jueves, 6 de junio de 2019

La clave de la unidad y comunión entre nosotros la tenemos en la comunión de amor que existe entre Jesús y el Padre


La clave de la unidad y comunión entre nosotros la tenemos en la comunión de amor que existe entre Jesús y el Padre

Hechos 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26
Por naturaleza podríamos decir que estamos impulsados a la convivencia, porque no hemos sido creados para nosotros mismos sino que necesariamente necesitamos estar en relación con los demás. Pensemos que desde que nacemos hay una dependencia de los demás en nosotros, porque empezando necesitamos de nuestra madre que nos cuide y que nos alimente hasta que vayamos valiéndonos por nosotros mismos, pero es que siempre hemos de estar en relación con los demás.
Es cierto que pesa en nosotros una sombra de individualismo que pudiera encerrarnos en nuestro egoísmo, autocomplacencia o autosuficiencia. Somos individuos, es cierto, con nuestra propia naturaleza, nuestra propia personal manera de ser y de vivir, pero eso  no nos debería llevar a un individualismo egoísta; desarrollamos nuestro ser y nuestras capacidades como individuo pero también en medio de la sociedad y del mundo en que vivimos con esa interrelación y mutua dependencia.
Eso nos hace que tengamos que caminar juntos en la vida, unidos a los que están a nuestro lado, pero no siempre significa que lleguemos a vivir en comunión con los demás. Vivir en comunión con el otro es mucho más que estar al lado del otro, que tengamos que estar juntos o que de alguna manera dependamos los unos de los otros. La comunión entre las personas es algo mucho más profundo, porque afecto a lo más hondo de nuestro propio ser en una comunicación que es algo más que unas palabras que nos podamos decir.
Hablar de comunión es algo más excelso y más espiritual que necesita de otra hondura para conseguirla. No siempre es fácil, porque es de alguna manera dejar entrar en nuestro corazón o que el otro nos deje penetrar en su corazón. Entra en juego no solo un raciocinio sino también los sentimientos y una comunicación podríamos decir espiritual en la que estará además como base que lo aglutina todo el amor.
En el evangelio que nos ha ido proponiendo la liturgia en estos días hemos escuchado la frecuencia que en la oración sacerdotal Jesús pide por la unión de quienes le siguen. ‘Que todos sean uno’, repite una y otra vez Jesús. Es la señal de que en verdad le seguimos y cumplimos su mandamiento de amarnos los unos a los otros. No quiere Jesús una unidad formal, sino que entre todos los que le seguimos haya una comunión real y profunda. Muchas veces hemos reflexionado del anti-testimonio que damos los cristianos cuando no estamos unidos; enseguida pensamos en la división de las Iglesias, como todos teniendo una misma fe en Jesús sin embargo andamos divididos y tantas veces enfrentados haciéndonos la guerra los unos a los otros.
¿Por qué no logramos esa unidad y esa comunión? Las palabras de Jesús las conocemos, conocemos cual es su voluntad y el mandato que nos ha dejado, pero seguimos sin amarnos de verdad, seguimos divididos y no es solo ya al nivel de las Iglesias, sino en nuestras propias comunidades donde tendría que brillar esa comunión de hermanos, y en el testimonio que tendríamos que dar en medio del mundo.
Quizá no nos hayamos fijado lo suficiente en las palabras de Jesús y cual es el modelo y estilo de comunión que tendría que haber entre nosotros. No solo es estar juntos, sino vivir en comunión. ¿Y cuál es el modelo y sentido de esa comunión? Nos dice Jesús: ‘Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’. Ahí tenemos la clave, la unidad en el amor, la comunión viva y profunda entre Jesús y el Padre. ‘Como tú, Padre, en mi, y yo en ti’.
Es la meta, es el ideal, es el modelo, es el sentido de nuestra comunión de amor. No son ya raciocinios ni sentimientos humanos, que también hemos de tenerlos, sino el misterio de comunión que hay en Dios. Y ya eso nos es difícil expresarlo con palabras humanas. Se trata entonces de meternos en el misterio de Dios, meternos en el corazón de Dios, como El también ha querido habitar en nosotros. Y por esas sendas ha de ir entonces el amor a los hermanos, la comunión de amor que hemos de vivir entre nosotros.
Solo lo podremos comprender y llegar a vivir si nos dejamos inundar por el Espíritu de Dios. Es lo que con intensidad pedimos en estos días.


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