sábado, 29 de diciembre de 2018

Aprendamos a tener esa mirada de Dios, llenarnos de su Espíritu y tener esa nueva sabiduría que en una reflexión creyente podemos descubrir dejándonos infundir por el Espíritu del Señor


Aprendamos a tener esa mirada de Dios, llenarnos de su Espíritu y tener esa nueva sabiduría que en una reflexión creyente podemos descubrir dejándonos infundir por el Espíritu del Señor

1Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35

Hay sabidurías que no siempre se aprenden en libros. Extiéndanme bien que por supuesto en lo que otros nos trasmiten a través de lo escrito nos están trasmitiendo de su saber y de su sabiduría. Pero hay cosas que aprendemos de otra manera, cuando en la vida sabemos tener una mirada honda sobre lo que nos va sucediendo; la vida misma y cuanto nos sucede es un hermoso libro que tenemos en nosotros mismos cuando rumiamos, repensamos una y otra vez cuanto nos sucede.
Así solemos hablar de la sabiduría de los mayores, porque la experiencia reflexionada de los años va dejando ese poso de sabiduría, no ya solo en su mente sino en su corazón, que luego quizás nos trasmitirán, sí, con una palabra, un gesto, o es su vida misma. Encontraremos esa reflexión, ese comentario acertado que tanto nos puede ayudar si sabemos escucharlo allá en lo hondo del corazón. Cuántas personas encontramos así en nuestro entorno.
Y cuando esta vida la vamos viviendo desde la fe sabemos muy bien que el Espíritu divino, el Espíritu de Sabiduría va actuando en nuestro interior, y así en esa nueva sabiduría de la vida va descubriendo el sentido de Dios y también lo que el Señor nos va señalando para nuestro camino. Es ya una mirada de fe que nos llena de la sabiduría de Dios.
Hoy en el texto del evangelio nos encontramos a unas personas llenas de esa sabiduría de Dios, llenas del Espíritu del Señor, que en sus palabras y en sus gestos reflejaran esa sabiduría que llevan en su corazón. Fue en el episodio de la presentación de Jesús, como primogénito, en el templo al Señor y la purificación de María, como prescribía la ley de Moisés. Cuando llegan María y José con el Niño para hacer las ofrendas rituales les sale al paso el anciano Simeón.
Allí está aquel anciano lleno de la Sabiduría del Espíritu para descubrir en aquel niño entre tantos que quizá en aquel momento fueran también presentado al Señor, al Salvador anunciado por los profetas y esperado con ansia por el pueblo de Israel. ‘Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel’, y canta bendiciones para Dios. Estaba lleno de la Sabiduría de Dios; aquello que por sus años podíamos descubrir en él, pero que había crecido y crecido en su interior por su fe y su esperanza puesta en el Señor.
Desearíamos nosotros ver con nuestros ojos, como lo vio el anciano Simeón o como Jesús les decía a los discípulos que eran dichosos porque podían ver lo que tanto ansiaron los patriarcas y profetas y no pudieron ver. Quizá nosotros podamos sentir la nostalgia de no haber estado en aquel momento en el templo o haber sido testigos de tantos hechos de la vida de Jesús.
Pero nosotros sí podemos ver; abramos los ojos de la fe que nos llena de la sabiduría de Dios y podemos descubrir cómo El también se nos manifiesta a nosotros. Abramos lo ojos de la vida para ver con distintos ojos, con distinta mirada a los hombres y mujeres que caminan a nuestro lado, para ver con una mirada distinta cuando nos sucede o sucede en nuestro entorno y podremos tener esa sabiduría del Espíritu para descubrir cuantas cosas el Señor nos revela y manifiesta y como se  nos manifiesta también a nosotros hablándonos al corazón.
Por allí estaba también aquella piadosa anciana, Ana, que también canta la alabanza del Señor por lo que sus ojos pudieron ver al mismo tiempo que habla y comunica a cuantos quieran escucharla los anuncios de la misericordia del Señor que se hace presente, Emmanuel, entre ellos.
Que aprendamos a tener esa mirada de Dios, a llenarnos de su Espíritu, a tener esa nueva sabiduría que en una reflexión creyente podemos descubrir en cuanto  nos suceda o en cuantos están a nuestro alrededor. Aprendamos a tener esa sabiduría de Dios a dejarnos infundir por el Espíritu del Señor.

viernes, 28 de diciembre de 2018

En los santos inocentes martirizados en Belén y en la huida de Jesús a Egipto tenemos que ver cuantas situaciones de sufrimientos inocentes vemos en el mundo de hoy


En los santos inocentes martirizados en Belén y en la huida de Jesús a Egipto tenemos que ver cuantas situaciones de sufrimientos inocentes vemos en el mundo de hoy

1Juan 1,5-2,2; Sal 123; Mateo 2,13-18

Mira que algunas veces nos volvemos crueles. Un hecho que en si mismo es sangriento lo convertimos en un día de bromas, ‘inocentadas’ decimos, que de alguna manera lo hacemos risa y diversión. Costumbres, tradiciones que se nos han metido en alma del pueblo y en este día de los Santos Inocentes, no lo dejamos pasar sin que le gastemos alguna inocentada a un amigo, familiar o compañero.
Pero como decíamos el hecho del evangelio que hoy recordamos tiene mucho de cuento y sangriento cuanto significa la muerte de tantos niños en los alrededores de Belén desde la ambición, el orgullo y la crueldad del rey Herodes que podía ver en peligro su reinado tras el anuncio por parte de aquellos magos venidos de Oriente del nacimiento de un niño que iba a ser rey.
A verse burlado por los Magos que desde Belén no volvieron para indicarle el lugar exacto donde habían encontrado al Niño que venían buscando se desata la ira del rey mandando matar a todos aquellos niños inocentes, de dos años para abajo, que no sabían ni por qué ni por quien morían. Fue el nacimiento de Jesús la causa de la muerte de aquellos niños y es por lo que los llamamos santos, porque los consideramos mártires, primeros testigos en dar la vida por el nombre de Jesús.
Este texto del evangelio es un cruel retrato de las maldades que se nos meten en el corazón de los hombres cuando nos dejamos arrastrar por la ambición del poder, sea cual sea el poder que ansiemos, pero también reflejo de sufrimientos y situaciones duras que podemos contemplar como se siguen sucediendo hoy.
Ya mencionamos esa ambición del corazón de los hombres que son capaces de hacer lo que sea cuando ven en peligro su poder o sus influencias. Cuantas cosas en este sentido siguen sucediendo hoy en las trampas que nos ponemos los unos a los otros, en nuestras luchas porque menos que tribales por mantenernos en el lugar de nuestros sueños, y por no permitir que nos abajen de esos pedestales de poder, prestigio, vanidad en una palabra, en donde nos hemos subido en nuestros afanes de dominio.
Es también la muerte cruel de tantos inocentes desde nuestras violencias humanas, desde nuestras guerras en las que la mayoría de las veces los que mueren son ciudadanos inocentes – y no digamos cuantos niños – que se ven bajo la sombras de esas batallas muchas veces interesadas y planeadas desde lugares de poder.
Son también los niños de la guerra, inocentes convertidos en soldados o en armas de matar de mil maneras, pero son los que sufren los horrores y las violencias de tantas clases nacidas de la pasión de los mayores. Son los inocentes que mueren de inanición porque los que pudiéramos hacer algo por remediar el hambre del mundo, los vemos tan lejos que hemos perdido incluso la sensibilidad.
Como consecuencia de la ambición y crueldad de Herodes la sagrada familia de Jesús, María y José se ven abocados a una situación que nos recuerda también tantas situaciones de las que somos testigos, lo noticieros nos están dando referencias continuamente y vemos que se repite a nuestro alrededor; es el mundo de los emigrantes. Un ángel del Señor avisa en sueños a José y ha de salvar al niño por lo que huyen a Egipto donde se verán salvos. Cruzar aquellos desiertos que separan Egipto de Israel, que un día hicieran en sentido contrario los israelitas buscando la tierra prometida, y con lo medios precarios de la pobreza en que se encontraban para vivir en un país desconocido como era Egipto no seria plato de buen gusto.
Es la imagen que vemos en los que llegan a nuestras costas en pateras o por el medio que sea, atravesando continentes y mares, huyendo de la situación de pobreza o de guerra de sus países de origen, para venir a un lugar que no conocen, donde muchas veces no son socorridos ni atendidos, con dificultades de lenguaje, costumbres e idiomas que está sucediendo hoy a nuestro lado, repito, Pensemos en cuanto sufrimiento se genera con estas situaciones, mucho tendríamos que decir. Es la imagen que vemos en la huida a Egipto de María y José por salvar al Niño.
Claro que todas estas cosas no las queremos pensar. La respuesta que damos muchas veces a todas esas situaciones no suele ser la más apropiada, por decirlo de una manera suave, cuando no somos nosotros los que de alguna manera nos portamos de una forma cruel con tantos inocentes – y pongamos aquí el rostro que queramos -.
No es ya que convirtamos la fiesta de los Santos Inocentes en motivo para nuestras bromas y causa de diversión; eso seria lo de menos, porque nos metemos en el rió de costumbres que no sabemos ni su sentido y su origen y por ahí andamos en la vida.
Es esa otra crueldad de la vida en la que no veamos envueltos, esas ambiciones que nos envenenan el alma de lo que tenemos que ser conscientes y si en esa huida de Jesús a Egipto hemos querido ver a todos esos inocentes maltratados, en ellos veamos la imagen de Jesús en todos ellos y recordemos lo que luego nos dirá Jesús en el evangelio. ‘Lo que a ellos hicisteis a mi me lo hicisteis...’ ¿Qué le estamos haciendo a Jesús?

jueves, 27 de diciembre de 2018

Que las dudas y los miedos no nos impidan dar el paso para el encuentro con Jesús




Que las dudas y los miedos no nos impidan dar el paso para el encuentro con Jesús

1Juan 1,1-4; Sal 96; Juan 20,2-8

Nos dan una noticia que nos parece increíble, aunque era algo que en el fondo estábamos esperando, pero ahora cuando nos lo comunican nos parece inverosímil, queremos creemos, pero no terminamos de creer; corremos al lugar donde podemos verificar lo que nos han dicho, pero aunque en nuestra carrera llegamos pronto, al final no terminamos de entrar a comprobarlo; tenemos miedo quizá de que eso que nos han dicho no sea cierto y nos cuesta comprobarlo por nosotros mismos para desengañarnos; nos quedamos a un paso que no estamos decididos a dar. Al final si llegamos a dar el paso comprobaremos la verdad y nos sentiremos felices.
Nos pasa muchas veces en muchas cosas de la vida, en el trabajo, en la familia, en las responsabilidades que tengamos con los hijos y las noticias que nos pueden llegar que algunas veces nos llenan de preocupaciones; nos pasa quizá en una oferta que nos hacen para salir de la situación laboral en la que nos encontramos, pero tenemos miedo de emprender algo nuevo. En tantas cosas. Pero ese paso tenemos que darlo nosotros, no lo tiene que dar nadie por nosotros. Tenemos que afrontar las cosas con madurez que algunas veces parece que nos falta por las indecisiones en que andamos en la vida. Y no conseguimos metas por quedarnos atrás; y no avanzamos en la vida por nuestros miedos y cobardías.
Es el campo que se puede abrir ante nosotros en nuestro compromiso social, o en el compromiso que hemos de vivir desde nuestra fe. Tememos arriesgar por si acaso nos equivocamos y metemos la pata. Son las disculpas de que no sabemos, que no estamos preparados, que eso son cosas que nos superan y que no lograremos conseguir, que es un riesgo tener que enfrentarse quizás a la gente. Son las dudas de nuestra fe y tantas dudas en nuestra vida y compromiso cristiano.
Me he ido haciendo todas estas reflexiones de aspectos en lo humano de nuestra vida, de lo que nos puede pasar por dentro tantas veces, o incluso en referencia a nuestra fe y a nuestro compromiso cristiano, escuchando el evangelio que hoy se nos propone en esta fiesta de san Juan Evangelista.
El relato del evangelio nos sitúa al tercer día después de la pasión y muerte de Jesús, cuando las mujeres que habían ido al sepulcro llegan con noticias de que la piedra de entrada al sepulcro estaba corrida, que el cuerpo de Jesús allí no está, de apariciones de ángeles que les hablan de que Jesús ha resucitado. Los apóstoles y los discípulos que están en Jerusalén andan encerrados en el sepulcro con el miedo metido en sus corazones, con la zozobra de todo lo que ha sucedido y en el recuerdo de las promesas y anuncios de Jesús de su resurrección. Las noticias que ahora les llegan les llenan aún de mayor confusión.
Con lo que viene contando María Magdalena Simón Pedro y Juan corren hasta el sepulcro para comprobarlo. Es la mañana de las carreras como me gusta pensar. Juan, como más joven llega primero, pero que queda parado ante la entrada del sepulcro. No se atreve a entrar. Muchas veces en nuestros comentarios decimos que si lo hizo por respeto a Simón Pedro que era mayor, y que era a quien Jesús en cierto modo le había anunciado un día su primacía sobre el resto de los apóstoles. Pero se me ocurre pensar si a Juan no le estaba sucediendo lo que hemos venido reflexionando como introducción a este comentario.
¿Dudaba Juan? Fue el que estaba reclinado en el pecho de Jesús a la hora de la cena y trataba de sonsacarle quien era el que lo iba a entregar que Jesús estaba anunciando. Seria el que más tarde reconocería a Jesús allá en el lago entre las brumas del amanecer; pero eso sería más tarde, tras estos acontecimientos que ahora estaban sucediendo. ¿Tenía miedo de la realidad que su pudiera encontrar? Quizá podría pesarle aun en el corazón que allá en Getsemaní se había quedado dormido cuando Jesús les había pedido estar vigilantes y en oración. Ahora había indecisión, se quedó sin dar el paso, prefería que fuera otro, Simón Pedro, el que se desengañara con la realidad.
Tras entrar Simón Pedro y comprobar que todo estaba como las mujeres les habían anunciado, el sepulcro vació, las vendas por el suelo, el sudario recogido aparte, dio Juan el paso también y entró. Entró, vio y creyó. Más que las vendas se le habían caído las escamas no solo de sus ojos sino del corazón que le habían tenido en los miedos y en las dudas. ‘Vio y creyó’, que nos dirá el mismo en el relato del evangelio.
¿Será lo que nosotros necesitamos? ¿Se nos ciegan a veces los ojos del alma? ¿Se nos endurece o insensibiliza el corazón con nuestros miedos y con nuestras cobardías? El ambiente que corre a nuestro lado de increencia y de indiferencia, donde todo se mezcla y se llena de tantas confusiones ¿nos podrá estar afectando también? ¿Tendremos miedo de nada a contracorriente, de hacer lo que no es políticamente correcto como ahora se dice? ¿Por qué no abrimos ya de una vez nuestro corazón a la fe? ¿Por qué no salimos de esas seguridades que nos hemos creado para lanzarnos al mar de la vida con ese anuncio que tenemos que hacer y ese testimonio que tenemos que dar?

miércoles, 26 de diciembre de 2018

En medio de la alegría de la Navidad aparece la sangre del martirio del protomártir Esteban para señalarnos donde está la verdadera salvación que celebramos


En medio de la alegría de la Navidad aparece la sangre del martirio del protomártir Esteban para señalarnos donde está la verdadera salvación que celebramos

Hechos 6,8-10; 7,54-60; Sal 30; Mateo 10,17-22

Nos desconcierta en cierto modo el que este primer día a partir de la navidad venga manchado de sangre con la muerte del protomártir Esteban. Me atrevo a pensar que esta celebración marcada con la sangre del martirio tiene algo de profético para la vida de los cristianos.
En medio de la alegría de la Navidad, que no tiene que mermarse de ningún modo, aparece la sangre del martirio, que para nosotros es un signo de triunfo y de gloria aunque el mundo no entienda el sentido de la muerte, como una señal de hasta donde ha de llegar esa fe que ponemos en el recién nacido, que es hombre verdadero, el hijo de María, pero que es también nuestro Dios y Salvador. Y es que hasta en medio de la muerte y del martirio nosotros seguiremos cantando la alegría del Aleluya, porque estaremos cantando el triunfo de la vida sobre la muerte, que es nuestra Pascua.
Hoy estamos celebrando la fiesta del protomártir san Esteban. Fue uno de los siete diáconos escogidos por los apóstoles cuando el crecimiento del número de los que aceptaban la fe para seguir el camino de Jesús desbordaba la actividad de los apóstoles. Escogieron siete varones piadosos y llenos del Espíritu del Señor para que se encargasen de la administración de los asuntos de la comunidad y las viudas y los huérfanos no pasasen necesidad sino que justamente se repartiese lo que compartían en aquellos que pasaban más necesidad, para dedicarse los apóstoles más a la predicación y a la oración.
Pronto Esteban destacaba no solo por el servicio y la atención de los pobres de la comunidad, sino porque con su palabra ardiente enseñaba y discutía con todos para proclamar su fe en Jesús como el único Salvador. Pronto los judíos quieren quitarlo de en medio, lo apresan y lo condenan a morir apedreado. El autor sagrado nos hace una descripción del martirio de Estaba en un paralelismo total con la muerte de Jesús. Repite sus mismos gestos, del perdón a quienes lo martirizan, la contemplación de la gloria celestial, y el poner su vida en las manos del Padre. Fue el primer testigo hasta derramar su sangre, por eso lo llamamos el protomártir.
Hoy la Iglesia nos lo presenta en este día inmediato a la celebración de la navidad del Señor, señalándonos así el camino del testimonio que hemos de dar quienes confesamos con alegría nuestra fe en Jesús. Un testimonio total, hasta entregar su vida. Un testimonio de la alegría de la fe, del gozo de seguir y servir a Jesús. Un testimonio de lo que es el servicio, la diaconía, tan característica que tiene que ser de la vida del cristiano.
Quienes ayer cantábamos la alegría de la Navidad y queremos seguirlo haciendo con intensidad esta semana no podemos olvidar hasta donde tiene que llegar nuestro canto, la alegría de nuestra fe, la valentía de nuestro testimonio. Porque tenemos que ser testigos de un verdadero sentido de la navidad, cuando el mundo nos la ha manipulado presentándonos tantas cosas como navidad que no son navidad.
Ayer alguien me contaba de algo visto en televisión, donde en un diálogo que pretendía ser gracioso alguien decía que si mataban a papá Noel mataban el espíritu de la navidad. ¿Es que papá Noel es el espíritu de la navidad? ¿Hasta donde hemos llegado, qué pretendemos enseñar a las generaciones jóvenes? ¿Recordarán la navidad por los regalos que le trajo papá Noel, o porque es el nacimiento de Jesús? Hasta hemos hecho desaparecer al Niño Jesús de la Navidad para ponernos un trineo, unos renos que tiran de él, y un viejo gordo vestido de rojo encima como si eso fuera navidad.
¿No necesitamos los que creemos en Jesús dar un testimonio claro y valiente de lo que verdaderamente celebramos? Presentemos a Jesús, que no solo es un niño aunque ahora celebremos su nacimiento, sino que es el Hijo de Dios que se hizo hombre para ser nuestro Salvador. Y para salvarnos murió por nosotros en la cruz. Nos lo está enseñando esta fiesta de san Esteban que hoy celebramos.

martes, 25 de diciembre de 2018

Feliz navidad porque sepamos encontrarnos con Jesús a quien vemos en todos los hermanos que están a nuestro lado


Feliz navidad porque sepamos encontrarnos con Jesús a quien vemos en todos los hermanos que están a nuestro lado

Isaías 9, 1-3. 5-6; Sal 95; Tito 2, 11-14; Lucas 2, 1-14

‘Hoy  nos ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor’ así cantamos y repetimos una y mil veces, de mil maneras en esta noche y en este día de la Navidad del Señor. Copiamos las palabras del anuncio del ángel y también nuestro canto, nuestra alegría, nuestros gestos con toda nuestra vida quiere ser, tiene que ser también anuncio ante del mundo de que tenemos un Salvador, Jesús, el Señor.
Todo se viste de fiesta y de luz en este día. Por todas partes parece que se contagia la alegría y los buenos deseos surgen del corazón y son las palabras que brotan casi espontáneas de nuestra boca en estos días. Es Navidad. Todos celebramos la Navidad. Todos nos contagiamos de la alegría que se vive en estos días. Todo porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, Príncipe de la paz, el Señor, el Salvador.
En medio de las sombras de nuestro mundo – cuántas son las sombras que amenazan a la humanidad, que llenan de dolor a tantos hermanos nuestros – aparece una luz que nos llena de esperanza, una luz que brota de la gruta de Belén, pero que es una luz que nos viene de lo alto, el Sol de justicia y salvación que ilumina y da vida a todos los hombres.
Nos amargan, es cierto, las tristezas y dolores de las gentes, el sufrimiento y el dolor que padecen tantos en tan diversas circunstancias, el odio y la violencia que no cesa en nuestro mundo, la corrupción y la injusticia que envenena tantos corazones, las esclavitudes que siguen oprimiendo de mil maneras a tantos hermanos nuestros, y así tantas cosas más. Alguien podría pensar cómo podemos cantar llenos de alegría, como podemos andar felicitándonos unos a otros, deseándonos tantos parabienes si hay esas sombras a nuestro lado.
Y es que con Jesús nace la esperanza en nuestros corazones. La imagen de María y de José caminando en los oscuros caminos de Belén sin encontrar una posada y refugiándose en la oscuridad de un establo refleja muy bien ese mundo de oscuridad en que vivimos. Pero allí nació una nueva luz, allí brillo una nueva luz, y los campos de Belén se llenaron de resplandores divinos llevando un anuncio de esperanza a los que allá andaban en el frió de la noche.
Por eso, creemos de verdad que Jesús es nuestro salvador y el salvador del mundo; tenemos la absoluta confianza de que si escucháramos y siguiéramos con fidelidad las palabras de Jesús para ese mundo de sombras hay salvación, para ese mundo atormentado y oscurecido por el mal hay luz. La tenemos en Jesús. Como brilló aquella noche para los pastores de Belén sigue siendo luz para los hombres de hoy.
Quienes esta noche y en este día cantamos con alegría el nacimiento de Ges lo hacemos con esperanza y con compromiso. Esos hermosos gestos que nos tenemos los unos a los otros en estos días queremos que sean semillas que germinen un mundo nuevo, un mundo distinto, un mundo en el que tenemos la esperanza de que un día todos podemos ser más felices. Jesús ha venido para sacarnos de ese pozo hondo en que hemos hundido a la humanidad y pone en nosotros las llaves, podemos decir, que abran la puerta de ese mundo nuevo a través de nuestro amor.
Celebramos la Navidad y queremos hacerlo con toda intensidad. Celebramos la Navidad porque tenemos la esperanza de ese mundo nuevo que nace con Jesús y en el que nosotros estamos comprometidos para construirlo día a día. Celebramos la Navidad y no queremos que sea la fiesta de un día sino que queremos que sea la alegría de todos los días para todos los hombres del mundo. Celebramos la Navidad y a eso  nos comprometemos, en eso queremos trabajar. Es la esperanza que los cristianos estamos obligados a trasmitir a nuestro mundo desde nuestra fe y desde nuestro compromiso de amor.
Sí, ‘ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación’, para arrancarnos de toda impiedad y de toda maldad e injusticia. ‘Encontraréis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre’, fue la señal que dieron los ángeles a los pastores de Belén.
La imagen de ese niño nos aparece hoy por todos lados. No solo son las imágenes sagradas que tenemos entronizadas en nuestros templos y en nuestros hogares. Hasta su imagen sagrada acudimos en estos días con nuestras oraciones y nuestros cantos. Pero recordemos que ese Jesús nos dirá un día que lo que hicimos al hambriento, al sediento, al peregrino o al enfermo, al que estaba en la cárcel o a aquel que todos menospreciaban y nadie quería, a El se lo estábamos haciendo.
Nos está señalando un camino. Vamos al encuentro de esa imagen de Jesús que tenemos que saber ver en el hermano que está a nuestro lado, en el hermano que canta junto a nosotros o que sufre solo escondido en su rincón, en el amigo o familiar a quien queremos dar un abrazo de paz y felicitación en este día y en aquel que nadie quiere o que todos desprecian y que quizás ni miramos cuando pasamos a su lado. Son las imágenes de Jesús al que tenemos que hacer nuestra ofrenda de amor.
¿Seremos capaces de hacer una navidad así? ¿Será nuestra navidad de este año el comienzo de una vida nueva y de un mundo nuevo para mí y para cuantos nos rodean porque empecemos a amar de verdad?
¡Feliz Navidad! ¡Feliz encuentro con Jesús! ¡Feliz encuentro con nuestros hermanos!

lunes, 24 de diciembre de 2018

Si Dios viene a visitar a su pueblo trayéndonos la redención y la paz, vivamos ya para siempre el compromiso de esa fraternidad y armonía entre todos


Si Dios viene a visitar a su pueblo trayéndonos la redención y la paz, vivamos ya para siempre el compromiso de esa fraternidad y armonía entre todos

Lucas, 1, 67-79
‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, peque ha visitado y redimido a su pueblo’. Eran las palabras con las que Zacarías inició su cántico de alabanza y bendición al Señor después del  nacimiento de Juan habiendo recuperado el habla.
Turbado su corazón se había llenado de dudas, no porque no tuviera fe sino porque cuanto el ángel le señalaba le sobrepasaba y no terminaba de entenderlo, cuando se le manifestó allá en el templo mientras hacia la ofrenda del incienso. Se había quedado mucho sin poder proferir palabras. Por señas quiso explicarse al pueblo que esperaba fuera de la cortina inquieto al ver su tardanza en la ofrenda, y de la misma manera se habría expresado con Isabel su mujer.
Al imponerle el nombre al niño, aún lo había expresado escribiéndolo en una tablilla – ‘Juan es su nombre’, como también lo había señalado Isabel -, pero pronto sus labios se soltaron y comenzó el cántico de alabanza al Señor.
El Señor visitaba y redimía a su pueblo. Ya hemos comentado que aquella visita de María a la Montaña había sido la visita de Dios. Pero aquella visita no se quedaba reducida al ámbito de aquella casa y aquel hogar allá en la montaña de Judea, sino que era la visita de Dios a su pueblo. Allí estaba aquel ‘niño, profeta del Altísimo, que iría delante del Señor para preparar sus caminos, para anunciar al pueblo la salvación por medio del perdón de los pecados’.
Es lo que vamos a celebrar; es lo que significa el misterio de la Navidad que nos disponemos a vivir. ‘Hoy sabréis que vendrá el Señor y mañana veréis su gloria’, dice una de las antífonas de la liturgia de las horas. Esta noche los ángeles cantarán en los alrededores de Belén la gloria del Señor, y amaneceremos en un día radiante de luz, porque nos ha llegado el Salvador.
Todo será alegría y jubilo. El mundo entero se viste de fiesta y las luces resplandecen por doquier porque es Navidad, es la Navidad del nacimiento del Hijo de Dios hecho carne, es el Emmanuel ya para siempre Dios entre nosotros, es la Aurora de la salvación porque amanece un nuevo día, el día del Señor.
‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz’. Así cantaba aquel día Zacarías bendiciendo al Señor. Así queremos nosotros cantar con los ángeles la gloria del Señor porque para nosotros, para la humanidad llega para siempre la paz.
Es lo que queremos vivir haciéndolo compromiso de nuestra vida. No son utopías, son realidades si nosotros queremos. Con Jesús llega la salvación y la paz, de nosotros los hombres depende ahora que queramos recibir esa salvación y vivir en esa paz. Nuestra historia está llena de sombras porque no siempre hemos sabido responder, porque tantas veces hemos preferido la guerra a la paz, el odio al amor, el egoísmo a la solidaridad.
Hoy vamos a hacer muchos gestos de cercanía, de amor, de paz, de fraternidad, porque nos queremos unir las familias, los amigos queremos sentirnos cercanos, todos los hombres queremos sentirnos en una misma fraternidad, porque al menos por una noche queremos enterrar el hacha de la guerra para vivir en paz. Pero que no se quede en el gesto de un día; si un día podemos llegar a vivirlo es señal de que lo podemos vivir siempre.
Por eso navidad tiene que ser un compromiso para nuestra vida. Dios nos viene a visitar para traer la paz y el amor a nuestros corazones; El nos ofrece su perdón, pero también su fuerza y su gracia para que podamos realizarlo.


domingo, 23 de diciembre de 2018

Como María, la mujer profundamente creyente, tenemos que tener bien abiertos los ojos de la fe para no desviarnos del misterio que vamos a celebrar


Como María, la mujer profundamente creyente, tenemos que tener bien abiertos los ojos de la fe para no desviarnos del misterio que vamos a celebrar

Miqueas 5, 2-5ª; Sal 79; Hebreos 10, 5-10; Lucas 1, 39-45

‘¡Dichosa tú, que has creído! porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. Es la alabanza con la que saluda Isabel a su prima cuando llega a su casa. Simplemente se han encontrado y se han saludado con los saludos de rigor con la afectuosidad muy propia de aquellos lugares. Pero ha habido una sintonía casi sin palabras en lo que Isabel, que tenemos que reconocer es también una mujer profundamente creyente sabe descubrir cuanto sucede en María, cuanto está viviendo María.
¡Cómo nos cuestiona, nos interroga, nos estimula encontrar a nuestro lado personas verdaderamente creyentes! Alguien me podría decir, ‘yo creo’, ‘yo tengo fe’, y no parece que sea algo tan extraordinario. Sí es algo extraordinario, porque ser creyente de verdad no es cuestión de hacernos unas afirmaciones acerca de Dios pero dejar que todo siga igual, que mi vida siga igual. No es que tengamos que poner la cara de la ocasión o de las circunstancias, pero sí tiene que haber algo en el creyente que se refleja en su vida, en sus actitudes, en sus posturas y compromisos.
Aquí estamos escuchando una bienaventuranza que no está en la lista de las proclamadas por Jesús en el sermón del monte, pero que sí tenemos que decir que está en la base de todas ellas, porque sin esa actitud profundamente creyente no podremos llegar a entender ni a vivir toda la profundidad de las palabras que luego allí Jesús va a pronunciar.
Es la persona que se fía y se confía, que sabe descubrir una presencia pero se deja invadir por ella que es la presencia y la fuerza del Espíritu de Dios, que sabe abrirse desde lo más profundo a lo trascendente y se deja encontrar por Dios, abre su corazón y su vida al misterio de Dios aunque sienta que es mas grande que su propia capacidad humana para comprenderlo pero sabe decir sí; es el que sabe abrir los oídos de su corazón para sentir la voz de Dios allá en lo más profundo de si mismo y se va dejar seducir por esos planes de Dios que se le revelan en lo más intimo aunque pudieran ir por otros derroteros que los planes que previamente por si mismo se había trazado.
Es el que sabe hacer ese silencio en su interior para escuchar la voz de Dios, pero que nunca le dejará estático sino que siempre va a sentir el impulso de ponerse en camino. Es el que sabe sentir la paz de Dios en su corazón, por muy fuertes que sean las batallas y los ruidos que suenen en su exterior, pero que sabrá abrirse paso en medio de sus tormentas de la vida sin perder esa paz, sino más bien queriendo llevar, queriendo contagiar de esa paz a los demás.
El autentico creyente sabe ser un místico porque vive siempre en esa presencia de Dios, pero al mismo tiempo es una persona comprometida con la vida que es capaz de meterse en mil batallas con tal de lograr no solo ser mejor el mismo, sino hacer que el mundo que lo rodea sea también mejor. No se cruza de brazos ni está esperando a que lo busquen sino que sabrá salir al encuentro de los otros con la disponibilidad y la generosidad del servicio y del amor.
María fue la que se abrió al misterio de Dios que se le revelaba con el anuncio del ángel. Y aunque los planes de Dios le sobrepasaba lo que ella creía que eran sus fuerzas porque solo se sentía una humilde esclava sin embargo se dejó cautivar por los planes de Dios y poniendo toda su confianza en El fue capaz de decir Sí. Era grande lo que a ella le sucedía cuando se dejó inundar por el Espíritu de Dios, pero eso mismo la hizo ponerse en camino. No importaban las dificultades de un largo camino porque ella se dejaba conducir por Dios. Se sentía transfigurada interiormente pero eso no le impedía seguir sintiéndose la humilde esclava que en todo había de buscar y hacer lo que era la voluntad de Dios.
Así llegó a la montaña a casa de Isabel y se encontró con otra mujer humilde pero también en la misma sintonía de Dios, una mujer también profundamente creyente que fue capaz de descubrir su secreto y su misterio. ‘¿De donde que venga a mi la madre de mi Señor?’, fue el reconocimiento de Isabel. Así se intercambian los saludos y las alabanzas resaltando lo que era la fe y lo que era el amor. Nada les podía perturbar ni alejar de aquel misterio grande que en ellas y especialmente en María se estaba manifestando.
Ese cuadro tenemos ante nuestros ojos en la víspera de celebrar la navidad. Creo que tenemos que tener bien abiertos los ojos de la fe para no desviarnos del misterio que vamos a celebrar. Muchas cosas incluso buenas podrían perturbarnos y distraernos. El misterio del nacimiento del Hijo de Dios en la carne tiene que estar en el centro y ser el centro de todo.
Es cierto que cuando celebramos ese misterio nos llenamos de alegría y no podía ser menos; es cierto que tenemos que sentirnos impulsados al amor, y sentir verdaderos deseos de paz y de armonía con todo el mundo y es bueno que nos acerquemos los unos a los otros, que nos reencontremos las familias y los amigos, que sintamos la urgencia de la paz y pongamos muchos gramos de fraternidad y armonía en nuestro trato entre unos y otros.
Pero cuidado que buscando todo eso, queriendo vivir todo eso al final nos quedemos en una fiesta más, sí con buena voluntad, pero que nos olvidemos del misterio que lo motiva y que tiene que ser el centro de nuestra vida. Nuestra fe tiene que estar muy presente para que lleguemos a ese verdadero encuentro con nuestro salvador y nuestra vida se transforme con su presencia y podamos vivir, si, con toda intensidad todas esas cosas que queremos hacer y celebrar en estos días. Pero que los árboles no nos impidan ver el bosque, que todas esas cosas no nos impidan ver a Dios, ver el misterio de Dios en el nacimiento de Jesús.
A María ni aquel largo camino, ni las efusiones de alegría en el encuentro con su prima a la que iba a servir, le hicieron perder de vista nunca el misterio que en su corazón se estaba realizando.