sábado, 16 de marzo de 2019

La sublimidad del amor cristiano hace que comencemos a amar primero, no estar esperando a que me amen, porque eso lo hace cualquiera


La sublimidad del amor cristiano hace que comencemos a amar primero, no estar esperando a que me amen, porque eso lo hace cualquiera

Deuteronomio 26,16-19; Sal 118; Mateo 5,43-48

Decimos que queremos lo mejor, pero no sé si siempre estaremos llevando las cosas a lo mejor, si somos capaces de intentar de verdad superarnos para alcanzar lo que es mejor. Cuando las cosas nos parece que van bien ya nos contentamos con lo que hemos conseguido aunque sabemos que con un poco de más esfuerzo podríamos alcanzar algo mejor. Ante esos buenos deseos nos dejamos vencer por la pereza, la desgana, o simplemente el hacer lo que todos hacen. Nos dejamos arrastrar por una cierta mediocridad y como se suele no decir no llegamos a poner toda la carne en el asador.
Somos buenos, nos decimos, porque queremos a los que nos quieren, hacemos el bien a los que antes nos hayan hecho el bien a nosotros, y parece como si estuviéramos pagando lo bueno que nos hacemos, porque ni menos ni más, sino en la misma medida que tienen con nosotros. Parece como si nos faltara iniciativa en el amor. Pero con el pensamiento que Jesús nos ofrece hoy en el evangelio, ¿qué mérito tenemos? Eso lo hace cualquiera.
Las metas que nos ofrece Jesús es que seamos capaces de ir más allá, de alcanzar lo más alto, de buscar siempre lo mejor, aunque ya hagamos lo bueno que todos hacen. ¡Plus ultra!, nos está diciendo Jesús. Por eso la amplitud del amor que Jesús nos pide es universal, en donde tienen que caber todos, no solo los que me hacen el bien, sino incluso aquel que me haya hecho daño.
Y nos propone Jesús que seamos perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto. Nuestro amor tiene que ser siempre imagen de lo que es el amor de Dios. Aunque nos cueste o nos parece en ocasiones imposible. Con Dios nada es imposible, porque El siempre derrama sobre nosotros la fuerza y presencia de su Espíritu.
‘Sed perfectos, nos dice Jesús, como vuestro Padre celestial es perfecto’. Tenemos que aspirar a la perfección de Dios, tenemos que imitar el amor infinito de Dios, que nos amó primero, como nos dirá san Juan en sus cartas. Y como nos dice san Padre ‘el amor de Dios consiste en que siendo nosotros pecadores, nos amó y se entregó por nosotros’.
Tenemos que amar primero, no estar esperando a que me amen, porque eso lo hace cualquiera. No nos basta decir que somos amigos de nuestros amigos; eso tiene ya una limitación, restringe nuestro amor. ‘Si saludáis solo a los que os saludan, ¿qué hacéis de extraordinario?’ Fijémonos cómo en la vida vamos ignorándonos unos a otros; las carreras de la vida moderna hacen que pasemos el uno al lado del otro ni nos miremos, ni nos saludemos, nos ignoremos por completo; qué inhumanos nos vamos haciendo, y casi lo hacemos sin darnos cuenta sino por la inercia de lo que todos hacen.
Y Jesús se entregó por todos y cuando nos dice que amemos como su único mandato, nos señala que lo hagamos como El nos ha amado. ‘Así seremos hijos de nuestro Padre que está en el cielo’. Como nos dice el salmo ‘dichoso el que camina en la voluntad del Señor’. Y nos decía tambien el Deuteronomio; ‘El será tu Dios, tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos, preceptos y decretos, y escucharás su voz’.

viernes, 15 de marzo de 2019

Arrepentimiento, reconciliación, conversión, tres palabras que son también actitudes y modos de comportamiento y cercanía con el hermano y con Dios



Arrepentimiento, reconciliación, conversión, tres palabras que son también actitudes y modos de comportamiento y cercanía con el hermano y con Dios

Ezequiel 18,21-28; Sal 129; Mateo 5,20-26
Arrepentimiento, reconciliación, conversión, tres palabras que consideramos importantes y que son buenas actitudes a tener en cuenta siempre en nuestra vida, pero de manera especial en este camino cuaresmal que estamos haciendo.
‘Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos’, les dice Jesús a sus discípulos, nos dice hoy a nosotros. Es un reconocimiento de que podemos ser mejores, que tenemos que ser mejores. Es un reconocimiento de que no nos podemos considerar ya santos y justificados, porque sigue habiendo muchas debilidades en nuestra vida.
Jesús hace esta consideración y comparación porque los escribas y fariseos se consideraban ya justificados por si mismos, quieren presentarse con un aura de perfección delante de los demás, pero Jesús ha denunciado ya claramente muchas veces la falsedad e hipocresía que había en sus vidas. Por eso nos recuerda que tenemos que reconocer nuestras debilidades y pecados de los que tenemos que arrepentirnos; y nos recuerda muchas actitudes y comportamientos que podemos tener con los demás que necesitan una corrección y una purificación. 
Cuidado nosotros queramos presentarnos también con ese aura de santidad, de perfectos y santos cuando tantas debilidades tenemos en nuestra vida. Y nos es bueno revisar actitudes y comportamientos, revisar esos gestos y palabras que tenemos los unos con los otros, en los que muchas veces no está brillando precisamente la bondad y el respeto. Nos habla Jesús de esas palabras hirientes que nos decimos en tantas ocasiones.
Hoy nuestro lenguaje se ha vuelto vulgar, pobre, muchas veces insultante y ofensivo; nos hemos acostumbrado a esa violencia y vulgaridad de nuestras palabras que las que nos faltamos al respeto y parece que ya nadie se inmuta, todo el mundo lo ve tan normal. Vamos perdiendo delicadeza en la vida y cuando  no hay esa delicadeza en palabras y en trato nos hacemos vulgares, pero es que vamos deshumanizando nuestras relaciones, se va creando una acritud que termina en violencia y enfrentamiento. No son los mejores caminos del amor, pieza fundamental del Reino de Dios que queremos vivir.
Ese reconocimiento de esos tropiezos que vamos teniendo en la vida tiene que llevarnos necesariamente a una vuelta al reencuentro con los demás, a la reconciliación. Y Jesús es radical en su enseñanza, lo  absolutamente necesario que es ese reencuentro, esa reconciliación. No podría haber un verdadero encuentro con el Señor, si antes no nos hemos reconciliado con el hermano. Nuestra ofrenda no sería pura y agradable a Dios. Por eso ‘deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano’, nos dice Jesús.
Será así entonces cómo podremos volvernos de verdad y radicalmente a Dios, la autentica conversión. Necesarios esos pasos, pero necesario es que nos demos cuenta de que nos estamos volviendo a Dios, para que Dios sea en verdad el centro y el motor de toda nuestra vida.
Es un camino arduo, es cierto, porque necesitamos mucha humildad, despojarnos de nuestro yo egoísta para abrirnos de verdad al nosotros del encuentro y del saber caminar juntos. Tenemos que abajarnos del pedestal de nuestros orgullos para saber caminar al paso del hermano, sin tirantez ni acritud, con sencilla y con mucho amor, con delicadeza y exquisito trato, con gestos humildes y sencillos de cercanía y muchas muestras de lo que es un amor verdadero.

jueves, 14 de marzo de 2019

Disfrutemos de la oración y de la presencia del Señor porque sabemos que El nunca nos fallará



Disfrutemos de la oración y de la presencia del Señor porque sabemos que El nunca nos fallará

Ester 14,1.3-5.12-14; Sal 137; Mateo 7,7-12

Muchas veces nos habla Jesús en el evangelio de la oración y ahora en este tiempo de cuaresma escucharemos muchos textos en este sentido. No en vano este tiempo de cuaresma ha de ser un tiempo para la reflexión y para la oración. No solo reflexionamos desde los propios sentimientos y lo que es nuestra vida buscando unas sabidurías humanas, sino que queremos ahondar en la sabiduría de Dios, dejar que su Espíritu sea nuestra luz en el camino que nos ayude a descubrir la verdad de nuestra vida y el sentido que hemos de darle desde nuestra fe y el evangelio.
Nuestra reflexión la queremos centrar en Dios; no es simplemente una reflexión humana desde nuestro saber o la experiencia humana que tengamos en la vida, sino que ha de ser desde el filtro de la fe, desde la luz que encontramos en el evangelio, dejándonos guiar en nuestro interior por la fuerza del Espíritu. No es simplemente pensar cosas sino tratar de ahondar en el misterio de Dios, sintiendo su presencia en nosotros, que nunca nos fallará.
Hoy Jesús en el evangelio para insistirnos en la necesidad de la oración y de la confianza que hemos de tener en el Dios a quien amamos y que sentimos que nos ama emplea como tres imágenes, tres palabras en esa insistencia de la oración. Nos habla de pedir, de llamar y de buscar. Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre’.Yo diría que no es solo inspirarnos nuestra confianza, sino que con esas tres palabras nos está hablando del sentido de nuestra oración.
Pedir, llamar, buscar… Invocamos a Dios que merece siempre toda nuestra alabanza; invocamos a Dios a quien queremos tener presente en nuestra vida, porque El es nuestra fortaleza, en El ponemos toda nuestra fe y nuestra confianza. Invocamos a Dios desde la pobreza de nuestra vida, con nuestras necesidades, pero también mirando a los que nos rodean, mirando nuestro mundo.
Buscamos a Dios porque queremos conocerle más y más; buscamos a Dios porque sin El nuestra vida estará llena de oscuridad; buscamos a Dios porque en El sabemos que vamos a encontrar nuestra plenitud; buscamos a Dios porque es nuestra sabiduría, quien nos da el sentido pleno de nuestra vida.
Llamamos, como quien está a la puerta queriendo entrar; llamamos a Dios porque queremos ir a El y porque queremos que El venga a nosotros, esté en nuestro camino, aunque ya tenemos la certeza de que nunca nos falla, que siempre está con nosotros, aun en aquellos momentos que casi no nos damos cuenta. Llamamos a Dios porque queremos hacerlo presente en nuestro mundo tan lleno de tinieblas, tan desorientando, tan sin rumbo tantas veces.
Cómo tenemos que gozarnos en la presencia del Señor; cómo nos sentimos en camino de plenitud cuando somos conscientes de su presencia. Con El a nuestro lado se nos acaban nuestros temores; con El a nuestro lado nos sentimos fuertes frente a la adversidad, frente a los peligros de la vida, frente a las tentaciones que nos acechan por doquier; con El a nuestro lado caminamos seguros queriendo llevar también la luz de la fe a cuantos nos rodean.
Cuando vamos saboreando todo esto, qué bien nos sentimos en nuestra oración, porque sentimos la paz de presencia, la seguridad que nos da en la vida a pesar de las tormentas, la fortaleza para esa tarea de superarnos, de querer llegar a una plenitud, de ser mejores nosotros y hacer que nuestro mundo sea mejor. Aprendamos de la hermosa oración de la reina Esther que nos ofrece la primera lectura y saboreemos el modelo de oración que nos ofrece Jesús.
Disfrutemos de la oración, disfrutemos de la presencia del Señor. El nunca nos fallará.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Seamos signos con nuestra vida sencilla y humilde, pero sobre todo con nuestros gestos de amor, para que los demás lleguen también a descubrir las maravillas del Señor



Seamos signos con nuestra vida sencilla y humilde, pero sobre todo con nuestros gestos de amor, para que los demás lleguen también a descubrir las maravillas del Señor

Jonás 3,1-10; Sal 50; Lucas 11,29-32

Suceden cosas maravillosas delante de nuestros ojos cada día pero que en su sencillez no somos capaces de apreciarlas, y sin embargo estamos buscando cosas espectaculares que nos llamen la atención y que decimos que serian las que despertarían en nosotros buenas palpitaciones como ahora se suele decir. No vemos lo bello en lo pequeño y en lo sencillo, pero queremos lo extraordinario, que al final tampoco en ello sabremos descubrir el mensaje de vida que se nos pueda trasmitir.
La sonrisa de un niño, una amanecer o un atardecer, o el gesto de alegría de un animal de compañía cuando se encuentra con nosotros quizás ya no nos llama la atención; son tantas las cosas maravillosas que suceden a nuestro lado, pero parece que no somos sensibles para apreciarlas. También los que están a nuestro lado con sus gestos humildes y sencillos pueden ser signos que nos llamen la atención y nos ayuden a descubrir la bondad que aun hay en el mundo.
Pero también tendríamos que ver nuestra historia de cada día, o recordar lo que nos haya sucedido en el pasado para saber leer muchas señales  que podrían marcar nuestra vida o ser una llamada para que en el presente aprendamos a tener otras actitudes más positivas y nos recordaran de lo que somos capaces, pero también de esa presencia del Señor que ha estado a nuestro lado en ese camino cuando quizás era oscuro y no veíamos salidas, pero que sin embargo fuimos capaces de superar. ¿No tendríamos que aprender a descubrir esa mano del Señor presente de tantas maneras en nuestra vida?
Vemos en el evangelio de hoy que la gente de forma obstinada le está pidiendo señales a Jesús. Y El les recuerda su historia, el episodio de la predicación de Jonás en Nínive y la venida de la reina de Saba a Jerusalén para consultar la sabiduría de Salomón. Y Jesús les dice que allí hay alguien más grande que Salomón y ellos no son capaces de reconocer; les anuncia también que en la hora del juicio los habitantes de Nínive se levantarán en su contra, porque ellos supieron escuchar el mensaje del profeta y se convirtieron al Señor y sin embargo ellos ahora no quieren escucharle a El.
Para nosotros estas palabras tienen que ser un toque a nuestro corazón. ¿Cómo reaccionamos ante las palabras de Jesús? Nos quedamos en admirar sus milagros, pero no somos capaces de escuchar su Palabra en nuestro corazón. Esa Palabra que nos invita a admirar las maravillas del Señor de cada día; esa Palabra que nos habla en nuestro corazón para que nos sintamos agradecidos por su amor; esa Palabra que nos invita a vivir y vivir en plenitud; esa Palabra que nos invita a ir al encuentro con los demás.
Demos gracias a Dios; respondamos a su amor con nuestro amor y con una vida nueva. Demos señales de esa vida nueva que El nos regala; seamos signos con nuestra vida sencilla y humilde, pero sobre todo con nuestros gestos de amor, para que los demás lleguen también a descubrir las maravillas del Señor.
Este camino de cuaresma que estamos haciendo nos tiene que llevar a descubrir esas maravillas del Señor en los gestos humildes y sencillos pero llenos de bondad que hay en tantos que están a nuestro lado, y de la misma manera serlo nosotros para ellos para que lleguen a descubrir los caminos del Señor.

martes, 12 de marzo de 2019

La oración ha de ser un gozo hondo, una necesidad para nuestra vida, algo de lo que no podremos prescindir porque no podemos prescindir del amor que Dios Padre nos tiene


La oración ha de ser un gozo hondo, una necesidad para nuestra vida, algo de lo que no podremos prescindir porque no podemos prescindir del amor que Dios Padre nos tiene

Isaías 55,10-11; Sal 33; Mateo 6,7-15

No sabemos orar, decimos quizá muchas veces, me aburro repitiendo oraciones, no sé qué decir ni qué pedir, son expresiones o pensamientos que nos vienen a la mente muchas veces. Y decimos que no rezamos porque no sabemos y nos vamos enfriando en ese espíritu de oración, porque quizá pensamos que rezar a Dios es pedir simplemente por nuestras necesidades o por los problemas que estamos pasando y no sabemos bien cómo hacerlo.
Se me ocurre pensar cuando alguien nos pide que recemos por él, ¿qué es lo que realmente nos está pidiendo? ¿o qué es lo que quiere que nosotros le pidamos al Señor por él? Quizá tiene problemas y no sabe como salir de ellos, quizá está pasando por unos momentos de necesidad, puede estar enfermo él o uno de sus seres queridos, y lo que quiere es que el Señor le ayude en esas situaciones, que su ser querido enfermo se cure, o que encuentre remedio para aquella necesidad, y quizá nosotros pensamos en esas cosas que le pueden estar pasando a nuestro amigo en la presencia de Señor, o rezamos algunas de las oraciones que nos sabemos de memoria, repitiéndola quizá muchas veces.
¿Así ha de ser nuestra oración? ¿Eso es oración? No podemos decir que no sea oración porque cada uno le habla o le pide a Dios como sepa hacerlo o de la forma que se le ocurra, pero quizás necesitamos reflexionar un poco más para encontrar un sentido más profundo a nuestra oración.
Pero puedo pensar también cuando voy a hablar con mi padre, ¿cómo lo hago? Cuando voy a hablar con mi padre no lo hago con frases aprendidas de memoria; aparte de sentirme gozoso por estar con él, tendré palabras de cariño en el saludo que le manifiesten mi amor, como él las tendrá también conmigo; nuestra charla no se queda, como se suele decir, en hablar del tiempo, sino que de forma espontánea nos iremos interesando el uno por el otro, le manifestaremos nuestras preocupaciones como al mismo tiempo le vamos escuchando lo que sabiamente nos vaya diciendo que serán siempre sabias palabras que nos ayudarán mucho en nuestra vida; saldrán a cuento nuestras necesidades o nos interesaremos por su bienestar queriendo y deseando lo mejor para él. Así irá saliendo una conversación de corazón a corazón donde flotará en el ambiente el amor que nos tenemos como padre e hijo.
Hoy escuchamos a Jesús en el evangelio que nos dice que cuando oremos al Padre no estemos con muchas palabras como los gentiles, nos dice, que por hablar mucho piensan que los escuchan más. Y nos enseña Jesús como ha de ser nuestra oración. Nos ha dejado Jesús la formula del padrenuestro, pero quizá nos pasa lo mismo que a los gentiles, que pensamos que por repetir la fórmula que nos ha dejado Jesús de memoria muchas veces repetidas, hacemos mejor oración.
Creo que un padrenuestro nos da para mucho tiempo de oración, mucho tiempo de encuentro con Dios nuestro Padre. ¿Qué le decimos a nuestro padre cuando nos encontramos con el, como antes veníamos reflexionando? ‘Hola padre, papá…’ o como queramos decirle. Y ya en ese saludo estaremos queriendo manifestar tantas cosas, que lo podemos expresar también con el gesto de un abrazo, y estaremos queriendo expresar el cariño que le tenemos. ¿Será eso lo que experimentamos cuando decimos esa primera palabra, Padre?
No voy a entrar en explicación detallada de la fórmula que Jesús nos ha propuesto pero hagamos el esfuerzo de ir compaginando todo aquello que decíamos podría ser la conversación con nuestro padre con lo que queremos expresar en nuestro encuentro con Dios en la oración a través de la palabras que nos enseñó Jesús. Veremos que no es algo para hacer de carrerilla, es algo con lo que tenemos que ir sintiendo dentro de nosotros el calor del amor, del amor que Dios nos tiene y del amor que nosotros queremos expresarle.
Será así como irá surgiendo todo lo que es nuestra vida, nuestros deseos y nuestras esperanzas, la realidad de lo que somos incluyendo también nuestras debilidades y necesidades, como aquellas cosas que si en verdad amamos a Dios tendrían que ir siendo distintas en nuestra vida. Es mucho más que pedir la salud para la enfermedad o la ayuda en una necesidad sino que irá saliendo a flote todo lo que es nuestra vida, nuestros sentimientos, nuestras actitudes y posturas, lo que hacemos o lo que hemos dejado de hacer, lo que es la vida de los que nos rodean o lo que queremos para que nuestro mundo sea mejor.
No serán pues los pocos, casi segundos, o minutos que dediquemos para recitar el padrenuestro sino que será mucho más porque entonces nos iremos sintiendo llenos de amor de Dios. La oración será para nosotros un gozo hondo, la oración la sentiremos así como una necesidad para nuestra vida, la oración será algo de lo que no podremos prescindir porque nunca podremos prescindir el amor que Dios Padre nos tiene.

lunes, 11 de marzo de 2019

Si con apertura de espíritu escuchamos la Palabra será en verdad buena noticia, porque cada vez que lo escuchemos algo nuevo descubriremos de cómo tiene que ser nuestro amor



Si con apertura de espíritu escuchamos la Palabra será en verdad buena noticia, porque cada vez que lo escuchemos algo nuevo descubriremos de cómo tiene que ser nuestro amor

Levítico 19,1-2.11-18; Sal 18; Mateo 25,31-46
Necesitamos en la vida que se nos pongan metas altas, que se despierten en nuestro corazón nobles ideales, que haya algo en nuestro interior que nos sacuda en lo más profundo de nosotros y no nos deje adormecernos en nuestras rutinas, que sintamos que algo nuevo podemos vivir y eso nos haga superarnos y mirar con ilusión cuanto tenemos que hacer, que nos haga mirar con mirada nueva cuanto hay a nuestro alrededor para no dejarnos llevar por la modorra y al mismo tiempo nos haga descubrir a las personas que están a nuestro lado cada una con su ilusión y esperanza, pero también con sus dolores y sufrimientos. No podemos caminar por la vida con los ojos cerrados, pero ya sabemos que se nos filtran muchas cosas que nos pueden enturbiar nuestros ojos y distorsionar nuestra mirada.
El Evangelio cuando lo escuchamos con toda sinceridad y sin prejuicios y estereotipos tendría que ser ese aldabonazo que resuene en nuestra conciencia y nos despierte nuestro espíritu. Y es que hay el peligro de escuchar el evangelio con la rutina del que ya se lo sabe y termine por no ser buena nueva, buena noticia que nos anuncie y nos ayude a descubrir ese mundo nuevo que podemos y tenemos que construir entre todos cada día.
Nos sabemos de memoria los mandamientos y somos capaces de repetirlos de carrerilla y por eso no escuchamos ese primer grito que suena fuerte como portada. Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo’. Meta alta, podríamos decir. Hemos de ser santos, porque el Señor nuestro Dios es santo. Hemos de ser santos imitando, copiando en nosotros la santidad de Dios.
Y ¿cómo ha de ser esa santidad? En el amor que le tengamos al hermano, a todo hombre, a toda persona sin distinción. En el relato del Levítico se nos manifiesta en lo que no hemos de hacer al otro. Todo lo negativo que haga sufrir al otro ha de desaparecer de nuestra vida si queremos vivir la santidad de Dios. Jesús a lo largo del evangelio y sobre todo en el sermón de la montaña nos dirá que hemos de amar incluso a los enemigos y a los que nos hacen mal, porque ¿qué mérito tenemos si hacemos como aquellos que solo aman a los que los aman?
Hoy, con otros textos del evangelio también, nos dice cómo ha de manifestarse ese amor. Porque amamos con el amor de Dios, amamos como nos ama el Señor a nosotros, amamos porque hemos de ver en el otro al mismo Jesús. Es lo que en concreto nos dice en este texto.  ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?’ Y el Señor nos responderá: ‘Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’.
Alta es la meta que nos propone el Señor, grande tiene que ser nuestro amor. Así resplandecerá nuestra santidad. Es lo que tenemos que escuchar con gran atención. Es la Buena Noticia que nos anuncia Jesús. Seguro que si con apertura de espíritu la escuchamos, será en verdad buena noticia, porque cada vez que lo escuchemos algo nuevo descubriremos de lo que tiene que ser nuestro amor.
Nos daremos cuenta de en quien no hemos sabido ver a Jesús y no lo hemos amado; nos daremos cuenta qué nuevo podemos hacer en cada momento para renovar nuestro amor; no nos dejaremos adormecer porque algo nos está despertando por dentro. Es la fuerza del Espíritu del Señor que mueve nuestro corazón.

domingo, 10 de marzo de 2019

Conducidos por el Espíritu necesitamos hacer desierto y silencio para escuchar y sentir la presencia y la acción de Dios que es la verdadera seguridad y fortaleza de nuestra vida



Conducidos por el Espíritu necesitamos hacer desierto y silencio para escuchar y sentir la presencia y la acción de Dios que es la verdadera seguridad y fortaleza de nuestra vida

 Deuteronomio 26,4-10; Sal 90; Romanos 10, 8-13; Lucas 4, 1-13

Queremos sentirnos seguros, buscamos seguridades, nos afanamos en nuestras luchas y trabajos valiéndonos de todos los medios para alcanzar esa situación, esa posición en la vida que nos dé seguridad y una cierta fortaleza; será la búsqueda de unos medios materiales, será una posición de privilegio, será un lugar de poder para incluso llegar a influir en los demás.
Nos queremos convertir en el centro de todo y hasta nos sentiremos tentados de eliminar todo cuanto pueda ser obstáculo para mis fines. Y eso, porque nos creemos fuertes y poderosos, autosuficientes porque incluso no queremos deberle a nadie el estado que hayamos alcanzado, queremos a la larga ser el centro de todo y que a nada ni a nadie tengamos que manifestar sometimiento.
Creo que esta descripción que vamos haciendo pueda reflejar muchas cosas de nuestra vida, muchas posturas y muchas de las maneras que tenemos de hacer las cosas. Claro que cuando cada uno va queriendo hacer la vida de esta manera surgirán enfrentamientos y violencias, porque pronto aparece el orgullo y el amor propio, nos moveremos desde recelos y desconfianzas y a la larga tendríamos que preguntarnos si estamos logrando aquellas seguridades que tanto anhelábamos. ¿Merecerá la pena una vida desde estos planteamientos? ¿Habrá un sentido para todo eso?
Son las tentaciones que en la vida continuamente nos acechan y en las que fácilmente nos podemos ver envueltos. He querido partir en mi reflexión para este primer domingo de Cuaresma, el domingo de las tentaciones, de estas situaciones humanas porque al hablar de las tentaciones de Jesús no podemos hablar en abstracto sino que hemos de querer llegar a lo que es lo concreto de nuestra vida de cada día.
Es cierto y queremos reconocerlo de entrada que Dios ha querido hacer grande al hombre y lo ha dotado desde la creación de una especial dignidad y ha puesto la vida y la creación toda en sus manos. Pero la gran tentación es precisamente en querer convertir en el centro de todo y que todo lo podemos alcanzar por nuestro poder o por nuestra sabiduría. Es el egoísmo orgulloso que nos encierra en nosotros mismos convirtiéndonos poco menos que en dioses de nosotros mismos. Fue la tentación del paraíso que sigue rondándonos a lo largo de toda nuestra vida y nuestra historia.
En el relato evangélico ¿qué es precisamente lo que el tentador le presenta a Jesús? El materialismo de la vida, las ansias de poder y la vanidad y la vanagloria de ser reconocido por todos. La autosuficiencia del que se cree que puede hacerlo todo y hacer lo que quiere, el pedestal que me eleva en el poder para tener el dominio de todo, la vanidad de ser aclamado y reconocido. No cabe el sufrimiento o la necesidad porque puedo tener a mi mano el milagro fácil; tengo el poder en mi mano porque soy poderoso y podré encandilar y manipular a todo el que en mi entorno pudiera hacerme sombra y mermar mi propia gloria; arrogante me presentaré ante todos desde el pedestal en que me he subido, aunque haya sido por malas artes, y todos han de rendirme pleitesía reconociendo mis grandezas o mis poderes.
Cuántas cosas en este estilo contemplamos cada día en la vida. Y hasta quizá nos sentimos celosos o envidiosos porque nosotros no podemos alcanzar esas grandezas de poder. No importa la vida, no importa ese mundo en el que vivo, no importan las personas con las que convivo y a las que podría prestar unos servicios que les ayuden a recuperar su dignidad, solo importo yo, mi grandeza o mi poder, el orgullo halagado por la adulación de los demás, o la manipulación que pudiera realizar haciendo que todos quizá me deban favores.
¿Qué nos está queriendo decir hoy Jesús y la Palabra de Dios que escuchamos en este domingo? Jesús ha venido a anunciar el Reino de Dios, esa es la misión que va a emprender, porque este episodio de las tentaciones es como el portal de toda su vida pública. ¿Y qué significa ese Reino de Dios sino en el reconocimiento que Dios es el único centro y Señor de la vida? Y cuando lo lleguemos a reconocer entonces será cuando descubramos la verdadera grandeza del hombre, pero de todo hombre al que tenemos que respetar y valorar y por quien vamos a hacer que el desarrollo de la vida tenga un cariz y un sentido distinto. Ningún hombre puede ser el centro de la vida de otro hombre porque todos estamos constituidos en la misma grandeza y dignidad.
Vamos nosotros en este primer domingo de Cuaresma dejarnos conducir por el Espíritu como nos narra el evangelista que lo  hizo Jesús cuando fue conducido por el desierto. Es tarea que hemos de ir realizando a lo largo de toda la Cuaresma que estamos iniciando. Necesitamos, si, dejarnos conducir por el Espíritu al desierto, donde hagamos silencio, donde nos aislemos un poco de las carreras de cada día para mirarnos por dentro y para escuchar por dentro.
Quizá sea esa una primera resistencia que podamos poner, porque no nos gustan los silencios que nos hacen pensar, que nos hacen mirarnos en la cruda realidad de lo que somos y de lo que son también esas tentaciones que podamos sufrir; son tantas las cosas que nos pueden hacer tener un corazón revuelto y rebelde. Necesitamos hacer silencio para escuchar, para poder sentir esa presencia de Dios en nosotros que nos hace tener una mirada nueva sobre la vida, sobre las personas, sobre nuestra tarea y nuestra misión.
Un desierto y un silencio para darnos cuenta donde esta la verdadera seguridad que hemos de buscar en nuestra vida. Solo el Señor es nuestro refugio y nuestra fortaleza. Un desierto y un silencio para que lleguemos a reconocer esa acción de Dios en nuestra vida, en lo que somos y en lo que hacemos y con humildad sepamos hacer nuestro reconocimiento y nuestra ofrenda al Señor, al estilo de lo que nos ofrecía hoy el texto del Deuteronomio.