domingo, 6 de octubre de 2019

Tienes fe y no puedes quedarte cruzado de brazos, no puedes dejar que otros hagan y deshagan, tienes que ir con esa fuerza interior al mundo para hacerlo mejor



Tienes fe y no puedes quedarte cruzado de brazos, no puedes dejar que otros hagan y deshagan, tienes que ir con esa fuerza interior al mundo para hacerlo mejor

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94; 2Timoteo 1, 6-8. 13-14;  Lucas 17, 5-10
‘¿Hasta cuándo, Señor…?’ un grito dolorido que sale del corazón. Es el grito del profeta que recoge el grito del pueblo de Dios que vive entre violencias, desórdenes, injusticias de todo tipo y que clama al Señor. Igual que cuando nos vemos atormentados por el dolor, la enfermedad, el sufrimiento no solo físico sino también moral en medio de incomprensiones, críticas, situaciones difíciles en las que nos encontramos tantas veces. Y clamamos al Señor, que parece que no nos escucha y se alarga el tiempo y se alarga el sufrimiento del que nos parece no ver salida. Con mayor o menor intensidad en la vida pasamos por momentos así de angustia y hasta desesperación.
Escuchamos al profeta Habacuc en las profecías y clamores en su tiempo en que el pueblo pasaba por momentos difíciles, pero me atreve a hacer la lectura del profeta como si él estuviera viendo también nuestro tiempo, la situación social, la situación personal de tantos, la situación en que se vive en nuestra sociedad del mundo de hoy.
Algunas veces, o muchas quizás también, nos encontramos con la misma desorientación. Si vivimos la vida con una cierta sensibilidad nos damos cuenta de cuanto sufrimiento hay a nuestro alrededor, o nos damos cuenta de que parece un mundo que parece que camina sin rumbo donde los problemas parece que cada vez se ahondan más. Podríamos pensar en muchas cosas, el mundo de la inmigración en que no terminamos de ponernos de acuerdo y que parece que eso no se acaba, por ejemplo.
En un mundo en que hablamos tanto de libertades y de progreso, no parece que lo haya demasiado porque cada vez nos volvemos más intolerantes y si  no predominan nuestras particulares ideas todo lo que hagan los demás está mal y nos lleva al desastre; un mundo que decimos que avanza, pero parece que lo que avanza es la falta de respeto a los sentimientos de los demás, ni se valora ni se respeta el hecho religioso, nos tratan de imponer no solo una sociedad laica sino podríamos decir que atea porque se quiere desterrar de la vida todo lo que suene a Dios, a religión, a pensamiento cristiano.
Se quejan de algunos momentos de la historia donde se perseguía por las ideas y formas de pensamiento, pero ¿no hay una auténtica persecución religiosa en nuestra sociedad actual donde se hace mofa de todo sentimiento religioso, donde no podemos expresar y manifestar públicamente nuestra fe mientras otros puedan hacer públicas sus ideas, y a quienes se le ve con una orientación claramente cristiana se les quiere excluir de toda acción pública o de influencia en la sociedad?
En medio de todo esto, ¿Cómo nos sentimos? Surgirá también el grito que le escuchábamos al profeta ‘¿hasta cuándo, Señor?’ pero también hemos de escuchar la respuesta de Dios en el mismo profeta que nos invita a mantener la fe y la esperanza. Algo que no podemos perder porque sería dejarnos vencer por esos mismos que quieren destruirnos interiormente y hacer que rompamos nuestra relación con Dios. ‘El justo vivirá por su fe’, termina diciéndonos el profeta.
En el evangelio veremos que los discípulos le piden a Jesús que les aumente la fe. ¿Se sentirían ellos también confusos ante lo que estaba sucediendo, ante los anuncios que Jesús hacía con motivo de su subida a Jerusalén o acaso porque no terminaban de ver claro quién era Jesús y lo que Jesús les ofrecía? Querían creer pero seguramente muchas veces les costaba, se les hacía difícil la fe.
Todo aquello que Jesús hablaba de lo que era el Reino de Dios, de las nuevas actitudes que habían de tener en su vida, de ese espíritu nuevo de servicio como para hacerse los últimos seguramente que les costaba. Ya vemos que en ocasiones no entienden claro lo que Jesús les dice y hasta les da miedo preguntar. Lo que Jesús les ofrecía era algo bien distinto de lo que vivían muchos a su alrededor. Lógico que pidieran que les aumentara la fe.
Y Jesús les dice que con que tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, que aparentemente es bien insignificante, podrían mover montañas, o trasladar las moreras al mar. ¿Qué significaban estas palabras de Jesús? ¿Qué tenían que mover montañas o arrancar árboles de un sitio para otro? Pensemos que son imágenes que nos ofrece Jesús y nos dicen algo más. ¿Qué el mundo está difícil y que todo parece que va en contra? ¿Tú tienes fe? Pues vete a ese mundo y comienza a cambiarlo, a sembrar las semillas nuevas del amor que lo vayan transformando. Tienes fe y no puedes quedarte cruzado de brazos; tienes fe y no puedes dejar que sean otros los que hagan y deshagan; tienes fe y tienes que ir con esa fuerza interior que Dios te da a ese mundo para hacerlo mejor.
¿Es difícil? ¿Cuesta? ¿No vemos el avance que nosotros quisiéramos? El justo vivirá de su fe, en su fe va a encontrar fortaleza, y esperanza, y vida para luchar y para hacer que en verdad seamos mejores y sea mejor también nuestro mundo. Gritamos, pero no nos desesperamos; nos duele todo lo mal que vemos alrededor y que quiere incluso hacernos la vida imposible, no nos desanimamos, no nos falta la esperanza, no nos falta nuestra fe en el Señor y nos mantenemos vivos. Es un compromiso serio nuestra fe, pero es una alegría que sentimos en el corazón porque Dios está con nosotros. ‘¡Señor, auméntanos la fe!’.

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