sábado, 23 de febrero de 2019

La experiencia del Tabor nos vale para llenarnos de Dios pero también para sentirnos impulsados para bajar de la montaña e ir al encuentro de nuestro mundo con una misión



La experiencia del Tabor nos vale para llenarnos de Dios pero también para sentirnos impulsados para bajar de la montaña e ir al encuentro de nuestro mundo con una misión

Hebreos 11,1-7; Sal 144; Marcos 9, 2-13

‘¡Qué bien se está aquí!’, fue la reacción de Pedro ante lo que estaba contemplando y ya quería quedarse allí para siempre y pensado estaba como construir allí tres tiendas que les diesen cobijo permanente.
¡Qué bien se está aquí!, decimos tantas veces en la vida cuando nos sentimos a gusto, cuando la convivencia surge fácil, cuando las relaciones familiares son armoniosas, cuando la conversación es amena, cuando contemplamos un espectáculo maravilloso ya sea de la propia naturaleza o ya sea hecho por mano del hombre con su arte o con su bien hacer; una película que no queremos que se acabe, un viaje donde estamos disfrutando conociendo sitios, entrando en relación con nuevas personas, un tiempo lúdico o de juego donde a nosotros o a los nuestros todo le sale a pedir de boca.
Qué bien se está aquí y nos quedamos extasiados, contemplando sin que quizá nosotros tengamos que hacer algo por nuestra parte. Qué bien se está aquí y nos podemos sentir impulsados a actuar, a poner de nuestra parte para que aquello no se termine, o nos quedamos pasivamente disfrutando del momento sin querer volver a las cosas de cada día, porque sabemos que nos podemos encontrar dificultades y problemas. Actitudes positivas o actitudes pasivas que nos pueden llevar a una inactividad o a una huida del compromiso.
Y no era para menos la experiencia que Pedro, Santiago y Juan estaban viviendo en lo alto del monte. Jesús se los había llevado con El porque quería estar a solas para orar; solía irse al descampado, aprovechar la noche en ocasiones, en Jerusalén se recogía en la soledad y silencio del monte de los olivos, ahora se los había llevado a aquella montaña alta en medio de las llanuras y valles de Galilea para recogerse a solas en oración. Y había sucedido lo extraordinario, Jesús se transfiguró, su rostro resplandecía como el sol, sus vestidos eran de un blanco deslumbrador, y junto a Jesús aparecieron Moisés y Elías, imágenes de la Ley y los Profetas para el Antiguo Testamento que conversaban con Jesús.
En medio de todo aquel resplandor los tres discípulos contemplaban. Aquello no podía acabarse y es cuando Pedro, siempre impulsivo, toma la palabra. Pero una nube los envolvió, y se oyó la voz del cielo ‘Este es mi Hijo amado, escuchadle’, y cayeron de bruces ante la impresión de lo que sucedía.
Cuando salen de su letargo allí estaba Jesús solo. ¿Había sido un sueño? ¿Había sido una visión celestial? Jesús solo les dice que hay que volver a la llanura, que allí no se pueden quedar para siempre, que de aquello no hablen a nadie hasta que resucite de entre los muertos. No terminan de entender lo que Jesús les dice, pero ellos hubieran querido quedarse allí para siempre contemplando aquello que les parecía la gloria, que era la gloria como el mismo Pedro más tarde reconocería en sus cartas.
Qué bien se estaba allí, pero había que bajar a la llanura porque había de seguir caminando; había que bajar a la llanura porque tendrían que llegar a Jerusalén que era el destino de Jesús; había que continuar el camino porque aquello que Jesús había anunciado y que tanto les costaba aceptar tendría que realizarse. El camino sería difícil, no solo porque costaba la subida a Jerusalén sino por todo lo que se iban a encontrar, todo lo que había de suceder.
Nos queremos quedar extasiados en la contemplación de la bueno. Claro que necesitamos esos momentos buenos, de experiencias vivas e intensas, en todos los sentidos de la vida. Necesitamos una fuerza y un estimulo para nuestro caminar y para nuestro luchar, para afrontar responsabilidades en la vida y para poder sentirnos enviados a una misión. Una madre que se siente arropada con el calor de los hijos, que contempla su avance en los caminos de la vida se siente con más coraje luego cuando vienen las dificultades o cuando a esos mismos hijexpe
os los ve tambalearse en los problemas o en tantas cosas que les envuelven en la vida; pero sigue creyendo en ellos porque ha visto y experimentado lo bueno de lo que son capaces, aunque ahora los vea titubeantes o envueltos en no sé que redes; pero tiene esperanza, siente coraje en su corazón. Podríamos pensar en muchos más ejemplos y situaciones.
Lo mismo nos sucede en el camino de la fe y de nuestra vida cristiana. Las experiencias hermosas que algunos momentos podamos haber vivido van a ser nuestra fuerza, para no quedarnos en el Tabor sino para bajar de la montaña y seguir en ese camino que algunas veces se nos pueda hacer duro o parecer tortuoso. Vivimos momentos tormentosos y también de confusión en el hoy de la Iglesia en su encuentro con el mundo. No podemos tener miedo, no podemos encerrarnos en huida, sino que tenemos que salir, ir al encuentro de nuestro mundo donde tenemos que hacer un anuncio y donde tenemos que vivir nuestro compromiso.
Mucho nos enseña la transfiguración del Tabor, nos vale para llenarnos de Dios pero para sentirnos más impulsados a ir al encuentro con los hermanos, al encuentro con nuestro mundo donde tenemos una misión.

viernes, 22 de febrero de 2019

Nos abrimos humildemente a la fe y pedimos ese don sobrenatural para nosotros y también para los que no creen o les cuesta tener fe



Nos abrimos humildemente a la fe y pedimos ese don sobrenatural para nosotros y también para los que no creen o les cuesta tener fe

I Pedro 5,1-4; Sal 22; Mateo 16,13-19
Con motivo de la celebración litúrgica del día, la Cátedra de san Pedro, volvemos a escuchar hoy el relato del encuentro y diálogo de Jesús con sus discípulos más cercanos allá en Cesarea de Filipo cuando les pregunta sobre lo que piensa la gente y lo que piensan ellos de Jesús. Ayer lo escuchábamos en el evangelio de Marcos, hoy lo escuchamos con san Mateo con sus características especiales.
Ya conocemos y lo hemos meditado la respuesta de fe de Pedro que merece una alabanza de Jesús. Si ayer con san Marcos Jesús venía a completar esta profesión de fe de Pedro con el anuncio de cual era su misión y su paso por la Pascua, cosa que a los discípulos les costaba entender, hoy con san Mateo hay dos aspectos que merece la pena subrayar.
Por una parte si Pedro ha sido capaz de hacer tal proclamación de fe, le dice Jesús que no la hace por si mismo, porque nadie de carne y hueso le ha revelado lo que está confesando, sino que ha sido revelación del Padre del cielo allá en lo intimo de su corazón. ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo’, le dice Jesús.
Un aspecto importante. La fe es una virtud sobrenatural; no se trata de una fe humana por la que nos confiamos los unos en los otros y aceptamos aquello que otro nos dice o aceptamos a los demás. El ámbito de la fe de la que aquí se trata es algo que nos supera, es algo sobrenatural, es un don de Dios. Queremos creer en Dios por nosotros mismos y por las pruebas que nosotros en lo humano podamos buscar o encontrar; pero introducirnos en el misterio de Dios es introducirnos en algo sobrenatural, algo que nos supera, algo que nos lleva más allá y a un ámbito superior.
No creemos solo por nosotros mismos o por lo que otros nos puedan decir o enseñar; cuando llegamos a este ámbito de la fe entramos en el misterio de Dios, y Dios es el que se nos revela. Y ya nos dirá Jesús en el evangelio que Dios se revela a los que son sencillos y humildes de corazón. Solo desde la humildad podemos llegar a Dios, podemos entrar en su misterio, podemos llegar a creer. Aunque pueda parecer el pez que se muerde la cola, es algo que hemos de saber pedir humildemente, entrar en esos senderos de la humildad, para abrir nuestro corazón sin cortapisas ni prejuicios, sino dejando que sea Dios el que llegue a nuestra vida.
Se abre a la fe el que no la tiene o al que le cuesta tenerla, y con humildad pide a ese Dios aun desconocido para él que se le revele y se le manifieste, que le conceda ese don de la fe. Es lo que cada día los que tenemos fe tenemos que pedir, como aquel hombre del evangelio, ‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’, pero ya no lo hacemos solo por nosotros mismos sino que hemos de saber hacerlo por los demás. En nuestra oración que ya se convierte también en acción de gracias ha de estar siempre presente ese pedir la fe para los que no tienen fe, para aquellos a los que les cuesta creer, para que un día se descorra ese velo de sus dudas, y pueda contemplar el misterio de Dios que se les revela también en su corazón.
El otro aspecto, en el que ahora no podemos extendernos, es el tema de la Iglesia. Jesús le dirá a Pedro a continuación, ‘ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo’.
En la fe de Pedro viene a fundamentarse la Iglesia, sobre la roca de Pedro nosotros nos apoyamos para formar la unidad y la comunidad de la Iglesia. Por eso el evangelio de este día tiene este profundo sentido también eclesial, precisamente cuando hoy la Iglesia de Roma celebra la fiesta de la Cátedra de Pedro. Una invitación a vivir en la unidad de la Iglesia, en la comunión de la Iglesia, pero algo que tiene que ser muy real en el amor que vivamos los unos con los otros. Serán la fe y el amor los que mantendrán viva esa unidad de la Iglesia.

jueves, 21 de febrero de 2019

Como Jesús aunque haya momentos de contradicción en la vida tenemos que asumir su Pascua que se hace realidad palpable en nuestra vida de cada día


Como Jesús aunque haya momentos de contradicción en la vida tenemos que asumir su Pascua que se hace realidad palpable en nuestra vida de cada día

Génesis 9,1-13; Sal 101;  Marcos 8,27-33
¿Qué pensará la gente de mí? Quizá sea una pregunta que consciente o inconscientemente alguna vez nos hacemos. Claro que queremos tener buena imagen, en el fondo no nos gustan las críticas aunque digamos que aceptamos lo que sea y que poco nos importa lo que los otros piensen o digan. Claro que uno en su madurez solo ha de preocuparse de actuar con rectitud en todo momento, porque hagamos lo que hagamos siempre habrá alguien que ponga sus ‘peros’, les guste o no lo que nosotros hacemos. La fidelidad a nosotros mismos a lo que somos, a lo que consideramos que es nuestra misión en la vida tendría que ser lo primero que nos importase, tratando por supuesto de superarnos más y más porque somos falibles y en muchas cosas podemos errar.
Claro que Jesús cuando hoy les hace a sus discípulos las preguntas que escuchamos en el evangelio sobre lo que piensa la gente de Él o los propios discípulos más cercanos, no lo hace desde esos presupuestos desde los que nos hacemos esas preguntas sobre nosotros mismos. Jesús era fiel a su misión, pero precisamente esas preguntas van para que los propios discípulos tengan bien claro cual es su misión, que como vemos de alguna manera no terminan de entender.
Se manifiesta, sí, lo que la gente va sintiendo con la presencia de Jesús a quien ven como un gran profeta, pero serán los discípulos interrogados más directamente quienes por boca de Pedro comenzarán a hacer una confesión de fe más profunda. Pero no quiere Jesús que en la mente de los discípulos entre la confusión con aquellas ideas que se tenían entonces sobre lo que era la misión del Mesías. Una imagen que incluso podría se manipulada porque aquellos que luchaban por liberarse de la opresión de Roma; una imagen política de Jesús Mesías, como nos sucede también muchas veces hoy en el ámbito de la sociedad sobre la idea que tienen de la iglesia y de la religión.
Para muchos hoy la Iglesia hoy es como una organización más en nuestro mundo, a la que catalogan según los presupuestos políticos en torno a los que gira la sociedad, y la ven más conservadora o más progresista, al Papa y a los Obispos los comparan con los líderes políticos de un signo o de otro, desacralizando hasta el extremo lo que es la misión de la Iglesia y de los pastores de la Iglesia.
Claro que hemos de tener cuidado de que no demos esa imagen en la Iglesia o en nuestros pastores, cuando se inclinan por una opción o por otra entrando quizás en juegos políticos. Tendríamos que tener todos muy claro cual es la misión de la Iglesia y que no podemos entrar en esos juegos, en que desgraciadamente a través de la historia hemos visto como se ha entrado y no estamos muy lejos de que hoy esté sucediendo lo mismo.
Es lo que sucedía con Jesús y con su misión mesiánica entonces. Por eso Jesús les hablará claramente del sentido de su entrega que le llevará a la pasión y a la cruz. Algo que no entenderán los discípulos, les costará mucho entenderlo. Ya vemos como Pedro tratará de quitar esas ideas de la cabeza de Jesús, aunque Jesús vemos como lo rechaza diciéndole que es una tentación para él. Como habían sido las tentaciones del monte de la cuarentena. ‘Adorarás al Señor, tu Dios y a El solo servirás’, que diría entonces Jesús.
‘El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Se lo explicaba con toda claridad’. 
Nos recuerda así cual es el camino de nuestra fe, el camino de nuestra vida cristiana que tiene que pasar siempre por la Pascua. Desde nuestro bautismo estamos configurados con Cristo en su muerte y en su resurrección. En el cada día de nuestra vida tendremos que vivir esa pascua, que significará también para nosotros momentos difíciles, momentos de contradicción, momentos de pasión y hasta persecución. Pero nuestra fidelidad a Jesús tiene que estar por encima de todo. El es nuestro evangelio, nuestra buena nueva de salvación y de vida. En El tenemos asegurado siempre el triunfo de la resurrección. Así será la fidelidad con que vivamos nuestra vida y nuestra fe.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Jesús quiere abrirnos los ojos para que encontremos la fe pero también abrirnos el corazón para que vivamos en el amor


Jesús quiere abrirnos los ojos para que encontremos la fe pero también abrirnos el corazón para que vivamos en el amor

Génesis 8,6-13.20-22; Sal 115; Marcos 8,22-26
Betsaida era donde habían nacido Simón Pedro y Andrés, probablemente también Felipe y quizá alguno más de los apóstoles, aunque ahora estuvieran establecidos más en Cafarnaún por ser pescadores. Era una de aquellas aldeas que iba recorriendo Jesús por toda Galilea anunciando el Reino de Dios. Ahora le traen a un ciego para que le imponga las manos y lo cure.
Es muy significativo este episodio situado precisamente en Betsaida, un hombre ciego. Es cierto que era algo muy habitual en la antigüedad y más en aquellas regiones tan soleadas y de tan resplandeciente luz. Pensemos hoy en la cantidad de personas que tenemos que utilizar lentes o gafas para poder ver, gracias a los adelantos médicos y de oftalmología; cuando no se tenia, como entonces, este remedio era muy normal que la gente se quedara sin visión con mucha facilidad; si hoy no tuviéramos estos recursos muchos seriamos los que sin visión camináramos por la vida.
Caminar sin visión por la vida es, sin embargo, algo muy frecuente también hoy y ya no me refiero solamente a los ojos corporales como podemos entender. Desorientación anímica y espiritual, desorientación en un caminar sin sentido en la vida, desorientación y confusión ante tantas cosas que se nos ofrecen desde las distintas ideologías o maneras de pensar, desorientación ante la misma confusión que es la vida misma con sus luchas y violencias, con los orgullos ambiciosos de tantos y las envidias y resentimientos que nos corroen por dentro, desorientación y ceguera que nos imponemos muchas veces por la superficialidad y ligereza con que nos tomamos la vida, son algunos aspectos que nos podemos encontrar en nuestro caminar o en lo que nosotros mismos podemos caer.
Tan ciegos vamos que no sabemos encontrar la verdad, no sabemos descubrir los signos que nos llevan a lo bueno y nos dejamos contagiar por tantas cosas de nuestro mundo confuso; y el materialismo y la sensualidad nos pueden y nos dominan, y perdemos el sentido espiritual y trascendente de la vida, y en nuestra confusión no sabemos mirar a los que están a nuestro lado y lo bueno que en ellos podemos descubrir y surgen los enfrentamientos y violencias desde nuestras ambiciones o desde nuestra insolidaridad egoísta.
Tan encerrados en nosotros mismos vivimos tantas veces que no sabemos ver la mano que se nos tiende con buena voluntad en deseo de ayudarnos a encontrar la luz y preferimos en tantas ocasiones caminar solos y desentendiéndonos de los demás. Quien va ciego por el camino de la vida y rehúsa la mano que le ofrece ayuda pronto va a tropezar en la primera piedra u obstáculo que encuentro y se irá de narices en la vida. Pero obcecados en nuestro egoísmo persistimos en ese encerrarnos en nuestro yo creyendo falsamente que solos lo podremos lograr.
El evangelio sin embargo hoy nos habla de que aquel ciego se dejó guiar. Hubo unas buenas personas que lo trajeron hasta Jesús; luego se dejará conducir por Jesús a un lugar apartado del bullicio de la gente para que pudiera encontrar la luz; poco a poco se le van abriendo los ojos y Jesús lo va guiando, llevando de la mano podríamos decir, hasta que encontrará la claridad para sus ojos y descubriera toda la verdad.
Todo un proceso que nosotros también tenemos que hacer, dejándonos guiar para encontrar a Jesús y dejándonos luego guiar por Jesús y su Palabra que nos hará encontrar la Verdad. Todo un proceso que también nosotros tenemos que realizar para ayudar a los demás para que se encuentren con Jesús, para que se encuentren con la Verdad, con quien puede darles el verdadero sentido de su vida. Porque igual que podemos tener actitudes cerradas en que no nos dejemos guiar, también podemos tener actitudes insolidarias en que no seamos capaces de ofrecer nuestra ayuda a tantos que ciegos caminan a nuestro lado por la vida.
Jesús quiere abrirnos los ojos para que encontremos la fe pero quiere también abrirnos el corazón para que vivamos en el amor.

martes, 19 de febrero de 2019

Necesitamos nosotros esa buena levadura, ese pan de vida, esa agua viva, ese vino nuevo que bien sabemos que solo en Jesús podemos encontrar


Necesitamos nosotros esa buena levadura, ese pan de vida, esa agua viva, ese vino nuevo que bien sabemos que solo en Jesús podemos encontrar

Génesis 6,5-8; 7,1-5.10; Sal 28;  Marcos 8,14-21

Atravesaban el lago en la barca y en las provisiones se habían descuidado y no llevaban más que un pan. Suele pasar, salimos en alguna ocasión con prisa porque queremos acudir a algún sitio, teníamos que proveernos de muchas cosas que teníamos que llevar y algo se nos quedó atrás. Como solemos decir en ocasiones, lo que más falta hacia eso fue lo que se quedo olvidado en casa.
En la costumbre habitual de la época una de las cosas que no podían faltar a un caminante era llevar suficiente pan en la alforja por las diversas situaciones en que se pudiera encontrar. Recordamos como se habían pasado varios días con Jesús y las provisiones se habían acabado y allá estaban en descampado sin tener que comer y solo lo que aquel muchacho pudo ofrecer de lo que le quedaba aún en la alforja.
Ahora, por las razones que fuera, solo llevaban un pan en la barca y, como dirían en otra ocasión, que era eso para todos los que iban en la barca. Pero es que Jesús les dejó caer una frase que a ellos les costó interpretar y casi lo vieron como un reproche por no llevar suficiente pan, aunque era algo más lo que Jesús quería decirles. ‘Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes’.
No era la falta de pan sino la levadura que se utilizara para hacer el pan. Ya sabemos cuáles son las propiedades de la levadura y como es necesaria en la elaboración del pan y cuantas cosas podamos preparar con la harina. Hablar de levadura era hablar de fermentación y era hablar por así decirlo de sabor. La levadura que hace fermentar la masa y hará que esa masa puesta al horno tenga las propiedades del pan. ¿Puede haber una levadura que estropee el pan o que le pueda dar otro sabor? Por ahí quizá iba Jesús con aquella recomendación.
Frente al sentido nuevo de vida que Jesús iba proponiéndoles en el anuncio del Reino de Dios, los fariseos se oponían y con sus reglamentos y con sus normas proponían un sentido distinto de la relación con Dios y de la vida misma. Ya en estas primeras páginas del evangelio de Marcos que vamos escuchando va apareciendo la oposición que los fariseos hacen a Jesús; están al acecho por si Jesús se salta la ley de Moisés en el ayuno o el descanso sabático, critican el que Jesús no les exija a sus discípulos y a los que le siguen aquellas estrictas y escrupulosas normas que habían ido imponiendo ellos en su interpretación de la ley y los profetas, tenían otra visión de lo que había de ser la función del Mesías esperado.
Con sus maneras de presentarse los puros y los cumplidores trataban de influenciar al pueblo, aunque en su falsedad e hipocresía eran más bien como les diría Jesús sepulcros blanqueados por fuera pero llenos de podredumbre por dentro por sus malas intenciones y deseos. Eran una levadura distinta del sentido nuevo de libertad y de amor que Jesús les enseñaba. Por eso Jesús les dirá que se anden con cuidado con la levadura de los fariseos no fueran ellos a verse también influenciados por esa religiosidad tan farisaica.
Necesitaban conservar la buena levadura que Jesús iba ofreciéndoles; necesitaban que nunca les faltara el verdadero pan que les alimentara y les diera vida, ya en algún momento les hablara de ese pan de vida que Jesús les ofrece y que es él mismo. Necesitaban que nunca se les apague la verdadera luz que ha de iluminar sus vidas y las alcuzas han de estar siempre llenas del aceite que las mantenga encendidas. Necesitaban el agua viva que calma para siempre la sed para que no busquemos nunca agua en pozos agrietados y resecos, sino que siempre tengamos esa agua viva que nos da vida, esa agua viva que se va a convertir en vino nuevo que nos llena el corazón de la alegría de la fe.
He venido diciendo necesitaban en referencia a lo que Jesús les ofrecía a los discípulos, pero más bien tendríamos decir que necesitamos nosotros esa buena levadura, ese pan de vida, esa agua viva, ese vino nuevo y que bien sabemos donde lo vamos a encontrar porque solo es Jesús el que nos lo puede dar.

lunes, 18 de febrero de 2019

Pedimos signos y milagros pero no somos capaces del milagro de amor del Señor cada día que nos sostiene y nos acompaña en nuestro caminar


Pedimos signos y milagros pero no somos capaces del milagro de amor del Señor cada día que nos sostiene y nos acompaña en nuestro caminar

Génesis 4,1-15.25; Sal 49; Marcos 8, 11-13
Algunas veces tenemos las cosas delante de los ojos y no queremos verlas. Nos cegamos con nuestro pensamiento, nuestra manera de ver las cosas, nuestras ideas y no somos capaces de entrar en razonamiento. Es lo que suele pasar en muchas ocasiones en nuestras discusiones que se terminan por volver violentas; en lugar de un dialogo donde presentemos nuestras propuestas, nuestras ideas para confrontarlas con las de los demás y llegar a un entendimiento, nos encerramos en nosotros mismos y no somos capaces de razonar ni de ver ni escuchar el planteamiento que nos hagan los otros.
Nos sucede en nuestras relaciones ordinarias incluso en la vida familiar, en nuestro trato con los amigos a la hora de poner nuestros puntos de vista, y todos vemos como todo eso se traslada a todo el ámbito de la vida social, política, etc.… Se hace difícil dialogar, se hace imposible el entendimiento, y no llegaremos así nunca a una buena colaboración, esa buena colaboración que tendría que haber cuando decimos que todos estamos trabajando por el bien común. Demasiadas voces airadas, demasiada crispación y los que la provocan son quizá los que hablan mucho de que es necesario ese sosiego, moderación  y entendimiento, pero nada ponen de su parte. Es lo que estamos palpando cada día en nuestra sociedad.
Me hago esta reflexión mirando a lo que sucede en nuestra sociedad y partiendo de lo que hoy nos dice el evangelio. No todos estaban de acuerdo con lo que Jesús hacia, tenían otra concepción de lo que tendría que ser el Mesías, o el planteamiento de un estilo de vida nuevo que Jesús hacia, venía a desmontar los pedestales, los privilegios que ellos se habían construido enfrente de la sociedad de su tiempo a la que querían manipular a su antojo y según sus ideas.
No son capaces de ver con claridad de espíritu las obras que Jesús hacia, pero continuamente vemos que le están pidiendo a Jesús signos y señales que confirmen lo que Jesús les enseña o la autoridad con que lo hace. En otro momento del evangelio Jesús les hablará del signo de Jonás, ahora en esta ocasión Jesús prefiere callar haciendo caso omiso de las exigencias que le plantean. Si quieren descubrir la verdad de su mensaje, la verdad de lo que es realmente Jesús que vean las obras que continuamente Jesús realiza, o que vean incluso su propio estilo de vivir.
Pero quizá esa humildad y sencillez de Jesús, ese acercamiento lleno de amor a todos especialmente a los que sufren es un aldabonazo a sus conciencias que no quieren reconocer. Y ya veremos en el evangelio que en aquellos que no aceptan a Jesús todo terminará como decíamos antes que nos sucede tantas veces a nosotros en la vida, con la violencia; la solución que finalmente buscarán será quitar de en medio a Jesús y lo llevaran hasta la muerte en cruz. Como tantas veces que nosotros queremos quitar de en medio a aquellos que su vida entra en contradicción con nosotros y nuestras obras.
Nosotros también somos dados a pedir milagros o cosas extraordinarias a Dios decimos para mantener nuestra fe. Pero seamos capaces de ver y reconocer las obras de Dos en nosotros cada día.
En nuestros problemas y necesidades, es cierto, acudimos al Señor, como es normal pidiendo su ayuda, pero lo que queremos es el milagro; pero la obra del Señor en nosotros muchas veces es callada, nunca aparatosa, y viendo nuestra vida con cierta perspectiva tendríamos que reconocer esa presencia amorosa del Señor a nuestro lado en esos momentos difíciles que nos mantuvo firmes, que no nos dejó caer ni fuéramos arrastrados por ese torbellino de los problemas; aunque la salida quizá no fuera como nosotros pedíamos en nuestra angustia, tenemos que reconocer que Dios sí estuvo con nosotros y nos damos cuenta cómo al final superamos aquellas difíciles situaciones. Dios no nos dejó de su mano, y esa maravilla del Señor se realizó en nosotros casi imperceptiblemente.
Seamos capaces de ver las obras del Señor, dejémonos conducir por su Espíritu y alabemos al Señor cantando sus maravillas.

domingo, 17 de febrero de 2019

Una buena noticia para los pobres y los que sufren que nos llena de alegría en la esperanza del mundo nuevo del Reino de Dios


Una buena noticia para los pobres y los que sufren que nos llena de alegría en la esperanza del mundo nuevo del Reino de Dios

Jeremías 17, 5-8; Sal 1; 1Corintios 15, 12. 16-20; Lucas 6, 17. 20-26
En la sinagoga de Nazaret cuando Jesús proclama el texto del profeta que siempre lo hemos considerado como un discurso programático de lo que era su misión, señala que el Espíritu del Señor le ha ungido y le ha enviado a anunciar una buena noticia a los pobres; los oprimidos y esclavizados por cualquier motivo serían liberados como todos los que se veían limitados en su pobreza y sus limitaciones iban a encontrar la salvación. Será el año de gracia del Señor.
Como un eco de aquellas palabras de Jesús en la sinagoga de Nazaret que venia a decirles que aquella escritura, aquel anuncio profético que escuchaban ahora, ya, tenía su cumplimiento, proclama ahora Jesús allí en las llanuras de Galilea que todos aquellos que sufrían en su pobreza serían dichosos porque el Reino de Dios que comenzaba era para ellos.
Me vais a permitir que lo comente así y creo que me entenderéis, porque hemos insistido muchas veces con estas bienaventuranzas que Jesús proclama que los pobres son dichosos; no son dichosos por ser pobres - y aquí tendríamos que entender todo lo que se quiere significar en esta palabra – sino que los pobres, y en ese estado entran los que tienen hambre, los que lloran, los que son perseguidos, serán dichosos porque de ellos es el Reino de los cielos.
Nos podría ser excesiva paradoja que se nos diga que por ser pobres, por tener hambre o por llorar o ser perseguido, ya por eso se es dichoso. No se trata de que seamos felices o estemos alegres en una vida de miseria o sufrimiento, sino que nos llenamos de alegría en el anuncio que se nos hace de una esperanza de algo nuevo. El dolor y sufrimiento nadie nos lo quita, podemos decir, pero sí se nos viene a decir que con la llegada del Reino de Dios las cosas van a cambiar, la vida va a ser distinta, se va a encontrar un consuelo y un sentido, porque si vivimos el Reino de Dios que entraña no solo una nueva relación con Dios sino también una nueva relación entre nosotros que seremos hermanos, que entraremos en los caminos del amor y de la justicia – son valores del Reino – podremos ser en verdad dichosos porque todo va a ser distinto, porque vamos a tener de verdad un mundo distinto.
‘Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo’.
Claro que el que nada tiene no va a buscar la confianza ni en si mismo, que bien debilitado se ha de sentir al no tener nada, ni en las cosas que no posee ni le poseen a él, sino que será siempre otra su esperanza y la confianza que pone en el Señor.
El pobre, vacío de todo y de sí mismo, es el que mejor puede sintonizar con Dios, porque sabe que en El tiene toda su esperanza. Porque eso el que se siente lleno de si mismo o de sus cosas va a sentir el vacío de no poder encontrarse ni a si mismo y a Dios. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela. 
Por eso la bienaventuranza tiene como una réplica en las lamentaciones de quienes se sienten llenos en sus riquezas o en sus satisfacciones materiales, que finalmente se van a encontrar vacíos y sin nada porque su gozo y su confianza lo habían puesto en la satisfacción pronta y primaria de gozar solo del presente. ‘Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas’.
Conectan estas palabras con lo que Maria había cantado en su alabanza al Señor por todo eso nuevo y maravilloso que en ella se estaba realizando y que era inicio de ese mundo nuevo de misericordia y salvación que se hacia presente en nuestra vida y en nuestro mundo. ‘Derriba del trono a los poderosos y engrandece a los humildes, a los hambrientos los colmas de bienes y a los ricos los deja sin nada’, cantaba Maria en el Magnificat.
Es la paradoja del mundo nuevo del Reino de Dios. Una buena noticia – recordemos que evangelio significa buena noticia - que se nos anuncia y cuyo anuncio se hace primero a los pobres, a los hambrientos, a los que sufren o son perseguidos, a los que nada tienen porque son los que van a recibir con alegría esa buena noticia, los que van a entender de verdad esa Buena Noticia que es Jesús.
Pero quizás tendríamos que preguntarnos si estas palabras de Jesús siguen siendo para nosotros, para el mundo de hoy, una buena noticia que nos llena de alegría. Quizá las hemos manoseado tanto – y cuando digo manoseado quiero decir manipulado, mal interpretado, buscando múltiples explicaciones y haciéndole las correspondientes rebajas – que ya nada nos dicen, que ya no significan novedad – evangelio – para nosotros hoy.
Tenemos que escucharlas en toda su crudeza sintiéndonos que en verdad están aludiendo a nuestro mundo y a nuestra vida; que también tenemos nuestras pobrezas y nuestras limitaciones, que también hay muchas angustian que nos atormentan por dentro aunque tratemos de disimularlo, que no es cuestión que nos pongamos de pobres de una manera ficticia sino que veamos lo que es la realidad de nuestra vida. Para nuestras pobrezas o para nuestras riquezas esta Palabra de Jesús tiene que ser una buena nueva que nos anuncie de verdad un mundo distinto. De nosotros depende el sintonizar con el Evangelio de Jesús.