miércoles, 5 de febrero de 2020

No podemos ir con ideas preconcebidas por muy buenas que sean sino con apertura de corazón para dejarnos sorprender por la novedad de la Palabra de Dios


No podemos ir con ideas preconcebidas por muy buenas que sean sino con apertura de corazón para dejarnos sorprender por la novedad de la Palabra de Dios

2Samuel 24, 2. 9-17; Sal 31; Marcos 6, 1-6
Son a veces los más cercanos los más críticos con nosotros en lo que hacemos o  planteamos sobre todo cuando queremos hacer algo nuevo y algo distinto a lo que siempre se ha hecho. Lo de menos es que sean críticos, cuando se hace en un sentido positivo, porque hemos de aceptar la diversidad de planteamientos o de opiniones y con la crítica quizá nos enriqueceríamos porque se nos puede dar otra perspectiva u otra visión.
Pero normalmente va unido a la desconfianza y a la descalificación, porque quizá cuesta aceptar esos nuevos planteamientos, por ejemplo; una desconfianza que llega en ocasiones a querer desprestigiar quitando autoridad o validez a lo nuevo que se dice, porque en fin de cuentas ya conocemos de donde vienen esas iniciativas o novedades, que todos nos conocemos terminamos diciendo en muchas ocasiones. Algo de orgullo o de soberbia que parece que reaparece o florece en el corazón, no queriendo aceptar lo bueno que nos puedan ofrecer los demás, porque ya nos conocemos. Aquel dicho de que ningún profeta es bien recibido en su tierra sigue siendo de actualidad también en los momentos presentes.
Algo así le sucede a Jesús en esta ocasión en que va a su pueblo, Nazaret, y allí el sábado se ofrece para proclamar la Palabra en la sinagoga. Aunque en principio hay una cierta admiración y orgullo en sus convecinos de que sea El quien proclame la lectura de la ley y los profetas, pronto aparecen las desconfianzas y los murmullos llenos de orgullo y de cierta soberbia. ¿Qué nos va a enseñar si nosotros lo conocemos de siempre que aquí se ha criado entre nosotros? ¿Dónde ha ido a aprender todas esas cosas? Son los suyos, los que le conocen de siempre los que se cierran a la novedad del evangelio que Jesús les propone.
Dice el evangelista que Jesús se admiró de su falta de fe. Allí incluso no pudo realizar ningún milagro. Y es que la desconfianza que había en aquellos corazones les hacía cerrarse a la novedad de la buena nueva que Jesús les anunciaba. Solo cuando nos desprendemos de nosotros mismos, de nuestros prejuicios y de nuestros orgullos es cuando podremos recibir en nuestro corazón esa semilla de la buena nueva de Jesús.
Pueden ser las barreras que nosotros ponemos también tantas veces en nuestra vida. Nos lo sabemos, qué cosa nueva nos pueden enseñar, que esto yo me lo sé de siempre, y nos mantenemos en nuestro conservadurismo que nos anula. Por algo Jesús desde el principio nos pide conversión y fe; esa conversión que es ser capaces de darle la vuelta a nuestra vida, esa conversión que significa despojarnos de nuestro yo y nuestros saberes, esa conversión que es la apertura del corazón para descubrir lo nuevo, para aceptar esa novedad que nos ofrece el evangelio cada día.
Mil veces podemos leer de nuevo el evangelio y siempre vamos a encontrar esa palabra nueva que ilumina nuestra vida. No podemos ir con ideas preconcebidas por muy buenas que sean, sino tener esa apertura del corazón, ese dejarnos sorprender por la Palabra de Dios que siempre es una palabra viva y una palabra de vida, una palabra que va respondiendo a cada situación que vivimos, a ese día a día de nuestra existencia. No podemos ir con una mente cerrada, con un corazón endurecido.
Esa fe que me hace confiar en la Palabra para dejarnos conducir. Solo caminamos por caminos nuevos con aquel con el que tenemos confianza porque sabemos que no nos engaña; y nosotros sabemos de quien nos fiamos, en quien ponemos nuestra confianza, por eso estamos dispuestos a estar siempre en salida, en camino. Es lo que nos llevará también a aceptar y respetar lo bueno que podamos recibir de los demás.

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