sábado, 14 de septiembre de 2019

Celebramos hoy la Cruz de Jesús; miramos a Jesús y miramos su cruz, y aprendemos a mirar la cruz con una mirada de amor


Celebramos hoy la Cruz de Jesús; miramos a Jesús y miramos su cruz, y aprendemos a mirar la cruz con una mirada de amor

Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17
Todo es una historia de amor. Es así como tenemos que contemplar la cruz de Jesús. Hoy celebramos la fiesta de la Exaltación de la Cruz. Desde el sentido de la liturgia de la Iglesia para este día hoy celebramos en muchos lugares y también en los días cercanos la fiesta de Cristo Crucificado.
Aunque para algunos les pudiera parecer un contrasentido celebrar una fiesta donde contemplamos a Alguien muerto en una cruz o celebrar la misma fiesta de la cruz por lo que para ellos significa de muerte, para nosotros los cristianos es un día grande, un día glorioso, un día de victoria porque por esa muerte por amor nosotros nos sentimos vencedores con Cristo de la muerte y del pecado.
Y lo celebramos con alegría de fiesta, lo celebramos con la alegría de quienes quieren dar gracias porque contemplamos la victoria del amor sobre el pecado. A ese Cristo que contemplamos atravesado y muerto en la cruz nosotros no dejamos de contemplarlo victorioso, porque lo contemplamos resucitado y vencedor de la muerte.
Es cierto que en si misma la imagen de la cruz implica sufrimiento y muerte, castigo e ignominia, aparentemente fracaso y derrota. A nadie le gusta el sufrimiento, rehuimos si pudiéramos la muerte y hasta quisiéramos ocultarla y alejarla de la vida ordinaria; eran los reos más ignominiosos los que eran condenados a tan duro suplicio, y era señal del fracaso de la vida que había merecido tal castigo. Y no ponemos la cruz en si misma delante de nosotros como paradigma de nada, porque a nadie queremos ver en tan cruel sufrimiento. Humanamente, es cierto, es algo horrible que rehuimos como no queremos ni para nosotros ni para nadie tal tipo de sufrimiento.
Pero cuando contemplamos nosotros a Jesús en la cruz, aunque le vemos atormentado por tan crueles sufrimientos en El contemplamos otro sentido y otro valor que daría sentido y valor a los dolores y sufrimientos que en la vida tengamos que soportar y hasta en el sentido de la propia muerte. Y es que en Jesús estamos contemplando el amor y la obediencia al Padre.
Todo en Jesús es amor, porque El es la manifestación más excelsa de lo que es el amor de Dios por nosotros. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su propio Hijo. Jesús es pues el rostro de amor y de misericordia de Dios. Y Jesús pasó en medio nuestro derrochando amor, enseñándonos el camino del amor, hablándonos del amor más sublime de aquel que es capaz de dar la vida por los otros. Nadie tiene amor más grande. Y es lo que contemplamos en Jesús.
No busca Jesús la muerte sino la vida y lo que quiere es que nosotros tengamos vida en abundancia. Fue su evangelio, fue la buena nueva de salvación que nos ofrecía, es la buena nueva del camino que traza para nosotros cuando nos habla del Reino de Dios. Y si Jesús llegó a la suprema entrega de su vida es por su fidelidad a su misión, al anuncio y construcción del Reino de Dios. El poder de las tinieblas rechaza la luz y pretende apagarla. Es lo que querían hacer con Jesús todos aquellos que no llegaron a comprender su mensaje. Por eso tramaron la muerte de Jesús. Pero Jesús fue fiel en su amor hasta el final, hasta su entrega suprema en el más sublime sacrificio de su vida en su muerte en la cruz.
Y la cruz se convirtió para nosotros en el signo del amor, en la prueba suprema de lo que es el amor que Dios nos tiene manifestado en Cristo Jesús. En el amor se subliman todos aquellos sufrimientos y toda aquella muerte, en el amor manifestado en la entrega de Jesús se transforma nuestra vida con un nuevo sentido y con un nuevo valor; para nosotros tiene pues valor de salvación eterna, de triunfo de la vida sobre la muerte, de triunfo del amor sobre el pecado, de lluvia de gracia y de vida para nosotros.
Fue la entrega de Jesús, fue su sangre derramada. Es el nuevo valor y sentido que tiene para nosotros la cruz del sufrimiento que se convierte en camino de vida desde esa ofrenda de amor. Lo fue en Jesús y lo tiene que ser en nosotros en el sentido nuevo que le vamos a dar a nuestra vida, en el valor que le vamos a dar a nuestros dolores y sufrimientos, en el sentido último que tiene la muerte que es ya para nosotros un abrirnos las puertas a la vida.
Celebramos hoy la Cruz de Jesús; miramos a Jesús y miramos su cruz, que es contemplar su amor, que es sentir como se derrama sobre nosotros la gracia de la salvación. Celebramos la Cruz de Jesús y aprendemos a mirar a la cruz con una mirada de amor que es responder a la mirada de amor infinito de Dios para todos los hombres.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Limpiemos los cristales de nuestra ventana para no mirar en negativo sino ser capaces de ver todo lo positivo de la vida de los demás


Limpiemos los cristales de nuestra ventana para no mirar en negativo sino ser capaces de ver todo lo positivo de la vida de los demás

1Timoteo 1, 1-2. 12-14; Sal 15; Lucas 6, 39-42
Conocida es la anécdota de la señora que comentaba a su marido cada mañana que su vecina era una persona descuidada y nada limpia; le decía que mirara por la ventana desde la que se veía el patio de la vecina con su ropa tendida a secar y le decía que se fijara en lo mal lavada que tendía su ropa hasta que un día el marido abrió la ventana y le señaló que la ropa no estaba sucia, sino que eran los cristales de su ventana los que había que limpiar porque era mirando a través de ellos como se veía manchado todo lo que estaba en el exterior. Eran los cristales a través de los que miraba los que tenían falta de limpieza.
Mucho de esto nos pasa en la vida; cuando miramos a los demás con qué facilidad lo vemos llenos de defectos, de cosas que no nos gustan y con qué facilidad criticamos la vida y lo que hacen los demás. ¿Pero no serán nuestros ojos, o más bien nuestro corazón los que no están límpidos para mirar a los demás? Vemos a través de nuestros ojos, vemos a través de lo que hay en nuestro corazón y con qué frecuencia la malicia de la que hemos llenado nuestro corazón es lo que nos hace ver malicia en la vida de los demás.
Nuestros propios sentimientos, las actitudes o las posturas que tengamos dentro de nosotros hacia los demás marcan la mirada que tenemos hacia los otros. De la misma manera que nos dejamos influenciar por lo que nos dicen los otros, cualquier cosa que nos digan y que siembre duda en nosotros en relación a los demás, hará que nuestra postura sea diferente, que ya estemos con recelos hacia lo que los otros hacen, y esas dudas que siembran en nosotros con comentarios y murmuraciones interesadas corroen muchas veces una amistad hasta hacerla desaparecer.
Ojalá fuéramos capaces de ir siempre con buen corazón hacia los demás, arrancando de nosotros sentimientos de desconfianza, olvidando y borrando viejas cicatrices para que nuestra mirada sea limpia y seamos así capaces de ver todo lo bueno que hay en los otros. Sabemos que no somos perfectos y todos tenemos nuestras debilidades y flaquezas, pero ¿por qué fijarnos en eso y no ser positivos para ver lo bueno que hay en los demás? Digo muchas veces que seamos capaces de ir siempre con una sonrisa en nuestro semblante, porque eso puede significar lo positivo con que andamos en la vida y no solo  nos hacemos agradables a los demás, sino que también seremos capaces de ver todo lo positivo que hay en los otros.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio que cómo un ciego puede guiar a otro ciego. Y ciegos vamos caminando por la vida cuando la pupila de los ojos de nuestra vida los tenemos enturbiados por la malicia que hay en nosotros. Seamos capaces de arrancar esa malicia de nuestro corazón, pongámonos ese colirio del amor que todo lo limpia para que nuestra vida y nuestra postura al lado de los demás sean siempre positiva.
Nos habla Jesús de que quitemos esas vigas que llevamos en nuestros ojos, antes de querer limpiar las pequeñas pajuelas que pueda haber en los ojos de los demás. Así no seremos ciegos guía ciegos, sino que con luz y claridad, la luz y la claridad del amor, de la ternura, de la comprensión, de la humildad podremos caminar junto a los otros y ayudarnos mutuamente.

jueves, 12 de septiembre de 2019

El amor del cristiano tiene otra sublimidad mayor que amar solamente a los que me aman porque tiene que ser tan generoso y universal como es el amor de Dios


El amor del cristiano tiene otra sublimidad mayor que amar solamente a los que me aman porque tiene que ser tan generoso y universal como es el amor de Dios

Colosenses 3,12-17; Sal 150; Lucas 6,27-38
Soy bueno con los que son buenos conmigo, soy amigo de mis amigos son expresiones que escuchamos con frecuencia y que sustentan la mayoría de las relaciones con mantenemos con los demás. En principio una buena base, ya que si actuáramos al menos así nos estamos rodeando de un buen clima al menos con aquellos con los que nos sentimos más cercanos. Si ese es un tacaño que nunca ayuda a nadie, por qué voy a ayudarle, que se las arregle ya que él no cuenta con nadie, alguna vez nos aparece una reacción así en nuestro interior o en nuestra manera de reaccionar en nuestras relaciones con los demás. Y creamos abismos que se nos hacen intransitables, y que evitamos quizá en muchas ocasiones.
Son complejas las relaciones humanas que en alguna ocasión pueden caer por una pendiente de inhumanidad porque nos hacemos separaciones poniendo barreras, encerrándonos en nuestros círculos donde nos sentimos a gusto y no queremos complicarlos la vida. Por qué voy a mezclarme con esas personas que buscan su aislamiento, nos decimos sin darnos cuenta que nosotros estamos haciendo también esos círculos que nos aíslan.
Humanamente hablando, si pertenecemos a una misma humanidad, que es decir como a una misma familia, no tendría que ser otra relación más generosa la que tengamos. Pero el estilo que impera se nos impone y comenzamos a entrar en esos círculos cerrados. ¿No tendríamos que romper esa inercia?
¿Cuál ha de ser nuestro estilo como cristianos? Hoy Jesús nos lo propone de manera sublime si lo queremos entender. Hemos de reconocer que por más que escuchemos el evangelio se nos resisten las palabras de Jesús. Tan influenciados estamos por el estilo del mundo que hasta pensamos que haciendo así como veníamos diciendo hasta somos buenos cristianos.  Pero ¿no tendría que haber una diferencia?
Jesús nos lo dice claramente, si saludamos solo a los que nos saluda qué hacemos de especial. Si prestamos solo a los que nos prestan, ayudamos solo a los que nos ayunan, eso, nos dice Jesús, lo hacen también los paganos, los que no tienen a Dios como centro de sus vidas. Por eso, tenemos que pensar seriamente qué hacemos de especial si hacemos lo que todos hacen.
Hoy Jesús directa y claramente nos habla del amor a los enemigos. Sí, a los que tenemos enfrentados con nosotros, a los que  nos han hecho mal, a los que nos han ofendido, a los que nunca nos prestan nada, a los que piensan de manera distinta, a los que tienen otro sentido de la vida. Jesús es tajante y radical y con oídos bien abiertos tenemos que escuchar sus palabras.
Y nos pone la referencia de que tenemos que diferenciarnos de lo que hacen todos, porque el estilo del amor que nos propone es más sublime. No podemos llamar amor de verdad cuando lo que hacemos es como una compraventa, porque tú me ayudas y yo te ayudo. Y es que si nos trataran así no nos quedaríamos contentos, por eso nos dice Jesús que tratemos a los demás como queremos que ellos nos traten.
Pero nos pone otra referencia aun más sublime, y es el amor que Dios nos tiene y que es el que tenemos que copiar en nuestra vida. ‘Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo’, nos dice tajantemente. El modelo del nuestro amor tiene que ser el amor que Dios nos tiene. Y de ahí tiene que arrancar todo. Y entonces porque amamos con un amor como el que Dios nos tiene seremos compasivos, seremos misericordiosos, estaremos siempre dispuestos a perdonar, no juzgaremos ni condenaremos a nadie, sino que siempre prevalecerá en nuestro corazón la comprensión y el perdón.
Y esto claro no lo hace todo el mundo; el amor cristiano es algo más que tenemos unos sentimientos recíprocos en que correspondemos a lo que nos hacen. Es algo más a lo que estamos llamados y que con la fuerza del Espíritu de Jesús es como podremos realizar. Ahí sí tenemos que diferenciarnos y es que tenemos otra motivación más sublime para el amor.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Siguen sorprendiéndonos las palabras de Jesús que nos cuesta entender, pareciéndonos una paradoja y seguimos corriendo detrás de risas vacías y de vanidades


Siguen sorprendiéndonos las palabras de Jesús que nos cuesta entender, pareciéndonos una paradoja y seguimos corriendo detrás de risas vacías y de vanidades

Colosenses 3, 1-11; Sal 144; Lucas 6, 20-26
Queremos vivir en un mundo de risas. Entendámonos. Soy de los que dicen que una sonrisa en el semblante hace agradable la vida de aquellos con los que te encuentras en el camino aunque su camino sea costoso y duro. Ojalá sepamos ir con una agradable sonrisa en nuestros labios aunque nos llore el corazón, pero porque queremos hacer felices a los demás. Pero ahora estamos queriendo decir otra cosa.
Un mundo de risas, decíamos. La risa, es cierto, es expresión de alegría pero tanto una como no siempre tiene la verdad de lo autentico. Reímos porque nos sentimos satisfechos y llenos quizás de nosotros mismos, de nuestros orgullos o de esas cosas en que decimos que vencemos porque nos parece tenerlo todo; nos sentimos llenos pero con una riqueza, podríamos decir, externa y muchas veces vacía, porque simplemente nos apoyamos en nuestros tesoros, en nuestros poderes, en esos ‘prestigios’ con los que queremos estar por encima de los demás. No queremos ni aceptamos ningún tipo de sufrimiento o de lagrimas y quizá queremos ocultarnos con esos sucedáneos que se nos puedan ofrecer desde el poder del dinero, por ejemplo.
Y ocultamos ese vació interior con una carcajada, con una ostentación, con mucha vanidad porque nos creemos estar por encima de todo, de sufrimientos, de carencias y no endiosamos con esos poderes que creemos que tenemos. Es por eso por lo que diferencio una sonrisa de una risa, aunque quizá cueste entenderlo o nos parezca contradictorio lo que estoy diciendo.
Hablando de contradicciones es lo que parece decirnos Jesús hoy en el evangelio. Las palabras de Jesús forman parte de lo que solemos llamar el sermón del monte, aunque en este caso nos las ofrece Lucas, con sus características especiales. Por eso digo que las palabras de Jesús pueden sonarnos contradictorias porque llama felices a los pobres, los que lloran, los que nada tienen, los que están hambrientos o los que son perseguidos. Por el contrario dice que no pueden ser felices ni los ricos ni los que se sienten satisfechos en si mismos porque se sienten saciados de todo, ni los que convierten su vida en una risa superficial y vacía.
Son las paradojas del evangelio. Unas palabras que cuando las pronunció Jesús en medio de aquella multitud que le seguía y quería escucharle en medio de tantos sufrimientos pero también de aquellos que en la orilla estaban al acecho y en actitud distante porque no se iban a mezclar con toda clase de gentes, tenían que haber sonado como un aldabonazo muy fuerte, una campanada que restallaba en sus oídos pero sobre todo en sus corazones.
Todos se verían sorprendidos aunque no todos lo escucharan de la misma manera. Sorpresa en cierto modo llena de dudas en principio, con esperanza después al ir asimilando el mensaje la gran mayoría de los que allí estaban; estupor por otro lado en quienes allí estaban satisfechos de si mismos que no comprendían lo que Jesús les quería decir o que rompía todos sus esquemas y maneras de entender la vida y las cosas.
Ahí estaba el mensaje de Jesús. Era la novedad del Reino de Dios para el que había que convertirse para creer en él. Porque si Dios es en verdad el Rey y Señor las cosas tienen que cambiar; Dios no se hace sordo al gemido de los que sufren y de los que lloran, son los preferidos del Señor y para ellos Jesús tiene una palabra de vida, que no son solo palabras sino que es en verdad salvación, salir de ese estado de sufrimiento para ofrecerles una dicha y una alegría verdadera.
Claro que esas palabras de Jesús lo cambian todo, porque quienes creemos en El, quienes queremos pertenecer a su Reino otras tienen que ser ya para siempre sus actitudes, su manera de ver la vida y de ver a los demás, la manera de actuar. También nosotros tenemos que estar al lado de los pobres y de los que sufren, también nosotros vamos a transformar todo en esa alegría nueva; también nosotros tenemos que comenzar por despojarnos de esas grandezas y de esas vanidades con que tantas veces queremos llenar la vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos y de esos orgullos nuestros para sentirnos pobres ante de Dios y dejar que solo sea El quien llene nuestro corazón.
Siguen sorprendiéndonos las palabras de Jesús que nos cuesta entender, siguen pareciéndonos una paradoja y todavía seguimos corriendo detrás de esas risas vacías y de esos orgullos nuestros. ¿Cuándo cambiaremos para vivir todo el sentido del evangelio de Jesús?

martes, 10 de septiembre de 2019

Una reflexión que se hace oración para sentirnos impulsados a ir al llano de la vida y encontrarnos con el sufrimiento, las frustraciones y también las esperanzas y alegrías de los demás



Una reflexión que se hace oración para sentirnos impulsados a ir al llano de la vida y encontrarnos con el sufrimiento, las frustraciones y también las esperanzas y alegrías de los demás

Colosenses 2, 6-15; Sal 144; Lucas 6, 12-19
La persona madura es una persona reflexiva. No se toma las cosas a la ligera. No solo rumia en su interior una y otra vez lo que le va sucediendo, lo que va recibiendo de la vida, lo que puede aprender de los demás, sino que a la hora de tomar decisiones se lo toma con calma, como solemos decir, porque reflexiona hondamente sobre la decisión a tomar, la tarea a emprender, o simplemente al enfrentarse cada día a lo que ha de vivir. Sopesamos una y otra vez lo que tenemos que decidir para hacer la mejor opción viendo los ‘pros’ y los ‘contras’ cuidando siempre que sea lo mejor y que no podamos dañar a nadie con nuestras decisiones. Tenemos unos principios, unos valores, nos hemos trazado unas metas y ahora vamos planificando objetivos en el día a día desde una reflexión profunda.
Pero el creyente añade algo más a esta reflexión. Quiere que su reflexión no sea algo por si mismo desde nuestros pensamientos o desde nuestra fuerza de voluntad, sino que en todo momento queremos sentir la mano de Dios, el Espíritu de Sabiduría divina que nos inspire y nos ayude dándonos fuerza para lo que decidimos y para lo que tenemos que realizar. Por eso, nuestra reflexión se convierte en oración; nuestra reflexión nos la queremos hacer en la presencia del Señor, invocándole, sintiéndole presente, dejándonos iluminar. No es solo ya pensar por nosotros mismos sino dejarnos inspirar, escuchar allá en lo hondo del corazón la voz del Señor que nos habla también a través de muchos signos que se van realizando en nuestra vida.
Es la verdadera oración con la que llenamos de sentido y de fuerza sobrenatural la vida, es un diálogo de amor porque siempre nos sentimos amados y queremos responder de la mejor manera a ese amor con lo mejor de nuestra vida. Nunca emprenderemos una tarea sin sentir esa presencia de Dios en nosotros.
Es lo que hoy estamos contemplando en Jesús. ‘Subió Jesús a la montaña y pasó la noche orando a Dios’, nos dice el evangelista. Algo que veremos repetido muchas veces a lo largo del evangelio. Lo veremos en la sinagoga en el día de la oración y de la escucha de la Palabra como lo veremos en la montaña o en descampados; lo veremos en el templo de Jerusalén o cómo se retira al monte de los Olivos para orar. Por algo sabia Judas donde encontrar a Jesús; en lo alto del monte de los Olivos hoy se levanta también un templo, el templo del padrenuestro, allí donde la tradición nos recoge que Jesús lo enseñara a los discípulos cuando le piden que les enseñe a orar, después de verlo pasar largos ratos en oración.
Jesús ahora va tomar decisiones importantes. Se nos dice que al amanecer llamó a los discípulos y escogió aquellos Doce a los que iba a llamar apóstoles, enviados, y a los que les iba a confiar un misión especial como centro de aquel grupo que eran los discípulos que le seguían. Luego bajará al llano y se encontrará multitudes que le esperan y que cada uno viene con sus dolencias y su vida cargada de sufrimientos y frustraciones. Para todos tendrá Jesús un signo de vida, curando a los enfermos y despertando la ilusión y esperanza de algo nuevo para todos.
Seguro que tras esos momentos que no son solo reflexión sino también oración nos sentiremos impulsados a ir al llano de la vida para encontrarnos con el sufrimiento, las frustraciones y también las esperanzas y alegrías de los demás. Ojalá seamos capaces de llevar siempre un signo de vida y de esperanza con nuestra presencia a todos esos que nos vamos a encontrar en el camino de la vida.

lunes, 9 de septiembre de 2019

No nos preguntamos solamente qué es lo que está permitido sino lo seríamos capaces de hacer en colaboración con los demás sea quien sea



No nos preguntamos solamente qué es lo que está permitido sino lo seríamos capaces de hacer en colaboración con los demás sea quien sea

Colosenses, 1, 24-2, 3; Salmo 61; Lucas, 6, 6-11
‘¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?’, la pregunta viene a cuento de que un sábado al entrar Jesús en la sinagoga los escribas y fariseos están acechando a ver la actitud de Jesús, a ver lo que hace Jesús.
Ya todos conocían cómo Jesús curaba a los enfermos pero también con lo que enseñaba se estaba enfrentando a los rigoristas de turno que no comprendían ese sentido nuevo que Jesús quería darle a las cosas cuando les trasmitía el mensaje del Reino de Dios. Por una parte se habían hecho unas ideas de lo que tendría que ser el Mesías que no concordaba según sus apreciaciones con la manera de presentarse Jesús, aunque todo el mundo estaba admirado con lo que decía y con lo que hacia; pero por otra parte quizá podían ver en peligro su situación de dominio y prepotencia con la que ellos se presentaban como únicos maestros de la ley ante el pueblo.
Había en la sinagoga un hombre que tenía una mano paralizada. ¿Qué iba a hacer Jesús? Era sábado y en el sábado no estaba permitido ningún tipo de trabajo. ¿Se podía considerar un trabajo el que Jesús milagrosamente curara a aquel hombre con sus discapacidad, con su invalidez? Para ellos quizá podía considerarse un trabajo porque en la multitud de normas y explicaciones que ellos se habían hecho de la ley de Moisés todo estaba muy reglamentado, muy pormenorizado. ¿Qué haría Jesús cuando viera la discapacidad de aquel hombre?
Pero es Jesús el que se les adelante y le pide a aquel hombre que se ponga en pie allí en medio. Y lanza la pregunta. ‘¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?’ Poniéndolo así como ahora Jesús se los platea, nadie se atreve a decir nada. No iban ellos ahora a ponerse en contra de lo que sabían que querían todas aquellas personas, que era salvar a aquel hombre, que se viera curado de su invalidez. No serían ellos los que ahora se opusieran. Pero Jesús sí actuó. Y curó a aquel hombre.
Allí estaban aquellos que ni comían ni dejaban comer, como se suele decir en el dicho refranero. Como sigue sucediendo. No vamos ahora a quedarnos en el hecho de que fueran tan legalistas y estuvieran con tantos rigorismos, como hemos comentado muchas veces. Pero la actitud de aquellos que estaban allí al acecho es algo que se repite. Los que ni comen ni dejan comer, como decíamos.
Siempre hay gente que está al acecho, que está a la contra de todo, que no hace nada pero que todo son críticas a lo que los otros hacen; los que no mueven un dedo, pero los vemos allí por detrás observando, fijándose en detalles para luego criticar, para juzgar, para decir que las cosas no se están haciendo bien, para decir que ellos lo  hubieran hecho de otra manera, pero al final hablan y hablan pero nunca hacen nada. Y lo malo que con sus críticas y entorpecimientos tampoco dejan que otros hagan.
Nos encontramos con gente negativa, siempre con sus juicios y comentarios, siempre por detrás pero no se ponen en medio y toman la iniciativa; son los que frenan continuamente las cosas buenas que se pueden hacer; son los que ven siempre dobles intenciones en los que se atreven a hacer alguna cosa buena; son los que no son capaces de ver ni aceptar lo bueno que hacen los otros, porque son de otra manera de pensar, porque son de otra ideología, o de otro partido político, nada bueno pueden ver en los otros y cuando puedan si ellos llegan a tener el mando, por decirlo así, lo que harán será destruir todo lo que han hecho los otros. Lo vemos tantas veces en la vida social.
No podemos ir con esas negatividades en la vida. Tenemos que saber ser constructores sabiendo aceptar y valorar la colaboración de los otros. No podemos ir buscándonos méritos y galardones sino que tenemos que ser capaces de poner siempre nuestra colaboración a todo eso bueno que entre todos podemos hacer. Cuando será el tiempo en que entre todos, aunque tengamos opiniones distintas, maneras de enfrentar las cosas de forma distinta, seamos capaces de ponernos a colaborar, a buscar entre todos eso bueno que es necesario hacer y que tenemos que ser capaces de hacer.
Es un mundo nuevo que tenemos que crear y en eso tenemos mucha parte los cristianos, porque desgraciadamente muchas veces colaboramos o no según de donde vengan las ideas o las propuestas, seguimos haciéndonos nuestras discriminaciones que son tan lejanas del amor del evangelio. Es la pregunta que tenemos que hacernos no solo de lo que está permitido o no en determinados momentos, sino qué es lo que tenemos que ser capaces de hacer en nuestra colaboración con los demás sea quien sea, tenga el pensamiento o ideología que pueda tener.

domingo, 8 de septiembre de 2019

Ser cristiano es haber encontrado el tesoro escondido que es Jesús y el evangelio y estar dispuesto a todo por vivirlo


Ser cristiano es haber encontrado el tesoro escondido que es Jesús y el evangelio y estar dispuesto a todo por vivirlo

Sabiduría 9, 13-19; Sal 89; Filemón 9b-10. 12-17; Lucas 14, 25-33
Necesitamos tener criterios claros en la vida para no andar dando bandazos de un lado para otro, sentirnos frustrados porque no alcanzamos nuestras metas, sentir quizá el fracaso de que lo intentamos pero no sabíamos bien a donde queríamos ir y por una parte nos sentimos desorientados o no tenemos las fuerzas ni los medios para conseguirlo.
Tener criterios claros significa saber bien a lo que aspiramos pero de alguna manera ver las fuerzas o los medios con los que contamos. Cuando estamos seguros, tenemos clara la meta o los objetivos y consideramos que aquello que buscamos es la mejor y mayor riqueza que podamos obtener, ya pondremos todo nuestro esfuerzo, ya buscaremos los medios, las orientaciones, los caminos para lograrlo.
Claro que eso significará tener que dejar a un lado aquello que no es tan importante para centrarnos en lo que merece la pena. Para comprar, por ejemplo, una propiedad que anhelamos, haremos sacrificios por un lado o por otro sabiendo que lo que vamos a conseguir es lo mejor y que merece la pena. El que estudia y quiere conseguir un carrera universitaria que él ve como la vocación de su vida donde pueda en verdad realizarse, tendrá que poner todo su esfuerzo, renunciando incluso a momentos buenos cuando tiene que rendir de una materia, pero sabe que aquello es el sueño de su vida y merece la pena todo ese esfuerzo. Y así en tantas cosas de la vida.
Quizá llegue el momento en nuestra reflexión de preguntarnos si tenemos criterios claros en lo que comporta el seguimiento de Jesús. ¿Es en verdad Jesús ese tesoro escondido por el que merece venderlo todo, como nos dirá Jesús en otro momento del evangelio? Es importante este planteamiento porque es cuando adquieren todo su sentido las palabras que le escuchamos hoy a Jesús en el evangelio.
Ser cristiano no es una religión en la que simplemente se nos pide que renunciemos a cosas y más cosas así porque si. Quizá ha sido la confusión que muchos hemos tenido en nuestra cabeza y es la razón por la que tantos abandonan y ya no les dice nada lo de ser cristiano. Es una opción que hacemos por Jesús y por el Reino de Dios que El nos anuncia. Pero tenemos que ver que es importante, pero no con una importancia cualquiera. Tantas cosas que vemos importantes en la vida pero que en un momento nos decidimos por unas y en otro momento elegimos otras. El seguimiento de Jesús tiene una radicalidad mayor.
Tampoco es que digamos que somos cristianos porque lo hemos sido de toda la vida, por eso fue lo que me enseñaron, esa fue la religión de mis padres y de mis antepasados y solamente lo vemos como una tradición más que hay que seguir. Escuchando en estos días declaraciones y comentarios que se hacen desde los medios de comunicación con motivo, por ejemplo, de las fiestas de la Virgen o del Cristo que se proliferan en estos meses por todas partes, las gentes o los comentaristas de los medios hablaban de por qué iban a aquellos santuarios en estas ocasiones.
Respuestas de las más variadas con muy buena voluntad, que si es la fe que le tengo a esta Virgen o este Cristo que es muy milagroso, que si lo hacemos por devoción y como un sacrificio que ofrecemos, que así nos lo enseñaron nuestros padres y nosotros lo hemos hecho siempre, que son unas tradiciones que no hemos de perder, y no digamos nada en los que van por la fiesta o simplemente por pasarlo bien y hasta como un deporte. No me lo invento, lo he escuchado hoy mismo. Sin quitar la buena voluntad de estas personas ¿vemos aquí unas convicciones profundas sobre lo que es el ser cristiano y lo que nos dice el Evangelio para hacer un seguimiento total de Jesús con toda mi vida?
¿Significa que nos hemos encontrado con Jesús como la verdadera luz de mi vida, mi única salvación? Es que tenemos que ver que es lo que en verdad significa creer, creer en Jesús, decir que soy cristiano. Un nuevo sentido de vivir que me hace entrar en otra orbita de relación con Dios, pero también de relación con los demás y con el mundo en el que vivo.
Claro eso significará clarificar muy bien los criterios que tengo en la vida, purificando, cambiando si es necesario para emprender ese camino nuevo que se nos ofrece. Tendré que desprenderme mi yo, de mis antiguos criterios, de otras formas de vivir la vida, pero lo hago por conseguir lo mejor, por vivir lo mejor que es lo que encuentro en Jesús. Ya mencionábamos antes lo de venderlo todo para conseguir el tesoro escondido pero que hemos encontrado. Ahí nos dice Jesús que tenemos que aprender a decir no, a renunciar a muchas cosas que no son compatibles con el sentido del evangelio, con el sentido de Jesús.
Hoy nos habla Jesús de renunciar incluso a aquellos que más amamos, si son un obstáculo para alcanzar a vivir esa sabiduría de Dios; nos habla de negarnos incluso a nosotros mismos, que es por donde tenemos que empezar, aunque eso signifique abrazarme a la cruz del sufrimiento, porque será algo doloroso y algo que cuesta.
No nos pide Jesús el negarnos por negarnos, el cargar la cruz por hacer un sacrificio de sufrimiento, significa desprenderme de aquello que me puede producir desgarro en el corazón, pero por alcanzar la vida. Y claro mientras vamos caminando por la vida con estos nuevos criterios, los del evangelio, vamos a encontrar la cruz de los que no nos entienden e incluso se nos van a poner en contra, pero que en mi fidelidad he de mantenerme firme.
Pero todo eso porque nos hemos encontrado con el tesoro que es Jesús y el evangelio para nosotros. Y merece la pena. Y lo vivimos con alegría aunque haya cruz, porque en todo eso hay amor y el amor nos llena de plenitud.