jueves, 6 de diciembre de 2018

Una vida sin sólido fundamento se hace superficial y está al albor de cualquier viento que nos mueva como una veleta cuando no nos fundamentamos en la Palabra de Dios


Una vida sin sólido fundamento se hace superficial y está al albor de cualquier viento que nos mueva como una veleta cuando  no nos fundamentamos en la Palabra de Dios

Isaías 26,1-6; Sal 117; Mateo 7,21.24-27

Cómo nos admiramos cuando nos encontramos con un bello y sólido edificio en el que notamos, es cierto, la antigüedad de su construcción, pero que a pesar del paso del tiempo se mantiene firme frente a todos los temporales que habrá sufrido con el paso del tiempo y en el que no solo contemplamos su solidez, sino al mismo tiempo su belleza porque ha sido bien cuidado y conservado.
Una sólida construcción en la que admiramos también su fortaleza que parece que nada ni nadie lo pudiera derribar mientras quizá en sus cercanías pudiéramos contemplar edificaciones mas cercanas en el tiempo pero que sin embargo están deterioradas y a punto de derrumbarse. Diferencia grande en la solidez de su construcción bien cimentada, porque cuando nos falla lo que tenemos bajo los pies, fácilmente todo se nos va abajo en la vida.
Ya estamos queriendo ver el significado que damos a esta imagen. Así es la vida de las personas, nuestra vida; cuando estamos bien cimentados nuestra vida se mantendrá sólida y firme. Son importantes los cimientos de valores que vayamos dándole a nuestra vida en esos momentos de nuestro crecimiento personal con la educación que recibimos para darle solidez a nuestra vida, para que no se nos quede en una superficialidad de apariencias y vanidades.
Pasa con demasiada frecuencia. Nos damos cuenta cuando vemos el actuar de una persona si hay en ella principios, si su vida está edificada en unos sólidos valores. Cuantos vemos a nuestro lado que parece que van volando siempre sobre su superficialidad y cómo admiramos a las personas con sólidos valores.
Hoy Jesús nos está recordando esos fundamentos profundos de nuestra vida sin los cuales nuestra vida se derrumbará. Cuantas veces vamos desorientados por la vida, y lo que es peor zarandeados de una lado para otro porque cuando no estamos bien agarrados a unos cimientos fuertes cualquier viento de nuevas doctrinas, de nuevas corrientes de pensamientos nos llevarán de un lado para otro. Es la triste superficialidad con que vivimos nuestra fe y en consecuencia lo que tiene que ser nuestra vida cristiana.
Nos pone Jesús la imagen del edificio cimentado sobre roca o del edificio cimentado en las arenas movedizas que no tienen verdadero fundamento. Y nos habla de la Palabra de Dios, de la Sabiduría de Dios en la que hemos de fundamentar nuestra vida. Aunque luego tantas veces queremos edificar nuestra vida a nuestra manera, a nuestro capricho y decimos que ni Dios tiene que ser quien nos de el sentido de nuestra vida sino que nosotros nos lo buscamos a nuestra manera. Queremos vivir en la anarquía de nuestros caprichos. Son los tristes derroteros por los que andamos tantas veces.
Busquemos ese cimiento firme de la ley del Señor. Busquemos esa verdadera sabiduría que encontramos en la ley del Señor. Escuchamos su Palabra en lo hondo del corazón para saber descubrir en todo momento lo que es la voluntad de Dios. No queramos ser tan autosuficientes, tan orgullosos que queramos valernos por nosotros mismos. Dejemos que el Espíritu de Sabiduría nos guíe en nuestro interior.

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