sábado, 8 de diciembre de 2018

En este camino de Adviento la figura de María Inmaculada es para nosotros un rayo de esperanza y un faro de luz que nos conduce a la salvación



En este camino de Adviento la figura de María Inmaculada es para nosotros un rayo de esperanza y un faro de luz que nos conduce a la salvación

 Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38

‘¿Dónde estás? Él contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí’. Es la reacción del hombre, de la humanidad en el paraíso que escuchamos en el Génesis.
Miedo y  nos escondemos; miedo y huimos; miedo a lo que nos parecen sombras, porque no nos gusta la oscuridad aunque sea el camino que tantas veces escogemos; miedo porque reconocemos nuestra indignidad; miedo porque sentimos que la soledad  nos atenaza y nos aísla más y más; miedo ante el misterio y ante lo desconocido. Huimos, nos escondemos, escurrimos el bulto, nos cuesta reconocer lo que hemos hecho, queremos echarnos la culpa de encima y culpabilizamos al que sea incluso al que tenemos más cerca de nosotros en la vida, no gustaría apartarnos de la oscuridad pero sin saber cómo hacer nos hundimos más y más en ella. Nos sentimos desnudos, que no es solo físicamente el cubrir la desnudez de nuestro cuerpo, sino que hay una desnudez más profunda de nuestro ser en sombras o en soledad.
Nuestros miedo, huidas, desnudez pueden significar muchas cosas; nuestros miedo y huidas pueden representar nuestra situación que no la vemos clara pero que no sabemos cómo salir de ella; nuestros miedos y huidas pueden significar nuestra soledad porque nuestra situación nos aísla, porque rechazamos incluso a quien pueda estar a nuestro lado y nos haga reconocer lo que somos o como estamos. Y en esa oscuridad de nuestros miedos y soledades nos cuesta encontrar una luz.
Me he detenido en estas descripciones a partir de esas palabras del Génesis porque esta fiesta que hoy estamos celebrando lo hacemos en medio del camino del Adviento. Y el camino del Adviento quiere llevarnos al encuentro de una luz, la luz que brillará en Belén, la luz que nos anuncia la salvación. Salir de esos miedos, oscuridades, desnudeces, soledades, aislamientos es encontrar la salvación. Por eso son momentos de esperanza los que vivimos, es la esperanza la que tenemos que despertar en nuestro corazón.
¿Quién mejor puede despertar esa esperanza en nosotros que María de Nazaret, la que aunque tuviera temores en su corazón cuando le costaba entender las palabras del ángel sin embargo supo poner totalmente su vida en las manos de Dios? Es lo maravilloso que descubrimos hoy en el evangelio. Podríamos pensar que María aquel día en Nazaret que se sentía deslumbrada por la presencia y las palabras del ángel se sintiera tentada en sus temores y al sentir su pequeñez en echarse para atrás y encerrarse en si misma y en la soledad que pudiera estar sintiendo en aquel momento.
María preguntó, es cierto, porque no terminaba de comprender todo lo maravilloso que el ángel del Señor le estaba manifestando, pero se confió. Más tarde reconocería que el Señor hizo en ella cosas grandes, que el Señor se había fijado en su pequeñez y en su pobreza, pero sintiéndose pequeña, sintiéndose la última y la esclava del Señor supo decir Si, supo ponerse en las manos de Dios, supo dejar que Dios actuara en ella con la fuerza de su Espíritu.
Es un contraste el que estamos viendo, en el paraíso el hombre huyó y se escondió porque se sentía desnudo, ahora en Nazaret María se queda contemplando el misterio de Dios que se le revela y aunque se siente pequeña se deja encontrar por Dios, se deja llenar del Espíritu de Dios, nada menos que para que el Hijo de Dios se encarnase en sus entrañas.
María hoy nos enseña a mirar nuestra realidad, nuestra pequeñez, nuestras sombras y soledades, nuestros temores y la posibilidad de encerrarnos en nosotros mismos, pero no para que nos quedemos en el temor y en la angustia, en la incertidumbre, sino para que despertemos la esperanza, para que sepamos abrirnos al misterio de Dios aunque nos supere, para que nos pongamos en la manos de Dios dejando que El actué en nosotros y realice maravillas que luego hemos de saber reconocer cantando un cántico nuevo porque el Señor ha hecho maravillas en nosotros.
Es cierto que contemplándola a Ella toda pura y sin pecado, llena de fe y confianza en Dios, tan dispuesta siempre a darse y a ponerse en la actitud humilde de los siervos para el servicio, vemos las sombras de nuestros pecados, de nuestros miedos y de nuestras insolidaridades, de nuestras cobardías y de tantas veces como cerramos los ojos y los oídos a Dios y a los demás. Pero contemplándola a Ella, sabemos que Dios quiere seguir confiando en nosotros, que El viene con su salvación que renueva nuestra vida y nos pondrá siempre en camino de cosas nuevas, como en ella se realizó y como ella estuvo dispuesta.
Y en este camino de Adviento que estamos haciendo la figura de María, que volverá a aparecer en otros momentos de nuestro camino, es para nosotros un rayo de esperanza, un faro que nos guía a encontrar la verdadera luz y a llenarnos de la salvación de Dios que Jesús viene a ofrecernos. ‘En Cristo, sabemos que hemos sido bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales, como nos decía san Pablo, y hemos sido elegidos para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor’.
Con María caminando a nuestro lado nuestras oscuridades se volverán luz, las sombras de la desnudez de nuestro pecado se transformarán en gracia que nos revestirán de la luz de Dios, y no sentiremos el azote de los miedos de nuestras cobardías porque si María supo hacer ese camino de abrirse a Dios con generosidad y voluntad firme, es el camino que también nosotros podremos recorrer revistiéndonos de su misma generosidad y santidad.

viernes, 7 de diciembre de 2018

En nuestras manos, a nuestro alcance está esa nueva luz que necesitamos y hemos de tomar la iniciativa de lanzarnos a buscarla


En nuestras manos, a nuestro alcance está esa nueva luz que necesitamos y hemos de tomar la iniciativa de lanzarnos a buscarla

Isaías 29, 17-24; Sal. 26; Mateo 9,27-31

¿Podremos lograrlo o no podremos? Algunas veces nos acobardamos con las dificultades, dificultades que en muchas ocasiones casi nos creamos nosotros mismos en nuestra imaginación. Nos parece difícil, algo en cierto modo inalcanzable, es algo que pudiera o debiera cambiarnos la vida, la percepción de las cosas, la manera de actuar. Pero o nos da miedo o no le damos la importancia debida y las cosas suceden pero no repercuten en nosotros.
Hay desconfianza en nosotros, nos consideramos tan poco cosa que si es algo que tenemos que pedir pensamos ya de antemano que no nos van a escuchar, y ya no ponemos mucho empeño en conseguirlo. Tenemos posibilidades delante de nosotros y por nuestros miedos o desconfianzas no alcanzamos aquello que podría ser tan importante para nosotros.
Así muchas veces nuestra vida se hace ramplona, nos acostumbramos y nos damos por satisfechos quedándonos quizá en nuestras necesidades, no hacemos que en verdad vayamos creciendo con lo que cada día vivimos porque realmente no le ponemos toda la intensidad posible en aquello que hacemos o por lo que tenemos que pasar.
Muchas veces pasamos en la vida por situaciones que quizá podríamos mejorar, pero vivimos como acomplejados, nos sentimos satisfechos con lo poco que tenemos o somos, nos conformamos por no tener la valentía de dar la cara para pedir, para reclamar, para poner un plus de esfuerzo por hacer que las cosas sean mejores. Es el conformismo con que vivimos la vida, incluso necesidades, o enfermedades que padezcamos. Quizá en nuestra imaginación pensamos en cuantas cosas vamos a decir o hacer para que las cosas cambien, pero a la hora de la verdad nos encerramos en nuestro conformismo y nada hacemos, ningún paso damos.
Necesitaríamos una cierta rebeldía interior que nos saque de nuestro conformismo. Una rebeldía que  nos haga tomar iniciativas, dar pasos, reclamar si es necesario, querer salir de donde estamos y querer darle un mayor crecimiento a nuestra vida.
Hoy vemos en el evangelio que dos ciegos iban gritando detrás de Jesús y daba la impresión que Jesús no les hiciera caso. Muchos ciegos había en Israel, era una enfermedad muy común que implicaba situaciones límites de pobreza que les llevaba simplemente a pasar su vida junto a los caminos pidiendo limosna. Estos ciegos oyen que pasa Jesús, habrán oído con toda seguridad de los milagros que Jesús hacia curado a otros ciegos como ellos y se lanzan al camino para seguir a Jesús. Es al llegar a casa cuando parece que Jesús les hace caso y se interesa por ellos.
¿Qué queréis que os haga? ¿Creéis que yo pueda hacerlo? Parece que todo son dificultades pero aquellos hombres llenos de fe insisten, no se acobardan. Están seguros que Jesús puede hacerlo y por eso están ellos aquí; de ahí su insistencia sin cansarse ni rendirse, aunque les pareciera que todo estaba en contra; no solo era la negrura de su ceguera, sino las dificultades que están encontrando. Recordamos aquel otro ciego de Jericó a quien quieren acallar sus gritos las gentes mismas que acompañaban a Jesús.
La fe insistente de aquellos hombres les lleva a encontrar la salvación, a encontrar la luz para sus ojos. Pero quizá tengamos que preguntarnos, porque este texto del evangelio tiene que ser un impulso para nuestra fe y para nuestras luchas, hasta donde somos capaces de insistir, si estaremos dispuestos a poner en camino buscando en verdad que las cosas cambien, que nuestra vida cambien también. Porque algunas veces somos nosotros los ciegos, pero que no hacemos lo suficiente por salir de nuestra oscuridad y encontrar una nueva luz.
Esta Palabra del Señor que escuchamos desde el testimonio de arrojo y valentía de aquellos ciegos tendría que ser para nosotros un impulso grande para nuestra vida. No dejemos que la salvación pase a nuestro lado y no nos beneficiemos de ella. En nuestras manos, a nuestro alcance está esa nueva luz que necesitamos y quizá no somos todo los impulsivos para lanzarnos a buscarla.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Una vida sin sólido fundamento se hace superficial y está al albor de cualquier viento que nos mueva como una veleta cuando no nos fundamentamos en la Palabra de Dios


Una vida sin sólido fundamento se hace superficial y está al albor de cualquier viento que nos mueva como una veleta cuando  no nos fundamentamos en la Palabra de Dios

Isaías 26,1-6; Sal 117; Mateo 7,21.24-27

Cómo nos admiramos cuando nos encontramos con un bello y sólido edificio en el que notamos, es cierto, la antigüedad de su construcción, pero que a pesar del paso del tiempo se mantiene firme frente a todos los temporales que habrá sufrido con el paso del tiempo y en el que no solo contemplamos su solidez, sino al mismo tiempo su belleza porque ha sido bien cuidado y conservado.
Una sólida construcción en la que admiramos también su fortaleza que parece que nada ni nadie lo pudiera derribar mientras quizá en sus cercanías pudiéramos contemplar edificaciones mas cercanas en el tiempo pero que sin embargo están deterioradas y a punto de derrumbarse. Diferencia grande en la solidez de su construcción bien cimentada, porque cuando nos falla lo que tenemos bajo los pies, fácilmente todo se nos va abajo en la vida.
Ya estamos queriendo ver el significado que damos a esta imagen. Así es la vida de las personas, nuestra vida; cuando estamos bien cimentados nuestra vida se mantendrá sólida y firme. Son importantes los cimientos de valores que vayamos dándole a nuestra vida en esos momentos de nuestro crecimiento personal con la educación que recibimos para darle solidez a nuestra vida, para que no se nos quede en una superficialidad de apariencias y vanidades.
Pasa con demasiada frecuencia. Nos damos cuenta cuando vemos el actuar de una persona si hay en ella principios, si su vida está edificada en unos sólidos valores. Cuantos vemos a nuestro lado que parece que van volando siempre sobre su superficialidad y cómo admiramos a las personas con sólidos valores.
Hoy Jesús nos está recordando esos fundamentos profundos de nuestra vida sin los cuales nuestra vida se derrumbará. Cuantas veces vamos desorientados por la vida, y lo que es peor zarandeados de una lado para otro porque cuando no estamos bien agarrados a unos cimientos fuertes cualquier viento de nuevas doctrinas, de nuevas corrientes de pensamientos nos llevarán de un lado para otro. Es la triste superficialidad con que vivimos nuestra fe y en consecuencia lo que tiene que ser nuestra vida cristiana.
Nos pone Jesús la imagen del edificio cimentado sobre roca o del edificio cimentado en las arenas movedizas que no tienen verdadero fundamento. Y nos habla de la Palabra de Dios, de la Sabiduría de Dios en la que hemos de fundamentar nuestra vida. Aunque luego tantas veces queremos edificar nuestra vida a nuestra manera, a nuestro capricho y decimos que ni Dios tiene que ser quien nos de el sentido de nuestra vida sino que nosotros nos lo buscamos a nuestra manera. Queremos vivir en la anarquía de nuestros caprichos. Son los tristes derroteros por los que andamos tantas veces.
Busquemos ese cimiento firme de la ley del Señor. Busquemos esa verdadera sabiduría que encontramos en la ley del Señor. Escuchamos su Palabra en lo hondo del corazón para saber descubrir en todo momento lo que es la voluntad de Dios. No queramos ser tan autosuficientes, tan orgullosos que queramos valernos por nosotros mismos. Dejemos que el Espíritu de Sabiduría nos guíe en nuestro interior.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Todos soñamos con un mundo nuevo pero hemos de despertar de ese sueño para ver la realidad de nuestro mundo y hacer con nuestro compromiso de amor un mundo nuevo


Todos soñamos con un mundo nuevo pero hemos de despertar de ese sueño para ver la realidad de nuestro mundo y hacer con nuestro compromiso de amor un mundo nuevo

Isaías 25,6-10; Sal 22; Mateo 15,29-37

Todos tenemos sueños. Y no son ya los que tenemos mientras dormimos y la mente nos lleva por derroteros que ni no podíamos imaginar o nos vuelve a hacer revivir momentos que ya antes habíamos vivido intensamente en diversas circunstancias de la vida. Me quiero referir a esos sueños que estando despiertos y conscientes muchas veces tenemos que son deseos que llevamos en el corazón, que pueden ser aspiraciones que tengamos en la vida y que nos gustaría ver realizadas, o son reacciones a situaciones que nosotros vivimos o sufrimos o también en el dolor o el sufrimiento de tantos en nuestro entorno, porque siempre pensamos en lo que está mas cercano, pero que pueden ser aspiraciones de un sentido más universal.
¿No soñaremos un mundo sin guerras ni miserias? ¿No soñaremos con un mundo mejor donde todos podamos entendernos y vivir en armonía y respeto? ¿No soñamos que se acabe el hambre en el mundo y todo tipo de sufrimiento? ¿No soñamos quizá en nuestros intereses más particulares o individualistas en que tengamos suerte en la vida, podamos vivir mejor y así nosotros desde nuestra contribución compartir con los demás para que nadie pase necesidad?
Nos pueden parecer nuestros sueños frutos solo de una imaginación calenturienta, o utopías que nos parecen irrealizables, pero que mientras lo vamos soñando parece como que se despiertan esperanzas en nuestro corazón. Yo diría que es bueno soñar, porque puede despertar en nosotros buenos sentimientos, o hacer que surja un deseo que nos lleve al compromiso para hacer que las cosas sean de manera distinta. Sin soñadores quizá nuestro mundo no hubiera avanzado porque incluso la misma ciencia es el sueño escondido de alguien que lucha y trabaja por encontrar soluciones. Es necesario soñar con sueños que nos hagan despertar a una realidad mejor.
Parece un sueño lo que nos describe el profeta hoy. Nos habla de un mundo maravilloso, de un gran festín al que todos los pueblos están invitados y en el que nada faltará. Parece algo imposible cuando tanto nos quejamos de que la tierra no puede producir pan en abundancia para todos. Son imágenes que nos hablan de un mundo nuevo, donde todo es a la manera de un festín de esas características donde ya no habrá ni hambre, ni sufrimiento, ni duelo, ni dolor. Y el profeta nos está diciendo que esa es la imagen de los tiempos nuevos, de los tiempos mesiánicos que venga el Salvador para toda la humanidad. Por eso nos invita, ‘celebremos y gocemos con su salvación’.
Y cuando ha llegado el Mesías el evangelio nos ha hablado de una multitud llena de sufrimiento que se acerca hasta Jesús, porque su presencia ha despertado todas las esperanzas. Y con Jesús llega la salvación, porque a todos cura y sana, y para todos tiene una palabra de vida. Pero es que en Jesús vemos el cumplimiento de aquel sueño profético cuando para la multitud hambrienta Jesús parte y comparte los panes para que todos coman y todos puedan saciarse.
Nos quedamos en el milagro y decimos qué cosas maravillosas hacía Jesús, pero  no terminamos de ver el signo que tiene que significar eso para nosotros. No es una utopía lo que se nos está presentando sino un camino que se está abriendo ante nosotros. Aquello que anunciaba el profeta y significativamente veíamos en Jesús es el camino de lo que nosotros tenemos que realizar.
Es ese sueño, si queremos decirlo así, en que tenemos que ver, es cierto, ese mundo de sufrimiento que nos rodea. Pero ¿no tendríamos que hacer como aquellos que acudían a Jesús llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros y los echaban a sus pies, para que él los curara? Muchas veces pensamos mucho en nosotros mismos pero no somos capaces de mirar alrededor, nos preocupamos en nuestra fe y devoción en acudir a Jesús pero no somos capaces de llevar con nosotros a tantos envueltos en su sufrimiento.
Sería un primer paso constatando la realidad, siendo conscientes de ella. Un paso que nos hace seguir adelante para que luego pongamos todos de nuestra parte. Jesús quiso comprometer a los discípulos en la solución al problema que se presentaba, alguien generosamente ofrece unos pocos panes y peces, y desde ahí todos comieron, todos pudieron sentirse en un mundo feliz. ¿No sería eso lo que nosotros tenemos que hacer?
Cuando queremos preparar nuestro corazón en este camino de Adviento para recibir a Dios que viene a nuestra vida con su salvación esos han de ser nuestros caminos; abrir los ojos de nuestro corazón para ver, despertarnos de ese sueño para ver la realidad y contemplar cuanto hay de sufrimiento a nuestro alrededor y darnos cuenta que en esos hermanos que sufren está el Señor que viene a nuestra vida. Otras serían nuestras actitudes, otra sería nuestra vida.

martes, 4 de diciembre de 2018

Que las palabras proféticas no se queden en bellas imágenes poéticas sino que con nuestra nueva vida a partir de la navidad sean signo del mundo nuevo que nace con Jesús


Que las palabras proféticas no se queden en bellas imágenes poéticas sino que con nuestra nueva vida a partir de la navidad sean signo del mundo nuevo que nace con Jesús

Isaías 11, 1-10; Sal 71; Lucas 10, 21-24

‘¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron…’ sin embargo no lo supieron ver. A los mismos discípulos les costaba comprenderlo. Las mismas palabras que ahora Jesús les dice les causan extrañeza y no terminan de entender. Pero allí estaba el deseado de las naciones, el que tanto habían anunciado los profetas, con el que soñaban que un día había de llegar los Patriarcas. Incluso muchos los iban a rechazar. Pero ante sus ojos se estaba realizando el maravilloso misterio de Dios, el misterio de su amor que se manifestaba en Jesús.
La liturgia nos ofrece este texto de la Escritura, del Evangelio ya en este comienzo del tiempo del adviento. Vamos escuchando los anuncios de los profetas que tantas esperanzas habían suscitado en el pueblo de Israel – son las primeras lecturas que nos ofrece la liturgia cada día – pero sabemos bien que esas promesas se han cumplido. Como diría Jesús en la sinagoga de Nazaret ‘esta escritura que acabáis de oír hoy se cumple’, aunque las gentes de Nazaret no supieron entenderlo.
Diríamos que eso forma parte de nuestra fe y es lo que tendríamos que celebrar llenos de gozo y con todo sentido. Es lo que está en lo más hondo del misterio de la Navidad que vamos a celebrar. Porque los anuncios y las profecías se han cumplido. Por eso podría decirle Jesús a los discípulos que los antiguos profetas y patriarcas podrían sentir una sana envidia en sus corazones de lo que la gente del tiempo de Jesús podía contemplar.
Pero es que tendríamos que decir que es también lo que nosotros contemplamos y tenemos que vivir. ¿Sabremos nosotros entender en toda la amplitud de su sentido el misterio de la Navidad que vamos a celebrar? Ya sabemos bien como tenemos el peligro de desvirtuarlo y pongamos mucho empeño en que cosas que son también buenos incluso pero que tenemos el peligro de perder de vista la esencial. Damos algunas señales con la alegría que vivimos en esos días, y con los bonitos sentimientos de hermandad y de paz con los que queremos envolver estos días.
Son cosas buenas que tenemos que realizar también, pero cuidado que en medio de todo esto nos olvidemos del protagonista principal que es Jesús. Jesús con todo el misterio de Salvación que nos ofrece, con todo el misterio de Dios que en El se nos revela. Algunas veces parece que tenemos el peligro de infantilizar demasiado nuestra navidad. Nos fijamos en el Niño que nace en Belén y llenamos de ternura nuestros corazones pero no llegamos a vivir con intensidad la salvación que viene a ofrecernos. Por eso pasa la navidad, se apagan las luces, se olvidan a un lado los regalos, dejamos para otro momentos todos esos sentimientos bonitos que hemos vivido, y nuestra vida sigue igual, nuestro mundo sigue igual.
Celebrar la navidad tendría que producir un impacto muy profundo en nuestro mundo que hiciera que muchas cosas cambiaran, no por el cambio de unos días en que utilizamos el quita y pon, sino porque nuestros corazones se sintieran transformados, porque en verdad a partir de la navidad siguiéramos amándonos con la misma intensidad y sintiendo la preocupación por los pobres y los que sufren, y sintiéramos la angustia de tantos problemas de nuestro mundo que no terminan de resolverse, y de verdad pusiéramos empeño, hubiera un compromiso serio por hacer que las cosas fueran de distinta manera.
Dichosos nosotros que podemos celebrar la Navidad, que podemos contemplar ese misterio grande de amor de un Dios que viene a inundar nuestros corazones para que en verdad vivamos una vida nueva y hagamos un mundo mejor. Aquellos antiguos profetas ansiaban que llegara ese día y lo expresaban con muchos signos e imágenes preciosas, como las que escuchamos hoy en el profeta, de lo que sería ese mundo nuevo a partir de la venida del Salvador. Pero ¿se quedarán esas imágenes en bella poesía expresada con bonitas palabras pero que no reflejan lo que en verdad estaremos haciendo después de la Navidad?

lunes, 3 de diciembre de 2018

¿Seremos dignos de esa presencia del Señor en nuestra vida? ¿Hay una intensidad de fe en nosotros para poder vivirlo?



¿Seremos dignos de esa presencia del Señor en nuestra vida? ¿Hay una intensidad de fe en nosotros para poder vivirlo?

Isaías 2,1-5; Sal 12; Mateo 8,5-11

Algunas veces hacemos las cosas simplemente porque toca. ¿Qué quiero decir? Que hay peligro de que la rutina se nos meta en la vida y en lo que hacemos y hacemos las cosas porque sí, pero sin saber darle la verdadera motivación y en consecuencia vivir con sentido aquello que hacemos. Nos acostumbramos a unos ritmos, y eso está bien porque de alguna manera nos hace ser ordenados en la vida poniendo cada cosa en su sitio, pero ese ritmo de las cosas no nos ha de hacer perder el sentido de lo que hacemos, porque además el mundo en que vivimos tan interesado para sus cosas puede aprovecharse de esos ritmos para buscar, por así decirlo, sus ganancias y sus intereses.
Es lo que nos puede suceder con la Navidad que se acerca y lo que sucede con este tiempo de Adviento. Decimos fácilmente el Adviento es el tiempo de preparación para la Navidad, y es cierto en parte, porque en el sentido de nuestra fe hay una trascendencia que hemos de vivir y este tiempo del Adviento nos ha de hacer pensar también en el final de la vida y de la historia, recogiendo aquellas palabras de Jesús que nos prometen su vuelta al final de los tiempos.
Es algo que confesamos cuando proclamamos nuestra fe y recitamos el Credo, pero poco nos fijamos quizás en esas palabras que decimos en nuestra profesión de fe. ¿Veis? Recitamos el Credo que es una profesión de fe, por ejemplo en la misa de los domingos, pero no somos conscientes totalmente de las palabras que decimos.
Por otra parte cuando decimos que el Adviento nos prepara para la navidad, pensemos cómo nuestro mundo consumista se aprovecha de esto y nos bombardea con su publicidad donde se nos presenta todo menos la salvación que Jesús viene a ofrecernos con su presencia en medio de nosotros. Hay muchas cosas buenas que vivimos en el entorno de la navidad pero ese bosque quizá nos impida ir a lo más esencial del Misterio de Cristo que celebramos en el Nacimiento del Señor.
Hablamos de amor, de paz, de encuentros familiares, de buenos deseos para nuestros amigos y para el mundo en que vivimos porque llega diciembre, porque llegan estas fechas de la navidad – todo muy bonito, es cierto -, y claro lo hacemos porque hay que hacerlo, porque todo el mundo estos días tiene bonitas palabras y hay que estar en la honda,  pero ¿pensamos bien en lo que tiene que ser la raíz verdadera de todas esas cosas buenas y todas esas celebraciones? Lo que decíamos al principio hacemos las cosas porque toca y nada más.
Cuando pasen estas fechas ¿en qué se queda todo eso? ¿Quedará en nosotros un poso de buenos sentimientos que nos haga cambiar y hacer a partir de entonces las cosas de otra manera? ¿Acaso solamente pensamos hasta el año que viene que vuelvan estas fechas?
El Señor viene es el pensamiento fundamental que queremos vivir en el Adviento y queremos prepararnos para ello. Pensamos en su venida histórica que celebramos con alegría, es cierto, de manera especial en estas fechas, y pensamos en su segunda venida al final de los tiempos, para lo que hemos de estar siempre preparados; los textos de la Palabra en estos días a esto nos están invitando continuamente. Pero pensamos en el Señor que viene y que llega cada día a nuestra vida y para lo que entonces hemos de estar despiertos, atentos para saber descubrir esa presencia del Señor.
Con la presencia del Señor en medio nuestro, sea cada día, sea en nuestras celebraciones de la navidad algo  nuevo tiene que comenzar en nosotros. De eso nos hablan los anuncios del profeta. Sería bueno que volviéramos a leer las palabras del profeta según la cita señalada al principio.
Pero para que podamos llegar a vivirlo hemos de estas bien dispuestos, bien preparados. Pero ¿seremos dignos de esa presencia del Señor en nuestra vida? ¿Hay una intensidad de fe en nosotros para poder vivirlo? De ello nos habla el evangelio con el episodio del centurión que buscaba salvación en Jesús aunque él no se consideraba digno de que Jesús llegase a su casa.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Levantemos nuestra cabeza para que por encima de todo este barullo que nos armamos se despierte en nosotros la esperanza de la verdadera liberación que nos viene a traer Jesús




Levantemos nuestra cabeza para que por encima de todo este barullo que nos armamos se despierte en nosotros la esperanza de la verdadera liberación que nos viene a traer Jesús

 Jer. 33, 14-16; Sal. 24; 1Tes. 3,12-4,2; Lc. 21,25-28.34-36

‘Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación…’ Es la llamada, es la invitación que escuchamos hoy cuando iniciamos este nuevo ciclo litúrgico.
Es importante levantar la cabeza; si nos quedamos con la cabeza agachada solo miraremos el suelo que pisamos y los obstáculos que podamos tener a nuestra altura nos impedirán mirar más adelante. Cuando vamos caminando poco menos que atropelladamente unos con los otros nos es difícil poder ver lo que hay delante de nosotros, lo que nos pueda quedar para llegar a la meta u objetivo de nuestra marcha y además de ir poco menos que dando palos de ciego nos cuesta saber claramente a donde queremos llegar. Intentamos levantarnos un poco alzando nuestra cabeza sobre las demás cabezas, nos asomamos en la medida que podamos a un lado, pero ansiamos ver el final.
Es en los caminos de la vida, es en las tareas o responsabilidades que vamos desempeñando, es en los problemas con nos vamos encontrando a nivel personal o como miembros de una comunidad o una sociedad que quiere llegar a alguna parte, queremos tener perspectiva y nos hace falta una visión distinta, una mirada un poco si pudiéramos desde arriba para ver mejor el conjunto y la realidad. Lo hacemos profesionalmente, o lo hacemos en el ámbito de la familia; lo hacemos en cualquier sociedad o comunidad que quiera conseguir unos fines y avanzar, lo hacen juiciosamente todos los grupos sociales que quieren hacer algo bueno por el mundo en que vivimos.
La liturgia hoy con las palabras de Jesús nos invita a levantar la cabeza. Necesario en el camino de nuestra vida cristiana en que también nos vemos envueltos en tantas turbulencias. Muchas veces nos sentimos como desorientados y desestabilizados y podemos perder la serenidad del espíritu. Es en nuestra lucha personal de superación, de crecimiento espiritual y de compromiso con esa misma fe; es lo difícil que se  nos hace en un mundo adverso, que ha perdido una sensibilidad religiosa y cristiana y parece que todos vienen ya de vuelta con lo que se nos hace más difícil el anuncio; son las mismas cosas que podemos ver en nuestra misma iglesia que no nos gustan porque por nuestra debilidad aparecen muchas sombras.
Y necesitamos un reencontrarnos con nosotros mismos, una claridad y fortaleza de espíritu para nuestro difícil camino, una luz que nos de una visión nueva por encima de todas esas sombras y nos llenen de esperanza, esa esperanza que parece que a veces se nos apaga.
Es a lo que la Iglesia nos invita en este tiempo renovador de esperanzas que es el Adviento. Porque el Adviento hemos de vivirlo en esta realidad concreta que es nuestra vida, la vida de nuestra Iglesia y la vida que vivimos en este mundo concreto.
Es cierto que el Adviento es este tiempo que nos queda hasta la celebración del Misterio de la Navidad. Con mucha facilidad decimos que es el tiempo que nos prepara para la Navidad, pero en el ambiente del mundo en que vivimos podemos haber desvirtuado la Navidad y desvirtuar entonces el sentido del Adviento.
Pensemos a qué nos está invitando todo el ambiente de nuestra sociedad en estos días y a todo lo que nos lleva la publicidad que nos envuelve. ¿No hay peligro que se desvirtúe el sentido de la verdadera navidad quedándonos solo en una cena familiar – que no digo que no sea buena – y en unos regalos que nos vemos obligados a hacernos los unos a los otros? Más que liberación parece que nos llegan unas nuevas esclavitudes en todas esas cosas que tenemos que hacer porque sí pero que se nos pueden quedar en vanidad o luces de un día que se encienden y se apagan con facilidad.
Levantemos nuestra cabeza para que por encima de todo este barullo que nos armamos se despierte en nosotros la esperanza de la verdadera liberación que nos viene a traer Jesús. Busquemos de verdad esa liberación y salvación que nos trae Jesús que quiere hacerse presente en el hoy de nuestra vida y de nuestro mundo y que tan necesitados estamos de ella. No solo recordamos el momento en que Jesús nació en Belén – para muchos se queda solo en un recuerdo muy bonito – sino que queremos hacer presente a Jesús con su salvación en el hoy de nuestra vida.
Sí que lo necesitamos. Es la tarea que hemos de realizar. Es la nueva luz que tiene que brillar con fuerza en nuestro mundo para hacerlo mejor. Hemos de poner sinceridad en lo que hacemos y en lo que vivimos en estos días para que no todo se quede en vanidad, o como decíamos en luz que se apaga y se enciende en un día. Ahí están los problemas de nuestro mundo, de nuestra sociedad, los nuestros y los de la gente que está a nuestro lado llena de tantos sufrimientos, de tantas dudas y desorientación, de tantas confusiones.
Tenemos un mensaje que proclamar y aprovechando quizá un cierto despertar de solidaridad que puede aparecer en estos días, señalemos bien claro el camino de Jesús para ser transformados por su amor en el verdadero amor. ‘Que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos’, que nos decía san Pablo en la carta los Tesalonicenses.
Sabemos que es el amor de Dios el que nos libera de verdad y nos salva. Que nuestro testimonio de ese amor de Dios sea un anuncio de esperanza para nuestro mundo. ‘Levantemos la cabeza, se acerca nuestra liberación’, viene el Señor, no solo en un recuerdo, sino en algo vivo que ahora nosotros tenemos que aprender a sentir y vivir.