sábado, 22 de diciembre de 2018

Como María con corazón humilde sepamos ser agradecidos a las maravillas del Señor y abramos así nuestro corazón a Dios


Como María con corazón humilde sepamos ser agradecidos a las maravillas del Señor y abramos así nuestro corazón a Dios

1Samuel 1,24-28; Sal.: 1S 2,1.45.6-7.8; Lucas 1,46-56

Un corazón humilde sabe siempre ser agradecido y es el mejor camino para abrirse a los demás y para abrirse a Dios. Cuando nos hacemos orgullos y engreídos parece como si el centro de todo fuéramos nosotros mismos, con facilidad nos encerramos o nos subimos en pedestales para aparentar ser más grande que lo que realmente somos, porque el orgullo nos empequeñece aunque no lo queramos reconocer.
Tenemos que aprender a caminar por la vida por caminos de sencillez y de humildad; eso nos hace cercanos, nos pone en disposición de buscar a los demás enriqueciendo nuestra vida con los valores y los ejemplos que recibimos de ellos, trasciende nuestra vida para no encerrarnos en nuestro yo egoísta; eso nos hace reconocer cuanto recibimos y que es mucho más incluso de lo podríamos buscar y nos pone en disponibilidad para el servicio porque nos damos cuenta que solo tendiéndonos la mano los unos a los otros es como podemos llegar más lejos y hacer que nuestro mundo sea mejor. Es el mejor camino de transformación de nuestra propia vida pero también del mundo que nos rodea.
Son las lecciones que estamos aprendiendo de María en este camino de Adviento que ya estamos casi terminando porque se acerca la Navidad; camino que estamos haciendo en estos últimos días sobre todo de mano de María que nos está apareciendo continuamente en la liturgia. En el evangelio de ayer la veíamos, ella la Madre del Señor, que se puso en camino para ir a la casa de la montaña en actitud de servicio; y la contemplamos cantando al Señor que ha hecho maravillas en ella, no dejando de reconocer que es pequeña porque es la humilde esclava del Señor, pero Dios puso su mirada en su corazón para engrandecerla haciéndola su madre.
María canta reconocida al Señor que derrama su misericordia sobre todos los hombres; sus promesas se cumplen, lo que había prometido ahora ya es realidad porque llega el Salvador del mundo; comienzan los tiempos nuevos donde todo ha de transformarse por obra de la gracia que se derrama sobre los hombres.
Que ese sea nuestro espíritu y nuestro deseo; que esas sean las actitudes nuevas que vayamos poniendo en nuestro corazón y así nos abriremos de verdad a Dios y a salvación que Jesús nos trae. Veremos en la noche de Belén que será a unos humildes pastores que en los campos de Belén en la noche están cuidando sus rebaños a los que se les manifestará la gloria del Señor y los que recibirán el primer anuncio, la primera buena nueva del nacimiento del Salvador.
Preparamos el corazón; revistamos nuestra vida de esa humildad y de esa sencillez; huyamos de esas apariencias de grandezas que nos llenen de orgullo; no nos entretengamos en cosas que alimenten nuestro ego; no nos distraigamos en cosas superfluas, sino que en la pobreza y en la humildad de Belén esperemos la llegada del Señor a nuestra vida, reconociendo, sí, de cuantas bondades nos rodea el Señor. Hará también cosas grandes y maravillosas en nosotros si tenemos esa disposición en nuestro corazón.

viernes, 21 de diciembre de 2018

La visita de María a Isabel fue la visita de Dios para aquel hogar de la montaña como es la visita de Dios en cuantos en la vida nos salen al encuentro


La visita de María a Isabel fue la visita de Dios para aquel hogar de la montaña como es la visita de Dios en cuantos en la vida nos salen al encuentro

Cantar de los Cantares 2,8-14; Sal 32; Lucas 1,39-45

Cuando alguien llega a nuestra casa porque viene a visitarnos solemos acoger con alegría y respeto a quien recibimos siendo hospitalarios con esa persona y ofreciéndole de lo mejor que tengamos con todo cariño para complacerla y mostrarle nuestra buena acogida.  La hospitalidad es una virtud muy hermosa y en general solemos ser acogedores para quien llega a nuestra puerta.
es cierto que con aquellos que mantenemos una más estrecha relación de amistad o familiaridad expresamos una especial alegría, nos sentimos gozosos y honrados con su presencia y abrimos ya no solo las puertas de nuestra casa sino nuestro corazón a aquellos hacia quienes sentimos un especial afecto. No podemos dejar que se enfríe en nosotros, a causa de los ritmos de nuestra vida moderna, ni perdamos esa preciosa virtud de la hospitalidad.
Hoy el evangelio nos habla de una visita especial que en aquel hogar de la montaña fue igual que la visita de Dios. No en vano luego se cantará la alabanza al Señor que ha visitado y redimido a su pueblo. Es la visita de María a Isabel en aquel lejano hogar de la montaña en casa de Zacarías. Todo son muestras de alegría en el recibimiento y en el encuentro de ambas mujeres.
Y con una visión de fe e inspiración del Espíritu era como la visita de Dios a aquel hogar, porque Isabel reconoce incluso en María, algo que ninguna voz humana podría haberle anunciado. ‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? es la exclamación y reconocimiento por parte de Isabel de que quien la visitaba era alguien más que su prima de la lejana Galilea, porque en ella, por inspiración del Espíritu, estaba recibiendo a la Madre del Señor.
Todo serán alabanzas y reconocimiento por una parte de la fe de María que había puesto su confianza en el Señor, y alabanza al Señor que se estaba manifestando en los humildes pero realizando cosas maravillosas. La visita de María fue la visita de Dios que hacia prorrumpir en esos cánticos de alabanza al Señor. Fue la visita santificadora de Dios para aquel hogar y para aquella familia, santificando incluso al niño que Isabel llevaba en sus entrañas. La criatura saltó de alegría en su vientre.
Podríamos decir que en estas vísperas de la Navidad ya tan cercana nosotros estamos recibiendo la visita de María y la visita de Dios. Llega a nosotros a través de su Palabra que así nos está hablando de María en estos días para que la contemplemos, pero para que como ella sepamos prepararnos al nacimiento del Salvador.
Pensemos en que cuantos se acercan a nosotros, de una forma o de otra, han de ser reconocidos por nuestro espíritu de fe como la visita de Dios. Ya nos enseñará Jesús en el evangelio que cuanto hagamos al otro es como si lo hiciéramos a El, y que cuando recibimos al peregrino o al que llegaba a nosotros de la forma que fuera a El lo estábamos recibiendo.
Nos ha de hacer repensar nuestras actitudes de acogida, nuestra hospitalidad y cómo recibimos y acogemos a cuantos lleguen a nosotros. Simplemente decimos, pensemos que es la visita de Dios a nuestra vida. ¿Cómo lo vamos a acoger? ¿Nos estará indicando el verdadero sentido que hemos de darle a la Navidad?

jueves, 20 de diciembre de 2018

Gracias, María, porque dijiste Sí, grande fue tu disponibilidad y grande fue tu fe

Gracias, María, porque dijiste Sí, grande fue tu disponibilidad y grande fue tu fe

 Isaías 7,10-14; Sal 23; Lucas 1,26-38

Gracias, María, porque dijiste Sí. Es lo primero que surge en mi corazón al escuchar el relato de Nazaret. Gracias, madre, grande fue tu disponibilidad y grande fue tu fe. Y el Señor hizo obras maravillosas en ti; y la humanidad entera, gracias a tu Sí, pudo comenzar a sentir que Dios hacia maravillas en todos nosotros.
Gracias, María, porque te convertiste en la aurora de la salvación, hiciste posible que el Sol de la salvación comenzará a brillar para toda la humanidad. Es el Señor el que nos salva, pero tu Sí hizo posible que la humanidad se levantara llena de esperanza porque nos llegaba la salvación tan ansiada.
Gracias, porque aunque aparentemente se desbarataban tus planes, fuiste generosa para abrirte a Dios y dejar actuar a Dios en tu vida. Gracias, Madre, por tu disponibilidad y por tu generosidad aunque te sentías pequeña, pero eres grande, no con las grandezas efímeras de este mundo, sino con la grandeza del amor de tu corazón. Cuánto tenemos que aprender de tu amor, de tu generosidad, de tu disponibilidad, de tu fe.
En la vida nos hacemos planes y estamos ansiosos soñando ver cómo podemos realizarlos; ponemos nuestro empeño, nuestros esfuerzos, y hacia la consecución de esos planes dirigimos todo el actuar de nuestra vida. Sin embargo, en muchas ocasiones, nuestros planes se desbaratan, porque surgen imponderables, circunstancias que trastocan nuestra vida y nos hacen quizás comenzar caminos nuevos o distintos.
Suelen producirnos estas circunstancias que nos parecen adversas incomodidad y desasosiego, sin terminar de ver hacia donde vamos ahora a dirigir nuestra mirada y nuestra vida. En muchas ocasiones surge algo que es mejor, que nos hace tener otra mirada y quizá elevar la meta de nuestras ilusiones. Pero el hombre luchador y el hombre de fe intenta descubrir detrás de todo eso que sucede qué puede haber de la voluntad de Dios, del designio divino para nuestra vida que nos hace tener una mirada y unas metas distintas. Son los momentos de reflexión para repensarnos las cosas y para saber encontrar el sosiego que necesitamos. Una luz nueva y espiritual puede comenzar a brillar en nuestra vida. Seremos luego felices como María.
María se vio sorprendida con la visita celestial y con las palabras de saludo del ángel que eran principio de un anuncio de algo nuevo y distinto. Ya nos dice el evangelio que María comenzó a reflexionar que podía significar aquel saludo. María era una mujer profundamente creyente. Ella había querido ofrecer lo mejor de su vida a Dios, y ahora Dios le presentaba un plan nuevo. ‘Yo no conozco varón’, decía para expresar la determinación de su vida, pero ahora era el Espíritu del Señor el que iba a inundar su vida para que de ella naciera algo nuevo, tan nuevo, que era el Hijo del Altísimo.
Y allí estaba María en toda su grandeza, aunque ella solo se considerara la humilde esclava del Señor. Era su disponibilidad, la apertura de su corazón a Dios, la generosidad de su amor. Y Dios hizo cosas grandes en ella, la hizo su Madre, nos la dio como madre. Su maternidad era divina, su maternidad era ahora universal. La grandeza de su corazón era así. Gracias, Madre.
Nos enseñas a ser generosos, nos enseñas a descubrir los planes de Dios, nos enseñas que Dios está por encima de todo y siempre nos propondrá cosas grandes, aunque nos parezca que se trastocan nuestros planes. Nos enseñas a decir Si a Dios, que es abrirnos a los hermanos, para que todos seamos hermanos, como tú eres Madre de todos. Gracias, María.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

El anuncio del nacimiento de Juan que provoca tanta alegría es para nosotros un signo de la verdadera alegría en el anuncio de la Salvación que nos llega con Jesús


El anuncio del nacimiento de Juan que provoca tanta alegría es para nosotros un signo de la verdadera alegría en el anuncio de la Salvación que nos llega con Jesús

Jueces 13, 2-7. 24-25; Sal 70; Lucas 1, 5-25

Anoche a última hora me llegaba un WhatsApp de un sobrino anunciándome el nacimiento de su nieto. Las breves palabras del mensaje resumaban la alegría de la familia por el nacimiento del niño; de la misma manera hace unos meses cuando me anunciaba el embarazo y el futuro alumbramiento todo expresaba la alegría que sentían por tal acontecimiento, aunque siempre estuviera por detrás la incertidumbre del futuro además de las responsabilidades.
Siempre en todas las familias la noticia de un futuro alumbramiento de una nueva criatura está llena de sorpresiva alegría y suele ser noticia que enseguida comunicamos al resto de la familia y a los amigos en medio de los parabienes de todos. Es un nuevo ser que se abre a la luz de la vida y en esa alegría rebrotan sentimientos de esperanza y de futuro. Valga esta experiencia como referencia en la reflexión que nos hacemos ante el anuncio de Juan el Bautista con todo su significado.
Es lo que se nos manifiesta hoy en el evangelio en el anuncio del nacimiento de Juan Bautista. Cuando leamos en unos días el relato de su nacimiento contemplaremos la alegría de las gentes de la montaña y como toda felicitaban a Isabel porque el Señor le había hecho gracia. Hoy el ángel en el anuncio que hace a Zacarías le dirá que aquel niño será motivo de alegría tanto para él y para Isabel como para cuantos viven en su entorno.
Nosotros, en estas vísperas de la Navidad de Jesús, también nos llenamos de alegría por el anuncio del nacimiento del que iba a ser el precursor del Mesías. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacía los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Es lo que el ángel le anuncia a Zacarías.
Delante del Señor, abriendo los caminos del Señor no solo fue la misión de Juan en aquellos momentos y así lo proclamará allá en el desierto con su predicación y su bautismo penitencial, sino que sigue siendo para nosotros hoy esa voz que grita y que nos anuncia, que estimula nuestra esperanza mientras caminamos por el Adviento, pero nos enseña también a hacer esos caminos de esperanza en el día a día de nuestra vida, pero unos caminos de esperanza que quieren abrir nuestro corazón al reconocimiento de la llegada del Señor a nuestra vida.
Por eso lo escuchamos con atención durante este tiempo, y siempre estará ahí como una señal para nosotros, como una invitación a la conversión para creen en el Reino de Dios que llega, en la Buena Noticia de ese Reino de Dios que día a día tenemos que construir en nuestra vida y en nuestro mundo.
No nos preguntamos ya como hacían aquellas gentes sobre lo que iba a ser aquel niño que con signos tan especial nacía allá en la montaña, como nos seguimos preguntando en medio de la alegría sobre el futuro que le espera a todo recién nacido, sino que ahora nos preguntamos más bien que vamos a hacer de nosotros, qué vamos a hacer de nuestra vida, qué es lo que en verdad tiene que cambiar en nuestro corazón para que acojamos en toda plenitud la salvación que Jesús nos viene a traer.
Tiempo de preguntas sobre nosotros mismos pero tiempo también de compromisos concretos en nuestra vida. La figura del bautista va a estar presente ahí ante nosotros como un signo, como una señal que nos invita a seguir un camino nuevo cuando pongamos toda nuestra fe en Jesús como nuestro Salvador. Porque eso es lo que verdaderamente tenemos que celebrar en la Navidad. Que no esté ausente Dios en nuestra navidad, que no sea solo una ocasión para unas fiestas muy jubilosas sino que sea ocasión para un verdadero encuentro salvador con el Señor.

martes, 18 de diciembre de 2018

Despertemos en nosotros esa esperanza de salvación para que cobre todo su sentido la navidad


Despertemos en nosotros esa esperanza de salvación para que cobre todo su sentido la navidad

Jeremías 23,5-8; Sal 71; Mateo 1,18-24

¿Se olvidan las esperanzas? Si son verdaderas no tendrían por qué olvidarse. Y es que la esperanza en la vida da fuerzas para luchar; aun no hemos conseguido lo que anhelamos, pero tenemos esperanza de conseguirlo, y eso nos da fuerza para nuestra lucha, para nuestra perseverancia. Sin embargo sabemos muy bien que se nos debilitan y cuando son fuertes las cosas que tenemos en contra parece que se apagan en nuestra debilidad.
Pero en la vida nos puede suceder a nosotros, pero lo vemos en tantos a nuestro lado parece que caminamos sin esperanza, perdemos las ilusiones, nos falta alegría, entramos en una monotonía descorazonadora, parece que vamos sin rumbo. Es necesario avivar las esperanzas, porque podemos hacer las cosas mejor, podemos hacer que nuestro mundo sea distinto, nos ponemos metas y por ellas luchamos. Aunque haya contratiempos, las cosas o los acontecimientos se nos vuelvan adversos, nos cueste entender lo que sucede y por qué terminamos por ir por esos derroteros que no era lo que nosotros queríamos. La esperanza en cierto modo nos hace soñar, pero tenemos que hacer esos sueños realidad.
Es lo que en este tiempo de Adviento tendríamos que saber cultivar con todo sentido. Mucha esperanza necesitamos en la vida que muchas veces nos parece tenebrosa. Mucha esperanza necesitamos para salir adelante con nuestros problemas. Mucha esperanza de vida, de gracia, de salvación, porque nos sentimos necesitados de gracia y de perdón, de fuerza para amar, de ilusión para vivir una vida nueva. Y todo esto lo podemos alentar y recibir en Jesús que viene a nosotros.
La palabra del Señor que vamos escuchando en estos días nos ayuda a mantener viva esa esperanza preparándonos bien para la Navidad que se acerca. Hoy se nos recuerda aquel anuncio del profeta que nos hablaba del nacimiento del Emmanuel. ‘Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros’.
El evangelio nos cuenta las dudas y sombras que se le habían metido en el alma a José, el esposo de María. Pero era un hombre bueno, un creyente que buscaba discernir lo que era la voluntad de Dios. En forma de sueño un ángel de Dios se le manifiesta y le da explicación a todas sus dudas. Se recuerda entonces lo anunciado por el profeta. Se le confía la misión de padre porque ha de poner el nombre al niño que nazca – eso era función del padre – y el nombre va a ser significativo.
El ángel le dice: ‘Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados’. Es el cumplimiento y realización de todas las promesas antiguas y de nuestras esperanzas. Buscamos y esperamos la salvación. Viene Jesús a traernos esa salvación, bien significado en su nombre. Pero quizá tengamos que preguntarnos si en nuestras esperanzas tiene cabida esa esperanza de salvación. Porque podemos esperar muchas cosas, pero no sea precisamente la salvación que nos ofrece Jesús. Entonces perdería sentido la navidad, porque la navidad no es otra cosa que el nacimiento del Salvador.
Pero quizás muchos, y nos puede suceder a nosotros también, ese aspecto sea el menos que tengamos en cuenta en nuestras celebraciones. Mucha alegría, mucho ruido, mucha cosa externa, pero quizá en lo hondo nos quedamos vacíos, porque no hay ese encuentro de salvación. Despertemos en nosotros esa esperanza de salvación para que cobre todo su sentido la navidad.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Tenemos que plantearnos que va a significar la navidad que vamos a celebrar en el hoy de mi vida y de mi historia para no desaprovechar este momento de gracia


Tenemos que plantearnos que va a significar la navidad que vamos a celebrar en el hoy de mi vida y de mi historia para no desaprovechar este momento de gracia

Génesis 49,1-2.8-10; Sal 71; Mateo 1,1-17

Somos hijos de nuestra historia, solemos decir. Tenemos unas raíces en la familia en la que hemos nacido que de alguna manera marca nuestra existencia, porque en ella hemos ido abriéndonos a la vida y de ella recibimos valores, principios, educación, vida en una palabra. Pero también marca nuestra existencia el entorno en el que vivimos, la gente con la que convivimos que son como compañeros de camino en nuestro devenir por la vida; amigos, vecinos, compañeros de trabajo, gente con la que convivimos de la que recibimos y también en la que vamos dejando nuestra huella; es ese entorno social en el que se desarrolla nuestra vida.
Pero en ese entorno social está la historia de nuestro pueblo, aquellos aconteceres de la vida que se fueron haciendo historia pero que de alguna manera van trazando o han trazado un camino para nuestra sociedad, para lo que ahora somos, para lo que son nuestras costumbres y también nuestras normas de vida; esa historia que marca el carácter de un pueblo, porque aunque ahora vivimos más abiertos a lo universal porque hoy la comunicación es mas fácil, sin embargo la cercanía de lo que hemos sido como pueblo o como sociedad ha ido dejando también una huella en nosotros.
Por eso habíamos comenzado diciendo que somos hijos de nuestra historia. Cuidamos lo que hemos recibido que se convierten en raíces de nuestra vida pero luego vamos desarrollando nuestras propias ramas y dando nuestros propios frutos que dejaremos a las generaciones que nos siguen en herencia.
Empezamos la última semana de nuestro camino de preparación para la fiesta de la Navidad, del nacimiento de nuestro Salvador. Y hoy el evangelio quiere situarnos a Jesús en lo que es la historia de su pueblo. El evangelista nos presenta la genealogía de Jesús. El Hijo de Dios que se hace hombre, lo  hace en la historia de un pueblo concreto y en el seno de una familia. Es la historia del pueblo de Israel que es la historia de la Salvación de Dios, de la presencia de Dios en medio de los hombres que ahora se va a hacer más visible en el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Dios viene a nuestra historia, quiere caminar en nuestra historia, quiere ser en verdad Emmanuel, Dios con nosotros. En la historia, es cierto, miramos al pasado, pero la historia se hace presente en el hoy de nuestro caminar. Y es lo que ahora queremos celebrar en el  nacimiento de Jesús, que vivimos en nuestra historia, que vivimos en el entorno en que vivimos nuestra vida concreta. Ahí, en nosotros, en nuestra vida, en nuestro mundo concreto hoy Dios quiere hacerse presente y es lo que tenemos que prepararnos para vivir.
La navidad no es solo recuerdo, porque nuestras celebraciones tienen que ser el celebrar el hoy de Dios en nuestra vida y en nuestra historia. Por eso un verdadero sentido de la navidad que vivimos y celebramos tiene que llevarnos a preguntarnos en qué se va a manifestar ahora y hoy esa salvación que Jesús nos trae en nuestra vida concreta. Salvación es liberación, salvación es arrancarnos de algo que no consideramos bueno para comenzar a vivir algo nuevo, distinto y mejor. Así pues, ¿en qué se va a manifestar hoy, en este paso de 2018 a 2019 esa salvación de Dios en mi vida y en mi mundo concreto? ¿De qué manera esta navidad va a marcar mi historia y la del mundo en que vivimos?
Tenemos que plantearnos que va a significar la navidad que vamos a celebrar en el hoy de mi vida y de mi historia. No desaprovechemos este momento de gracia.

domingo, 16 de diciembre de 2018

Que el soplo del Espíritu nos ayude a quitar y echar al fuego de la purificación lo que nos sobra o nos estorba de nuestra vida para hacer rectos los caminos que nos llevan al Señor



Que el soplo del Espíritu nos ayude a quitar y echar al fuego de la purificación lo que nos sobra o nos estorba de nuestra vida para hacer rectos los caminos que nos llevan al Señor

Sofonías 3, 14-18ª; Sal.: Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6; Filipenses 4, 4-7; Lucas 3, 10-18

Hoy se emplean en el evangelio unas imágenes que quizá en muchos de nuestros ambientes o de generaciones jóvenes no terminarán de entender. Se nos habla de parva y de paja, de aventar – lanzar al viento – y de grano de trigo recogido limpio de toda parva o de toda paja. La era de trillar, el aventar el grano para que quedara limpio de paja y polvo es algo que nos queda en el recuerdo de los mayores si acaso vivimos en el campo y pudimos presenciarlo o incluso trabajarlo, pero que hoy mecánicamente con métodos mas modernos han sido sustituidos.
Pero son imágenes que nos emplea el Bautista y cuanto pueden significar en ese camino de conversión que hemos de vivir en nuestra preparación para la venida del Señor. Hemos de recoger ese grano limpio, ese fruto bueno de nuestras vidas purificándonos de tantas cosas que llevamos demasiado apegadas en el corazón. Y los apegos no son solo cosas sino actitudes y posturas de las que tenemos que liberarnos si en verdad queremos preparar bien los caminos del Señor.
‘¿Qué tenemos que hacer?’ se preguntaba la gente cuando escuchaba la predicación de Juan. ¿Qué tenemos que hacer? acaso nos estemos preguntando nosotros también. Quizás hasta podemos pensarnos que no tenemos que hacer nada especial porque nosotros ya vamos por el buen camino. Sabemos bien que nosotros mismos muchas veces nos lo planteamos así, nos consideramos buenos y cumplidores, y quizá pensamos que todo lo resolvemos con repetirnos unas oraciones o acaso dar alguna limosna, o hacer alguna ofrenda si se da el caso.
Es una pregunta que seguirá repitiéndose a lo largo del evangelio por muchos de los que se acercan a Jesús y se sienten conmovidos quizá por sus palabras. Jesús, es cierto, nos recordará como a aquel joven rico en principio que cumplamos los mandamientos, aunque luego le pida más cosas si en verdad quiere crecer en su vida. Cuando le preguntan a Jesús qué es lo principal recordará siempre el mandamiento del Señor, pero con toda la amplitud y exigencia de lo que significa amar con todo el corazón y con toda la vida. Cuando Jesús habla del prójimo a quien tenemos que amar, todavía alguno se atreverá a preguntar ‘¿y quién es mi prójimo?’
Pero vamos a las palabras de Juan porque si hemos hecho referencia a esos otros momentos del evangelio es para que veamos la sintonía que hay entre las palabras de Juan y la Buena Nueva de Jesús. Ahora escucharemos detalladamente las palabras con que Juan va respondiendo a cada uno de aquellos grupos que se acercan hasta el Bautista en el desierto. Son la gente común, la gente sencilla, los que en verdad quieren abrir su corazón a algo nuevo que saben que va a aparecer con la presencia ya cercana del Mesías como les dice Juan. Gente sencilla y entre ellos cobradores de impuestos o militares.
¿Qué les pide Juan señalándose a cada uno en concreto? La generosidad del compartir que significa no solo dar cosas sino ser capaces de desprenderse de si mismos, de su yo. ‘El que tenga dos túnicas, les dice, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo’. Es parte de su yo, de su vida lo que han de compartir; la ropa o lo que tenemos para vivir de alguna manera nos identifica, porque no es el mero hecho de compartir una túnica que me sobre o una comida que tenga en abundancia, sino que es dar de si mismo. Cuánto podríamos decir en este sentido.
Es la rectitud con que hemos de vivir nuestra vida; no nos vale aprovecharnos del otro en virtud de nuestras posibilidades o de nuestro poder. Con rectitud y justicia hemos de vivir para respetar al otro y lo que es, para respetar la persona y lo que tiene y no valernos de nuestros trapicheos, nuestra mano izquierda o nuestros trucos para aprovecharnos de los demás.
De cuantas nebulosas rodeamos muchas veces nuestros trabajos o nuestros negocios; cuantas veces nos valemos de nuestras influencias y manipulaciones para aprovecharnos de lo que sea; de cuantas apariencias de bondad y decimos de querer ayudar a los otros queriendo colgarnos medallas de meritos y merecimientos, para aumentar nuestro poder o nuestras ganancias o para escaquearnos de nuestras responsabilidades y trabajos pues es lo que todos hacen o ya otros lo harán nos decimos.
A la gente le sorprendían las palabras directas e incisivas del Bautista y por eso se preguntaban si acaso no era Juan el Mesías. Es cuando nos anuncia que él solo viene a bautizar con agua, como un signo de purificación necesaria y de penitencia, pero que vendrá el que lo transformará todo porque viene a bautizar con Espíritu Santo y fuego.
Es entonces cuando nos habla lo que recordábamos al principio de esta reflexión, lo de aventar el trigo para que el viento se lleva la parva, para separar el grano de la paja.
¿No será lo que tenemos que hacer en la vida? Que el soplo del Espíritu nos ayude a quitar y echar al fuego de la purificación todo eso que nos sobra o nos estorba de nuestra vida para hacer rectos los caminos que nos llevan al Señor; cómo es necesario hacer relucir el verdadero fruto manifestado, como hemos venido diciendo, en el amor y en la justicia.
Creo que pueden surgir interrogantes serios en nuestro interior en este camino de Adviento; es una invitación a la verdadera purificación de nuestra vida, a preparar debidamente los caminos del Señor.