sábado, 30 de noviembre de 2019

A partir de un encuentro en Andrés nació la fe para seguir a Jesús y convertirse en su mensajero ¿habremos tenido nosotros un encuentro así con Jesús en nuestra vida?


A partir de un encuentro en Andrés nació la fe para seguir a Jesús y convertirse en su mensajero ¿habremos tenido nosotros un encuentro así con Jesús en nuestra vida?

Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22
Hay encuentros que son poco más que tropezarnos con alguien y hay encuentros que dejan huella. Vivimos en mundo de comunicaciones y estamos en contacto quizá con las personas que están al otro lado del mundo porque hoy los medios nos lo permiten, pero no somos capaces de detenernos a hablar en un tú a tú con el que está a nuestro lado, o con quienes tengamos la oportunidad de vernos cara a cara.
Decimos que conocemos mucha gente y tenemos muchos amigos, pero en verdad ¿ese conocimiento nos lleva a algo hondo, a una comunicación más profunda de nuestro yo, a un encuentro vivo con la persona? Enseguida quizá corremos porque queremos irnos a otro lado o no queremos permitir que se nos metan en el yo más profundo que nos guardamos. Y eso nos hace superficiales, nos impide incluso encontrarnos con nosotros mismos, porque ocultando tanto quizá hasta queremos ocultarnos a nosotros mismos.
Cuando hay un encuentro verdadero quedará siempre una huella en nosotros, será algo que ni podremos olvidar ni permitirá quizá que nuestra vida sea igual. Pero de esos no-encuentros tenemos muchos en la vida y seguimos en nuestra loca carrera.
Hoy estamos celebrando a alguien que encontró la importancia de su vida en un encuentro. Había inquietud en su corazón, es cierto, y allá había acudido al Bautista junto al Jordán porque todos hablaban de aquel profeta que predicaba en el desierto, en la orilla del Jordán. Quizá ya las palabras de Juan comenzarán a hacer mella en él y a preparar su corazón, porque eso cuando Juan les señala al que iba pasando ante ellos como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, o lo que es lo mismo, señalándolo como el Mesías esperado, Andrés y otro amigo procedente también del mar de Galilea se fueron detrás de aquel a quien Juan había señalado.
‘¿Qué buscáis?’ les había preguntado. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ había sido la respuesta como si hubieran estado más interesados en el lugar de residencia que en la persona. ‘Venid y lo veréis’ Había sido la respuesta y con El se fueron. El compañero anotaría más tarde incluso la hora que era en aquel momento. ‘Eran las cuatro de la tarde’, comentaría. Y se les pasaron las horas, la tarde y la noche, el tiempo con El.
¿Qué sucedería en esos momentos? Solamente podemos decir que se habían encontrado con El, porque a la mañana siguiente – o no importa el tiempo que habría pasado aunque pareciera que fue a la mañana siguiente – cuando Andrés se encontró con su hermano Simón y le anuncia que habían ‘encontrado’ al Mesías. Un encuentro, que no había sido cualquier cosa. Un encuentro en que no importa el tiempo que había pasado en él. Un encuentro que le hace descubrir muchas cosas. Un encuentro por el que se siente cogido. Un encuentro que no podrá callar y por eso con el primero que se da de bruces ya le está contando lo que le ha sucedido. Fue el encuentro con Jesús que marcó sus vidas.
Los otros evangelistas nos contarán que allá en la orilla del lago estaban repasando las redes después de la pesca, o que habían salido a pescar y habían cogido una redada grande donde en la noche anterior no habían cogido nada, pero siempre está ese encuentro. Jesús que pasa junto a ellos y les invita a seguirle; Jesús que les dice que hay que echar de nuevo las redes al agua para pescar y que les dirá luego que van a ser pescadores de hombres.
A partir de entonces ya va a estar siempre con Jesús. Nada lo va a detener; será del grupo de los doce, será de los más cercanos a Jesús, con El subirá también a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, en el Cenáculo estará en la noche memorable de la cena pascual, y en el cenáculo se van a encontrar definitivamente con Cristo resucitado. De labios de Jesús antes de la Ascensión escuchará su mandato de ir por el mundo anunciando el Evangelio, la buena nueva que él un día había escuchado y ahora como hizo primero con su hermano, ahora tendrá que hacerlo con todos los hombres anunciando que Jesús es el Señor.
Y todo a partir de un encuentro. ¡Qué importante! Nos decimos nosotros también discípulos de Jesús y en El decimos que tenemos puesta nuestra fe. De una forma o de otra habremos tenido también, con mayor o menos intensidad a lo largo de nuestra vida, un encuentro con Jesús, del que ha brotado nuestra fe en El. Es necesario que revivamos ese encuentro de fe que un día vivimos, es necesario que lo reavivemos para mantener viva esa experiencia y ese recuerdo que hay el peligro que se nos haya quedado un tanto diluido.
Esa frialdad que se nos mete en el espíritu tantas veces puede significar que esa señal está llegando débil a nuestro corazón – como nos sucede con la señal de las redes sociales que nos llega débil y nos debilita la comunicación – y se nos puede estar enfriando nuestra fe y nuestro entusiasmo por Jesús. Tenemos que buscar manera de reavivar nuestra fe, nuestra vivencia de Jesús, ese encuentro profundo con El que cada día hemos de mantener.
¿Necesitaremos una oración más intensa de encuentro vivo con el Señor? ¿Necesitaremos escuchar con una mayor intensidad en nuestro corazón la Palabra de Dios? ¿Necesitaremos encender el fuego de una espiritualidad profunda porque en verdad nos dejemos llenar por el Espíritu?
Esta fiesta del apóstol san Andrés que hoy estamos celebrando puede ser una llamada y una gracia para nosotros. No la echemos en saco roto.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Ojos de fe hemos de tener para leer los signos de los tiempos que pueden ser anuncio de una nueva primavera de vida nueva para nuestra iglesia y para nuestro mundo



Ojos de fe hemos de tener para leer los signos de los tiempos que pueden ser anuncio de una nueva primavera de vida nueva para nuestra iglesia y para nuestro mundo

 Daniel 7,2-14; Sal. Dn 3,75-81; Lucas 21,29-33
Aunque ciertamente ahora en nuestro hemisferio estamos en otoño, aunque nuestras islas canarias tienen unas características especiales de clima, sabemos muy bien que cuando se acerca la primavera, se acaban los fríos invernales parece que la naturaleza que parecía muerta se renueva comenzando a rebrotar por todas partes las gemas de los árboles, las semillas que germinan, las plantas que surgen por todas partes y las flores que comienzan a brotar. La frialdad del invierno nos hace parecer una naturaleza muerta cuando desde el otoño los árboles y las plantas pierden sus hojas, pero tras esos tiempo oscuros con el nuevo sol de la primavera para resurgir una vida nueva.
Una imagen – aunque ahora estemos en otoño – que conviene recordar y que nos puede servir de lección para los otoños y los inviernos de la vida de los tiempos difíciles y de crisis por los que podamos pasar. No es el fin, nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio, son signos que se convierten en llamadas e invitación a hacer surgir una vida nueva en nosotros y en nuestro mundo. En las lecturas de la Palabra que hemos venido reflexionando en estos días todo tienen un sabor apocalíptico como si del final de todo se tratara, pero ya hemos dicho que el Apocalipsis, el último libro de la Biblia, es un libro de esperanza, pues tras las duras batallas del mal aparecerá al final la luz del mundo nuevo, del cielo nuevo.
Y estas consideraciones nos las hacemos de cara, es cierto, a esos últimos tiempos de la historia que no sabemos cuando serán, pero son una lección y una llamada a la esperanza a los tiempos convulsos en que podamos vivir en todos los órdenes de la vida. Como creyentes sabemos, es cierto, que el mundo está en nuestras manos, porque a nosotros nos ha confiado Dios la obra de la creación para que continuemos realizándolas en la transformación de nuestro mundo, pero sabemos también muy bien que todo eso está por encima de todo en las manos de Dios. Y Dios no nos abandona; su palabra es una palabra fiel y cuando siembra esperanza en nuestros corazones es porque en verdad el quiere realizar ese mundo nuevo y nos da la fuerza para que hagamos esa tarea.
No nos podemos cruzar de brazos ni desentendernos. Tiempos convulsos vemos en nuestra sociedad que se transforma y algunas veces no es del todo a gusto nuestro pero que precisamente ahí está nuestra tarea y nuestro compromiso. No podemos dejarla en manos de los demás sino que nosotros hemos de contribuir al bien de esa sociedad en la que vivimos valiéndonos de todos los cauces de participación que en la misma sociedad encontramos. Pienso en nuestra propia tierra, como en tantos países de un lado y de otro que se ven envueltos en revueltas, manifestaciones y protestas, señal de que algo nuevo tiene que despertar. No nos podemos acobardar, sino que tenemos que trabajar seriamente por encontrar caminos de paz. Y la esperanza de alcanzarlo no la podemos perder. Esos mismos brotes pueden ser señales de ese mundo nuevo que se puede estar gestando.
Tiempos convulsos en ocasiones y por distintos problemas nos podemos encontrar también en nuestra propia Iglesia. Suenan aires de renovación, pero también hay personas confundidas; aparecen sombras que desestabilizan pero también hay deseos de algo mejor; todo tiene que realizarse en una búsqueda sincera del evangelio, que ilumine nuestra vida en estos tiempos en que vivimos. No perdemos tampoco la esperanza porque sabemos que es el Espíritu del Señor el que guía la Iglesia. Abramos nuestros oídos y nuestro corazón a esa moción del Espíritu que nos conducirá por esos caminos nuevos llenos de esperanza.

jueves, 28 de noviembre de 2019

En el sentido de nuestra fe cristiana no cabe la angustia ni el temor ante el final de la vida y de la historia, es tiempo de esperanza como nos dice Jesús ‘se acerca nuestra liberación’


En el sentido de nuestra fe cristiana no cabe la angustia ni el temor ante el final de la vida y de la historia, es tiempo de esperanza como nos dice Jesús ‘se acerca nuestra liberación’

Daniel 6, 11-27; Sal. Dn 3,68-74; Lucas 21, 20-28
Aunque queramos ir muchas veces de estoicos por la vida, diciendo que nada nos preocupa, que esos temas del final de los tiempos y de otros mundos y de otra vida son frutos de imaginaciones y sueños nacidos de la incultura y no sé cuantas cosas más que queramos decir, sin embargo hemos de reconocer que allá en el fondo de nosotros mismos nos queda la duda, aparece una cierta inquietud y hasta angustia, porque como solemos decir, ¿y si todo eso es verdad? El mundo ha de acabarse un día ¿un cataclismo final? Ahora que tanto hablamos de medio ambiente y de la destrucción del planeta es que algo nos tememos para ese final.
Ahora que estamos en el final del año litúrgico se nos presentan en la Palabra de Dios unos textos con un sentido apocalíptico de final y de final envuelto en medio de catástrofes y de guerras. Lo hemos venido escuchando estos días que Jesús ha comenzado a hablarnos en el evangelio de esos últimos tiempos y habla de algo inmediato para lo que podían estar muy sensibles los judíos como era la destrucción de Jerusalén y el templo. Pero se entremezclan cosas, porque ayer escuchábamos esa profecía de la historia donde los cristianos íbamos a ser perseguidos y pasar por tiempos difíciles. Hoy, podemos decir, se da un paso mas pues se habla incluso de cataclismos de carácter cósmico.
¿Todo eso para que nos entre el pánico, la angustia y el temor? De ninguna manera porque el mensaje de Jesús siempre es para la esperanza y para la paz. No nos puede faltar porque si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El verdadero sentido del Apocalipsis es la esperanza, la esperanza del triunfo final. Y todas esas señales son los signos de la venida del Señor a nosotros. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación’, nos dice hoy Jesús.
El sentido apocalíptico del final de los tiempos era algo muy presente en el pensamiento del pueblo de Dios. Pero todo era para una invitación a la esperanza, pero para prepararnos para ese encuentro definitivo con el Señor. En ese lenguaje oriental tan rico en imágenes y comparaciones, los últimos grandes profetas habían hablado de esos últimos tiempos, como había sido por ejemplo el profeta Daniel. Claro que según tengamos nuestra conciencia podrá surgir el temor y la angustia en nuestro corazón.
Por eso Jesús nos repetirá continuamente en el evangelio también con muchas imágenes como hemos de estar preparados para ese momento final. Las lámparas encendidas en nuestras manos, como las jóvenes que esperaban al novio para la boda, el traje de fiesta para participar en el banquete, el administrador que tiene que estar atento para el cuidado de los que trabajan en casa, o el criado vigilante para abrir la puerta apenas venga y llame el ama, la fe que continuamente Jesús pedía a quienes acudían a El son algunas muestras de esa preparación que ha de haber en nuestra vida.
Y esto es algo serio que tenemos que pensarnos. No nos gusta pensar en ese momento final de nuestra vida; quizá nos preocupamos de preparar nuestros asuntos materiales con tema de las herencias para evitar problemas en el futuro, pero poca trascendencia le damos a esos momentos de nuestra vida para prepararnos para nuestro encuentro con el Señor.
El viene como ladrón en la noche cuando menos lo esperamos, como nos dirá en otro lugar, y para ello hemos de estar atentos y preparados. Quien ha purificado su corazón acogiéndose a la misericordia del Señor nada teme porque nos confiamos al que es compasivo y misericordioso, y para nosotros entonces será en verdad el momento de nuestra liberación. Si ahora te llama el Señor, te pide la vida, ¿estarás con la conciencia realmente preparada?

miércoles, 27 de noviembre de 2019

El tallo de la rosa tiene espinas pero esperamos alcanzar a contemplar e impregnarnos de la belleza y del aroma de la flor


El tallo de la rosa tiene espinas pero esperamos alcanzar a contemplar e impregnarnos de la belleza y del aroma de la flor

Daniel 5,1-28; Sal. Dn 3,62-67; Lucas 21,12-19
¿Quién te dijo que es un camino de rosas? Habremos escuchado que se nos dice cuando quizá nos quejamos de las dificultades que vamos encontrando en la vida y cómo nos cuesta alcanzar nuestras metas. De la rosa nos gusta el perfume y la belleza de los colores de la flor, pero bien sabemos que hemos de tomarlas con cuidado porque sus tallos están llenos de espinas y no nos queremos herir, pero no es fácil tomar un ramo de rosas en nuestras manos sin que alcancemos alguna pequeña herida.
¿Lo podemos aplicar al camino de nuestra vida cristiana y del seguimiento de Jesús? Nos quisiéramos quedar en la belleza de la flor y en su perfume. Y claro que seguir a Jesús nos conduce a esa belleza para nuestra vida; llegar a encontrarnos con El y vivirle es lo más hermoso que podamos encontrar, lo que mayor felicidad nos daría. Sin embargo vemos que el camino de ese seguimiento de Jesús a veces se nos hace duro, dificultoso. Como si fuéramos subiendo por el tallo de la rosa donde nos vamos a encontrar las espinas, pero queremos llegar al final, queremos alcanzar la meta.
Ya nos lo plantea Jesús a lo largo del todo el evangelio cuando desde el principio nos pide cambiar el corazón para poder creer en la Buena Noticia que nos anuncia. Cambiar el corazón que significará despojarnos de muchas cosas, de muchas ideas preconcebidas, de muchas posturas, de un estilo de vida. Y eso no es fácil. Nos hablará de un hombre nuevo desprendiéndonos de las viejas vestiduras que tan bien se habían amoldado a nuestra vida o nosotros nos habíamos amoldado a ellas; nos hablar de camino estrecho y nos hablará de cruz que hemos de cargar, de negarnos a nosotros mismos y de un nacer de nuevo.
Pero cuando tenemos una meta, cuando queremos alcanzar algo que es precioso y valioso para nosotros no nos importarán sacrificios, lo que sea necesario, porque lo que queremos es llegar a esa meta. Nos hablará de vender nuestros tesoros para poder conseguir la perla más preciosa, nos hablará de un tesoro guardado allí donde no nos lo puedan robar ni la polilla roer; nos hablará de vigilancia y de estar atentos sin dejarnos dormir. Pero todo merece la pena por poder entrar al banquete del Reino al que nos tiene convidados.
Hoy nos habla de otras dificultades que vamos a encontrar en el camino, como son la oposición que podamos encontrar en los demás que conduzca a la persecución, la cárcel e incluso la muerte. Bien conocemos que la historia de los cristianos y de la Iglesia ha estado siempre rodeada de persecución. Pero Jesús nos habla de cómo no podemos perder la paz en nuestro corazón, porque el Espíritu del Señor es nuestra fortaleza.
Oposición y persecución que nos puede llegar por diferentes caminos, nos habla Jesús que nos podrá venir hasta de los más cercanos a nosotros, en quienes no vamos a encontrar la comprensión para nuestro sentido de vida. Y eso lo vivimos muy fuerte en la sociedad en que nos ha tocado vivir, el aislamiento y la soledad, el crear en torno a quienes quieren proclamar valientemente con sus palabras y su vida el evangelio de Jesús, una barrera de silencio que quiere acallarnos, que busca desprestigiarnos aprovechándose de cualquier circunstancia e incluso de nuestra debilidad, o donde querrán quitar ese sentido religioso de la vida y por supuesto todo lo que suene o tenga sabor a cristiano.
No temamos, nos dice el Señor. Su Espíritu es nuestra fuerza, y nuestra perseverancia nos hará llegar en fidelidad a la meta final. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas, termina diciéndonos Jesús. No importa el buen olor de Cristo se desprenderá al final para darle un perfume nuevo a la vida y un sentido nuevo a nuestro mundo.

martes, 26 de noviembre de 2019

En ese mundo revuelto y confuso, desconcertados y desorientados en ocasiones, tenemos que saber estar siempre en la búsqueda comprometida de la verdad y la justicia


En ese mundo revuelto y confuso, desconcertados y desorientados en ocasiones, tenemos que saber estar siempre en la búsqueda comprometida de la verdad y la justicia

Daniel 2,31-45; Salm. Dn 3,57-61; Lucas 21,5-11
Ojalá en la vida todo fuera plácido y tranquilo, que los proyectos con los que soñamos pudiéramos sacarlos adelante sin contratiempos, que no tuviéramos problemas ni encontronazos con los demás sino que fuéramos capaces de ponernos de acuerdo para sacar adelante nuestra sociedad superando retos, buscando siempre metas mal altas, aunando esfuerzos.
Parece algo idílico pero es en cierto modo lo que soñamos, lo que deseamos, lo que nos anima cuando ponemos nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, pero bien sabemos que muchas veces se nos vienen abajo esos proyectos cuando quizá nos parecía que los teníamos encaminados, que nos vamos a encontrar enfrente y en contra nuestro aquellos que antes quizá caminábamos en el mismo surco, que surgen las crisis de entendimiento entre unos y otros y en los carriles por los que quisiéramos que caminara nuestra sociedad.
¿Qué hacer? ¿Tirar la toalla y marcharnos a otro lugar? ¿A dónde vamos a ir? ¿Refugiarnos en nosotros mismos o solo en nuestras cosas personales batallando cada uno su batallita particular? ¿Desentendernos y dejar que otros hagan a su antojo dispuestos a soportar lo que sea con tal de no meternos en líos?
Muchas de esas tentaciones tenemos en muchas ocasiones. Nos sucede en la vida social, nos sucede muchas veces hasta en la misma vida familiar, nos sucede con aquellos que están o han estado más cercanos a nosotros y considerábamos amigos, lo estamos viendo en la misma vida política que tendría que aunarse para buscar soluciones. No sabemos que hacer y nos encerramos en nuestro cascarón, nos desentendemos. Nos situamos en ocasiones como la expectativa, mirando como meros espectadores, para criticar quizá lo que otros hacen sin poner nada de mi parte. Qué fácil es hablar y cuanto cuesta comprometerse. ¿Pero me puedo quedar tranquilo con posturas pasivas y negativas?
Creo que el evangelio de hoy puede ser un rayo de luz que nos ayude a encontrar caminos. Jesús les anuncia a los discípulos las fuertes crisis por las que habrán de pasar, tanto el pueblo judío en si mismo con muchas cosas que les afectarán hasta en lo más hondo de su identidad, como a los propios seguidores de Jesús con el paso de los años.
Parte de las consideraciones que se hacían por la hermosura del templo de Jerusalén y Jesús les anuncia de todo aquello no quedará piedra sobre piedra porque todo seria destruido. Posiblemente cuando el evangelista nos narra estas palabras proféticas de Jesús ya se había realizado la destrucción de Jerusalén y su templo. Supuso una grave crisis en la identidad del pueblo judío que les llevaría a la dispersión y la diáspora a través de los siglos por todas las naciones.
Pero las palabras de Jesús no se quedan en ese anuncio sino que les dirá que sus discípulos tendrán que afrontar momentos difíciles y es cuando nos invita a ser fuertes, a mantener la esperanza, a tener paciencia porque nunca el discípulo de Jesús se ha de sentir solo y abandonado. No es la huida el camino que han de tomar, sino afrontar con paciencia todas esas dificultades en que muchas veces les parecerá – nos parecerá porque a través de los tiempos esas mismas situaciones seguimos viviendo - que el mundo se viene abajo.
Paciencia, no significa una actitud pasiva, sino una actitud de esperanza y de confianza. Es lo que necesitamos en la vida, que parece que esos valores se han evaporado. Y aquí podemos hacer referencia a lo que vivimos en el mismo seno de la Iglesia, de nuestras comunidades cristianas, pero también a todo el ámbito de la vida social que vemos tan revuelto y sin saber muchas veces qué partido o qué camino tomar.
Pero ahí tenemos que estar sin cruzarnos de brazos, sin huidas ni búsquedas de refugios sino dando el callo, poniendo nuestro esfuerzo y nuestro saber aunque quizá muchas veces podamos equivocarnos, pero siempre en la búsqueda de la verdad, de lo bueno, de lo justo, porque siempre tenemos que sentirnos comprometidos en hacer un mundo mejor.

lunes, 25 de noviembre de 2019

Abramos los ojos para ver cuanto bueno podemos encontrarnos en nuestro entorno y nos encontraremos a Dios caminando a nuestro lado


Abramos los ojos para ver cuanto bueno podemos encontrarnos en nuestro entorno y nos encontraremos a Dios caminando a nuestro lado

Daniel 1, 1-6. 8-20; Sal. Dn 3, 52-56; Lucas 21, 1-4
Es cierto que vamos caminando con los ojos abiertos, de lo contrario iríamos tropezando con todo y con todos, pero también hemos de decir, aunque parezca contradicción, que no siempre vamos con los ojos abiertos y suceden cosas delante de nosotros y ni las vemos ni nos enteramos.
Es mirar, prestar atención, detenernos, darnos cuenta del detalle o del gesto; no nos quedemos en una mirada superficial y ligera donde paseamos los ojos por todos lados pero al final no vemos nada. ¿Te diste cuenta de aquel detalle? Nos dice el que va con nosotros que sí ha sabido observar y se fijó en un detalle al que nosotros no prestamos atención. Pasan desapercibidos delante de nuestros ojos y no los vemos.
Ya sé que me vais a decir que hay muchos que se fijan en todo, que todo lo están observando para criticar, para ver lo malo o la segunda intención, pero yo te digo no mires con mirada turbia, porque algunas veces, es cierto, la maldad que llevamos en el corazón se convierte en persiana delante de los ojos para dejarnos ver solo lo que nos interesa desde nuestra maldad. Sin embargo hay tantas cosas hermosas que nos pasan desapercibidas; nuestros ojos se han ido entumeciendo y ya no nos permiten ver esas cosas tenues pero bellas que si nos fijamos en ellas tienen bello resplandor.
Hoy el evangelio nos habla de que Jesús estaba cerca de la entrada del templo y levantando los ojos vio a cuantos iban entrando y como estaba cerca el cepillo de las limosnas no podía menos que observar la ostentación con que algunos echaban sus limosnas, pero esos oropeles no le impidieron ver a una mujer sencilla, una pobre viuda que echó solo dos reales porque era lo que tenia. Aquella mujer hubiera pasado desapercibido, como realmente lo fue para la inmensa mayoría, frente a los sonidos tintineantes de las monedas que echaban los ricos o de los que hacían ostentación, que además querían hacerse notar.
Normalmente siempre destacamos, como lo hace el mismo Jesús, en este evangelio la generosidad y desprendimiento de aquella pobre mujer que echó cuanto tenía para vivir. Diríamos que en principio es el primer mensaje del evangelio de este día, pero como siempre decimos, con una lectura atenta podemos descubrir algo más. Y es en lo que hoy nos fijamos, la mirada de Jesús que nos enseña para nuestras miradas.
Porque hay tanto detalles en la vida que pueden ser Buena Nueva para nosotros, evangelio para nuestra vida, porque nos enseñan a vivir, nos abren los ojos para amar, nos ponen en una disposición distinta cuando nos hacen salir de nosotros, de nuestros anhelos, de nuestras preocupaciones y agobios para ver algo nuevo, para descubrir una nueva actitud, o para hacernos notar una nueva manera de mirar que hemos de tener en la vida.
Abramos los ojos para ver cuanto bueno podemos encontrarnos en nuestro entorno; abramos los ojos para ver más allá de las apariencias y poder descubrir el corazón de las personas; abramos los ojos llenos de luz para ver lo bueno, para llegar a descubrir que siempre en toda persona hay algo bueno, en toda persona puede florecer el amor, aunque si nos quedamos en lo externo solo veamos hojarasca y espinas; abramos los ojos para descubrir también el sufrimiento que muchos llevan calladamente en su corazón y necesitan el bálsamo de un corazón amigo que camine a su lado y podemos ser nosotros. Abramos los ojos y nos encontraremos a Dios en los que caminan a nuestro lado y en cuanto sucede en torno nuestro.

domingo, 24 de noviembre de 2019

Algo hizo Jesús para que le proclamemos rey contemplándolo colgado de una cruz, ¿no tendríamos que hacer nosotros lo mismo cuando ponemos nuestra fe en El?


Algo hizo Jesús para que le proclamemos rey contemplándolo colgado de una cruz, ¿no tendríamos que hacer nosotros lo mismo cuando ponemos nuestra fe en El?

2Samuel 5,1-3; Sal 121; Colosenses 1,12-20; Lucas 23,35-43
Algo habrá hecho para que termine así, habremos dicho, pensado o escuchado en más de una ocasión cuando alguien que parecía que iba de triunfador en la vida o al menos así era tenido por muchos vemos que de pronto todas las cosas le van mal y se ve abocado al fracaso más estrepitoso. Lo decimos o pensamos cuando vemos el fracaso de muchos en la vida y, al margen ahora de nuestros sentimientos tradicionales de fe, podríamos decir, o alguno podría incluso con sarcasmo decir en referencia a Jesús y su muerte en la cruz. Un fracaso, cinco días antes las multitudes todavía le aclamaban a su llegada a la ciudad de Jerusalén, y ahora pocos días después un multitud frente al pretorio pide su muerte y además una muerte ignominiosa como es la muerte de cruz.
Pero más INRI, como se suele decir, vamos nosotros y queremos en este domingo proclamar a Jesús como Rey del Universo con este texto del evangelio que nos habla de su muerte en la cruz. Parecen todo contradicciones; los ajenos a nuestra fe cristiana y tantos que luchan contra todo tipo de religión parece que se frotarían gozosos las manos y nos hablarían de absurdos y de contradicciones. ¿Qué clase de rey es proclamado como tal precisamente cuando es ejecutado a muerte? ¿Qué clase de maestro es y qué magisterio nos puede enseñar aquel que por causa de todo lo que enseña es apresado y condenado a muerte? Podríamos decir que son los gozos de los enemigos.
Pero es además que nosotros los cristianos pecamos muchas veces de triunfalistas y queremos copiar la manera de los triunfos del mundo para aplicárselos a Jesús proclamándolo rey y coronándolo con coronas doradas y poniendo sobre sus hombros mantos de terciopelo y armiño, a la manera de los lujos y los oropeles de este mundo. Hemos olvidado quizá las mismas palabras de Jesús que nos decía por una parte que su reino no es de este mundo y que la manera de presentar nuestras grandezas no ha de ser nunca a la manera de los reyes y de los poderosos de este mundo. Conocemos bien las palabras de Jesús pero poco caso le hacemos. Fijémonos como incluso nosotros queremos revestirnos de esas vestiduras de vanidad y de gloria en las que tan distantes nos situamos de lo que fue el camino de Jesús.
Anunciaba es cierto el Reino de Dios pero  nunca las características que nos dio era el de un reino a la manera de los reinos de este mundo; no era desde la ostentación y la búsqueda de grandezas humanas como habíamos de vivir ese reino sino en la búsqueda de la verdadera paz sembrando el auténtico amor en los corazones para vivir en la justicia verdadera que nada la pudiera empañar.
Por eso cuando querían hacerlo rey huía de aquellas manifestaciones y muchas veces las obras maravillosas que hacia no quería que se divulgaran para que no entrara ninguna confusión en el corazón de los que le seguían. Bien conocemos su insistencia a sus discípulos más cercanos para que aprendieran a hacerse los últimos y los servidores de todos y cuando le pedían lugares de honor lo que ofrecía era un bautismo igual que por el que El había de pasar. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’
Solo permitió que lo aclamaran con cánticos de sabor mesiánico cuando entró en la ciudad santa sabiendo que ya era la recta final hacia la pascua.  Lo más que permitió fue el ir sentado en un borrico como había anunciado el profeta y las aclamaciones inocentes de los niños que proféticamente, como saben hacerlo los inocentes anunciaban la llegada del que venia en nombre del Señor para ser en verdad nuestra salvación.
Algo habrá hecho para terminar así, retomamos las palabras con que iniciamos esta reflexión y no las vamos a dejar caer en saco vacío. Algo había hecho Jesús, es cierto, estar al lado de los pobres y de los que sufren, mezclarse con los pecadores y los que eran considerados la clase más baja de este mundo, prostitutas y publicanos, vivir la cercanía de la gentes para sintonizar la humillación que vivían y enseñarnos así a caminar por esos mismos caminos de humildad, pero para que aprendiéramos nosotros a entrar en una nueva sintonía de amor cuando fuéramos capaces de sintonizar con su corazón, pasar por el mundo haciendo el bien repartiendo amor y misericordia y queriendo poner paz en todos los corazones.
No nos extrañe verlo ahora crucificado entre dos malhechores – entre los últimos de este mundo había preferido vivir - y ser comparado con ellos para recibir las mofas de todos que le contemplan como un perdedor, que ni ahora puede salvarse a si mismo porque no baja de la cruz y parece que entonces poca puede ser la salvación que nos pueda ofrecer.
Pero allí estaba El dando su vida, derramando su sangre  por nosotros y por todos, entregándose en la entrega más sublime del amor que es llegar a ser capaz de dar la vida por los que ama.
Lo que ahora contemplamos es el fruto de lo que hasta entonces había vivido. Alguien, colgado de un mismo madero como El, ha sido capaz de sintonizar con ese amor, ha sido capaz de darse cuenta de que un justo está sufriendo los mismos dolores y el mismo tormento que ellos que han sido malhechores; será el que grite desde lo más hondo de su miseria pero desde donde ha sido capaz de sintonizar con el amor, ‘Jesus, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino’.
Ya el nombre con que lo invoca lo dice todo, ‘Jesus’, Dios me salva. Era reconocer en verdad que Jesús es el salvador y esa misma tarde va a recibir esa salvación ‘hoy estarás conmigo en el paraíso’, fue la respuesta de Jesús. Claro que es el Rey y el Salvador, claro que es el Señor y es el Mesías como lo podremos proclamar con toda razón desde la resurrección. ‘A ese Jesús que vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías’, proclamaría solemnemente Pedro lleno del Espíritu de Jesús en el día de Pentecostés.
Claro que nosotros celebramos que Jesús es Rey, el Rey del Universo como lo proclamamos en esta fiesta de hoy. Pero es que nosotros hemos entendido cual es la manera de su Reino, la manera de ser Rey. Cuidado, pero eso tenemos que vivirlo, eso tenemos que manifestarlo, y por eso tenemos que comenzar a desterrar tanto oropel y tanta vanidad de los que tantas veces nos revestimos incluso en la Iglesia. Serán otros los mantos que tendrán que vestir tantos cuerpos desnudos, serán otras las vestiduras del hombre nuevo del amor de las que tenemos que revestirnos.
No digamos más sino realicémonos en nuestra vida. Tenemos que hacer las mismas cosas que Jesús y que le llevaron a terminar así.