miércoles, 18 de septiembre de 2019

Para decir esa palabra profética que el mundo necesita escuchar, para ser verdaderos profetas hace falta una valentía que en nuestra tibieza no acabamos de ser


Para decir esa palabra profética que el mundo necesita escuchar, para ser verdaderos profetas hace falta una valentía que en nuestra tibieza no acabamos de ser

1Timoteo 3, 14-16; Sal 110; Lucas 7,31-35
A veces no hay quien nos entienda, o quizás no nos entendemos ni nosotros mismos. Así andamos sin saber lo que buscamos, lo que queremos, lo que son en verdad nuestras aspiraciones. Estamos a lo que salta y andamos como veletas según el viento que nos toque. Nos sucede por falta de personalidad, porque no hemos llegado quizá a tomarnos las cosas en serio y no hemos llegado a madurar, o quizá por muchos miedos interiores que nos impiden tomar una decisión, dar una orientación a la vida. Hemos vivido cómodamente así y así queremos seguir, porque ¿para que esforzarnos?
Decimos que tenemos las cosas claras pero somos los más inseguros del mundo; llega el momento de una decisión y damos vueltas y vueltas, y no es porque estemos seriamente reflexionando para buscar lo mejor, sino por miedo a no acertar, a poder equivocarnos, a lo que puedan pensar los demás, a no querer tomar una opinión clara y firme porque puede contradecir a los demás. No es fácil vivir así, aunque lo hacemos por comodidad pensando que así es mejor, pero al final nos encontraremos perdidos porque nadie nos entiende ni nosotros, como decíamos, nos entendemos a nosotros mismos. Al final somos como niños indecisos.
Nos pasa en muchos aspectos de la vida con lo que nos manifestaremos irresponsables y realmente no se nos puede confiar una responsabilidad. Y vamos pasando por una vida gris y sin brillo, nos sentiremos frustrados porque no terminamos de llegar a ninguna meta o es que realmente no la tenemos. Nos sentimos a la larga insatisfechos de nosotros mismos. Todo eso se nos puede volver en contra en nuestra desorientación.
Hoy en el evangelio vemos a  Jesús que no termina humanamente de comprender lo que le sucede a la gente que no quiere aceptar sus palabras, que tan pronto están entusiasmados quizá por los milagros que ven que hace,  o por otro lado se dejan influir por los dirigentes en algún sentido de aquella sociedad o por los que más influencias tienen como los escribas, los fariseos, los saduceos. Jesús en un como suspiro de incomprensión les dice que son como niños en la plaza que no terminan de ponerse de acuerdo en sus juegos y andan discutiendo todo el tiempo.
¿Qué puede pensar Jesús de nosotros? ¿Qué puede pensar de nuestra Iglesia, de nuestras comunidades? Porque así podemos andar tambaleantes en lo que hace referencia a nuestra vida cristiana. Queremos ser buenos y hasta vamos a Misa pero seguimos con las mismas rutinas de siempre, parece que no hace mella en nosotros la Palabra de Dios que escuchamos, nos nuestras indecisiones y cobardías, nuestra falta de arrojo para lanzarnos un paso adelante y vivir un mayor compromiso, o arrancarnos de esas rutinas, o dar el cambio que sabemos que tendríamos que dar y seguimos dando largas para otro momento que nunca llega.
Y así aparecen nuestras comunidades con tanta tibieza que no terminamos de dar el testimonio que necesita nuestro mundo. Tenemos en nuestras manos el evangelio de salvación y no terminamos de anunciarlo. Solo queremos poner parches, que todos estemos contentos pero esa palabra profética no se llega a pronunciar,  esos profetas no aparecen en nuestro mundo. Para decir esa palabra profética, para ser verdaderos profetas hace falta una valentía que en nuestra tibieza no acabamos de ser.
Que el Espíritu del Señor nos despierte.

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