sábado, 5 de enero de 2019

No tengamos miedo a las sorpresas divinas, a las llamadas que el Señor nos hace en acontecimientos, en palabras que escuchamos, en testimonios que se nos puedan ofrecer


No tengamos miedo a las sorpresas divinas, a las llamadas que el Señor nos hace en acontecimientos, en palabras que escuchamos, en testimonios que se nos puedan ofrecer

1Juan 3,11-21; Sal 99; Juan 1,43-51

Hay quien no es amigo de las sorpresas, como si quisieran que todo estuviera reglamentado y medido y nada pudiera salirse de lo normal; no sé si sus vidas se convertirán en una rutina, pero lo sorpresivo los inquieta, les produce una intranquilidad y una inseguridad que no pueden soportar; a todo querrán darle explicaciones porque la vida para ellos parece que siempre tiene que ir por unos cauces conocidos. Parece como si lo que les sorprendiera les disgustara. No saben admirarse quizá por la luz nueva que amanece cada día, ni son capaces de sentir admiración por cada atardecer que siempre será distinto, pero que nos abrirá tras la noche a un día nuevo y que tiene que ser distinto.
Pero mientras a otros les gusta la sorpresa, la novedad, les hace estar inquietos, es cierto, pero eso parece que les da nueva vida. La sorpresa les puede hacer estar atentos, pero puede ser para ellos comienzo de algo nuevo que les abre otros  horizontes y otros caminos. Siempre nos podemos ir encontrando novedades en la vida y eso nos puede hacer hasta más creativos. Sabe detenerse ante cada atardecer y descubrir la nueva belleza que se abre a sus ojos pero que es anuncio de algo nuevo para su vida en el mañana.
Creo que puede ser muy bueno ser capaces de dejarse sorprender por las novedades que la vida nos va presentando y saber leer en esos acontecimientos aperturas a una vida distinta, a una vida que no se queda en la comodidad de lo siempre repetido sino que sabe innovar, que saber encontrar creatividad y que con ello le da más vitalidad a lo que vive y a lo que hace. La vida a los que son capaces de sentir esa admiración por lo nuevo no se les hará monótona, y sabrán salir siempre de la rutina que es un no vivir plenamente.
La buena noticia de Jesús fue una sorpresa grande en medio del pueblo de Israel. Es cierto que estaban ansiosos en su esperanza de que se cumplieran las promesas y apareciera el Mesías que los salvaría. Pero sus expectativas no iban por los caminos, podíamos decir, que ahora se estaban desarrollando las cosas. Los anuncios del Bautista en el Jordán querían indicar la inminencia de la llegada del Mesías; pero ellos se habían hecho a una idea que no era precisamente por donde parecía que comenzaban a caminar las cosas. Eso hacia, incluso, que hubiera gente como cansada y sin esperanza y ya las noticias que pudieran llegarles de acá o de allá nos les llamaban mucho la atención; podíamos decir que de alguna manera pasaban de ello.
Hoy dos momentos en el evangelio de hoy. Por una parte está la llamada e invitación directa por parte de Jesús a Felipe y su pronto seguimiento. Aquello le había entusiasmado. Comenzaba a sentir admiración por aquel profeta que ahora aparecía y veía ya lleno de esperanza que las promesas de los patriarcas y profetas se comenzaban a cumplir.
Es el segundo momento, el anuncio que pronto hace a su amigo Natanael. Pero éste no se deja impresionar. ¿Esperaba otra cosa? ¿Qué el Mesías apareciera desde un lugar desconocido o de otra forma? ¿Cómo podía ser un vecino del cercano pueblo de Nazaret? ‘¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?’ y aparecen los resabios y las envidias de pueblos vecinos.
Pero al final se deja arrastrar por Felipe y aquí viene la gran sorpresa para él en la manera de recibirle por parte de Jesús. ‘Aquí está un verdadero israelita en el que no hay engaño’. Se sorprende por las palabras de Jesús y se desestabiliza, podríamos decir, y ya no sabe que contestar cuando antes tan mal  había hablado de los habitantes de Nazaret. Poco menos que balbuceando se atreve a decir como para salir del paso. ‘¿Y tú de qué me conoces?’ Pero Jesús seguirá sorprendiéndole. ‘Antes de que Felipe te llamara, te hablara de mi, yo te vi debajo de la higuera’.
No sabemos a qué podría referirse Jesús pero si fue algo que le impacto profundamente a Natanael, como para hacer una hermosa confesión de fe. Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’. Y Jesús le dirá que aun verá cosas mayores. De sorpresa en sorpresa, y en este caso, aunque a regañadientes, se dejó conducir por Felipe llegó a la fe.
¿Nos dejaremos sorprender nosotros por el misterio de Dios que se nos revela? Quizá nuestros ojos están tan opacos que ya no somos capaces de ver, ya no somos capaces de sorprendernos, ya nada parece que no nos llama la atención, que parece que estamos de vuelta de todo. No tengamos miedo a las sorpresas divinas, a las llamadas que el Señor nos hace en acontecimientos, en palabras que escuchamos, en testimonios que se nos puedan ofrecer a nuestro lado. No vayamos con ojos cansados y ya críticos para todo que en nada queramos ya creer. Abramos la vida al misterio de Dios. Abramos los ojos de la fe.


viernes, 4 de enero de 2019

No rompamos la cadena del anuncio de la buena nueva del evangelio que un día recibimos nosotros para que también los hombres de hoy conozcan el evangelio de Jesús



No rompamos la cadena del anuncio de la buena nueva del evangelio que un día recibimos nosotros para que también los hombres de hoy conozcan el evangelio de Jesús

1Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1,35-42

Hay momentos en que nos sentimos impactados ya sea en el encuentro con alguien que de una forma o de otra nos llama la atención, ya sea por algo que acontece a nuestro alrededor, o ya sea también por una palabra que escuchamos, un testimonio que recibimos de alguien, algo que se  nos trasmite de la forma que sea, pero que nos llega dentro, nos causa impresión, no podemos olvidarlo.
Puede ser también que esa impresión o ese impacto sea algo fugaz, porque dejamos pasar el tiempo y ya no volvemos a pensar en ello, u otros acontecimientos que se van sucediendo se van solapando y vamos dejando en segundo lugar aquello que antes nos había impactado tanto. Pero también nos puede suceder que nos lo tomemos en serio, no lo echemos en el saco del olvido, sino que eso nos haga buscar más, profundizar en aquello que nos había llamado la atención y ya procuraremos de la forma que sea seguir indagando para conocer más que nos puede llegar a tomar decisiones importantes en la vida.
Puede sucedernos en el ámbito de lo espiritual y de lo religioso, o nos puede suceder solamente desde un lado humano en aquello a lo que dedicamos nuestra vida, o que nos pueda impulsar a que le cojamos gusto a una profesión, por ejemplo, o a algo a lo que vamos luego a dedicar nuestra vida. Así nacen las vocaciones, que nos hacen descubrir capacidades que llevamos dentro y que podemos desarrollar en nosotros para darle una mayor plenitud y sentido a nuestra existencia. Aquello que vimos o que descubrimos nos hace abrir horizontes para la vida y desde ahí un paso para dedicar nuestra existencia a algo que nos damos cuenta que nos llena profundamente por dentro.
Toda esta experiencia humana que subyace debajo de esta reflexión que me vengo haciendo lo podemos contemplar hoy en lo que nos relata el evangelio. Al paso de Jesús, como ya ayer escuchábamos en el evangelio Juan da testimonio de Jesús. También él se había visto impactado en su encuentro con Jesús y lo que había sucedido allí junto al agua del Jordán en el Bautismo de Jesús. Ahora ante los discípulos que le siguen proclama rotundamente: ‘Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’.
No caen en el vacío estas palabras y testimonio de Juan. Dos de sus discípulos impactados por estas palabras no las echan en el olvido sino que se van detrás de Jesús. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ es lo que se atreven a balbucear cuando Jesús se vuelve para preguntarles que es lo que buscan. ‘Venid y lo veréis’, les dice y ellos se fueron con El. Algo les estaba marcando por dentro que nunca olvidarían incluso ni la hora en que todo esto había sucedido. Cuando el evangelista – que era uno de los dos que se fueron con Jesús – escribe el evangelio nos dirá que serían como las cuatro de la tarde.
Las cosas se van sucediendo aunque con lenguaje escueto nos lo narra el evangelista y comenzaría como una cadena que parece que no tiene fin. Lo que ellos habían vivido pronto lo comunican a los demás; Andrés se encontrará con su hermano Simón y le lleva la noticia, pero diciendo ya que han encontrado al Mesías, y lo traerá hasta Jesús. Es el testimonio y comunicación que se ha seguido repitiendo a lo largo de los siglos, porque además ese sería el mandato de Jesús. Así ha llegado la noticia de Jesús hasta hoy. Y como nos dicen cuando nos envían cadenas por las redes sociales, que no se rompa esta cadena.
Podemos recordar aquí como fue nuestro primer encuentro con Jesús de una forma viva, el testimonio o enseñanza que recibimos y que nos hizo a nosotros creer en Jesús. Pero tendríamos que recordar ese testimonio que de una forma u otra nosotros también hemos dado a muchos a nuestro alrededor con nuestras palabras, con el testimonio de nuestras acciones, con nuestros gestos y posturas en distintos momentos de la vida, en una palabra, con toda nuestra vida. No podemos dejar que ese anuncio caiga en saco roto, sino que nuestro testimonio tiene que ser claro y valiente.
Que no se rompa la cadena. El evangelio tenemos que seguirlo anuncio, esa buena nueva de Jesús, esa buena nueva que es Jesús. Quienes están a nuestro lado necesitan ese anuncio, nuestro mundo necesita ese anuncio, nuestra sociedad está necesitada de evangelio, ¿lo estaremos haciendo bien? ¿Qué impacto sigue produciendo nuestra vida cristiana en los que están a nuestro lado?


jueves, 3 de enero de 2019

Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que viene arrancar el mal que anida en nuestro corazón, que viene a transformarnos dándonos una vida nueva



Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que viene arrancar el mal que anida en nuestro corazón, que viene a transformarnos dándonos una vida nueva

1Juan 2,29; 3,1-6; Sal 97; Juan 1,29-34

Hoy escuchamos un hermoso testimonio de Juan sobre Jesús. Zacarías había proclamado en su cántico de bendición a Dios en el nacimiento de Juan ‘y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo porque irás delante del Señor para preparar sus caminos’. Es lo que había venido realizando allá en el desierto junto al Jordán. Por eso él dirá: Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua es para que sea manifestado a Israel’. Ha cumplido su misión.
Ahora que Jesús ya se estaba haciendo presente lo señala: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. El episodio que estamos comentando ha sucedido ya después del bautismo de Jesús en el Jordán. Y Juan ha sido testigo de la parusía de Dios en aquel momento. En su corazón el Espíritu le había revelado cómo podría conocer a Jesús.
‘He contemplado el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo’. Ahora da testimonio de Jesús. Y no solo dice de El que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, sino que proclama con toda su fuerza que es el Hijo de Dios. ‘Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios’.
Nos viene muy bien recordar todo esto en estos días en que estamos prolongando la fiesta de la Navidad del Señor. Tenemos que centrarnos en lo que es verdaderamente importante.
Hay, es cierto, muchas cosas buenos en estos días en que parece que la alegría y la felicidad resplandecen de manera especial, y parece que olvidamos los nubarrones sombrías que muchas veces amenazan la vida. Y es que la fe en Jesús tiene que darnos optimismo, porque creemos de verdad que podemos hacer un mundo mejor. Para eso ha venido el Emmanuel, Dios con nosotros, Dios que nos llena de felicidad el corazón porque pone un amor nuevo en nuestra vida.
Y no podemos olvidar donde está el origen de toda esta alegría de la navidad. Todo nos viene de Jesús, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, el Emmanuel que es Dios en medio de nosotros, el Cordero de Dios, como  nos dice hoy Juan, que viene a arrancarnos de las raíces del mal, el que viene a quitar el pecado del mundo.
Porque podremos tener verdadera alegría si quitamos ese mal que tantas veces nos ensombrece de nuestro corazón; cuando nos liberemos de nuestros egoísmos e insolidaridades, cuando arranquemos de nosotros esas raíces del orgullo, de los recelos y resentimientos, de las envidias y de las violencias que tantas veces llenan nuestra vida, realmente podremos ser más felices, podemos hacer más felices a los que nos rodean, estaremos haciendo un mundo mejor.
Confesemos nuestra fe en Jesús con todo sentido y profundidad. Confesemos nuestra fe en Jesús dejando que se meta en nuestro corazón para que lo transforme. Confesemos nuestra fe en Jesús no dejando que pase de largo delante de nosotros sino pongámonos a seguirle, busquemos estar con El, queramos en verdad vivir su vida.

miércoles, 2 de enero de 2019

Entre nosotros está y no sabemos verle ni descubrirle allí, en aquellos, en los que El se quiere hacer presente



Entre nosotros está y no sabemos verle ni descubrirle allí, en aquellos en los que El se quiere hacer presente

1Juan 2,22-28; Sal 97; Juan 1,19-28

Entre ustedes está el culpable… y todos se miraban sorprendidos. Porque si yo no soy, algunos de los otros será, ¿pero quién? Y comienzan las sospechas quizás. Nos puede haber sucedido alguna vez una cosa así. En el colegio quizá, entre el grupo de amigos de la pandilla, en alguna ocasión nos podremos haber visto envueltos en algo semejante.
Hablamos quizá de aquellas travesuras juveniles en que se tiraba la piedra y se escondía la mano por definir de forma anecdótica aquellas cosas que hacíamos, pero podemos pensar en situaciones en que algo ha sucedido en la comunidad, alguien ha hecho algo, vamos a ir por lo positivo, bueno en este caso que mejoraba algún aspecto de la vida de la comunidad, pero no sabemos quien es, pero si sabemos que hay una persona generosa que se ha preocupado de arreglar aquello que estaba estropeado, o solucionar algún problema que teníamos pero que hasta ahora nadie se había comprometido a realizarlo. Anónimamente quizás ha hecho algo en bien de todos, pero no sabemos quien es ni para darle las gracias.
‘En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis…’ es lo que ahora les dice el Bautista a aquella embajada que ha venido de Jerusalén para indagar que es lo que hace este personaje extraño allá en la orilla del desierto junto al Jordán, que se presenta de una forma un tanto extravagantes por su forma de vestir y de actuar, y que está anunciando la inminente venida del Mesías. En aquellos tiempos pre-mesiánicos muchos se habían presentado quizá como salvadores, pero al final todo habría resultado un fraude o por lo menos no respondía a las expectativas de lo que ellos consideraban un profeta.
Ante el surgimiento de Juan con sus prédicas y con sus bautismos en el Jordán – algo de alguna forma semejante había surgido con los esenios en las orillas del Mar Muerto – ahora vienen a cerciorarse de lo que realmente sucedía, porque mucha gente venia de todos los lugares hasta Juan. ¿Eran un profeta que había surgido? ¿Sería acaso el Mesías que tanto esperaban? ¿Qué sentido tenía aquel bautismo y con qué autoridad actuaba Juan? Eran las preguntas que se hacían y que le hicieron a Juan.
No soy un profeta, no soy el Mesías, solo soy una vez que viene a preparar el camino. Eran cosas que habían anunciado los profetas antiguos. Una voz gritaría en los desiertos para preparar los caminos de Señor. Y allí estaba Juan. ‘¿Tú quién eres para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado?’ Era la pregunta definitiva. Querían una respuesta clara.
‘Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia’. Estaba ya allí en medio de ellos. Recordamos que Jesús nació solo seis meses después de Juan el Bautista. Pero no lo reconocían. Un día Jesús vendría también en medio de aquella multitud de forma anónima a ser bautizado por Juan y estaba en medio de la gente y la gente no sabia quien era. Pero Juan lo reconocía. El Espíritu del Señor estaba en El.
Me detengo en este relato porque es aquí donde conviene que nos preguntemos si nosotros lo reconocemos. Me diréis que hemos celebrado hace pocos días su nacimiento con grandes fiestas y con gran alegría. Pero tenemos que seguirnos pregunta si lo reconocemos. ¿Nos quedaremos solo en aquella figurita del Belén o llegaremos a algo más? Porque han pasado los días y parece que todo sigue igual… que antes. Nada ha cambiado en nuestras vidas. Y su presencia tendría que impactar más en nuestra vida. No es solo la emoción de un momento sino la decisión que hemos de tomar en referencia a Jesús y a su evangelio. Y seguimos sin reconocerlo. En medio de nosotros está, porque sabemos bien – lo hemos escuchado tantas veces en el evangelio – que El se hace presente entre nosotros de tantas maneras.
Y nosotros seguimos caminando por la vida sin verle, sin descubrirle, sin acogerle. No son cohetes que tenemos que tirar al aire, sino actitudes y posturas nuevas que tenemos que tomar allí donde lo podemos descubrir, allí en aquellos en los que tenemos que descubrirle. Y seguimos pasando de largo.

martes, 1 de enero de 2019

Que el Señor nos bendiga y nos proteja, ilumine su rostro sobre nosotros y nos conceda su favor, se fije en nosotros y nos conceda la paz



Que el Señor nos bendiga y nos proteja, ilumine su rostro sobre nosotros y nos conceda su favor, se fije en nosotros y nos conceda la paz

Números 6, 22-27; Sal 66; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21

‘Ya podemos estar en paz’, decimos cuando hemos luchado por algo y al final lo  hemos conseguido a pesar de las dificultades y contratiempos del camino; nos sentimos en paz cuando hemos actuado con rectitud, sin dejarnos influir, obrando correctamente; nos sentimos en paz cuando tenemos el deber cumplido; nos sentimos en paz cuando a pesar de los tumultos externos que podamos encontrar o sufrir en la vida sin embargo logramos tener serenidad en nuestro espíritu; nos sentimos en paz cuando decimos la verdad, pero lo hacemos con delicadeza sin querer herir a nadie; nos sentimos en paz cuando logramos trabajar unidos, cada uno actuando con responsabilidad en su faceta y logrando que esa unión nos fortalezca en nuestra lucha por hacer un mundo mejor…
Podríamos decir aun muchas mas cosas, pero  nos damos cuenta que la paz no es solo la ausencia de violencias externas, o la ausencia de la guerra, porque quizá tras apagarse el ruido de esas armas violentas tenemos que lograr serenar los espíritus para que no  haya odios ni resentimientos, al tiempo que recuperamos muchas cosas perdidas cuando vivíamos en medio de enfrentamientos, cuando logramos desarrollar la vida, los valores de todos y vamos consiguiendo una nueva armonía.
Me hago esta reflexión sobre la paz, que aun podríamos desarrollar mucho más, cuando en este principio del año todos tenemos tan buenos deseos de los unos para con los otros, ansiamos esa paz que de muchas maneras quizá nos falta, y además respondiendo al llamamiento de la Iglesia y del Papa en este día celebramos una Jornada de oración por la paz.
Claro que no han de ser solo buenos deseos, aunque también hemos de tenerlos; claro que necesitamos individualmente serenar nuestro espíritu frente a tantas violencias que nos rodean por todas partes y que no son solo las violencias físicas. Claro que en nuestra responsabilidad tenemos que sentirnos responsables para ser verdaderos constructores de paz y así ingeniemos todo lo que sea necesario para ir lográndola cada vez más y mejor, una paz que sea duradera, una paz que vaya desarrollándose desde esa plenitud que cada uno vayamos logrando en nuestra vida que nunca será a costa de los demás.
Aún resuenan en nuestros oídos y en nuestro corazón los ecos del cántico de los ángeles en la noche de Belén, en el nacimiento del Señor. Nacía quien venia a traernos la paz. Con Jesús llegaba ese mundo nuevo en que seria posible la paz. Jesús venia a ponernos en paz porque venia a hacer posible la reconciliación y el perdón, el reencuentro de todos en una nueva comunión si en verdad queríamos seguirle y poner por obra la buena nueva que nos anunciaba de un mundo nuevo y mejor que llamaría el Reino de Dios.
Quien en verdad siguiera a Jesús tenia que hacer una andadura nueva en su vida desde una nueva responsabilidad que sentiría sobre su vida pero también sobre la de los demás; quien se pusiera a seguir los pasos de Jesús estaría en todo momento actuar en unos nuevos parámetros de rectitud, de justicia, de verdad, de búsqueda del encuentro, de ser en verdad constructor de la paz. Quien sigue los pasos del evangelio habría de ser siempre dialogante para buscar el encuentro, el entendimiento, el aunar esfuerzos, el saber ser colaborador de todo lo bueno, alejando de si resentimientos y orgullos, envidias y malas artes, porque su camino seria siempre el camino del amor.
Que ese saludo de paz que en este primer día del año nos hacemos los unos a los otros sea en verdad sincero; que no sea solamente decirle que sea feliz, sino decirle yo quiero hacer todo lo que esté de mi parte para que seas más feliz. No pueden ser solo bonitas palabras y buenos deseos sino compromisos concretos porque queremos un mundo feliz.
Y a ese Niño nacido en Belén, ante cuya presencia los Ángeles cantaron la gloria de Dios y la paz para todos los hombres, lo contemplamos en brazos de María. Los pastores, aquellos hombres y mujeres, pobres y sencillos que escuchando ese anuncio corrieron a Belén para ver cuanto Dios les había revelado se encontraron al Niño como les habían dicho recostado en un pesebre, pero en brazos de María. ‘Encontraron a María, a José y al Niño recostado en el pesebre’. Aquellos que fueron humildes y sencillos, aquellos que se dejaron sencillamente guiar por la voz celestial que resonaba en sus corazones, son los que pudieron encontrar a Jesús, y lo encontraron con María, su Madre.
Por eso hoy en la octava de la Navidad cuando aun seguimos celebrando con toda intensidad el nacimiento de Jesús nos fijamos de manera especial en María, la Madre de Jesús que es la Madre de Dios. Ya san Pablo nos decía en la carta a los Gálatas: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción’.
Es María, la madre de Jesús, repito, que es la Madre de Dios. El Señor había hecho en ella maravillas, se fijó en la pequeñez de su esclava, como ella misma cantaría en el Magnificat, pero la hizo grande, la hizo su madre, la Madre de Dios. El Espíritu de Dios vino sobre María para hacerla la Madre de Dios al ser posible que el Hijo de Dios se encarnase en sus entrañas.
Es la maravilla que Dios hizo en ella, es su mayor grandeza cuando Dios volvió su rostro sobre ella, que era también la mirada de Dios sobre nosotros los hombres. La grandeza de María nos señala también nuestra grandeza; porque ella dijo sí al plan de Dios nosotros recibimos a Jesús y nosotros recibimos lo que no nos da la carne ni la sangre sino la fuerza del espíritu de Dios que también está sobre nosotros para hacernos ‘hijos por adopción’.
Que María, la Madre de Dios, que es también nuestra madre nos haga sentir también la mirada de Dios sobre nosotros para concedernos la paz, tal como se decía en la lectura del libro de los Números. Que el Señor nos bendiga y nos proteja, ilumine su rostro sobre nosotros y nos conceda su favor. El Señor se fije en nosotros y nos conceda la paz.
Es la bendición que Dios queremos recibir. Es la bendición que imploramos de Dios para nuestro mundo.


lunes, 31 de diciembre de 2018

Recapitulemos el año que termina y descubramos dónde y como hemos visto la gloria del Señor y cómo nosotros hemos sido reflejo de la gloria del Señor para los demás


Recapitulemos el año que termina y descubramos dónde y como hemos visto la gloria del Señor y cómo nosotros hemos sido reflejo de la gloria del Señor para los demás

1Juan 2,18-21; Sal 95; Juan 1,1-18

‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Así se nos dice hoy en el principio del evangelio de san Juan que se nos ofrece en este día en este texto que podemos considerar central en todo el evangelio. Podemos decir, es el evangelio, es la buena nueva que se  nos anuncia, la gran noticia de nuestra salvación.
‘La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros’. Con esta manera de hablar tan llena de imágenes bien significativas se nos está desvelando todo el misterio de nuestra salvación. La Palabra que era Dios y estaba junto a Dios, nos había dicho, esa Palabra, el Verbo de Dios, el Hijo de Dios que ha tomado nuestra carne, que planta su tienda, su vida entre nosotros. Es el Emmanuel, el Dios con nosotros, que se ha encarnado en el seno de María, que le hemos visto nacer en Belén – como seguimos celebrándolo estos días – que le contemplamos hombre como nosotros caminando a nuestro lado, viviendo nuestra vida, para que nosotros lleguemos a vivir su vida, a vivir en El.
‘Y hemos contemplado su gloria...’ Los resplandores del cielo se hicieron presentes en Belén para hacer el anuncio a los pastores. ‘Gloria a Dios en el cielo’ cantaban los ángeles. Pero esa gloria de Dios que les envolvió a todos con su resplandor iluminó con una vida nueva a los hombres. ‘Paz a los hombres…’ siguieron cantando los ángeles. Y es que con Jesús llegaba la paz, llegaba y se manifestaba la gloria del Señor.
Le veremos también resplandeciente de gloria en el Tabor, pero estaremos contemplando la gloria del Señor en sus obras, en su vida, cuando nos estaba manifestando el amor de Dios que tanto nos amó que nos hizo partícipes de su gloria, que nos iba derramando su amor y su misericordia; ‘pasó haciendo el bien’, diría un día Pedro tratando de definir la vida y la persona de Jesús. En su amor se iba manifestando la gloria del Señor.
Nosotros seguimos celebrándolo. No se acaba la Navidad. Seguimos en su octava y lo celebramos con la misma intensidad. Pero cada día ha de ser navidad, porque cada día hemos de saber apreciar esa presencia de Dios entre nosotros. Cada día hemos de hacer navidad, porque cada día con nuestro amor, con nuestras obras, con nuestra vida tenemos que manifestar ante el mundo cuánto es el amor que Dios nos tiene.
Tenemos que ser signos de su amor. Tenemos que ser signos de su gloria. Que los hombres puedan ver la gloria del Señor. Y esto está en nuestras manos, eso depende de nosotros, de nuestra vida, de nuestras obras, de nuestro testimonio. Es nuestra tarea, es nuestro compromiso, ha de ser el sentido y valor de nuestra vida.
Cuando estamos dando por terminado el año tenemos que hacer como una recapitulación de lo que ha sido nuestra vida; recordar en cuantas cosas hemos visto a lo largo de este año la gloria del Señor. ¿Serán nuestras celebraciones? ¿Será lo que hemos escuchado y descubierto en la Palabra de Dios que ha sido nuestro vademécum cada día? ¿Será en lo que Dios nos ha manifestado a través de los acontecimientos? ¿Será en el amor que nosotros hemos vivido, hemos recibido de los demás y hemos sido capaces de ofrecer?
¿Podremos decir de verdad que hemos visto la gloria del Señor?

domingo, 30 de diciembre de 2018

Que en el Hogar de Nazaret encontremos estimulo y por su mediación esa gracia que tanto necesitamos para renovar nuestras familias


Que en el Hogar de Nazaret encontremos estimulo y por su mediación esa gracia que tanto necesitamos para renovar nuestras familias

Eclesiástico 3, 3-7. 14-17ª; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 41-52

La liturgia nos ofrece en medio de la solemnidad de la octava de la navidad esta celebración en que se nos invita a mirar a la Sagrada Familia de Nazaret, de Jesús, María y José. Aquel hogar en medio del cual Dios quiso nacer al hacerse hombre para así expresarnos con toda intensidad lo que significa Emmanuel, como estaba anunciado en la Escritura y señalado por el ángel, verdadero Dios en medio de los hombres.
De infinitas maneras porque así infinita es la Sabiduría y el poder divino podía haberse escogido Dios para hacerse presente entre nosotros los hombres para traernos la salvación. De muchas maneras se había ido manifestando a través de la historia de la salvación por medio del ángel del Señor, una expresión muy utilizada en el Antiguo Testamento, o como se había manifestado allá en el Horeb en medio de una zarza ardiendo, o en el esplendor temeroso del ruido y fuego de la tormenta como en el Sinaí, o  cómo nos había hablado a través de los profetas.
Ahora en la plenitud de los tiempos Dios quiere hacerse hombre y se encarna en el seno de una mujer y en medio de una familia. Así lo hemos contemplado continuamente en estos días de la navidad y lo veremos igualmente en la Epifanía; justo es que queramos contemplar aquel hogar de Nazaret y en medio de aquella familia. Allí nacería y crecería como niño, como joven, como adulto Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, nacido de María y con la presencia de José, el padre de familia, que aparecería como el padre de Jesús ante los ojos de los hombres. Allí en Nazaret  ‘Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres’ como nos dice el evangelio.
Y es que el ser humano es ahí donde encuentra el camino de su desarrollo y la plenitud de su ser. Nacimos indefensos, podríamos decir, y necesitamos del cuidado y protección de unos padres que nos harán crecer al calor del amor de un hogar. Pero es ese hogar el que se va a convertir en camino de plenitud para nuestra vida. No será solo el cuidado del sostenimiento de aquellas necesidades básicas y vitales sino que el calor del amor de unos padres, de una familia, de un hogar será como el mejor caldo de cultivo para nuestro crecimiento como persona en el aprendizaje de esos valores que van a marcar y dar sentido a nuestra existencia, y que van a ser el apoyo constante con su presencia de nuestro crecimiento y desarrollo personal que nos haga llegar a una plenitud de nuestra vida.
Célula fundamental de nuestra sociedad hemos dicho tantas veces que es la familia, escuela de valores que se viven entre el encuentro vivo de amor de todos sus miembros, apoyo y estimulo para superarnos y madurar afrontando problemas y dificultades sintiéndonos acompañados en el amor de los que ahí en esa comunidad de amor caminamos juntos.
Bien nos viene reflexionar en todo esto cuando contemplamos aquel hogar y familia en la que quiso nacer y crecer como hombre el Hijo de Dios. Nos hace mirar nuestros hogares con una mirada nueva para por una parte dar gracias por cuanto en ellos hemos recibido creciendo como personas, base real y verdadera de lo que somos hoy día aun con las limitaciones que como humanos hayamos tenido.
Miramos hoy los hogares y las familias y puede dolernos en lo más hondo de nuestro corazón cuantas cosas los van destruyendo, contemplando hogares y familias rotos en lo que no siempre se encuentra ese caldo de cultivo que se necesita para el crecimiento como personas de los hijos. Soñamos con algo perfecto, pero sabemos de nuestras limitaciones humanas, de nuestras debilidades y de cuantas cosas se nos pueden meter en nosotros que no facilitemos ese unidad y esa comunión de amor y vida que tendrían que ser nuestras familias.
Es el esfuerzo que siempre tenemos que hacer como personas para esa superación necesaria de nuestras debilidades o de los problemas que nos vayan afectando; es la búsqueda continua que tenemos que realizar de ese verdadero amor que vertebre nuestras familias; es esa capacidad de aceptación y también de comprensión de las debilidades que a todos nos pueden afectar; es ese querer caminar juntos facilitando el desarrollo personal de cada uno de sus miembros, porque no hacemos fotocopias sino personas con su propia personalidad e identidad; es ese ser capaces desde el amor de perdonar los tropiezos y errores para reemprender una y otra vez ese camino aprendiendo de los errores cometidos para una mejor madurez humana de cada persona.
De esos valores y virtudes nos ha hablado hoy la Palabra de Dios que se nos ofrece en esta fiesta. Desde ese respeto, cariño, agradecimiento por lo recibido, comprensión y ayuda mutua entre padres e hijos, aunque aparezcan los achaques de una ancianidad como nos decía la primera lectura, o todos esos valores de los que nos hablaba san Pablo que han de brillar en toda comunidad humana y cristiana y que de manera especial tienen que resplandecer en nuestros hogares. Bueno es volver a leer de una forma reposada esas citas bíblicas que se nos ofrecen, rumiando bien su mensaje para saberlo aplicar a nuestra vida concreta como individuos y como comunidad familiar.
Hoy es el día de la Familia. Estos días de Navidad han sido propicios para revivir ese sentido familia en el reencuentro de quienes formamos una familia sobre todo en esa cena familiar de la Nochebuena y en todos esos momentos en que nos hemos visitado los unos a los otros para felicitarnos por la Navidad. Momentos de encuentro, de alegría, de hacer revivir esas vivencias familiares que tanto nos ayudaron, también para ese perdón que algunas veces necesitamos. Que no sea fiesta, celebración o vivencia de unos días que pronto olvidemos, sino que sea principio de una renovación que tantas veces necesitamos.
Que en el Hogar de Nazaret encontremos estimulo y por su mediación recibamos esa gracia que tanto necesitamos para renovar nuestras familias viviendo el momento de hoy pero sin perder esa necesaria comunión y amor.