viernes, 25 de mayo de 2018

En las situaciones difíciles que viven tantos a nuestro lado tendríamos que saber ser signos de amor misericordioso sabiendo estar a su lado en su camino


En las situaciones difíciles que viven tantos a nuestro lado tendríamos que saber ser signos de amor misericordioso sabiendo estar a su lado en su camino

Santiago 5,9-12; Sal 102; Marcos 10,1-12

‘El Señor es compasivo y misericordioso’ es una aclamación que rezamos muchas veces en los salmos. Y nos lo hemos de repetir muchas veces porque tenemos que asimilarlo de tal manera que lo hagamos nuestra vida, nuestro sentimiento y nuestra manera de obrar. Reconocer esa misericordia de Dios que nunca nos falla – ‘es lento a la ira y rico en clemencia’, como proclamamos en ese mismo salmo – nos hace sentir paz en nuestro corazón en medio de nuestros infinitos fallos porque más infinito es el amor que Dios nos tiene y la misericordia que derrama sobre nosotros.
Creo que sin ese convencimiento nos costaría vivir en paz porque siempre aparecería en nuestra mente ese fantasma de nuestras faltas y pecados, pero sin contamos con ese amor compasivo y misericordioso del Señor nos sentimos como más impulsados a mejorar nuestra vida y a llenarla de esa misma compasión y misericordia para con los demás. Teniendo presenta esa misericordia que el Señor ha tenido con nosotros, ¿cómo es que nosotros no vamos a ser compasivos y misericordiosos con los demás? Por eso decía que nos marcará nuestra manera de actuar.
Y en la vida bien lo necesitamos. Todos tenemos nuestras debilidades y nuestros fallos; todos sentimos la tentación que no siempre sabemos superar; todos tenemos nuestro pecado y el que sinceramente se considere que no tiene pecado será el que pueda tirar la primer piedra. ¿Quién puede tirar la primera piedra? Pero bien sabemos que muchas veces nos volvemos intransigentes con los demás; exigimos y no perdonamos como si nosotros no fuéramos también débiles y pecadores.
Qué lejos tendría que estar de nuestras actitudes la intransigencia; intransigencia que es una señal de nuestro orgullo y vanidad, que nos hace sentirnos soberbios por encima de los otros y gamo despreciando a los demás porque son pecadores. No son solo aquellos fariseos del evangelio que despreciaban a los publicanos por pecadores, sino que esas posturas nos las encontramos en nosotros mismos quizá muchas veces.
Muchas son las situaciones de la vida en las que manifestamos nuestra debilidad o en la que nosotros nos volvemos exigentes con los demás sin querer comprender la situación personal de cada uno. Llenamos la vida de reglas y reglamentos, de normas, leyes y protocolos y parece que todos tenemos que pasar por el aro, sin ver la situación personal de cada uno, que puede ser siempre muy diferente. No es caer en un subjetivismo como regla suprema, sino atender a la singularidad de cada persona. Si dialogáramos más entre nosotros en verdaderos niveles de sinceridad nos conoceríamos mejor, nos entenderíamos más, juzgaríamos menos, no seriamos nunca intransigente con los otros. Mucho tiene cada uno de revisarse de estas cosas.
Hoy el evangelio hace referencia a una de esas situaciones complicadas de la vida que quizá también muchos sufrimientos pudiera hacer pasar a muchos, cuando es una faceta de la vida que tendría que llenarnos de verdadera felicidad y tendría que ser la base de la construcción de ese mundo bueno y cada vez mejor en que todos tendríamos que colaborar en construir. Se habla de matrimonio y se habla también de divorcios, de rupturas. Y se lo plantean a Jesús. Y Jesús lo que quiere es que vayamos a la base y al fundamento de lo que tiene que ser ese matrimonio.
Hemos sido creados para amar y así, podríamos decir, hemos sido constituidos por el Creador. Un amor que conduce a la más profunda comunión que pudiera haber entre hombre y mujer que es el matrimonio. Y es ahí en la construcción del amor, verdadero fundamento de la plenitud de toda persona donde tenemos que ahondar para que construyamos ese edificio sólido y bien fundamentado.
Claro que  no nos podemos confundir en lo que es la verdadera base de ese amor. Muchos comenzamos la casa por el tejado y nos faltan los cimientos más sólidos. No se puede llegar la plenitud de entrega en ese amor como si fuera solo una carrera guiada por el instinto. El amor tenemos que fundamentarlo, tenemos que construirlo bien, tenemos que darle las bases del verdadero encuentro de la persona en el dialogo y la amistad, en la comunicación sincera que lleve a un autentico conocimiento mutuo y en ese deseo de caminar juntos ayudándose y apoyándose mutuamente.
Sí, como reflexionábamos al principio, en esas situaciones en que parece que no ha madurado el amor y se llena la vida de tantos sufrimientos, tiene que aparecer en nuestro corazón la compasión y la misericordia, para comprender, para perdonar, para ayudar, para servir de apoyo y ayudar a madurar en la dificultad al que sufre, para confortar en esos sufrimientos que nos aparecen en la vida, para ser un caminante signo de la misericordia del Señor junto al que tiene su vida llena de amargura y dolor. De formas muy concretas la Iglesia que es madre y es signo de ese amor misericordioso del Señor ha de saber estar al lado de esas situaciones dolorosas de la vida de tantos a nuestro lado. ¿Cómo tenemos que hacerlo y cómo hacerlo? Que el Señor nos ilumine.

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