martes, 20 de agosto de 2019

Con tantas cosas que llevamos apegadas a nuestro corazón nunca podremos entender ni vivir lo que es el Reino de Dios




Con tantas cosas que llevamos apegadas a nuestro corazón nunca podremos entender ni vivir lo que es el Reino de Dios

Jueces 6,11-24ª; Sal 84; Mateo 19, 23-30
Es una apetencia que todos llevamos en nuestro interior; quizá desde el mismo instinto de supervivencia todos ansiamos tener unos bienes que nos faciliten la vida e incluso desearíamos estar sobrados de bienes para que nunca nos falta nada de lo necesario y podamos atender debidamente a los nuestros respondiendo a nuestras responsabilidades.
Podemos pensar en bienes materiales, lo que llamamos riquezas, pero al mismo tiempo va acompañado de un deseo de prestigio, de incluso poder ocupar una situación en la vida donde podamos manifestar nuestro poder o nuestras influencias; queremos tener esa aureola de influencias y prestigios porque así quizá podamos hacer que aquellas forma que tenemos de plantearnos la vida sea de alguna manera como se construya nuestra sociedad.
Deseos que pueden ser buenos en cuanto desarrollo de nuestras posibilidades y capacidades deseando esa vida mejor para nosotros y para los nuestros. Pero todo lo que significa cotas de poder, ya sea de la posesión de unas riquezas, desde esos lugares de prestigio o influencia que podamos ocupar tienen el peligro de ser un terreno muy resbaladizo, porque esas riquezas que nos pueden valer para vivir una vida digna pueden pronto convertirse en una avaricia por acaparar y por poseer cada vez más, aunque al final ni siquiera disfrutemos del beneficio de esas mismas posesiones.
Pronto nos podemos endiosar, caer por pendientes de vanidad e incluso llenarse nuestro corazón de ambiciones desmedidas y de orgullos que nos puedan llevar a quitar de en medio lo que pudiera obstaculizar esa posesión egoísta de las cosas. Al final terminamos que más que poseer nosotros las cosas, las riquezas nos poseen a nosotros creándonos apegos del corazón que terminar por encerrarlo en el egoísmo.
Terminamos poniéndonos nosotros como centro de todo porque el orgullo nos endiosará y nos creeremos llenos de poder de manera que nada ni nadie pudiera estar por encima de nosotros. Se nos cierran los ojos para ver mas allá de nosotros mismos, para descubrir un verdadero sentido de vida y para darle una autentica trascendencia a nuestra vida. No vemos más allá de lo que poseemos, endiosamos nuestro yo o terminamos convirtiendo en dioses de nuestra vida esas cosas que poseemos.
Fue el impacto que produjo en el corazón de los discípulos la escena que ayer contemplábamos. Un joven que parece venir con ansias de vida pero que ante el planteamiento que le hace Jesús da la vuelta y se marcha de nuevo a lo suyo, a sus cosas. Era rico. Y hoy escuchamos la respuesta de Jesús. Os aseguro, les dice, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios’.
Termina Jesús poniéndoles un ejemplo muy gráfico. Aquellas puertas estrechas de las ciudades que eran llamadas agujas, precisamente por lo estrechas que eran, por las que nunca podría pasar un camello que viniera con todas su cargas. Y Jesús les dice la paradoja de que le es más fácil entrar un camello cargado con sus mercancías por aquellas puertas estrechas que un rico entrar en el reino de los cielos.
Y tenemos que pensar cuales son esos apegos que nosotros tenemos en nuestra vida. Necesitamos un examen serio. Con los apegos de nuestras riquezas, de nuestros orgullos y de nuestro yo, de nuestros prestigios y aires de grandeza, de nuestros endiosamientos y de nuestras vanidades no podemos alcanzar el Reino de Dios, porque son esas cosas a las que hemos convertido en dioses de nuestra vida. Y Dios es único.
Así podemos entender el anuncio que Jesús hace del Reino de Dios, en que tenemos que reconocer de una forma hecha vida que Dios es el único Señor de nuestra vida; por eso lo llamamos Reino de Dios. Por eso desde el principio nos está pidiendo conversión, dar la vuelta a nuestra vida, desprendernos de todo eso que llevamos apegado a nuestro corazón. Al joven rico Jesús le había pedido que lo vendiera todo, lo compartiera con los pobres y así tendría un tesoro en el cielo.

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