viernes, 9 de agosto de 2019

Que no se nos apague nunca esa Luz, ni nos falte el aceite para mantenerla encendida, para iluminar siempre a los demás y a nuestro mundo sin dejarlo al azar ni para última hora


Que no se nos apague nunca esa Luz, ni nos falte el aceite para mantenerla encendida, para iluminar siempre a los demás y a nuestro mundo sin dejarlo al azar ni para última hora

Oseas 2, 16b. 17b. 21-22; Sal 44; Mateo 25,1-13
Nos sucede en ocasiones. Tenemos que realizar algo en un tiempo determinado, pero nos confiamos y lo vamos dejando para después porque sabemos que podemos hacerlo y nos llega el último momento y vienen los agobios para terminarlo y muchas veces ya no lo realizamos como a nosotros nos hubiera gustado porque se nos fue el tiempo. Hay personas que son especialistas en dejarlo todo para última hora confiándose demasiado y luego viviendo con agobios y prisas. Lo malo es que al final nos tengamos que presentar con las manos vacías o que no lo realicemos con la perfección que se nos pide. Responsabilidad, prontitud, previsión, buena organización de nuestras tareas, seriedad con la que nos tomamos las cosas es algo importante a tener en cuenta y que van a marcar nuestra madurez humana.
Algo que hemos de saber aplicar a las diferentes facetas de la vida, desde las responsabilidades en nuestros trabajos o en la propia familia, como en lo más personal de nosotros mismos que nos ayuda a realizarnos más y mejor como personas y tenemos que decir también en el ámbito de nuestra fe. Es la tarea de la vida con el sentido de trascendencia que hemos de darle a cuanto hacemos, que no solo nos repercute en lo que cada momento vivamos sino que va más allá de nosotros mismos en lo que podemos trascender en los demás por lo bueno que les podamos trasmitir, pero también en el sentido de trascendencia de eternidad que vivimos desde nuestra fe.
Ahí está todo ese camino de superación que hemos de ir realizando siempre en nuestra vida, ese camino de crecimiento en lo humano pero también en lo espiritual para darle cada día una mayor profundidad a nuestro ser. Ahí está ese lucha diaria en la que intentamos ser mejores, corregir nuestros errores, fortalecernos frente a las debilidades que hay en nosotros y también, ¿por qué no?, pedir perdón a Dios por lo que hayamos hecho en contra de su voluntad. Un aspecto que olvidamos, que dejamos de lado o para el último momento tantas veces, pero el final puede ser inesperado y siempre hemos de estar preparados. ¿Cómo nos vamos a presentar ante Dios? ¿Con las manos vacías? ¿Con las manos manchadas por nuestro pecado?
Todas estas cosas – y en muchas más podríamos profundizar – me sugiere y comparto con ustedes en esta semilla de cada día desde la parábola que hoy se nos presenta en el evangelio y que seguramente muchas veces hemos escuchado, rumiado en nuestro interior y también querido llevar a nuestra vida. La parábola de las jóvenes que esperaban la llegada del novio para la boda.
Esperaban con lámparas encendidas en sus manos, según las costumbres de la época en la que no solo se alumbraba así el camino, sino que además aquellas luces habían de servir para iluminar la sala del convite de bodas. Pero no todas tuvieron suficiente aceite para mantener encendidas las lámparas, más cuando el esposo tardo en su llegada, y así algunas se encontraron que sus lámparas se apagaban y ni podían alumbrar el camino ni tampoco iluminar la sala del banquete. Fueron a buscar aceite a última hora y la puerta se cerró sin posibilidad de entrar al banquete de bodas.
Creo que la aplicación de la parábola a la vida es bien sencilla, pero que también nos ayudará a encontrar esa profundidad para nuestra vida. No podemos dejar las cosas al azar ni para última hora. Como decíamos antes en todas las facetas de la vida; como podemos pensar también en todo lo que afecta y atañe a nuestra relación con Dios y a lo que ha de ser nuestra respuesta de vida cristiana. Es el cuidado de nuestra fe y de nuestra vida espiritual; es la profundidad que hemos de saber darle a la vida desde los valores del Evangelio; es el camino de nuestra vida cristiana como respuesta de amor al amor que Dios nos tiene; es el compromiso que desde esa fe vivimos también en el seno de nuestra comunidad cristiana a la que tenemos que enriquecer con nuestra vida, pero que si vamos con las manos vacías poco podemos hacer.
Que no se nos apague nunca esa luz, que no nos falte el aceite para mantenerla encendida, que podamos siempre iluminar a los demás y a nuestro mundo. No lo dejemos al azar ni para la última hora, sino vivámoslo cada día con intensidad.

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