sábado, 26 de mayo de 2018

Fijémonos en lo pequeño y descubriremos su belleza, nos encontraremos con su verdadera grandeza, porque solo los que se hacen como niños entenderán el reino de los cielos



Fijémonos en lo pequeño y descubriremos su belleza, nos encontraremos con su verdadera grandeza, porque solo los que se hacen como niños entenderán el reino de los cielos

Santiago 5,13-20; Sal 140; Marcos 10,13-16

Las cosas más insignificantes cuando uno se fija en ellas descubre lo bonitas que son. Fue una reflexión que me surgió en la conversación con un amigo que me decía qué bonita era una sencilla y pequeña flor que en una fotografía había subido a Instagram. No era ninguna fotografía extraordinaria, pero yo me había fijado en el detalle para fotografiarla y mi amigo para admirarla. Muchas veces yo mismo había pasado junto a aquel seto y no me había fijado en sus flores; hoy me detuve junto a él y le hice la mencionada fotografía. ‘¡Qué bonita!’ decía mi amigo y me surgió esa respuesta. Las cosas más insignificantes cuando uno se fija en ellas ve lo bonitas que son.
Hemos perdido quizá la capacidad de admirarnos ante muchas cosas bellas que tenemos ante los ojos, pero que en nuestras prisas o en nuestros intereses por otras cosas no les prestamos atención. Y perdemos la oportunidad de admirar su belleza. Son las cosas de la naturaleza o las que las manos del hombre ha elaborado; pero no son solo las cosas, son también las personas; también tienen sus detalles, también hay valores que admirar en toda persona, y no solo vamos a buscar las más importantes, los que hacen cosas mas llamativas que para que les prestemos atención; son los pequeños y los que nos parecen insignificantes. Quizá ellos valoran mas ese pequeño detalle y los cultivan con mayor intensidad en sus vidas, aunque nadie se fije en ellos. Que ciegos vamos tantas veces por la vida.
De eso nos está hablando Jesús hoy para hablarnos del Reino de Dios. La oportunidad vino porque muchas madres traían a sus niños pequeños para que Jesús los bendijera. Pero ya sabemos como son los niños, pronto empiezan a enredar con sus juegos, se acercan con toda confianza a Jesús y diríamos que Jesús estaba gozando rodeado de los pequeños. Pero allá viene celosamente Pedro que no quiere que molesten al Maestro y ya le está pidiendo a las madres que se lleven a los niños porque molestan a Jesús.
‘Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él’. Reacciona Jesús inmediatamente. ‘No se lo impidáis, de los que son como ellos es el Reino de Dios’.
Pero si los pequeños son una cosa insignificante. En aquellos tiempos y con aquella cultura no eran tenidos en cuenta para nada. Que todavía en algunos ambientes queda algo de eso. Pero es que Jesús habla de ser como ellos, porque así es como entenderemos el Reino de Dios.
Ahí está lo pequeño, porque será a los sencillos y a los pequeños a los que se revela mejor el Padre del cielo. Será el valorar lo pequeño porque el que no sabe valorar lo pequeño no sabrá valorar luego lo que es verdaderamente importante; es que eso que nos parece pequeño ya es importante también; y será la fidelidad de las cosas pequeñas. Y podríamos seguir fijándonos en muchas mas cosas.
Pero es que Jesús nos dice que hay que ser como los niños. Sí, los niños con los ojos abiertos siempre porque siempre quieren conocer, quieren saber, ahí están todas esas preguntas que algunas veces nos pueden parecer impertinente. Pero es algo más, son los pequeños que se admiran ante todo, porque en todo se fijan, quizá en lo que ya no nos fijamos los mayores.
Son los pequeños que van con simplicidad y sencillez, que mientras nosotros no los hayamos maleado van por la vida sin malicia, con corazón puro y humilde. Son los pequeños siempre abiertos al amor, y para quienes no hay esas distinciones que luego nosotros los mayores nos hacemos, que si la raza y el color, que si esta familia o aquella, que si de este lugar o con estos antecedentes; de cuantas malicias vamos los mayores llenando la vida y haciendo distinciones y apartándonos de los demás.
Que importantes son los pequeños, las cosas pequeñas, la sencillez y la humildad en nuestras relaciones, la valoración siempre de lo bueno y del pequeño detalle. Tenemos que aprender a fijarnos en esas pequeñas cosas, tenemos que aprender a fijarnos en los pequeños no solo en las cosas, tenemos que tener ese corazón puro y sin malicia, tenemos que tener esa capacidad de admiración para descubrir esos pequeños detalles que hacen verdaderamente grandes a las personas. Cuánto tenemos que aprender. Fijémonos en lo pequeño y descubriremos su belleza, nos encontraremos con su verdadera grandeza.

viernes, 25 de mayo de 2018

En las situaciones difíciles que viven tantos a nuestro lado tendríamos que saber ser signos de amor misericordioso sabiendo estar a su lado en su camino


En las situaciones difíciles que viven tantos a nuestro lado tendríamos que saber ser signos de amor misericordioso sabiendo estar a su lado en su camino

Santiago 5,9-12; Sal 102; Marcos 10,1-12

‘El Señor es compasivo y misericordioso’ es una aclamación que rezamos muchas veces en los salmos. Y nos lo hemos de repetir muchas veces porque tenemos que asimilarlo de tal manera que lo hagamos nuestra vida, nuestro sentimiento y nuestra manera de obrar. Reconocer esa misericordia de Dios que nunca nos falla – ‘es lento a la ira y rico en clemencia’, como proclamamos en ese mismo salmo – nos hace sentir paz en nuestro corazón en medio de nuestros infinitos fallos porque más infinito es el amor que Dios nos tiene y la misericordia que derrama sobre nosotros.
Creo que sin ese convencimiento nos costaría vivir en paz porque siempre aparecería en nuestra mente ese fantasma de nuestras faltas y pecados, pero sin contamos con ese amor compasivo y misericordioso del Señor nos sentimos como más impulsados a mejorar nuestra vida y a llenarla de esa misma compasión y misericordia para con los demás. Teniendo presenta esa misericordia que el Señor ha tenido con nosotros, ¿cómo es que nosotros no vamos a ser compasivos y misericordiosos con los demás? Por eso decía que nos marcará nuestra manera de actuar.
Y en la vida bien lo necesitamos. Todos tenemos nuestras debilidades y nuestros fallos; todos sentimos la tentación que no siempre sabemos superar; todos tenemos nuestro pecado y el que sinceramente se considere que no tiene pecado será el que pueda tirar la primer piedra. ¿Quién puede tirar la primera piedra? Pero bien sabemos que muchas veces nos volvemos intransigentes con los demás; exigimos y no perdonamos como si nosotros no fuéramos también débiles y pecadores.
Qué lejos tendría que estar de nuestras actitudes la intransigencia; intransigencia que es una señal de nuestro orgullo y vanidad, que nos hace sentirnos soberbios por encima de los otros y gamo despreciando a los demás porque son pecadores. No son solo aquellos fariseos del evangelio que despreciaban a los publicanos por pecadores, sino que esas posturas nos las encontramos en nosotros mismos quizá muchas veces.
Muchas son las situaciones de la vida en las que manifestamos nuestra debilidad o en la que nosotros nos volvemos exigentes con los demás sin querer comprender la situación personal de cada uno. Llenamos la vida de reglas y reglamentos, de normas, leyes y protocolos y parece que todos tenemos que pasar por el aro, sin ver la situación personal de cada uno, que puede ser siempre muy diferente. No es caer en un subjetivismo como regla suprema, sino atender a la singularidad de cada persona. Si dialogáramos más entre nosotros en verdaderos niveles de sinceridad nos conoceríamos mejor, nos entenderíamos más, juzgaríamos menos, no seriamos nunca intransigente con los otros. Mucho tiene cada uno de revisarse de estas cosas.
Hoy el evangelio hace referencia a una de esas situaciones complicadas de la vida que quizá también muchos sufrimientos pudiera hacer pasar a muchos, cuando es una faceta de la vida que tendría que llenarnos de verdadera felicidad y tendría que ser la base de la construcción de ese mundo bueno y cada vez mejor en que todos tendríamos que colaborar en construir. Se habla de matrimonio y se habla también de divorcios, de rupturas. Y se lo plantean a Jesús. Y Jesús lo que quiere es que vayamos a la base y al fundamento de lo que tiene que ser ese matrimonio.
Hemos sido creados para amar y así, podríamos decir, hemos sido constituidos por el Creador. Un amor que conduce a la más profunda comunión que pudiera haber entre hombre y mujer que es el matrimonio. Y es ahí en la construcción del amor, verdadero fundamento de la plenitud de toda persona donde tenemos que ahondar para que construyamos ese edificio sólido y bien fundamentado.
Claro que  no nos podemos confundir en lo que es la verdadera base de ese amor. Muchos comenzamos la casa por el tejado y nos faltan los cimientos más sólidos. No se puede llegar la plenitud de entrega en ese amor como si fuera solo una carrera guiada por el instinto. El amor tenemos que fundamentarlo, tenemos que construirlo bien, tenemos que darle las bases del verdadero encuentro de la persona en el dialogo y la amistad, en la comunicación sincera que lleve a un autentico conocimiento mutuo y en ese deseo de caminar juntos ayudándose y apoyándose mutuamente.
Sí, como reflexionábamos al principio, en esas situaciones en que parece que no ha madurado el amor y se llena la vida de tantos sufrimientos, tiene que aparecer en nuestro corazón la compasión y la misericordia, para comprender, para perdonar, para ayudar, para servir de apoyo y ayudar a madurar en la dificultad al que sufre, para confortar en esos sufrimientos que nos aparecen en la vida, para ser un caminante signo de la misericordia del Señor junto al que tiene su vida llena de amargura y dolor. De formas muy concretas la Iglesia que es madre y es signo de ese amor misericordioso del Señor ha de saber estar al lado de esas situaciones dolorosas de la vida de tantos a nuestro lado. ¿Cómo tenemos que hacerlo y cómo hacerlo? Que el Señor nos ilumine.

jueves, 24 de mayo de 2018

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, de cuyo sacerdocio todos participamos para con toda la creación cantar para siempre la gloria de Dios



Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, de cuyo sacerdocio todos participamos para con toda la creación cantar para siempre la gloria de Dios

Jeremías 31, 31-34; Sal 109; Marcos 14, 12. 16. 22-26

‘Por Cristo, con El y en El, a ti Dios Padre todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos’. Es el momento de la Ofrenda del Sacrificio para la gloria de Dios. Litúrgicamente decimos la doxología. Es el momento en el que el Gran Sacerdote, el Sumo y Eterno Sacerdote que es el mismo tiempo la Victima está ofreciendo, se está ofreciendo para la gloria de Dios. Es el momento culminante de la Eucaristía, del Sacrificio que de nuevo vivimos en el Altar.
He querido recordar este momento de la celebración de la Eucaristía porque en El estamos contemplando en toda su plenitud el Sacerdocio de Cristo. El ha hecho ofrenda de si mismo en el Altar de la Cruz como sacrificio de redención y de salvación. Es el Sacerdote, el Pontífice que nos ha servido de puente para nuestra unión con el Padre en esa ofrenda en el que El mismo es también la Víctima del Sacrificio. Su alimento y su vida era hacer la voluntad del Padre, como tantas veces nos repite en el Evangelio, y ahora está haciendo esa ofrenda y ese sacrificio. El Sacrificio ofrecido de una vez para siempre en lo alto de la Cruz, por eso El es el Sacerdote único y para siempre, de cuyo sacerdocio todos vamos a participar por nuestra unión con El.
Es lo que hoy estamos celebrando en este jueves posterior a la fiesta de Pentecostés, aunque quizá pase desapercibido para la mayoría de los cristianos. Pero es algo importante porque, como decíamos, nosotros por nuestro bautismo estamos unidos, ungidos y consagrados para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes. Todos los cristianos vivimos ese sacerdocio de Cristo porque unidos a El hacemos al Padre la ofrenda de nosotros mismos y de toda la creación.
Nuestra vida, cuanto hacemos y vivimos ha de ser siempre esa ofrenda para la gloria de Dios. Con nuestra vida, con lo que hacemos y vivimos, con nuestras alegrías y también con nuestras penas y sufrimientos nos unimos a toda la creación para en Cristo hacer esa ofrenda para la gloria de Dios. Todo para la mayor gloria de Dios. Y eso lo podemos vivir, lo tenemos que vivir todos los cristianos unidos a ese sacerdocio de Cristo.
Allí donde estemos siempre hemos de buscar la gloria de Dios; allí donde estemos estaremos entonces ejerciendo ese sacerdocio, con nuestro trabajo, con el desempeño de nuestras obligaciones, con nuestras alegrías, en el ofrecimiento de amor de nuestros sufrimientos, en nuestra convivencia con los demás, en nuestra lucha por la justicia y la búsqueda de la paz, en los compromisos que asumimos en la vida para mejorar nuestro mundo, en todo momento estaremos ejerciendo ese sacerdocio, porque en todo buscamos siempre la gloria de Dios, hacemos esa ofrenda de amor de nuestra vida para el honor y la gloria de Dios.
Claro que hoy pensamos también en quienes ejercen el ministerio sacerdotal en una especial consagración para el bien del pueblo de Dios, los presbíteros que participan de ese sacerdocio de Cristo con su ministerio. Por ellos oramos hoy, para que por la santidad de sus vidas, por el ejemplo de su entrega, por la Palabra de Dios que nos ofrecen, por el ministerio de los sacramentos que celebran para la comunidad cristiana sean para todos ese estimulo y en todo puedan también dar toda esa gloria y honor a Dios Padre por Cristo, en Cristo y con Cristo con quien se sienten especialmente unidos en la fuerza del Espíritu.
Oremos, pues, por los sacerdotes ministros del pueblo de Dios también sacerdotal y oremos para que sean muchos los llamados a este ministerio de especial consagración sacerdotal.

miércoles, 23 de mayo de 2018

La pureza de nuestro corazón y nuestra buena intención nos hará tener una mirada buena para descubrir siempre los valores que hay en los demás


La pureza de nuestro corazón y nuestra buena intención nos hará tener una mirada buena para descubrir siempre los valores que hay en los demás

Santiago 4,13-17; Sal 48; Marcos 9,38-40

No termino de entender por qué nos cuesta tanto reconocer lo bueno que hacen los demás. Lo estamos viendo todos los días. Es en nuestras relaciones personales donde fácilmente nos fijamos en los errores de los otros, pero no tenemos ojos para darnos cuenta de las cosas buenas que tienen los demás. Y ya sabemos bien todo lo que somos capaces de hacer cuando la envidia nos corroe por dentro y con que facilidad echamos basura sobre lo bueno que hacen los otros.
Pero estas posturas y actitudes se ven magnificadas cuando entramos en los ámbitos de la vida social o política. Lo vemos en cualquier tipo de asociación o comunidad donde es natural que haya diferentes puntos de vista; lo vemos cada día en la vida política en que cada uno se encierra en sus ideas y no es capaz de ver algo bueno en los que piensan distinto. Tengo ganas de escuchar a alguien que diga que algo que ha hecho un oponente político o social es bueno, está bien hecho. Si es la gente de mi línea todo lo hacen bien; si son oponentes porque tienen otra opinión u otra manera de ver el desarrollo de la sociedad todo lo que hacen es malo. ¿Lo dijo o lo hizo tal persona? Como no es de los míos, o de los que piensan como yo, todo es malo, no es capaz de hacer nada bueno.
Parece que en lugar de querer construir una sociedad mejor en la colaboración de todos, aportando cada uno sus propios valores, lo que queremos es destruir porque no somos capaces de ver valores en los demás. Que distinta seria nuestra vida y que distinto haríamos nuestro mundo sin cambiáramos estas posturas que nos llegan a encerrarnos en nosotros mismos y solo en los nuestros y crean fácilmente intransigencias hacia los demás.
Pero es algo que también nos puede suceder dentro de nuestras comunidades cristianas con lo que estaríamos bien lejos de lo que Jesús quiere de nosotros, de ese Reino de Dios que entre todos hemos de construir. Enfrentamientos, desconfianzas, grupúsculos que pretenden influir o manipular de la forma que sea son cosas que nos encontramos en nuestras comunidades, parroquias, asociaciones cristianas, hermandades o tantos otros grupos que forman nuestras comunidades cristianas.
Tendríamos que leer con atención el evangelio que hoy se nos ofrece. Vienen diciendo algunos discípulos a Jesús que se han encontrado a uno que echaba demonios en el nombre de Jesús y se lo quisieron impedir ‘porque no es de los nuestros’. Y ya conocemos la reacción de Jesús. ‘No se lo impidáis… El que no está contra nosotros está a favor nuestro’.
Viene a enseñarnos Jesús a saber descubrir y valorar todo lo bueno de los demás. Siempre hay unos valores, siempre hay algo bueno en el corazón, siempre queremos buscar una rectitud y un bien hacer, siempre queremos tener buena voluntad. Siempre podemos encontrar una buena semilla. No vayamos con malicia al encuentro del otro, porque si nuestros ojos llevan ese cristal de la malicia claro que no seremos capaces de ver lo bueno que hay en el  otro. Por eso tenemos que limpiar las ventanas de nuestra alma, para que no haya filtros sucios en nuestros ojos que nos hagan ver todo malo. No seamos como aquella mujer que criticaba a la vecina porque decía que tendía la ropa a medio lavar y llena de suciedad, pero eran los cristales de su ventana los que estaban manchados y le hacían ver manchas donde no las había.
Seamos capaces de aprovechar todo lo bueno de los otros, porque a nosotros también nos construye, nos enriquece. Si vamos con la autosuficiencia de que somos los únicos, somos los que hacemos siempre las cosas bien poco podremos contar con los demás, como los demás también tomaran esas mismas posturas con nosotros. De ahí nacen tantos enfrentamientos con que nos vamos encontrando en la vida. La pureza de nuestro corazón nos hará tener buena mirada para ver siempre lo bueno que hay en los demás. Recuerdo a alguien que decía que se ponía por la mañana las lentes de ver las cosas bonitas y bellas y era eso lo que siempre veía en los demás. Pensemos si acaso ese mal que estamos siempre viendo en los otros no es otra cosa que el mal que llevamos dentro de nosotros mismos.


martes, 22 de mayo de 2018

Aunque aun seguimos discutiendo por nuestras ambiciones y sueños de poder abramos de una vez por todas los oídos de nuestro corazón a la Palabra de Jesús


Aunque aun seguimos discutiendo por nuestras ambiciones y sueños de poder abramos de una vez por todas los oídos de nuestro corazón a la Palabra de Jesús

Santiago 4,1-10; Sal 54; Marcos 9,30-37

Parece en ocasiones como si tuviéramos mecanismos en nuestro interior que nos hacen escuchar lo que nosotros queremos, pero en aquello en lo que no tenemos interés o que sabemos que pudiera tocarnos en alguna fibra sensible de nuestra vida se hiciera un vació en su entorno para no escucharlo ni enterarnos. Vamos por la vida con nuestra idea fija, nuestro pensamiento o nuestra manera de ver las cosas que hace que solo le prestemos atención a aquello que nos interesa y para lo demás somos como sordos.
Es nuestro amor propio o nuestro orgullo que nos encierra y solo vemos en aquello en que somos heridos; son los intereses materialistas que nos envuelven y ya solo pensamos en nuestras ganancias o en nuestro quererlo pasar bien; es nuestra sensualidad que se nos desboca y todo lo tamizamos por ese sentido placentero de la vida, de manera que lo que nos lleve a eso parece que de nada nos sirve y así en tantas cosas de las que no nos queremos enterar por muy claro que nos hablen.
Si nuestro interés es el poder, el orgullo de estar por encima de todo y de todos, lo que no nos ayude a conseguirlo o los que puedan ser un obstáculo para esas ambiciones lo vamos destruyendo a nuestro paso. No todos y no siempre actuamos así, pero son tentaciones, apetencias, visiones desorbitadas,  sorderas interesadas que se van creando en el camino de nuestra vida y en lo que podemos sucumbir.
‘¿De qué discutíais por el camino?’ les pregunta Jesús a los discípulos cuando llegan a Cafarnaún. Pero se quedan callados. Les da vergüenza responder. Habían salido a flote sus ambiciones. Estaban discutiendo quien seria el primero entre ellos.
Sucede en todo grupo, nos llevamos bien, todo parece que marcha normal pero algunas veces allá en el interior de los individuos se van incubando ambiciones, deseos de ser los primeros, pero primeros para estar por encima, para imponer sus ideas o sus criterios, para mandar, para sentir en el interior que luego también lo dejamos manifestar externamente el orgullo de que somos importantes, los más importantes. Cuantas veces se nos destruyen nuestros grupos; aquello que parecía que marchaba bien pronto aparecen divisiones que nos apartan a unos de otros, que crean recelos, que nos enfrentan, que destruyen lo bueno que quizá nos había costado tanto conseguir.
Jesús mientras iban de camino entre las distintas aldeas de Galilea les había estado anunciando cuanto un día sucedería con El. Pero no lo habían entendido. No les cabía en la cabeza. Y parece que aquello lo olvidaron pronto. Porque Jesús les había hablado de entrega y parece que ellos no estaban por esa labor. Las ambiciones iban rondando por sus corazones.
Pacientemente ahora de nuevo comienza a explicarles. En el Reino de Dios no podía suceder como en los reinados de este mundo donde todos andan como a codazos, porque todos quieren mandar, tener poder, influir sobre los demás, imponer su manera de hacer las cosas. Con que facilidad vemos eso en nuestro entorno; desde quienes no quieren bajarse nunca del poder, hasta quienes anuncian y prometen muchas cosas de un estilo nuevo, pero pronto caen en las mismas redes y aparecen las vanidades, los sueños de poder, y todas esas ambiciones que vemos todos los días y que enfangan cada vez más nuestra sociedad. Terminamos por no creer en nadie.
Pero lo que Jesús nos anuncia y nos promete tiene toda la certeza y la verosimilitud. Es el Señor y se pone a servir; es el Señor y se abaja para hacerse el ultimo y el servidor de todos; es el Señor pero en El no vemos vanidades ni cosas hechas a la fuerza por apariencia; es el Señor y se entrega a la muerte y se dejará clavar en una cruz. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos’, nos dice, pero es lo que El hace.
Tenemos que aprender ese camino; tenemos que abrir los ojos y los oídos de nuestro corazón; tenemos que dejar que Jesús nos ponga en el dedo en la llaga, pero señalarnos bien en concreto donde están esas lagunas de nuestra vida. No podemos hacernos oídos sordos a su Palabra. El es la Luz que no podemos ocultar. Dejémonos iluminar por su luz y tendremos vida; dejémonos transformar por su amor y seremos en verdad hombres nuevos.

lunes, 21 de mayo de 2018

María, Madre de la Iglesia, estará siempre a nuestro lado, al lado del camino de la Iglesia para ser plenamente lo que las madres saben ser y hacer con sus hijos


María, Madre de la Iglesia, estará siempre a nuestro lado, al lado del camino de la Iglesia para ser plenamente lo que las madres saben ser y hacer con sus hijos

Hechos 1, 12-14; Sal. Jdt 13; Juan 19, 25-27
Fue en pleno concilio Vaticano II, en la clausura de la tercera sesión cuando el papa Pablo VI quiso dar a María el título de Madre de la Iglesia. Se había tratado en aquellas sesiones ampliamente el tema de la Iglesia y dentro de dicha constitución se había dedicado un amplio capítulo – el octavo capitulo – a la figura de María dentro de la misión de la Iglesia. En la propia realización del concilio habían surgido voces de muchos miembros del Episcopado, como ya antes en amplios sectores del pueblo de Dios, de esa proclamación de María, como Madre de la Iglesia.
Ya desde entonces, como celebración votiva en el lunes siguiente a Pentecostés se venia celebrando esta memoria de María, Madre de la Iglesia, y recientemente ha sido instituida esta celebración para toda la Iglesia universal en esta fecha del calendario litúrgico, en este día de hoy precisamente.
Si contemplábamos a María en el cenáculo con la Iglesia naciente en oración para la venida del Espíritu Santo como ya nos señala Lucas en los Hechos de los Apóstoles, aunque María ya estaba inundada del Espíritu Santo que había venido sobre ella para hacerla la Madre del Hijo de Dios, justo es que la contemplemos con los Apóstoles en el momento de Pentecostés. Hoy lo queremos festejar de manera especial.
María es la Madre de Jesús, la madre de Cristo, que es cabeza de la Iglesia; todos unidos formamos el cuerpo de Cristo y El es nuestra cabeza. Justo es que al contemplar y celebrar a María la Madre de Cristo, la invoquemos también como madre de todo el Cuerpo místico de Cristo, que somos nosotros, que es la Iglesia. A los cuidados maternales de María estamos confiados por Jesús desde el momento de su muerte en la Cruz, donde nos la dejó como Madre, ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre’, dice Jesús señalando a Juan en quien todos estábamos representados.
Así la Iglesia siempre la ha tenido como madre, aunque algunas veces parece que nos pasáramos en nuestros fervores adornándola incluso con cosas materiales; pero es justo que unos hijos enamorados de su madre quieran para ella las cosas mas hermosas que incluso humanamente pudieran imaginar además de contemplarla siempre como la mas hermosa – nadie es más hermoso para un hijo que su madre – y en ella contemplemos las mas hermosas virtudes y valores que quisiéramos imitar también en nuestra vida.
Sintamos, pues, esa presencia de María en nuestro caminar, como tantas veces hemos cantado; sienta la Iglesia en su misión evangelizadora esa presencia de María que sea un estimulo para esa hermosa tarea del anuncio del evangelio de la salvación; sientan los misioneros y predicadores ese aliento de María para incansablemente seguir en la tarea de la evangelización de nuestro mundo; sientan ese aliento de María todos los que quieren vivir en el espíritu de las bienaventuranzas – en las que María es el mejor modelo y ejemplo – y quieren hacer vida de su vida las obras de la misericordia; sientan el aliento de María Madre los niños y los jóvenes que se abren a la vida con ilusión y llenos de esperanza por hacer un mundo mejor y que nunca el desaliento o el cansancio corte las alas de su ilusión para entregarse a las cosas mas bellas y a los ideales más altos.
María, silenciosamente como saben hacerlo siempre las madres, estará a nuestro lado, al lado del camino de la Iglesia para ser ese aliento que necesitamos, ese estimulo que nos impulse, ese ejemplo que nos enamore, esa alegría que llene de sonrisas el alma, esa luz que nos ilumina para hacernos ver las cosas con mayor claridad, esa mano en quien apoyarnos, esa mirada que llena de ardor nuestro corazón, ese calor y aliento que nos hace luchar por ser cada día más buenos y mas santos, esa estrella que nos hace mirar a lo alto para que pongamos altura de miras en nuestros ideales. Es la Madre, es María, Madre de la Iglesia que camina siempre a nuestro lado.

domingo, 20 de mayo de 2018

Con la manifestación del Espíritu vamos a aprender todos que es posible esa nueva comunión porque todos podremos tener un solo corazón y un solo espíritu en el amor


Con la manifestación del Espíritu vamos a aprender todos que es posible esa nueva comunión porque todos podremos tener un solo corazón y un solo espíritu en el amor

Hechos 2, 1-11; Sal 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23

Pentecostés era una fiesta judía que se celebraba cincuenta días después de la Pascua, de ahí el significado de su nombre; era la fiesta de las ofrendas, de las primicias, cuando se comenzaban a recoger las cosechas lo primero y lo mejor era para el Señor. Pero también era una fiesta que recordaba la Ley que el Señor les había dado por medio de Moisés allá en el Sinaí cuando venían de camino hacia la tierra prometida y que de alguna manera les había constituido como pueblo. Era una fiesta principal y de gran importancia para el pueblo judío, de ahí que nos encontremos con tantos judíos venidos de la diáspora para participar en el templo en esa fiesta de Pentecostés con el significado que hemos mencionado.
En esa fecha y en ese entorno nos sitúa Lucas en los Hechos de los Apóstoles el cumplimiento de la promesa de Jesús, el Espíritu enviado desde el Padre. Viene a ser como la constitución del nuevo pueblo de Dios. Aquella primera comunidad de los discípulos se habían quedado reunidos en el Cenáculo en Jerusalén como Jesús les había dicho hasta que se cumpliera la promesa del Padre.
Aquel lugar donde había comenzado la verdadera y definitiva pascua, allí donde primero se habían refugiado los apóstoles en los acontecimientos de la pasión y donde se les había manifestado Jesús resucitado iba a ser el lugar donde se manifestase el Espíritu en medio de grandes signos como comienzo del nuevo Pueblo de Dios. Jesús había anunciado el Reino de Dios y con su entrega y su sangre redentora lo había iniciado. Llegaba el momento en que se hiciese visible y palpable ante los ojos del mundo lo que era ese Reinado de Dios.
Con la manifestación del Espíritu íbamos a aprender todos que era posible esa nueva comunión porque todos podríamos tener un solo corazón y un solo espíritu. Los hijos de Dios dispersos – e imagen de ello había sido la confusión y dispersión a partir de la torre de Babel – ahora se iban a congregar en una nueva unidad donde ya la lengua no sería un obstáculo porque habría un nuevo lenguaje, el lenguaje del Espíritu, por el que todos llegarían a entenderse. Es lo que vienen a expresarnos los signos que se manifiestan en este Pentecostés. ‘Todos los entendemos en nuestra propia lengua’, porque ahora el anuncio de Jesús se hacia con el lenguaje del Espíritu.
Cristo había venido con su sangre a derribar el muro que nos separaba – como nos dirá mas tarde san Pablo – y ahora Jesús les concede el Espíritu para el perdón de los pecados; un nueva vida y un nuevo corazón nacía con la fuerza del Espíritu donde todos nos sentiremos hermanos que nos amamos, porque nos hace por la fuerza del agua y del Espíritu hijos de Dios, como un día anunciara Jesús a Nicodemo.
Se manifiesta en toda su rotundidad el Reino de Dios porque van florecer los dones del Espíritu en aquellos que creen en Jesús y le siguen formando ese nuevo pueblo de Dios. La vida según el Espíritu es la vida en la que florecerá el amor, la alegría, la benevolencia y el equilibrio interior, la humildad, la generosidad y el desprendimiento, el amor por la justicia y el compromiso de la paz, que son los frutos del Espíritu en contrapartida a las obras del mal que ya sido derrotado para siempre.
Y es que será por la fuerza del Espíritu donde reconoceremos de verdad que Jesús es el Señor. Después que Cristo resucitado se les manifestara en el cenáculo con la fuerza del Espíritu ya los discípulos reconocerán a Jesús como el Señor; no es ya simplemente el Maestro que había hecho discípulos y ellos le habían seguido por los caminos de Galilea, sino que ahora ya sería para siempre el Señor.
Así lo anuncian los apóstoles a Tomás el ausente, ‘hemos visto al Señor’, así lo reconocerá el mismo Tomas cuando definitivamente se encuentra con Jesús ‘¡Señor mío y Dios mío!’, y así lo proclamará Pedro en la mañana de Pentecostés cuando anuncia a todos con valentía que ‘aquel a quien ellos habían crucificado, Dios lo ha constituido por la resurrección Señor y Mesías’. Ahora nos dirá san Pablo ‘nadie puede decir Jesús es el Señor sino por la acción del Espíritu’.
Ahora tendrán los apóstoles la energía y la fuerza del Espíritu para salir valientemente a cumplir el mandado de Jesús de anunciar la Buena Nueva a todas las gentes. Lo harían aquella mañana en Jerusalén ante toda aquella gente que se había aglomerado a sentir las señales con que se había manifestado el Espíritu pero será lo que la Iglesia ha continuado haciendo a través de los siglos por todos los rincones del mundo.
Hoy nosotros celebramos esta fiesta del Espíritu. Sentimos también su presencia y su fuerza que nos renueva y nos pone en camino y damos gracias por tanto don que Dios en su misericordia nos quiere conceder. Pero los dones del Espíritu no los podemos encerrar ni enterrar. Las puertas se han abierto porque tenemos que salir ya a todos los caminos a hacer el anuncio y la invitación del Señor a participar de su salvación. Las puertas de la Iglesia han de estar abiertas para que todos puedan entrar a participar de ese banquete de vida nueva que en el Espíritu podemos vivir.
Somos conscientes también que el mundo al que vamos a hacer ese anuncio es un mundo muy complejo; un mundo que también se puede hacer muchas preguntas ante nuestro anuncio y en el que tendrán también sus desconfianzas – de los apóstoles decían que estaban bebidos -.
No nos extrañe la dificultad para hacer ese anuncio a este mundo de la postmodernidad, que ya viene de vuelta de todo y de todo desconfía. Tenemos que presentarnos manifestando en nosotros, en nuestra vida y en la vida de nuestras comunidades esos frutos del Espíritu que harán mas creíble el mensaje que anunciamos que no puede ser otro que el evangelio de Jesús. Recordemos las señales que Jesús decía que podríamos realizar, porque con nosotros está la fuerza del Espíritu.
No lo olvidemos. El Espíritu habita en nosotros y nos llena de vida. Recemos con toda la Iglesia, Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.