martes, 10 de septiembre de 2019

Una reflexión que se hace oración para sentirnos impulsados a ir al llano de la vida y encontrarnos con el sufrimiento, las frustraciones y también las esperanzas y alegrías de los demás



Una reflexión que se hace oración para sentirnos impulsados a ir al llano de la vida y encontrarnos con el sufrimiento, las frustraciones y también las esperanzas y alegrías de los demás

Colosenses 2, 6-15; Sal 144; Lucas 6, 12-19
La persona madura es una persona reflexiva. No se toma las cosas a la ligera. No solo rumia en su interior una y otra vez lo que le va sucediendo, lo que va recibiendo de la vida, lo que puede aprender de los demás, sino que a la hora de tomar decisiones se lo toma con calma, como solemos decir, porque reflexiona hondamente sobre la decisión a tomar, la tarea a emprender, o simplemente al enfrentarse cada día a lo que ha de vivir. Sopesamos una y otra vez lo que tenemos que decidir para hacer la mejor opción viendo los ‘pros’ y los ‘contras’ cuidando siempre que sea lo mejor y que no podamos dañar a nadie con nuestras decisiones. Tenemos unos principios, unos valores, nos hemos trazado unas metas y ahora vamos planificando objetivos en el día a día desde una reflexión profunda.
Pero el creyente añade algo más a esta reflexión. Quiere que su reflexión no sea algo por si mismo desde nuestros pensamientos o desde nuestra fuerza de voluntad, sino que en todo momento queremos sentir la mano de Dios, el Espíritu de Sabiduría divina que nos inspire y nos ayude dándonos fuerza para lo que decidimos y para lo que tenemos que realizar. Por eso, nuestra reflexión se convierte en oración; nuestra reflexión nos la queremos hacer en la presencia del Señor, invocándole, sintiéndole presente, dejándonos iluminar. No es solo ya pensar por nosotros mismos sino dejarnos inspirar, escuchar allá en lo hondo del corazón la voz del Señor que nos habla también a través de muchos signos que se van realizando en nuestra vida.
Es la verdadera oración con la que llenamos de sentido y de fuerza sobrenatural la vida, es un diálogo de amor porque siempre nos sentimos amados y queremos responder de la mejor manera a ese amor con lo mejor de nuestra vida. Nunca emprenderemos una tarea sin sentir esa presencia de Dios en nosotros.
Es lo que hoy estamos contemplando en Jesús. ‘Subió Jesús a la montaña y pasó la noche orando a Dios’, nos dice el evangelista. Algo que veremos repetido muchas veces a lo largo del evangelio. Lo veremos en la sinagoga en el día de la oración y de la escucha de la Palabra como lo veremos en la montaña o en descampados; lo veremos en el templo de Jerusalén o cómo se retira al monte de los Olivos para orar. Por algo sabia Judas donde encontrar a Jesús; en lo alto del monte de los Olivos hoy se levanta también un templo, el templo del padrenuestro, allí donde la tradición nos recoge que Jesús lo enseñara a los discípulos cuando le piden que les enseñe a orar, después de verlo pasar largos ratos en oración.
Jesús ahora va tomar decisiones importantes. Se nos dice que al amanecer llamó a los discípulos y escogió aquellos Doce a los que iba a llamar apóstoles, enviados, y a los que les iba a confiar un misión especial como centro de aquel grupo que eran los discípulos que le seguían. Luego bajará al llano y se encontrará multitudes que le esperan y que cada uno viene con sus dolencias y su vida cargada de sufrimientos y frustraciones. Para todos tendrá Jesús un signo de vida, curando a los enfermos y despertando la ilusión y esperanza de algo nuevo para todos.
Seguro que tras esos momentos que no son solo reflexión sino también oración nos sentiremos impulsados a ir al llano de la vida para encontrarnos con el sufrimiento, las frustraciones y también las esperanzas y alegrías de los demás. Ojalá seamos capaces de llevar siempre un signo de vida y de esperanza con nuestra presencia a todos esos que nos vamos a encontrar en el camino de la vida.

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