceso que vivieron los discípulos de Jesús, los apóstoles en torno a la muerte y a la resurrección del Señor. Ya conocimos la radicalidad con que Pedro prometía dar la vida por Jesús y como pronto lo negó, pero también como se fueron en desbandada a la hora del prendimiento en el huerto, o como andaban encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos. No creen en principio las noticias que les traen las mujeres de que la tumba estaba vacía y unos ángeles les habían dicho que había resucitado, pero el entusiasmo vuelve a sus vidas cuando viven la experiencia con Cristo resucitado, como aquellos discípulos de Emaús o los apóstoles todos reunidos en el Cenáculo.
Pero hoy contemplamos en el evangelio un momento de decaimiento por parte de los discípulos. Habían marchado a Galilea, vamos a pensar desde aquellas indicaciones que Jesús les había hecho llegar por medio de las mujeres, pero allá junto al lago  no saben qué hacer. Allí están las barcas y las redes arrimadas a un lado desde hacia tiempo ya. Pero es cuando Pedro – siempre Pedro el primero que va delante – se decide ir a pescar. ‘Me voy a pescar’, y unos cuantos de los discípulos se van con él. ‘Vamos nosotros también contigo’.
Pero parece que las experiencias se repiten. O son los altibajos también de la pesca, unas veces buena pesca y otras la barca vacía. Aquella noche no habían cogido nada y ya estaba amaneciendo. Para colmo alguien desde la orilla pregunta si han tenido buena pesca. No les queda más remedio que reconocerlo, no han cogido nada. ‘Echad la red a la derecha de la barca’. ¿Quizás desde la orilla había la suficiente perspectiva como para ver un cardume entre sombras en el agua del lago?
Pero era alguien que sí sabía donde habían de pescar. Es Juan el que se da cuenta y por lo bajo se lo comenta a Simón Pedro. ‘Es el Señor’. Ni hizo falta nada más, se lanzó al agua para llegar pronto a los pies de Jesús. Los otros tendrían que seguir tirando de la red y llevando la barca hasta la orilla, pero allá estaba ya Pedro a los pies de Jesús. Fue el chispazo que le hizo renovar todo lo bueno que llevaba en su corazón para sobreponerse a todos los desalientos y a todos los miedos.
¿Necesitamos nosotros también una llamada de atención? ¿Necesitaremos algo que nos despierte? El Señor va dejando también signos y señales en nuestro camino, pero que hemos de saber descubrir. Las cosas nos salen mal en ocasiones o hay otros momentos en que todo se nos vuelve una noche oscura. Pero ahí tenemos que saber donde está la estrella, donde está la luz.
Tenemos que saber reconocer que el Señor nunca nos falla, aunque haya momentos en que la pesca vaya mal, vayan mal las cosas y problemas de nuestra vida, vaya mal la situación de nuestro mundo. Pero no todo es oscuridad. Siempre habrá una luz en el horizonte, un nuevo amanecer que nos haga ver y sentir de nuevo los rayos del sol. Aquel amanecer del lago de Galilea puede ser un signo de un nuevo amanecer hoy en nuestra vida y para nuestro mundo. Aprendamos a vislumbrar los rayos del sol.

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