lunes, 8 de julio de 2019

La certeza y seguridad de que Dios nos escucha no puede llevarnos a vivir una fe mágica y supersticiosa sino a abrir nuestro corazón a Dios para dejarnos transformar por su gracia


La certeza y seguridad de que Dios nos escucha no puede llevarnos a vivir una fe mágica y supersticiosa sino a abrir nuestro corazón a Dios para dejarnos transformar por su gracia

Génesis 28, 12- 22; Sal 90; Mateo 9,18-26
Cuando tenemos la certeza de que podemos conseguir algo no hay quien nos detenga, y sobre todo si la angustia es grande porque aquello que queremos remediar o conseguir afecta a la vida de alguien y mas si es un ser muy querido para nosotros. Nada ni nadie podía detener a aquel jefe de la sinagoga, cuya hija estaba en las últimas, si acaso no muerta ya.
Lo mismo podríamos decir de aquella mujer que para curar sus hemorragias se había gastado lo que tenía y lo que no tenía acudiendo a todos los médicos que pudieran curarla, pero que en lugar de curarse estaba cada vez peor. Quizá en su timidez no se atrevía a dar la cara para hacer su petición en medio de la gente, porque además aquel tipo de enfermedad era vergonzante para las mujeres y más en aquel contexto social e histórico.
Si Jairo se había postrado delante de todos para hacer su petición interrumpiendo incluso lo que Jesús estaba haciendo, aquella mujer había ido calladamente por detrás porque en su seguridad tenía la certeza de que solo era necesario tocar el manto. Ni en uno ni en otro podemos ver situaciones mágicas porque en uno y en otro se destaca la fe por encima de todo.
‘Tu fe te ha curado’ le dice Jesús a la mujer; ‘basta que tengas fe’, le dirá a Jairo cuando vienen a comunicar el fatal desenlace y que entonces ya no es necesario molestar al maestro. No quiere Jesús tampoco hacer espectáculo del milagro y cuando llega y se encuentra a todos llorando  - por allí andan ya las plañideras – dirá que no está muerta sino dormida y entrando solo con sus padres y tres de sus discípulos a donde estaba la niña, la toma de la mano y la entrega viva a su padre. Si antes se reían de Jesús ahora todo serán alabanzas haciendo que corriera la noticia por toda la comarca.
Esto nos plantea seriamente sobre la seguridad con que nosotros vivimos nuestra fe.  Es cierto que muchas veces damos la impresión de que todo el día le estamos pidiendo milagros al Señor en nuestras súplicas pero tenemos que analizar de verdad con qué seguridad confiamos en obtener lo que le pedimos al Señor. No puede ser, desde luego una fe mágica en la que parece que estamos esperando que el Señor nos toque con su varita mágica para que se realice todo aquello que le pedimos.
No podemos hacer supersticiosa nuestra fe, como tantas veces por ejemplo a través de las redes sociales nos llegan sugerencias de que recemos tal o cual oración, la enviemos a no se cuentas personas de nuestros amigos, y esa misma noche el milagro se realizará porque alcanzaremos todo aquello que estemos deseando dentro de nosotros.
Cuántas cadenas mágicas de oración nos llegan continuamente por las redes sociales para que hagamos unas determinadas cosas porque de lo contrario recibiríamos en castigo no sé cuantas cosas malas que caerían sobre nosotros. Y nos ponen como amenazas el testimonio del que hizo lo que se le decía y se multiplicaron sobre él no sé cuántas cosas buenas, y aquel que no lo hizo y se desentendió de aquella cadena le sucedieron no sé cuantas desgracias. ¿Es que ahora el medio de comunicarse el Señor con nosotros es a través de las redes sociales y ese es el camino de nuestra oración? ¿Ese es el nuevo camino del evangelio?
No es esa la fe y la confianza en su Palabra que el Señor nos está pidiendo. Ojalá tuviéramos la fe de Jairo o de la mujer de las hemorragias, para acudir con esa confianza al Señor. Pero es la fe que nos hace escuchar su Palabra y plantarla en lo más hondo de nuestro corazón para que como buena semilla germine y fructifique en nosotros dando señales por nuestra parte de una vida nueva, de una vida mejor y más santa.
El Señor quiere resucitarnos, es cierto, como a la hija de Jairo, o curarnos de nuestros males como a aquella mujer de evangelio. Es así como hemos de sentir que el Señor nos tiende su mano, deja que le toquemos su manto, y nos inunda con su gracia que nos transforma que nos hace sentirnos un hombre nuevo y renovado totalmente. Es la fe que nos transforma, nos resucita, nos cura, nos llena de nueva vida, porque nos hace sentir la presencia y la gracia del Señor en nosotros.

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