sábado, 12 de enero de 2019

El espíritu de humildad de Juan Bautista que se gozaba en las obras de jesus nos enseñe a valorar tambien lo bueno que realizan los demás


El espíritu de humildad de Juan Bautista que se gozaba en las obras de Jesús nos enseñe a valorar también lo bueno que realizan los demás

1Juan 5,14-21; Sal 149; Juan 3,22-30
Hay como una tentación que todos podemos sufrir en ocasiones, nacida quizás de nuestros orgullos personales, de los recelos o sentimientos de envidia que se puedan albergar en nuestro corazón y es que si vemos que alguien que está a nuestro lado comienza a brillar con luz propia, comienzan a verse los logros que va teniendo en la vida, nosotros nos llenemos de desconfianza y recelo, no nos guste que quizás nosotros comencemos a estar como a su sombra, y ya sabemos bien como son las luchas que van apareciendo en la vida.
En una madurez humana si vemos que alguien que ha nacido y ha crecido como persona a nuestro lado o a nuestra sombra le vemos triunfar tendríamos que llenarnos de alegría, porque en fin de cuentas nos vamos dando pasos los unos a los otros y siempre tendríamos que desear lo mejor para las generaciones que nos siguen. Pero como decíamos, ya sabemos cómo son las negruras que muchas veces pueden aparecer en nuestro corazón y las luchas que nos tenemos unos y otros.
Eso pudo haber pasado en la relación entre Juan el Bautista y Jesús. Juan, ya lo había dicho, había venido como 'la voz que clamaba en el desierto para preparar los caminos del Señor'. Esa era su misión. Y él se atuvo a lo que era su misión, de manera que ni profeta quería considerarse, cuando como diría Jesús más tarde era profeta y más que profeta. Embajadas habían venido de Jerusalén para indagar sobre lo que hacia y realmente quién era. Las gentes lo escuchaban y venían de todas partes para escucharle y para someterse a aquel bautismo en las aguas del Jordán al que él les invitaba. Su llamada había sido siempre la conversión para preparar los caminos del Señor.
Una conversión que era purificación pero que era también abrirse a caminos nuevos. Porque por ahí ha de ir la verdadera conversión. Borramos, es cierto, lo viejo, porque queremos el perdón que el Señor nos ofrece, pero emprendemos un nuevo camino. No el volver a lo de antes, es algo nuevo que tiene que vivirse. En este caso en la invitación que Juan estaba haciendo era creer en Aquel a quien él estaba anunciando, en el Mesías esperado.
Acuden a él preguntando si acaso él no es el Mesías, pero les recuerda que el bautiza con agua pero que viene, y en medio de ellos está, quien los va a Bautizar con Espíritu Santo y fuego. Llegan noticias a Juan ya de lo que Jesús está realizando. Es este evangelista el único que nos dice que Jesús también estuvo bautizando junto al Jordán, pero ahi está la hermosa respuesta de Juan. 'El tiene que crecer y yo tengo que menguar'. Esa era su misión señalar al que venia como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Este texto del evangelio de hoy que bien nos prepara para la celebración del Bautismo del Señor que celebraremos mañana domingo, nos viene muy bien para revisar actitudes y posturas que nos tenemos tantas veces en la vida, conforme a aquello con lo que comenzábamos esta reflexión.
Tenemos que saber dar paso en la vida a los que nos siguen; tiene que haber buenos sentimientos de alegría y también en cierto modo de gratitud cuando vemos a nuestro lado a personas que avanzan en la vida, que van logrando progresos en su persona y en aquello que realizan, saludar agradecidos los logros y las cosas buenas que los otros hacen. No importa que nosotros pasemos a un segundo plano si vemos a alguien que hace el bien; no busquemos nosotros, como se suele decir, arrimar el ascua a nuestra sardina, atribuyéndonos méritos que no nos pertenecen.
Sepamos alabar y engrandecer a los demás reconociendo las cosas que hacen; que haya en nosotros un verdadero espíritu y sentimiento de humildad para reconocer lo bueno que hacen los demás, que tantas veces nos cuesta.

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