martes, 12 de noviembre de 2019

Es hora de preguntarnos qué más podemos hacer desde mi compromiso social y desde el compromiso de mi fe para que no sea una vida vacía y sin sentido


Es hora de preguntarnos qué más podemos hacer desde mi compromiso social y desde el compromiso de mi fe para que no sea una vida vacía y sin sentido

Sabiduría 2,23-3,9; Sal 33; Lucas 17,7-10
Es cierto que tenemos que ser agradecidos y por la corrección en el trato entre unos y otros aunque lo que recibamos de los demás sea algo que en estricto derecho nos corresponde sin embargo siempre hemos saber mostrar nuestra gratitud hacia aquella persona que nos lo haya resuelto. Son las buenas maneras de educación y corrección que siempre hemos de tenernos mutuamente.
Pero también hemos de reconocer que vivimos en una subcultura, podríamos llamarla, de la propina que nos sentimos obligados a dar a cualquiera que nos preste algún servicio, aunque en justicia sea algo que esa persona tiene que hacer pues es su responsabilidad; un camino fácil hacia cierta corrupción que vemos que aparece por todas partes. Era su deber resolvernos aquel problema, porque ese es su trabajo por el que por otra parte está recibiendo también un salario. Era lo que tenia que hacer, tendríamos que reconocer, tendríamos que decir y salvo esa corrección de urbanidad y buen trato, nada más le debemos. Pero ya sabemos que quien por su propia función tiene que realizar unas tareas poco menos que nos exige unos reconocimientos que ya sabemos donde pueden terminar.
Todo esto tendría muchas concreciones en lo que hacemos cada día, en el cumplimiento de nuestros deberes y obligaciones, en lo que desde el sentido más humano y de responsabilidad ante la vida y ante la sociedad en la que vivimos tendríamos siempre que estar dispuestos a realizar.
Que yo me sienta corresponsable del mundo en el que vivimos, de esa sociedad concreta donde realizamos nuestra vida y sienta en mi mismo el compromiso de hacer algo por los demás, de implicarme en compromisos concretos a través de esos instrumentos que nos creamos para ir mejorando ese mundo en el que estamos, no lo tendría que hacer buscando unos halagos o unos reconocimientos humanos, que me cuelguen unas medallas o levanten monumentos en mi honor. Es lo que tendríamos que hacer, es lo que desde mi conciencia y compromiso social yo me siento llamado a hacer, es el granito de arena que me siento comprometido a poner.
Bien sabemos cómo en nuestra sociedad hay gente que hace muchas cosas buscando unos reconocimientos o que les cuelguen unas medallas, cuando no unos beneficios palpables y ya sabemos de qué índole, pero también quienes se inhiben porque no sienten nada en su conciencia que moralmente les lleve a realizar muchas cosas que podrían hacer y que nos beneficiaría a todos; que lo hagan los que tienen cargos para eso, suelen decir, ¿qué es lo que yo voy a ganar con esos sacrificios dedicando mi tiempo sin que reciba nada a cambio?
Pero también sabemos cuantas personas calladamente, sin hacerse notar, siempre están con la preocupación de lo que puedan hacer por los otros, por la sociedad en la que viven, o por esas personas con problemas y necesidades que siempre encontramos en nuestro entorno. Nunca quizá serán reconocidas, porque ellas tampoco lo buscan, sino que sienten en si mismas que es lo que tenían que hacer.
Me surgen estas reflexiones desde lo que hoy escuchamos en el evangelio. Un ejemplo y una imagen que nos propone Jesús conforme quizás a las costumbres de su época pero que es en este sentido de lo que venimos hablando de lo que quiere enseñarnos.  
Lo aplicamos también al ámbito de nuestra fe y de nuestra vida cristiana, al ámbito eclesial donde vivimos esa fe y ese compromiso cristiano y creo que por una parte hemos de hacer un reconocimiento de cuantas personas viven un compromiso muy concreto en tantos servicios en el seno de la comunidad eclesial: voluntarios de cáritas, visitadores de enfermos, catequistas, personas que en tantos ámbitos, en tantos grupos en nuestras parroquias ofrecen su tiempo, su dedicación, su trabajo en los servicios de la comunidad cristiana. Es lo que sienten que tienen que hacer, es el compromiso de su fe y de su amor, es el servicio a los demás como expresión de ese amor cristiano que tiene que brillar en nuestras vidas.
Es hora también de preguntarnos, entonces, ¿Qué más puedo hacer yo? ¿En que compromiso voy a realizar mi vida? ¿Cuál es la riqueza que yo puedo aportar y que me daría un sentido y un valor nuevo a mi vida? ¿Seguiré viviendo una vida vacía porque no soy capaz de dar nada por los demás? Preguntas que quedan en el aire.

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