martes, 10 de marzo de 2020

Actitudes nuevas de humildad y de servicio hemos de tener en lo más hondo de nosotros mismos para que siempre resplandezca el amor verdadero


Actitudes nuevas de humildad y de servicio hemos de tener en lo más hondo de nosotros mismos para que siempre resplandezca el amor verdadero

Isaías 1, 10. 16-20; Sal 49; Mateo 23, 1-12
Todos nos hemos encontrado alguna vez en la vida con individuos que van de sobrados de sí, que todo se lo saben, que de todo quieren opinar, que nos miran por encima del hombro porque nos consideran unos ignorantes, que se tienen por maestros de todo aunque nos cuenta que todo son fantochadas y vanidad, que se creen con la solución de todos los problemas pero que todo se queda en palabras porque luego realmente poco hacen. No hay palabra que digan si no es para fantasear con su ‘sabiduría’ (y lo ponemos así entre comillas) y para estarnos diciendo en todo momento cómo tenemos que hacer las cosas. Reconozcamos que se nos hacen insoportables, aunque en principio puedan encandilar con su palabrería.
Al hacernos estas consideraciones quizá nos pasen por nuestra mente el rostro o el nombre de tantos que conocemos así, pero también con sinceridad hemos de mirarnos a nosotros mismos porque allá en el fondo también tengamos esos deseos de notoriedad, de destacar, de colgarnos medallas de merecimientos, o también acaso nos sentimos frustrados u ofendidos si no nos llevan a nosotros sobre una bandeja. Haremos mucho o poco pero nos gusta que nos lo reconozcan y en cierto modo como a nadie le amarga un dulce también nos gustaría aparecer en primera plana.
Lo que es bueno es bueno, lo que hemos hecho bien ahí está y queremos que sea beneficioso para todos, al menos, lo pensamos algunas veces. La humildad está en reconocer la verdad pero eso reconocimiento de la verdad de lo bueno o lo justo que hayamos hecho no nos tiene que llevar a buscar pedestales y las glorias de las vanidades humanas.
Es de lo que Jesús quiere prevenirnos hoy en el evangelio. Y Jesús pone en alerta a los que quieren ser sus discípulos ante las posturas y las maneras de actuar de escribas y fariseos. Ya nos dice que hagamos lo que nos dicen, pero que no hagamos como ellos que nada hacen sino buscar honores, reconocimientos, primeros puestos y vanidad. Claro que todo esto tiene que hacernos pensar, porque acaso a pesar del paso de los años y de los siglos muchas veces sigamos actuando – y también en nuestra Iglesia – a la manera de aquellos escribas y fariseos. Mucha pomposidad ha acompañado a muchos que en la iglesia tenían la misión de ser los últimos y los servidores de todos. No caigamos nosotros en las mismas redes.
No quiere Jesús que nos dejemos llamar padres ni maestros, porque como nos dice todos somos hermanos – cuánto habría que revisar en este sentido en tantos estamentos también de la Iglesia incluso hoy en pleno siglo XXI -  y aunque algunos tengan la misión de trasmitirnos la Palabra de Dios en fin de cuentas son unos hermanos, porque son también unos seguidores de Jesús que con responsabilidad, es cierto, pero con mucho humildad han de realizar su misión. Desterremos de una vez por todas la vanidad de los títulos y de los tratamientos pomposos para sentirnos unos humildes servidores  y hermanos de los que caminan a nuestro lado.
Actitudes nuevas de humildad y de servicio hemos de tener en lo más hondo de nosotros mismos para que siempre resplandezca el amor verdadero. ¿Nos ayudará esta reflexión en este camino cuaresmal que estamos haciendo para que haya una verdadera pascua en nosotros?

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