sábado, 12 de octubre de 2019

A María del Pilar invocamos, con ella caminamos, de su amor aprendemos, con su disponibilidad envolvemos nuestro corazón, con la fortaleza de su fe proclamamos el Evangelio



A María del Pilar invocamos, con ella caminamos, de su amor aprendemos, con su disponibilidad envolvemos nuestro corazón, con la fortaleza de su fe proclamamos el Evangelio

1Crónicas 15,3-4. 15-16; 16, 1-2; Sal 26; Lucas 11,27-28
Hoy es un día de bendiciones. Un día para sentirse bendecido y para bendecir. Hoy es una fiesta de María, la Madre del Señor. Hoy es el día de la Virgen del Pilar.
Con María bendecimos a Dios. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor’, cantaba María, bendiciendo a Dios que se había fijado en la pequeñez de quien se consideraba su sierva y la había hecho su Madre. Reconoce María las maravillas del Señor que realiza obras grandes y se vale de los humildes y los pequeños a los que de manera especial quiere manifestarse. Todo en María es un canto de alabanza al Señor; ella que plantó la Palabra de Dios en su corazón, la que sentía pequeña como la humilde esclava pero que siempre dejaba actuar a Dios en su vida, ‘hágase en mí según tu palabra’ cumpliendo así en todo la Palabra de Dios.
María que se siente bendecida por el Señor. Reconoce las maravillas que el Señor en ella realiza y siente así la bendición de Dios. Por eso replicará Jesús a aquella alabanza de la mujer anónima del Evangelio que prorrumpe en alabanzas a la Madre de Jesús, que más dichosos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen práctica. Es una alabanza y una bendición para María, la que mejor plantó en su corazón la Palabra de Dios.
No es extraño que María incluso en su humildad reconozca que va a ser bendecida y alabada por todas las generaciones. Es lo que seguimos nosotros haciendo. Cada fiesta de María es esa bendición para María, esa alabanza del pueblo cristiano que sabe reconocer a la figura de la Madre, la figura de María que es la Madre de Dios pero a quien nosotros sentimos como Madre. Por eso de mil maneras nosotros queremos cantar también las alabanzas a Maria uniéndonos a todas las generaciones, a todos los pueblos que a lo largo de los tiempos han querido cantar a María. Saldrán las mejores palabras y canciones de nuestros labios, pero quiere salir lo mejor de nosotros mismos, el amor de nuestro corazón para que nuestra vida se convierta también en una alabanza a María.
Claro que la mejor alabanza no son las palabras ni las canciones, sino la mejor alabanza es nuestra vida misma que se viste de María, de ella queremos copiar su amor, de ella queremos copiar todas sus virtudes, de ella queremos aprender a plantar también en nosotros la Palabra del Señor. Nuestra vida vestida de María, nuestra vida imitando a Maria es la alabanza que queremos cantar.
Nos sentimos bendecidos en María, en su presencia de Madre que siempre junto a nosotros ha estado y quiere estar. Esta fiesta que hoy celebramos, la fiesta del Pilar, eso nos está recordando. En piadosa tradición se nos está hablando cómo Maria quiso estar junto a nosotros desde los albores de la cristiandad. La tradición nos habla de la presencia de María que se manifiesta al apóstol que predica el evangelio en nuestra tierra. Y en el duro trabajo del evangelio María viene a ser fortaleza, un signo de ello es el Pilar que da título a esta advocación de María, porque ella va a ser a lo largo de los tiempos ese pilar de fortaleza en la fe.
Eso quiere significar ese Pilar sobre el que asienta sus pies la imagen de María. En ella queremos apoyarnos, porque ella del Señor nos alcanza la gracia que necesitamos, para mantenernos firmes en nuestra fe a pesar de los duros embates por los que podamos pasar. No es fácil seguir dando testimonio del Evangelio, pero apoyándonos en María podremos lograrlo.
A ella invocamos, con ella caminamos, de su amor aprendemos, con su disponibilidad y generosidad envolvemos nuestro corazón, con la fortaleza del pilar de su fe queremos dar testimonio de nuestra fe y de lo que son los valores del Evangelio. Es un día de muchas bendiciones.

viernes, 11 de octubre de 2019

Derrapamos tantas veces en la vida por nuestra falta de vigilancia, de constancia y de perseverancia en el cultivo de nuestro espíritu


Derrapamos tantas veces en la vida por nuestra falta de vigilancia, de constancia y de perseverancia en el cultivo de nuestro espíritu

Joel 1,13-15; 2,1-2; Sal 9; Lucas 11,15-26
No terminamos de aprender la lección. Nos pasa en muchas facetas de la vida. Luchamos, nos esforzamos porque queremos conseguir algo, pero cuando nos parece que lo tenemos conseguimos nos aflojamos, no mantenemos la intensidad de la lucha por mantener lo conseguido y cuando menos lo pensamos todo se nos desmorona. Es en los trabajos, en las metas que nos hemos propuesto en la vida, en nuestra vida personal de superación, en tantas cosas.
Y es que, como se suele decir, hay que hacer un mantenimiento; como con un edificio, que no es solo construirlo y ponerlo a punto para habitar en él y que cumpla las finalidades propuestas sino que luego tenemos que seguir realizando un ejercicio de mantenimiento. Así, la vida, nuestras luchas personales, lo que realicemos también en nuestra sociedad, en el mantenimiento de la amistad e incluso en el amor de la familia o el amor matrimonial.
Nos pasa también en nuestra vida cristiana, en el seguimiento de Jesús y en todos nuestros compromisos como miembros de la Iglesia. A día de mucho fervor se suceden con frecuencia momentos de decaimiento, de enfriamiento espiritual, de desganas y cansancios que nos hacen perder el ritmo y todo se nos viene abajo.
Lo hemos visto en tantos a nuestro alrededor que tras un encuentro con el Señor, unos ejercicios, un cursillo, algo que les ha sucedido y les ha impactado comenzaron a vivir con un fervor extraordinario, pero con el paso del tiempo parece que todo se vino abajo y ya no están aquellos fervores y se olvidaron los compromisos. Lo vemos en nosotros mismos tantas veces con nuestros altos y bajos.
De eso nos está hablando Jesús hoy en el evangelio, cuando nos habla del enemigo malo que es expulsado de alguien pero que luego vuelve con más brío a apoderarse de aquel de quien había salido. Son las tentaciones que tantas veces sufrimos después de fuertes luchas donde nos parecía que todo lo habíamos superado, pero que luego volvimos por nuestras viejas andadas. Es tan importante la vigilancia, el cuidado de nuestro espíritu, el fortalecimiento interior.
En este campo de la espiritualidad no podemos dejar entrar esos aires tibios que parece que nos dan mejor confort sino que hemos de mantenernos firmes haciendo crecer más y más nuestra espiritualidad. Tenemos que ser personas de hondura interior, con buenos cimientos espirituales, con buenas raíces para estar siempre bien enracimados con lo que tiene que ser la cepa de nuestra vida. Recordemos lo que en ese sentido nos dirá Jesús en otros momentos del evangelio. Hoy nos dirá Jesús que con El o contra El, y que quien no recoge con El desparrama.
Desparramamos o derrapamos tantas veces en la vida por nuestra falta de vigilancia, de constancia y perseverancia en lo espiritual, por nuestra falta de unión verdadera y fuerte con el Señor. Cultivemos nuestro espíritu.

jueves, 10 de octubre de 2019

Es el Padre bueno con el corazón siempre disponible para acogernos, con los oídos atentos siempre a nuestras necesidades y presente siempre en nuestra vida


Es el Padre bueno con el corazón siempre disponible para acogernos, con los oídos atentos siempre a nuestras necesidades y presente siempre en nuestra vida

Malaquías 3, 13 – 4,2ª; Sal 1; Lucas 11,5-13
¿Quién estará llamando a estas horas?  Nos preguntamos quizá de mal humor cuando sentimos llamar a nuestra puerta a horas intempestivas. Nos quejamos porque estábamos ya descansando en las horas de la noche, porque estábamos en nuestras cosas o porque simplemente estábamos entretenidos viendo una película o un programa que consideramos interesante en la TV. Pensamos más en nosotros mismos que en la necesidad o problema que pueda tener quien nos llama. Vivimos en nuestra comodidad, pensamos solo en nosotros, no somos capaces de darnos cuenta que la vida continúa a nuestro alrededor con sus problemas y sus luchas, que también con sus alegrías y buenos momentos, pero solo pensamos en nosotros mismos.
Es más a o menos una traducción al ahora de nuestra vida del ejemplo que nos propone Jesús en el Evangelio; y aunque la intención de Jesús en este caso va por otra parte cuando nos quiere hablar de la insistencia y perseverancia de nuestra oración, sin embargo el hecho nos puede valer para algo más y ayudarnos a analizar la comodidad, quizás, con que vivimos nuestra vida. Muchas veces nos aislamos, y porque tenemos nuestros problemas más o menos resueltos, ya no pensamos en los problemas por los que puedan estar pasando los demás.
A mí que me vengan con penas, como decía alguien en una ocasión, que yo ya tengo las mías y ya me las intento resolver yo solo. No es la actitud ni el camino, porque las penas llevadas en compañía son menos penas, pero además aunque poco podamos hacer porque cada uno tiene que poner su esfuerzo, el sintonizar con el otro, manifestar una cierta empatía ante la situación que está pasando se lo hace más llevadero y en la presencia del amigo o el hermano se siente más estimulado en su lucha.
Valga también esta reflexión que nunca está lejos del evangelio para el camino de nuestra vida. Pero centrémonos también en el mensaje que nos quiere ofrecer el evangelio de hoy. Ya decíamos que Jesús quería hablarnos de la perseverancia en nuestra oración. Decir que nunca Dios va a ser como nosotros que se sienta importunado por nuestras suplicas, porque para Dios nunca son a destiempo. Es el Padre bueno con el corazón siempre disponible para acogernos, con los oídos atentos siempre a nuestras necesidades.
Dios no se desentiende de nosotros. A lo largo de toda la historia de la salvación lo podemos constatar. Dios es el que está atento a los sufrimientos de su pueblo, y como vemos ya en el antiguo testamento llama a Moisés para confiarle la misión de que en su nombre vaya a liberar a su pueblo de la esclavitud. Y a pesar de la mucha infidelidad desagradecida de su pueblo siempre está atento para ofrecerle su amor y su salvación.
Es el Padre que nos envía a su Hijo por el amor que nos tiene, como nos recuerda tantas veces el evangelio. Eso tiene que motivar la confianza con hemos de acudir al Señor en todo momento cualquiera que sea la situación de nuestra vida aunque seamos pecadores. Y es que siendo nosotros pecadores y con una vida llena de infidelidad nos envió a su Hijo que murió por nosotros, no porque fuéramos buenos, sino que siendo nosotros pecadores nos amó.
Así nos dice Jesús hoy: ‘Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre’. El es el padre bueno que siempre sabe dar cosas buenas a sus hijos.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Sentimos que vamos a orar y no sabemos cómo hacerlo pero aprendamos a disfrutar de la presencia de Dios que es el Padre que nos ama como nos enseña Jesús



Sentimos que vamos a orar y no sabemos cómo hacerlo pero aprendamos a disfrutar de la presencia de Dios que es el Padre que nos ama como nos enseña Jesús

Jonás 4,1-11; Sal 85; Lucas 11,1-4
En nuestro trato con los demás, en las conversaciones que mantenemos con nuestros amigos o con las personas que son cercanas a nosotros hablamos de muchas cosas, los aconteceres de la vida de cada día, las noticias que van surgiendo de las cosas que suceden en nuestro entorno, o en nuestra sociedad, un poco lo que nos pasa a cada uno, en lo que ocupamos nuestro tiempo, pero entrar en nuestra interioridad para expresar lo que sentimos por dentro ya es algo de lo que nos reservamos y solo con aquellas personas con las que mantenemos una especial relación expresamos algunas cosas.
Nuestra vida interior es un secreto bien guardado que quizá personas con una mayor sensibilidad podrán apreciar ligeramente desde nuestro actuar o nuestra forma de pensar en lo que expresamos. Pero dentro de nuestra interioridad, nuestra vida espiritual es un tema del que no nos expresamos mucho como si sintiéramos un especial decoro para hablar de ello. ¿A quienes contamos nuestras luchas internas? ¿Con quién compartimos lo que sea nuestra vida espiritual? ¿A quien hablamos de nuestra oración, y de cómo es nuestra relación con Dios? Hay un cierto pudor para hablar de esas cosas cuando si fuéramos capaces de compartir más nos enriqueceríamos mutuamente y nos ayudaríamos más rezando los unos por los otros pero no solo ya pidiendo por la salud y el bienestar de cada uno.
Hoy hemos escuchado en el evangelio que los discípulos manifiestan su pobreza espiritual, pero al mismo tiempo están expresando como quieren salir de esa pobreza cuando le piden a Jesús que les enseñe a orar. Nosotros también sentimos muchas veces que no sabemos orar, que a lo más nos contentamos con rezar oraciones ya formuladas pero que no llegamos a entrar en una oración más profunda en verdadera intimidad con el Señor. También sentimos ese deseo de aprender a orar aunque quizá no sea lo que le pidamos a nadie para que nos enseñe.
¿Cómo es realmente nuestra oración? Muchas veces sentimos que vamos a orar y no sabemos cómo hacerlo; llegamos a ese momento de oración y nos quedamos como en un vacío espiritual sin saber que hacer o qué decir. Nos refugiamos quizá en las formulas de oración que recitamos, pero sentimos que algo más tendría que ser, que en ese vacío y silencio interior – en el que con demasiada frecuencia no sabemos mantener porque la imaginación nos distrae – tendríamos que sentir que estamos en la presencia del Señor. No importa quizá que en ese momento no seamos capaces de decir o sentir grandes cosas, pero pensemos al menos que allí estamos, como niños que no sabemos que decir, pero estamos ante el Señor, que el Señor nos está inundando con su presencia y ya eso es oración porque nos sentimos confiados y seguros con Aquel que sabemos que nos ama.
Disfrutar de ese momento, de silencio, de paz interior como el hijo que se sienta al lado de su padre y aunque no se dicen nada y el silencio se prolongue nos sentimos a gusto porque estamos con el padre que nos quiere y a quien queremos. Quizá cuando en nuestra oración tenemos momentos así, nos parece luego que no supimos aprovechar el tiempo, que no dijimos todo aquello que llevábamos en el corazón, pero ¿es necesario decir muchas cosas de las que llevamos en el corazón si estamos ante quien nos conoce hasta lo más profundo de nosotros?
Ese silencio es también oración y aunque la mente recorra muchos mundos que parece que nos distraen, estamos recorriendo esos mundos ante el Señor que es de alguna manera como contarle al Señor lo que llevamos en el alma y que es expresión de nuestras preocupaciones y deseos. No olvidemos que cuando le piden los discípulos a Jesús que los enseñe a orar la primera palabra que han decir en esa manera de orar que Jesús les enseña es Padre. Disfrutándola lo tenemos todo; rumiándola en nuestro interior estamos sintiendo todo su amor y expresando también lo que es nuestro amor.

martes, 8 de octubre de 2019

No nos perdamos la riqueza interior que podemos recibir de la presencia y de la palabra de esa persona que está a nuestro lado no vayamos a entrar en un vacío de deshumanidad



No nos perdamos la riqueza interior que podemos recibir de la presencia y de la palabra de esa persona que está a nuestro lado no vayamos a entrar en un vacío de deshumanidad

Jonás 3, 1-10; Sal 129;  Lucas 10, 38-42
Siempre tenemos cosas que hacer, andamos atareados. Ya sabemos que la vida hoy se ha convertido en una loca carrera, no solo porque muchos andan obsesionados por el tener y tener más cada día, o porque buscamos nuestros ascensos en esos lugares que ocupamos ya sea por nuestra profesión o por la tarea social que realicemos, sino también porque nos agobiamos con lo que tenemos que hacer y nos parece que no podemos trabajar y trabajar.
En cierto modo parece que algunas cosas cambian porque la gente también busca el descanso, pero un descanso que muchas veces es sustituir una actividad por otra actividad y no sabemos detenernos para contemplar la vida, para disfrutar del momento, para saber tener también ese punto de encuentro con los demás. Es que hay tantas cosas que hacer, nos decimos y nos justificamos.
No quiero mermar ni en lo más mínimo las responsabilidades que tenemos y que hemos de llevar a término, pero no siempre con esos agobios estamos siendo más responsables con la vida o con nosotros mismos. Hemos de saber detenernos, porque también el descanso es necesario y de alguna manera tenemos que tomárnoslo como una responsabilidad para con nosotros mismos y también por la repercusión que en positivo pueda tener para quienes nos rodean especialmente en el entorno familiar.
Como se suele decir tenemos que hacernos una escala de valores para poner cada cosa en su sitio porque quizá haya cosas que son importantes en la vida pero por los agobios con los que vivimos no le damos valor e importancia. El agobio en ocasiones nos deshumaniza, nos convierte en máquinas poco menos que automáticas. Y esa humanidad que crece en el encuentro, en la escucha, en el dialogo, en el cultivo de nuestro propio yo y nuestro espíritu es algo que hemos de tener en cuenta. Si no nos cultivamos interiormente, si no cultivamos también nuestra relación con el otro, al final nos desinflamos y hasta podemos sentirnos vacíos interiormente.
Hoy el evangelio  nos habla de un hogar donde Jesús es acogido con sus discípulos y nos habla de las dos mujeres de la casa. Mucho las hemos contrapuesto en ocasiones en nuestros comentarios y reflexiones, pero quizá no hemos terminado de resaltar los valores y virtudes que podemos encontrar tanto en Marta como en María.
Primero que nada resaltamos la virtud de la hospitalidad, y lo hacemos en ambas mujeres; las puertas de aquel hogar se abrieron para Jesús y para sus discípulos. Y si Marta andaba afanada en las tareas de la casa era en el buen deseos de ofrecer lo mejor a sus huéspedes; ¿no hemos llegado nosotros de visita a una casa y enseguida nos ofrecen que si queremos tomar algo? bien sabemos como en nuestros pueblos se ofrece enseguida el café o el vaso de vino. Era el servicio que Marta quería ofrecer, eran los preparativos que estaba realizando porque quería atender a todos y de la mejor manera. Era la queja también porque María no le ayudaba en aquellos quehaceres.
Pero María estaba ejerciendo también esa virtud de la hospitalidad. Era importante la persona y la presencia; era importante la acogida y la escucha; era importante el estar, estar allí al lado de aquel a quien recibían con generosa hospitalidad; era importante ese detalle de presencia y de escucha, el saber detenerse para hacerse presente y escuchar, para acoger y para recibir. ¿Cómo se le iba a dejar solo o volverle la espalda? Aquella atención y aquella escucha era abrir el corazón porque ya la presencia del otro lo llenaba y más aun se enriquecía con sus palabras. Tenemos que aprender a hacerlo.
Cuánto podemos recibir cuando sabemos detenernos para acoger y para escuchar; cuanto nos puede enriquecer la presencia de la otra persona a la que no podemos dejar a un lado para irnos a nuestras cosas y lo que nos pueda parecer más interesante o más urgente. Son cosas sencillas que tenemos que aprender a hacer.
No solo son las tareas de los trabajos que tengamos que realizar, sino que hoy también hay otras muchas cosas que nos entretienen y nos distraen; sí, nos distraen de ese contacto humano y presencial con el que está a nuestro lado; nos distraen y estamos más pendientes de unos medios técnicos – las llamadas redes sociales - que, es cierto, nos pueden poner en contacto con personas que están en otra parte del mundo, pero no sabemos mirar a los ojos al que está a nuestro lado, no sabemos abrir nuestros oídos para escucharle o nuestro corazón para acogerle de verdad. ¿No nos estaremos perdiendo una riqueza interior que podemos recibir de ese que está a nuestro lado?
Y nos estamos perdiendo muchas cosas importantes que podemos recibir de ese que está a nuestro lado y que al final parece que ni los conocemos. Cuántas consecuencias podríamos sacar en este sentido de tantas cosas que nos suceden o de la manera como hoy nos planteamos las cosas y las relaciones humanas.

lunes, 7 de octubre de 2019

Como el hijo que se coge de la mano de su madre cuando rezamos el rosario nos dejamos llevar por Maria para rumiar todo el misterio de Cristo y su salvación





Como el hijo que se coge de la mano de su madre cuando rezamos el rosario nos dejamos llevar por Maria para rumiar todo el misterio de Cristo y su salvación


Zacarías 2,14-17; Sal. Lc 1, 46-55; Lucas 1, 26-38
Aquellas cosas hermosas y bellas que queremos recordar las guardamos en el corazón porque muchas veces queremos traerlas de nuevo al recuerdo para rumiarlas y saborearlas una y otra veas porque eso anima nuestra vida frente a las oscuridades con que nos vamos encontrando. Pero también aquellos sucesos que quizás nos hicieron sufrir, que nos hicieron pasar por momentos amargos, que pudieron suponer un fracaso o una derrota también los guardamos no para mantener resentimientos y amarguras, sino para saber sacar el provecho de una enseñanza, de una lección para nuestra vida o para aprender como el amor pueden vencer lo que nos pueda parecer una derrota.
Es la riqueza maravillosa que atesoramos en nuestro corazón que vale mucho más que las riquezas materiales que se convierten para nosotros en oropeles de fantasía pero que no dan ninguna riqueza a nuestro espíritu. Mucho tendríamos que aprender a valorar y degustar toda esa riqueza espiritual que llevamos dentro de nosotros desde lo que hemos vivido y experimentado.
El evangelio nos repite en varias ocasiones que ante aquellos acontecimientos que se iban sucediendo en torno al nacimiento de Jesús y su infancia Maria guardaba todas aquellas cosas en su corazón. Era el tesoro de su amor y del amor de Dios que ella iba experimentando también en si misma. Guardaba en su corazón y rumiaba una y otra vez porque así admiraba las maravillas que el Señor iba realizando en ella y a través de ella para beneficio y salvación de toda la humanidad.
He querido recordar esto, partiendo también de esa experiencia de nuestra vida de cuantas cosas guardamos en el corazón en esta fiesta de la Virgen del Rosario. Una fiesta muy hermosa de Maria que nos habla del valor de la oración y del triunfo también que podemos obtener en nuestra vida con la oración y con la intercesión de Maria. Una fiesta que nació desde aquella victoria de Lepanto que el pueblo cristiano supo ver como un triunfo de Maria, por cuanto a ella le habían pedido tan intensamente para verse liberados del poder otomano que hubiera cambiado los rumbos de la historia de Europa.
Es el triunfo, podríamos decir, del Rosario, que daría nombre a esa Advocación de María y que nos enseña una hermosa oración que con María podemos realizar y de Maria podemos aprender.
Podríamos decir que rezar el rosario, ese desgranar de cincuenta avemarías de saludo y oración a Maria, es repetir lo que el evangelio nos dice que ella misma hizo. Guardaba todas aquellas cosas en su corazón rumiándolas una y otra vez. Eso es lo que hacemos al rezar el rosario; esos ‘misterios’ son algo más que un título a cada decena del rosario.
Es un ir rumiando en nuestro corazón al unísono con Maria ese misterio de Cristo; es una invitación a que mientras desgranamos esos piropos a Maria que es la oración del Avemaría vayamos meditando ese misterio de Cristo, vayamos rumiando en nuestro interior reviviendo incluso con nuestra imaginación ese momento de la vida de Cristo que recordamos; es un ir rumiando al unísono, repito, con Maria todo ese misterio de nuestra salvación; es un ir empapándonos de evangelio, que es empaparnos de gracia, que es empaparnos de Dios. Es la forma verdadera del rezo del rosario.
Ahí vamos poniendo nuestra vida, con lo mejor de nosotros, con las lecciones aprendidas desde todo lo que nos ha sucedido, pero lo hacemos en un verdadero espíritu de fe dejándonos inundar del misterio de Cristo; y de mano de quien mejor lo podemos hacer que de manos de María, la que estaba empapada de Dios, la llena de gracia, pero la que quería cada día más llenarse de Dios rumiando también cuanto lo había sucedido en orden al misterio de nuestra salvación.
Es una manera de leer, y hacerlo de una manera viva, el evangelio para así llenarnos del mensaje de Jesús, para así empaparnos de sus valores y poder resplandecer con todas las virtudes que han de brillar en la vida de un cristiano. Y lo hacemos de mano de Maria, dejándonos llevar como el hijo que se coge de la mano de su madre y por ella se deja conducir.

domingo, 6 de octubre de 2019

Tienes fe y no puedes quedarte cruzado de brazos, no puedes dejar que otros hagan y deshagan, tienes que ir con esa fuerza interior al mundo para hacerlo mejor



Tienes fe y no puedes quedarte cruzado de brazos, no puedes dejar que otros hagan y deshagan, tienes que ir con esa fuerza interior al mundo para hacerlo mejor

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94; 2Timoteo 1, 6-8. 13-14;  Lucas 17, 5-10
‘¿Hasta cuándo, Señor…?’ un grito dolorido que sale del corazón. Es el grito del profeta que recoge el grito del pueblo de Dios que vive entre violencias, desórdenes, injusticias de todo tipo y que clama al Señor. Igual que cuando nos vemos atormentados por el dolor, la enfermedad, el sufrimiento no solo físico sino también moral en medio de incomprensiones, críticas, situaciones difíciles en las que nos encontramos tantas veces. Y clamamos al Señor, que parece que no nos escucha y se alarga el tiempo y se alarga el sufrimiento del que nos parece no ver salida. Con mayor o menor intensidad en la vida pasamos por momentos así de angustia y hasta desesperación.
Escuchamos al profeta Habacuc en las profecías y clamores en su tiempo en que el pueblo pasaba por momentos difíciles, pero me atreve a hacer la lectura del profeta como si él estuviera viendo también nuestro tiempo, la situación social, la situación personal de tantos, la situación en que se vive en nuestra sociedad del mundo de hoy.
Algunas veces, o muchas quizás también, nos encontramos con la misma desorientación. Si vivimos la vida con una cierta sensibilidad nos damos cuenta de cuanto sufrimiento hay a nuestro alrededor, o nos damos cuenta de que parece un mundo que parece que camina sin rumbo donde los problemas parece que cada vez se ahondan más. Podríamos pensar en muchas cosas, el mundo de la inmigración en que no terminamos de ponernos de acuerdo y que parece que eso no se acaba, por ejemplo.
En un mundo en que hablamos tanto de libertades y de progreso, no parece que lo haya demasiado porque cada vez nos volvemos más intolerantes y si  no predominan nuestras particulares ideas todo lo que hagan los demás está mal y nos lleva al desastre; un mundo que decimos que avanza, pero parece que lo que avanza es la falta de respeto a los sentimientos de los demás, ni se valora ni se respeta el hecho religioso, nos tratan de imponer no solo una sociedad laica sino podríamos decir que atea porque se quiere desterrar de la vida todo lo que suene a Dios, a religión, a pensamiento cristiano.
Se quejan de algunos momentos de la historia donde se perseguía por las ideas y formas de pensamiento, pero ¿no hay una auténtica persecución religiosa en nuestra sociedad actual donde se hace mofa de todo sentimiento religioso, donde no podemos expresar y manifestar públicamente nuestra fe mientras otros puedan hacer públicas sus ideas, y a quienes se le ve con una orientación claramente cristiana se les quiere excluir de toda acción pública o de influencia en la sociedad?
En medio de todo esto, ¿Cómo nos sentimos? Surgirá también el grito que le escuchábamos al profeta ‘¿hasta cuándo, Señor?’ pero también hemos de escuchar la respuesta de Dios en el mismo profeta que nos invita a mantener la fe y la esperanza. Algo que no podemos perder porque sería dejarnos vencer por esos mismos que quieren destruirnos interiormente y hacer que rompamos nuestra relación con Dios. ‘El justo vivirá por su fe’, termina diciéndonos el profeta.
En el evangelio veremos que los discípulos le piden a Jesús que les aumente la fe. ¿Se sentirían ellos también confusos ante lo que estaba sucediendo, ante los anuncios que Jesús hacía con motivo de su subida a Jerusalén o acaso porque no terminaban de ver claro quién era Jesús y lo que Jesús les ofrecía? Querían creer pero seguramente muchas veces les costaba, se les hacía difícil la fe.
Todo aquello que Jesús hablaba de lo que era el Reino de Dios, de las nuevas actitudes que habían de tener en su vida, de ese espíritu nuevo de servicio como para hacerse los últimos seguramente que les costaba. Ya vemos que en ocasiones no entienden claro lo que Jesús les dice y hasta les da miedo preguntar. Lo que Jesús les ofrecía era algo bien distinto de lo que vivían muchos a su alrededor. Lógico que pidieran que les aumentara la fe.
Y Jesús les dice que con que tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, que aparentemente es bien insignificante, podrían mover montañas, o trasladar las moreras al mar. ¿Qué significaban estas palabras de Jesús? ¿Qué tenían que mover montañas o arrancar árboles de un sitio para otro? Pensemos que son imágenes que nos ofrece Jesús y nos dicen algo más. ¿Qué el mundo está difícil y que todo parece que va en contra? ¿Tú tienes fe? Pues vete a ese mundo y comienza a cambiarlo, a sembrar las semillas nuevas del amor que lo vayan transformando. Tienes fe y no puedes quedarte cruzado de brazos; tienes fe y no puedes dejar que sean otros los que hagan y deshagan; tienes fe y tienes que ir con esa fuerza interior que Dios te da a ese mundo para hacerlo mejor.
¿Es difícil? ¿Cuesta? ¿No vemos el avance que nosotros quisiéramos? El justo vivirá de su fe, en su fe va a encontrar fortaleza, y esperanza, y vida para luchar y para hacer que en verdad seamos mejores y sea mejor también nuestro mundo. Gritamos, pero no nos desesperamos; nos duele todo lo mal que vemos alrededor y que quiere incluso hacernos la vida imposible, no nos desanimamos, no nos falta la esperanza, no nos falta nuestra fe en el Señor y nos mantenemos vivos. Es un compromiso serio nuestra fe, pero es una alegría que sentimos en el corazón porque Dios está con nosotros. ‘¡Señor, auméntanos la fe!’.