sábado, 19 de octubre de 2019

Arranquémonos de una vida superficial llenándonos interiormente de la fortaleza del Espíritu que nos guía y acompaña para mantener nuestra fidelidad


Arranquémonos de una vida superficial llenándonos interiormente de la fortaleza del Espíritu que nos guía y acompaña para mantener nuestra fidelidad

Romanos 4,13. 16-18; Sal 104; Lucas 12, 8-12
Por muy seguros que nos sintamos, muy convencidos de nuestros principios y digamos que realmente sabemos lo que tenemos que hacer, hay momentos en que un poco nos sentimos desestabilizados, parece que no estamos tan seguros y nos llenamos de dudas, sin saber qué hacer o como reaccionar.
Será quizá porque nos suceden cosas imprevistas para las que no estábamos suficientemente preparados, será la influencia que recibimos de nuestro entorno, y también, ¿por qué no?, como consecuencia de nuestra propia debilidad que nos llena de incertidumbres. Negamos entonces aquello de lo que nos sentíamos tan seguros, los interrogantes que se nos plantean en nuestro interior nos hacen llenarnos de dudas incluso de cosas que son muy fundamentales, no sabemos como reaccionar, y ya quisiéramos tener a nuestro lado alguien que nos dé fortaleza y seguridad poniendo palabras en nuestros labios para saber qué decir en toda circunstancia.
Creo que tendríamos que saber buscar y encontrar esa fortaleza interior que todos podemos tener para mantenernos firmes en nuestros principios, superar nuestras dudas y también nuestros miedos. Claro que eso significa también que nos hayamos cultivado, que hayamos ido adquiriendo esa fortaleza de espíritu, porque realmente nos hayamos entrenado para ello. ¿Cómo? Siendo verdaderamente reflexivos, masticando una y otra vez aquellas cosas que nos van sucediendo, rumiando pensamientos, ideas, hechos, buscándole sentido, y sobre todo como cristianos que somos buscando esa fortaleza en el Espíritu de Dios que nos anima y acompaña. Será así cómo  nos sentiremos fuertes, encontraremos esa inspiración para lo que hemos de realizar, mantendremos a toda costa nuestra fidelidad.
Desgraciadamente vivimos demasiado en la superficialidad, a lo que salga, sin pensarnos las cosas, sin fortalecernos interiormente, dejándonos llevar por el primer viento que sople y así andamos como veletas de un lado para otro. Es una lástima que teniendo una espiritualidad cristiana tan fuerte, porque no nos faltará la fuerza del Espíritu, andemos a la caza de lo primero que aparezca en el horizonte; ¿Qué ahora están de moda las espiritualidades orientales? Allá nos vamos. ¿Qué aparece no sé quien que se cree muy espiritual y nos da unos consejitos como recetas? Allá vamos corriendo a ver esa novedad. Tenemos que reconocer que somos noveleros.
Por eso hoy Jesús nos habla de dar la cara por él, de que cuando venga la dificultad o incluso la persecución no nos faltará la fuerza de su Espíritu. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios’.
Claro que tenemos que creer seriamente que el Espíritu de Jesús nos acompaña, porque de lo contrario andaríamos perdidos. Por eso nos dice que es un pecado que no se puede perdonar. El perdón es un don del Espíritu, ¿como vamos a buscar ese perdón si no creemos de verdad en el Espíritu de Dios que nos acompaña y anima nuestra vida, llenándonos de paz, de gracia, de perdón y de vida? El es de verdad nuestra fortaleza y nuestra sabiduría. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir’.

viernes, 18 de octubre de 2019

El evangelio del amor y la misericordia de Dios no nos lo podemos guardar para nosotros sino que hemos de ser verdaderos evangelistas de ese mensaje para el mundo de hoy


El evangelio del amor y la misericordia de Dios no nos lo podemos guardar para nosotros sino que hemos de ser verdaderos evangelistas de ese mensaje para el mundo de hoy

2Timoteo 4,9-17a; Sal 144; Lucas 10,1-9
Designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él’. ¿Qué misión les confiaba Jesús? Anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios que llegaba, anunciar el nombre de Jesús.
Algo que no podemos olvidar. Entonces, de entre todos aquellos que le escuchan y le comienzan a seguir Jesús escoge a setenta y dos que envía con su misma misión. Más tarde, después de la resurrección, Jesús enviará a los apóstoles (los enviados) por todo el mundo a hacer anuncio de la buena noticia, a hacer anuncio de la salvación que Jesús ofrece a todos los hombres. ‘Seréis mis testigos’, les dice, pero no solo en Jerusalén y Judea, sino hasta los confines de la tierra. Y es que todo los hombres han de conocer ese anuncio, todos los hombres han de recibir esa buena nueva, ese evangelio de Jesús nuestro salvador.
He querido comenzar recogiendo estos dos momentos en que se enmarca el evangelio de san Lucas, a quien hoy estamos celebrando, porque es crucial que recibamos ese anuncio y esa misión. El mismo Lucas al comienzo de su relato nos dirá que ha querido escribir por orden todos aquellos acontecimientos en torno a Jesús y su salvación para que a todos pueda llegar ese mensaje. Ha recogido el relato de aquellos que fueron testigos de la vida de Jesús, ha recopilado información de lo que ya algunos habían intentado hacer pues bien sabemos que bebió de otras fuentes, de otro primer evangelio escrito del que también bebió en sus fuentes Marcos para escribir su evangelio, los exegetas lo llaman Evangelio Q.
Pero no nos metamos ahora por esos vericuetos de la exégesis, sino que tengamos claro que como Lucas nosotros también bebiendo de las fuentes del Evangelio lo hemos de hacer vida en nosotros pero para ser testigos en el mundo de hoy que necesita escuchar el nombre de Jesús, escuchar esa buena nueva de salvación que también es para el hombre de hoy.
Tenemos que ser muy conscientes de esa misión que nosotros también hemos recibido. Porque quienes hemos recibido el regalo de la gracia, el regalo de poder conocer a Jesús y querer convertir el Evangelio en vida de nuestra vida, no nos podemos guardar ese regalo para nosotros sino que necesariamente nosotros también tenemos que convertirnos en testigos. Testigos del amor y de la misericordia de Dios que hemos experimentado en nuestra vida y a todos también hemos de decir qué grande es la misericordia y al amor del Señor. Recordemos que es un mensaje fundamental del evangelio de san Lucas. Ahí encontramos las más hermosas páginas, las más hermosas parábolas que nos hablan del amor y de la misericordia del Señor. Está muy patente en este evangelio esa buena noticia que es Jesús para los pobres y para los que sufren desde lo más hondo de su corazón.
El mundo necesita de ese anuncio. Aunque parezca que el sentido del pecado esté desapareciendo de las gentes de hoy sin embargo en el fondo de las conciencias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo ahí está latente ese darse cuenta de los errores que se comenten en la vida y de cómo muchas veces por ese mal que aparece en nuestras vida hacemos mucho daño a los demás. Y aunque se trate de disimular de falaces alegrías que quieran señalar una efímera felicidad en el fondo del corazón perdura la amargura y la angustia. En ese mundo en el que queremos hacer desaparecer cualquier elemento religioso que pueda responder a las inquietudes de nuestra vida, sin embargo acudimos más que nunca a sanadores del cuerpo y del espíritu en la psicología o la psiquiatría. Angustia en el corazón cuando no sabemos encontrar caminos que nos lleven a la verdadera paz que nos obtenga el perdón por lo malo que hayamos hecho.
No digo que no acudamos a estos hombres y mujeres de ciencia que puedan ayudarnos a abrir nuestros corazones a un equilibrio interior. Pero sigo diciendo que necesitamos el mensaje de Jesús y de su evangelio que nos habla de la misericordia y del amor que sí nos llena el corazón de paz cuando nos sentimos perdonados por el amor de Dios que nos hace abrirnos a mundo en el que hemos de saber poner paz porque sepamos encontrar los medios de reconciliación entre todos. Es lo que Jesús nos ofrece y que tantas veces rechazamos, de lo que el mundo no quiere oír, pero que necesita reencontrarse de nuevo con el verdadero mensaje del Evangelio.
Esta fiesta que hoy celebramos de san Lucas evangelista pienso que puede ser una buena interpelación para nosotros. Lo que Lucas conoció de Jesús no se lo guardo para él, sino que se convirtió en evangelista. ¿Nos podemos guardar para nosotros el mensaje del Evangelio sin anunciárselo a nuestro mundo que tanto lo necesita? Hemos de ser evangelista también con nuestro testimonio, con nuestra palabra, con todo el compromiso de nuestra vida.


jueves, 17 de octubre de 2019

Vivamos de forma congruente nuestra fe para que podamos dar un buen testimonio cristiano y así podamos atraer a muchos también al camino del evangelio



Vivamos de forma congruente nuestra fe para que podamos dar un buen testimonio cristiano y así podamos atraer a muchos también al camino del evangelio

Romanos 3,21-30ª; Sal 129; Lucas 11,47-54
¿Habremos pensado alguna vez lo que nosotros podemos influir en los demás casi sin darnos cuenta?  Vivimos en un mundo de relaciones; y no es porque ahora en nuestros tiempos parezca que eso destaca más, sino que por naturaleza estamos hechos para la relación, para el encuentro, para la comunicación.
Queremos quizá alguna vez vivir encerrados en nosotros mismos pero no olvidemos que vivimos rodeados de otros seres, otras personas, ya sea nuestra familia, compañeros de trabajo, los vecinos con los que convivimos en un mismo lugar, pero de alguna manera esa interrelación llega a todo ese mundo que nos rodea, aunque quizá ni nos conozcamos ni hayamos intercambiado una palabra alguna vez. Y eso hace que lo que hacemos y lo que vivimos tenga su repercusión en los demás, podemos ser ejemplo, podemos ser estímulo, simplemente caminamos los unos junto a los otros, pero también podemos influir negativamente.
Alguna vez tú mismo te diste cuenta que estabas fijándote en una persona que se cruzó en tu camino, con la que ni siquiera intercambiaste una palabra de saludo, pero viste algo en esa persona que te llamó la atención, que te hizo quizá pensar, o que de alguna manera te interpeló interiormente. Cuántos de la misma manera se habrán fijado en nosotros y quizá hayamos podido ser también interpelación para sus vidas. Decimos que no nos importa la vida de los demás, lo que hagan o dejen de hacer, pero consciente o inconscientemente tenemos en cuenta muchas cosas que nos pueden ayudar o que nos pueden entorpecer nuestro camino.
Importante entonces es la rectitud con que nosotros vivamos; importante la congruencia de nuestras acciones, que verdaderamente tengan una relación con lo que pensamos para que haya una unidad en nuestra vida y así nos presentemos ante los demás. Malo es que siendo capaces de decir cosas hermosas, que pueden ser buenos principios de vida, sin embargo luego nuestra manera de actuar o de relacionarnos con los demás vaya por otro camino. Y en esas incongruencias podemos caer fácilmente si vivimos una vida superficial. Es una gran tentación, es un gran peligro.
Creo que en la vida estamos para estimularnos para el bien los unos a los otros. Qué daño pueden hacer nuestros oscuridades en los demás, porque con esa negatividad de nuestra vida nos convertimos en mal ejemplo, nos convertirnos en una rémora para el conjunto de la sociedad en la que vivimos.
Todos hemos de tener esa buena preocupación, por decirlo de alguna manera, pero cuanto más aquellas personas que tienen una responsabilidad especial, los padres para sus hijos, los maestros y profesores para sus alumnos  los dirigentes de la sociedad en cualquiera de sus facetas para el conjunto de la sociedad. Con el ejemplo arrastramos para bien o para mal. No basta decir yo hago lo que quiero y que cada uno sea responsable y maduro por sí mismo en sus cosas, que a esa madurez hay que llegar, pero tenemos que saber ser estímulo para los demás.
Me estoy haciendo esta reflexión que pudiera parecer que solo tiene aspectos humanos de nuestras relaciones humanas, pero me la hago desde la reacción de Jesús ante los que eran los dirigentes, o pretendían serlo, del pueblo de su época. Venimos escuchando estos días las palabras incluso duras que tiene Jesús contra los fariseos y los maestros de la ley. Le dolía en el alma la incongruencia en que vivían y como tan negativamente estaban tratando de imponerse a las gentes de su época. Les echa en cara como tratan de imponer minuciosas normas de conducta con mucha rigidez a los que les seguían mientras, como dice Jesús, ellos no movían ni un dedo.
¿Sucederá de alguna manera igual en nuestro tiempo? Nos sucederá a nosotros por la incongruencia de nuestras vidas que no terminamos de vivir en total rectitud, pero puede suceder en tantos sectores y facetas de nuestra sociedad e incluso de nuestra comunidad eclesial. Pensemos, pues, como podemos repercutir en la vida de los demás. Vivamos de forma congruente nuestra fe para que podamos dar un buen testimonio cristiano y así podamos atraer a muchos también al camino del evangelio.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Busquemos siempre caminos de encuentro, aprendamos a caminar juntos que es lo que hace hermosa la vida alejando vanidades y orgullos


Busquemos siempre caminos de encuentro, aprendamos a caminar juntos que es lo que hace hermosa la vida alejando vanidades y orgullos

Romanos 2,1-11; Sal 61; Lucas 11,42-46
¿A quién le amarga un dulce? Solemos decir con frecuencia cuando recibimos un halago, cuando alguien tiene una deferencia para con nosotros, cuando tenemos la oportunidad de un reconocimiento por algo que hemos hecho. Quizá decimos que eso nos ruboriza, tratamos de disimular o querer pasar desapercibidos, por educación quizá rehusamos esas alabanzas diciendo que no las merecemos, pero no sé realmente qué es lo que nos pasa en nuestro interior que nos sentimos gratificados, nos sale un humito de orgullo y satisfacción que no somos capaces de disimular del todo.
Son cosas que nos pasan por nuestro pensamiento, unos primeros impulsos quizá ante lo que nos dicen que seriamente no quisiéramos tener, pero ahí están. Pero una cosa es que de una forma subliminal tengamos esas reacciones, y otra cosa es que eso lo estemos buscando, que hagamos las cosas para que los demás se den cuenta de lo bueno que somos para que nos canten las alabanzas, o acaso lleguemos a tener posibilidades de influencias sobre los demás. Es una tentación que nos aparece y hay quien no lo disimula sino que quizá está buscando esos reconocimientos, esos primeros puestos y queremos ir luciéndonos de lo que hacemos delante de todo el mundo. Orgullos y vanidades de las que no siempre estamos tan lejos.
Si escuchamos el evangelio de Jesús y queremos seriamente convertirlo en plan de vida para nosotros, en criterio de nuestro actuar y nuestro vivir, esa manera de actuar no tiene que ser nuestro sentido de vida. Bien nos lo repite Jesús a lo largo del evangelio, que alejemos de nosotros esas vanidades, que nuestro interés sea el servicio y con ese espíritu humilde vayamos siempre caminando con los demás. Es el sentido nuevo de vida que Jesús quiere para nosotros, aunque como les sucedía a sus discípulos entonces tanto nos cuesta entender y llevar a la vida.
En el evangelio de hoy vemos cómo Jesús recrimina a quienes han convertido la vanidad en criterio de su vida. Habla fuerte Jesús contra aquellos que buscan solo la apariencia y el figurar y sus vidas están lejos del servicio y la búsqueda del bien. Habla contra los fariseos que buscan puestos de honor en las sinagogas y por donde quiera que vayan y habla también contra los maestros de la ley que la tergiversan e imponen cargas que ellos no son capaces de llevar.
La autenticidad de la vida que ha de pasar por caminos de humildad y de sencillez para no dejarnos arrastrar por vanidades ni orgullos. Aunque pensemos algunas veces que eso nos hace más grandes, nos destruye por dentro porque de ahí van a surgir muchos malos deseos que nos pueden llevar a hacer mal a los que están a nuestro lado, destruye la convivencia, la relación con los demás, nos aleja de las personas. Hemos de buscar siempre caminos de encuentro, de dialogo, de caminar juntos que es lo que hace hermosa la vida.


martes, 15 de octubre de 2019

Un camino que pasa por la humildad y sencillez de corazón dejándonos conducir por la revelación de Jesús que nos muestra y nos conduce hasta el Padre



Un camino que pasa por la humildad y sencillez de corazón dejándonos conducir por la revelación de Jesús que nos muestra y nos conduce hasta el Padre

Eclesiástico 15,1-6; Sal 88; Mateo 11,25-30
¿Quién mejor nos puede explicar algo sino aquel que lo haya experimentado en si mismo? ¿Quién mejor nos puede decir como es un lugar determinado o lo que hay en él sino quien ha estado en dicho lugar? ¿Quién mejor nos puede presentar a una persona sino quien la conozca profundamente y haya seguido toda la trayectoria de su vida? ¿Y quién nos puede dar a conocer a Dios?
Cuando llegamos a este punto nos encontramos con algo que nos supera. ¿Quién ha visto a Dios? ¿Cómo podemos llegar a conocerle? Aunque los pensadores y filósofos tratan con la razón humana, todos los razonamientos que nos puedan hacer se nos pueden quedar en algo frío y que realmente no llegue a un convencimiento del corazón.
Tampoco yo voy ahora a ponerme a buscar esos razonamientos. Es cierto que todos tenemos como ese interrogante dentro de nosotros porque en el ser humano hay un ansia de plenitud que por si mismo no llega nunca a alcanzar; nos sentimos limitados, como con las alas cortadas que nos impiden volar a esa altura de lo infinito, y tenemos la tentación de tirar la toalla en esa búsqueda dándolo por imposible cuando solo por nosotros mismos queremos alcanzarlo. Al final tenemos que reconocer que si no aceptamos lo que Dios de sí mismo nos revela no llegaremos a ninguna parte.
Pero la revelación que Dios hace de si mismo no son lecciones magisteriales como de un doctor que quiere enseñar a los que quieren ser sus discípulos, sino que Dios se nos manifiesta en nuestra propia vida y en nuestra propia historia humana donde nos va como dejando unas huellas vitales para que sepamos descubrirle, para que podamos llegar a ese conocimiento de Dios.
Será entonces en gestos sencillos como lo es la vida misma donde nos vaya manifestando su ser y su existencia. Porque es vida lo que Dios nos quiere transmitir, es su vida que va a ser luz y sentido de nuestra propia vida. Pero a veces en el orgullo de nuestro querer saber y entender, nos cuesta mucho más leer esas sencillas y humildes huellas que nos deja de su existencia y de su vida.
Siguiendo aquello que antes decíamos que nadie nos puede revelar lo que antes él no ha vivido y experimentado, hoy escuchamos a Jesús que nos dice que nadie puede revelar al Padre sino el Hijo. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’. Por eso de Jesús decimos que es la revelación de Dios, le llamamos el Verbo, la Palabra de Dios, porque es el hablar de Dios que se nos manifiesta, que no descubre todo el misterio de Dios. ‘Quien me ve a mi, ve al Padre, nadie va al Padre sino por mí’, le responde Jesús a aquel discípulo que le pide que le muestre al Padre, que les revele al Padre.
Pero quienes veían a Jesús, ¿qué es lo que veían? No todos sabrán leer el signo de Dios que se manifestaba en Jesús. Muchas veces nos cuesta aceptar las cosas desde las actitudes que tengamos dentro de nosotros. Nos creamos barreras, ponemos rechazos en nuestro corazón y en la visión del corazón quizá desde nuestros orgullos y autosuficiencias con las que nos cuesta aceptar lo que venga de los demás o lo que venga de determinadas personas. No todos supieron descubrir el misterio de Dios que se nos revelaba en Jesús. Lo vemos a lo largo del evangelio que mientras la gente humilde y sencilla sabe descubrir las maravillas de Dios que se manifestaban en Jesús, otros, sin embargo, desde su autosuficiencia de que ya se creían los conocedores de Dios a Jesús lo rechazan.
Hoy le escuchamos a Jesús dar gracias al Padre porque se revela a los pequeños y a los sencillos, mientras para los autosuficientes y los que se creen poderosos se les ocultan. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla’. Y todo eso es la obra de Dios. ‘Sí, Padre, así te ha parecido mejor’. Lo que nos está diciendo cómo es la manera como nosotros tenemos que ir a buscar a Dios, cómo Dios se revela en los que son humildes y sencillos de corazón. 
Hoy estamos celebrando a una gran mujer, Teresa de Jesús o de Ávila, que pasó por todo estos procesos en su vida hasta que llegó a penetrar profundamente en el misterio de Dios. Decimos que es una mística por eso mismo. Tuvo también momentos oscuros en su vida, en que se sentía desorientada y perdida, pero se dejó conducir por el Espíritu de Dios que la llevó a las grandes alturas de la Mística, de vivir en su vida todo el misterio maravilloso de Dios. De ella aprendamos su camino y su espiritualidad para así nosotros dejarnos inundar de Dios, llenarnos del misterio de Dios.

lunes, 14 de octubre de 2019

Nosotros con nuestra vida nueva hemos de ser también el gran signo de la Pascua de Jesús que transforme nuestro mundo



Nosotros con nuestra vida nueva hemos de ser también el gran signo de la Pascua de Jesús que transforme nuestro mundo

Romanos 1,1-7; Sal 97; Lucas 11,29-32
Hay personas que cuando nos encontramos con ellas parece que nos dan un toque en el corazón. Simplemente sentir o contemplar su presencia nos transporta a otras alturas, podríamos decir, porque nos transmiten paz con su sencillez y su humildad, sin palabras nos están mostrando la bondad que llevan en su corazón, y su humilde mirada nos eleva por dentro para mirar a otras dimensiones de la vida que nos llenan de trascendencia. Su sola presencia se convierte para nosotros en signos de algo nuevo y distinto de lo que de alguna manera quisiéramos contagiar nuestro espíritu.
Ojalá nos vayamos encontrando así muchas personas en el camino de la vida, pero es que quizá tendríamos que decir que somos nosotros los que tenemos que abrir los ojos, levantar nuestra vida para descubrirlas porque en su silencio pasan a nuestro lado pero nosotros vamos muy interesados en muchas cosas. Como aquel que va caminando absorto en el móvil que lleva en sus manos, no sabe ni por donde camina con el peligro de irse de bruces contra algún peligro, pero tampoco admirando las bellezas que podemos encontrar a nuestro alrededor. Esta imagen que estoy expresando podríamos decir que es un signo de muchas cosas que nos suceden en la vida, de la ceguera con que tantas veces caminamos.
Pero también esto que estamos reflexionando nos podría valer para preguntarnos en qué somos nosotros signos para los demás. Quienes nos ven, escuchan nuestras palabras, contemplan lo que hacemos qué es lo que podrán ver en nosotros que les pueda ayudar; ¿en qué somos nosotros signos para los demás? Creo que es una seria pregunta. No tenemos, es cierto, que ir haciendo alarde por la vida de lo que somos o hacemos, pero sí nuestras vida tendrían que ser signo de algo bueno que pueda estimular a los demás. ¡Cuánto nos ayudaríamos unos a otros y cuanto podríamos hacer así para que nuestro mundo sea mejor!
Como decíamos antes, muchas veces en la vida somos ciegos que no queremos ver. Son otros quizá los intereses que tengamos. Les sucedía a los judíos en tiempos de Jesús. No todos llegaban a descubrir lo que Jesús les quería manifestar, lo que era su vida misma. Por esto continuamente piden signos. Para ellos quizá los signos se quedaban en los milagros que hacia simplemente como un poder taumatúrgico y no llegaban a saber leer lo que Jesús hacía para descubrir hondamente el mensaje de Jesús. Es lo que nos sucede cuando nos quedamos en la materialidad de las cosas, cuando nos falta un verdadero espíritu bien cultivado dentro de nosotros.
Jesús hoy les dice que no les será dado más signo que el signo de Jonás. Aquel profeta enviado de Dios que se resistía a cumplir su misión, que incluso tomó un camino contrario pero con las incidencias de la tormenta en el mar, de ser arrojada por la borda y ser devorado por un cetáceo, aunque pudiera salir vivo de aquella inusitada situación, le hizo volver a la ciudad para predicar la conversión que finalmente el pueblo escuchó para convertirse al Señor.
Es el signo de la muerte y de la vida que va a ser el signo de la pascua, de la muerte y de la resurrección del Señor. Que es el gran signo que nos descubre a Dios y nos llena de su salvación, el gran signo que hemos de ver, contemplar y vivir haciendo nuestra la Pascua de Jesús.
El gran signo pascual que hemos de realizar en nuestra vida sintiendo ese paso de Dios por nosotros que nos hace renacer a una nueva vida. El gran signo que hemos de manifestar cuando convertidos a Dios comenzamos a vivir las señales de una vida nueva. El gran signo que nosotros con esa vida nueva hemos de ser para los demás, que manifestaremos en la bondad de nuestra vida, en nuestro compromiso por el Evangelio y por el Reino, en todo lo bueno que hemos de hacer por los demás y por hacer nuestro mundo mejor.

domingo, 13 de octubre de 2019

El reconocimiento de Jesús como nuestro salvador nos lleva dar gloria a Dios dándole gracias y siendo signos de la obra salvadora de Jesús para los demás



El reconocimiento de Jesús como nuestro salvador nos lleva dar gloria a Dios dándole gracias y siendo signos de la obra salvadora de Jesús para los demás

2Reyes 5, 14-17; Sal 97; 2Timoteo 2, 8-13; Lucas 17, 11-19
‘Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros’. Me causó sorpresa en estos días pasados que un sacerdote preguntaba a un grupo de niños en una homilía catequesis si sabían lo que era la lepra o lo que era un leproso; ningún niño supo responder.
No sé si por la edad de los niños, o porque algunas veces vivimos muy metidos en nuestro mundo y no sabemos o no queremos saber del problema del sufrimiento de los demás – tampoco los padres que asistían a la catequesis con sus hijos dieron muchas señales de que supieran del tema – el hecho estaba en que no sabían nada de la lepra; las lepras del mundo de hoy como son otras enfermedades como el Sida quizá nos resultaran más cercanas, aunque la reacción que tenemos ante esas enfermedades es bastante semejante de lo que sucedía con los leprosos que eran apartados de la sociedad y obligados a vivir o más bien a morir en condiciones bien inhumanas; recuerdo la reacción ante las personas con sida hace unos años en que se tomaban también unas medidas muy radicales ante el temor del contagio.
Valga esta como introducción para hacernos pensar un poco cual es la reacción que tenemos ante situaciones semejantes, y a cuantos de una forma o de otra también apartamos de la sociedad, bien por la situación social que viven, bien porque todavía andemos pasando por ciertos filtros de apariencias y buenas presencias, lo que significa esos ramalages que nos aparecen dentro de nosotros con los que hacemos nuestras distinciones y discriminaciones.
Aquellos leprosos que le salieron al paso a Jesús cuando iba a entrar en aquella población de quedaron de lejos suplicando que tuviera compasión y misericordia de ellos. Buscaban salud, buscaban su salvación, buscaban el poder encontrarse de nuevo con los suyos y volver con sus familias para una vida normal. Si alguien curaba había unos trámites de pasar por el sacerdote para que diera el visto bueno de su curación y el poder volver a estar con los suyos. Es por eso que Jesús les envía a que se presenten a los sacerdotes que certifiquen su curación y pudieran volver a sus casas. Todos corren en búsqueda del ansiado certificado; todos corren menos uno que se da la vuelta y viene a los pies de Jesús.
Alguien comenta que mientras estaba en medio de la miseria de su enfermedad habían permanecido unidos, hasta llegar a pedir a una sola voz que Jesús tuviera compasión de ellos, pero que cuando se vieron curados cada uno corrió por su cuenta porque ya no pensaba sino en si mismo. ¿Qué nos une y qué no separa en los caminos de la vida? 
Algo que tendríamos que pensar; quizá mientras luchamos contra el mal que nos esclaviza todavía somos capaces de hacer fuerza para apoyarnos los unos a los otros, pero ¿qué suele suceder cuando nos llegan momentos de prosperidad? Podemos fácilmente olvidar aquellos con los que antes estábamos unidos, pero ahora cada uno se busca su camino sin saber seguir contando con los demás. Es algo que nos puede suceder y algo que vemos con demasiada frecuencia en nuestro entorno.
Cuando vamos meditando y rumiando con toda sinceridad y con apertura de corazón los textos del evangelio son muchas cosas que nos van surgiendo y que de alguna manera es inspiración para nuestro corazón y descubriendo de muchas cosas, de muchos valores, de muchas actitudes o que tenemos que corregir o que tenemos que hacer brillar con luz especial en nuestra vida.
La vuelta de aquel samaritano hasta los pies de Jesús también nos puede interpelar en lo hondo de nuestro ser. Solo a él le dirá Jesús que su fe le ha salvado. Todos se sintieron curados, sanos de su enfermedad, con la posibilidad de la vuelta con sus seres queridos, pero a este se le dice que ha encontrado la salvación. Y es que éste fue el que se encontró de verdad con Jesús cuando viene a dar gracias por los beneficios recibidos. No era la fe solo en el taumaturgo que le liberaba de sus enfermedades sino era la fe en aquel en quien podría encontrar la salvación.
No diremos que aquellos otros nueve hicieron mal, puesto que hicieron lo que estaba previsto por la ley, pero les faltó algo. Podríamos decir la gratitud, que este evangelio lo utilizamos mucho para decir que tenemos que ser agradecidos, sino era algo más, era el reconocimiento de Jesús como su Salvador. ‘Por tu te fe has salvado’, le dirá Jesús al samaritano que volvió.
Podemos hacer muchas cosas buenas, ser buenos ciudadanos y fieles cumplidores de la ley, podemos sentir incluso algo más porque socialmente nos preocupamos de los demás y hacemos por una sociedad mejor, podemos implicarnos en muchas organizaciones o entidades que trabajen incluso por la justicia o por remediar tantos males del mundo. Todo eso es bueno y loable, pero el que se siente cristiano tiene que añadir algo más, porque no somos solamente una ONG, somos los que confesamos nuestra fe en Jesús como nuestra única salvación.
Y este aspecto no lo podemos descuidar porque no es secundario, aunque muchas veces no  lo resaltamos lo que deberíamos. En ocasiones podemos dar la impresión que andamos más preocupados de esos asuntos sociales que de nuestra fe y del reconocimiento que hemos de hacer de la obra de Dios y la proclamación del nombre de Jesús a cuantos nos rodean como nuestro salvador. Y la Iglesia no lo puede olvidar nunca.
Reconozcamos la obra de salvación que Jesús hace en nosotros y también a través de nosotros para con los demás. Reconocemos proclamando nuestra fe y dando gracias, pero eso tiene que llevarnos siempre a todo lo bueno que tenemos que hacer por los otros y por nuestro mundo; con nuestro compromiso también estaremos dando gloria a Dios.