domingo, 9 de junio de 2019

La vida cristiana no se reduce al cumplimiento de unos protocolos o reglamentos sino a dejar que el Espíritu santo irrumpa en nosotros para hacernos vivir una vida nueva


La vida cristiana no se reduce al cumplimiento de unos protocolos o reglamentos  sino a dejar que el Espíritu santo irrumpa en nosotros para hacernos vivir una vida nueva

Hechos 2, 1-11; Sal 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23
Podemos escuchar una canción o una pieza musical técnicamente bien interpretada, ajuntándose perfectamente a las medidas y ritmos musicales señalados en la partitura pero podemos encontrarnos que alguien que la escuche con una cierta sensibilidad pueda decirnos que está bien interpretada, pero que a esa canción o a esa pieza musical le falta algo, la falta calor, la falta alma, la falta espíritu, decimos, y que por ello no produce en nosotros ninguna reacción anímica que nos conforte y avive nuestros sentimientos. No nos podemos reducir a llevar un compás, un ritmo establecido, sino que el interpreta tiene que darle vida, poner todo su espíritu en ello para que esa melodía nos pueda llevar a emociones y vivencias profundas.
Así nos puede suceder en la vida. Hacemos las cosas bien, hacemos lo correcto y hasta desde una preocupación social quizá desarrollamos programas para atender a necesidades y problemas, cumplimos todos los protocolos establecidos, porque ya hoy todo se rige por unos protocolos, unas normas o reglamentos que diríamos en otro tiempo, que nos marcan lo que debemos hacer y como se ha de reaccionar ante esas situaciones, y sin embargo nos quedamos en eso, en cumplir.
¿Solamente así estaremos dando vida a lo que hacemos, o nos estaremos reduciendo a una realización mecánica de una serie de cosas que ya nos han preestablecido? Y encontraremos frialdad en el profesional que nos atiende, el que está detrás del mostrador o de la mesa de despacho se reduce a hacer las cosas, pero no le da calor humano al trato y al encuentro con las personas, y así podríamos pensar en muchas cosas.
¿No podría pasar algo así también en el ámbito de la fe y de nuestra religiosidad? Algunas veces pudiera sucedernos que andamos así. Y se hace fría y rutinaria nuestra fe, y nos quedamos en la realización mecánica de unos actos o servicios religiosos; fijémonos que hasta llegamos a llamarlos servicios porque se reducen a algo así como a unos cumplimientos de unos ritos, hablamos mucho de pastoral pero falta el calor de ese pastor que está al lado de su rebaño. Falta algo importante en ese ámbito de nuestra fe y de nuestra religiosidad, le falta espíritu.
Nuestras celebraciones y nuestras oraciones terminan volviéndose frías y rutinarias; analicemos por ejemplo las carreras en nuestros rezos, las prisas que nos damos mirando continuamente el reloj en nuestras celebraciones para no pasarnos de un tiempo determinado y no nos cansemos o cansemos a la gente. Nos falta entusiasmo para hablar de nuestra fe, para contagiar a los demás de aquello en lo que nosotros creemos, acabamos haciendo dejación de nuestros compromisos, nuestro testimonio es apocado y pobre y terminamos siendo ahogados por el ambiente que nos rodea.
¿Qué nos está faltando a los cristianos? ¿Qué le está faltando a la Iglesia quizá? ¿Nos habremos contentado en cumplimentar mecánicamente la partitura de nuestra vida cristiana y por eso al final nos vamos llenando de normas y más normas y parece que ya no hay nada en la vida de la Iglesia que no está marcado por un reglamento, un protocolo que hemos de cumplir fríamente? Será una melodía técnicamente interpretada hasta de forma magistral, pero a la que le falta el calor de la vida.
¿Nos habremos olvidado de quien en verdad es el alma de nuestra Iglesia y tiene que llenar de calor, valor y sentido a cuanto hacemos los cristianos? Hoy decimos con mucha facilidad que el Espíritu Santo ha sido el gran olvidado de la Iglesia y sin embargo hoy hablamos enseguida del Espíritu Santo y ya hasta somos capaces de decir maravillas, pero ¿no se quedará en lo que decimos pero que realmente no le dejamos ser ese verdadero motor de nuestra vida y de la vida toda de la Iglesia?
Quizá hoy incluso hemos vuelto a llenarnos de miedos cuando contemplamos el ambiente en que nos movemos, los desprestigios que de todas partes se quieren hacer de la Iglesia y de los cristianos, quizás volvemos a sentirnos acosados y hasta perseguidos y tenemos la tentación de volvernos a encerrar en nuestros cenáculos.
Necesitamos que de nuevo irrumpa el Espíritu santo en nuestra vida y en la vida de la Iglesia, por una parte para que desterremos de una vez por todas esos miedos que son cosa bien lejana del sentido de nuestra fe; pero necesitamos que irrumpa el Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia para que en verdad nos sintamos de nuevo renovados, hechos nuevos, llenos de una nueva vida, con fortaleza y gallardía en nuestra fe, con valentía en nuestros compromisos y en nuestro testimonio, con verdadero espíritu en nuestro corazón y en todo lo que hacemos.
Hoy estamos celebrando Pentecostés y quizás alguien de los que leen estas semillas de cada día podría haber estado pensado que me había ido por los cerros de Úbeda en estas reflexiones. Es que quería resaltar cómo a pesar de que celebremos Pentecostés y contemplemos en la Escritura lo que significó en la Iglesia primitiva la presencia del Espíritu, seguimos nosotros sin llegar a sentir de verdad esa presencia del Espíritu en nosotros y en nuestra Iglesia. Sigue faltando esa alma, ese espíritu vivo en nosotros, en la Iglesia.
No nos podemos contentar con admirar lo que significó, como nos narra el libro de los Hechos, la irrupción del Espíritu en el Cenáculo aquel día o lo que veremos luego en textos sucesivos de la Escritura. Es que eso tenemos que vivirlo y sentirlo nosotros hoy y sentir toda esa renovación como una revolución que se produce en nosotros.
Tenemos que llenarnos de la presencia del Espíritu para que todo lo que hagamos sea impulsado por esa fuerza del Espíritu Santo, y de verdad todo esté lleno de vida y de verdadera profundidad. Ya resaltábamos muchas cosas negativas que se van produciendo en nosotros cuando nos falta esa vida, por la contra veamos cómo con la fuerza del Espíritu Santo todo tiene que ser distinto, todo tiene que estar de verdad lleno de vida.
Es así como se realizara esa renovación en nosotros, en nuestra vida y como se realizará esa renovación en nuestra Iglesia, renovación que tiene que ser mucho más que unos protocolos, reglamentos o leyes de los que tan fácilmente estamos tentados de darnos una y otra vez.

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