sábado, 7 de abril de 2018

Entremos en la órbita de la fe y de la confianza creyendo el testimonio que la Iglesia no ofrece y haciendo una clara proclamación de la Buena Nueva de nuestra fe


Entremos en la órbita de la fe y de la confianza creyendo el testimonio que la Iglesia no ofrece y haciendo una clara proclamación de la Buena Nueva de nuestra fe

Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117;  Marcos 16, 9-15

Algunas veces nos cuesta aceptar la palabra o el testimonio que otros nos puedan ofrecer. De alguna manera ponemos nuestros filtros, aparecen nuestros prejuicios, miramos con lupa no solo lo que nos dicen sino también lo que ha sido su vida anterior o lo que nosotros consideramos congruencia o incongruencia entre lo que se nos dice y lo que nosotros podamos ver por nuestros ojos o por nuestras particulares apreciaciones.
Tenemos demasiadas experiencias negativas quizá de engaños o queremos sabérnoslo todo por nosotros mismos y por eso no aceptamos lo que nos puedan decir los demás. Hemos creado un mundo de desconfianzas aunque luego aceptemos veinte mil comentarios insulsos o insultantes muchas veces con los que se hace daño a tanta gente.
Las redes sociales de las que hoy nos valemos y con las que nos comunicamos con todo el mundo, la facilidad de comunicación que hoy se tiene y que muchas veces no se aprovecha debidamente contribuyen por un lado al daño que se pueda hacer a los demás porque fácilmente se pone en juego la fama y la dignidad de las personas, o por otro lado nos puede hacer desconfiados. Es un poco o un mucho el mundo en el que hoy vivimos del que tendríamos que sacar provecho para una mayor armonía entre todos, para hacer un mundo mejor, o para lograr una comunicación y comunión que quizá por otros caminos no cultivamos o nos cuesta cultivar.
Es complejo todo esto y me ha venido esta reflexión al hilo de lo que hoy el evangelio de Marcos nos da como resumen de lo que fueron las apariciones de Cristo resucitado. Es el evangelista más conciso y breve en el tema de la resurrección del Señor.
Primero nos dice que Jesús resucitado se apareció a María Magdalena que fue a comunicárselo a los discípulos, pero estos no la creyeron. ¿Prejuicios de la época? Era mujer; los discípulos de Emaús hablaban de unas visiones de mujeres a las que no creyeron; ahora este evangelista subraya, aunque fuera en positivo, que era de la que Jesús había expulsado siete demonios. ¿Pero no seria algo que pondría en duda su credibilidad?
Luego nos habla de los discípulos que habían marchado a Emaús que les cuentan lo que a ellos les ha sucedido. Pero tampoco los creen. ¿Mermaría su credibilidad el que ellos se habían marchado, habían abandonado y se había ido a sus casas mientras los demás seguían con miedo en Jerusalén? Hago estos subrayados porque estamos viendo como el testimonio de aquellos primeros testigos no era aceptado ni siquiera por el grupo de los discípulos, en consonancia de lo que antes decíamos que nos sigue sucediendo a nosotros hoy.
Será Jesús el que se les presente allí en el cenáculo mientras ellos andan discutiendo estas cosas y ahora la sorpresa fue mayúscula. Allí estaba el Señor. En la brevedad con que este evangelista nos habla nos comenta como Jesús les recriminó que no habían creído el testimonio de los que ya antes se habían encontrado con El. Pero a pesar de la dureza de nuestro corazón Jesús sigue viniendo a nuestro encuentro y quiere seguir contando con nosotros. Termina el evangelio con el mandato de Jesús de ir por todo el mundo anunciando esta Buena Nueva.  ‘ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación’.
Es el mandato de Jesús. Es el testimonio que tenemos que dar. Es la Buena Nueva que tenemos que anunciar. Es el evangelio de nuestra salvación. Manifestémonos creíbles y de confianza porque es nuestra vida junto con nuestra palabra la que tiene que dar testimonio. Somos sus testigos. Entremos en una órbita de fe y de confianza.

viernes, 6 de abril de 2018

Jesús nos mira el corazón, aprendamos a mirar el corazón y entre los resquicios de las ruinas que pudiera haber descubramos resplandores de amor que hacen brotar fuegos de una nueva vida


Jesús nos mira el corazón, aprendamos a mirar el corazón y entre los resquicios de las ruinas que pudiera haber descubramos resplandores de amor que hacen brotar fuegos de una nueva vida

Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14

Estaban de nuevo en Galilea siguiendo las propias instrucciones de Jesús. Muchas cosas habían sucedido desde que había subido a Jerusalén antes de la Pascua. Muchos habían sido los anuncios que Jesús les había hecho mientras subían y ahora evocaban también en la ausencia de Jesús todos aquellos momentos pasados con El en aquellos casi tres años que habían convivido recorriendo los pueblos y aldeas de toda Galilea.
¿Era una vuelta quizá a los viejos tiempos y costumbres? Deseos y no sabían de qué tenían en su corazón. Como algunas veces cuando nos encontramos desconcertados y desorientados y no sabemos bien ni lo que nos sucede ni lo que queremos. Tenemos deseos dentro de nosotros y no sabemos de qué. Casi no nos atrevemos a hacer algo de provecho porque parece que todo no nos va a salir bien. Añoramos otras cosas, otros tiempos pero parece que estamos esperando que algo nuevo suceda como señal.
A pesar de los anuncios todo lo que había sucedido en Jerusalén en los días pasados los había dejado desconcertados porque no terminaban de entenderlo. Ahora estaban allí de nuevo y casi no sabían que hacer. Por allá estaban las barcas y las redes que un día habían dejado varadas en la playa para seguir a Jesús y sintieron el deseo de volver otra vez al lago a pescar. ‘Me voy a pescar’ había dicho Simón y algunos le habían acompañado. Pero aquella noche sucedió otra vez, no habían cogido nada.
Parecía que las cosas no les salían derechas. Jesús les había dicho que se encontrarían en Galilea y aun no lo habían visto; ahora se habían ido de pesca que era lo que sabían hacer y el trabajo había sido infructuoso. Así había llegado el amanecer y era la hora de volver a tierra. Encima, desde la orilla alguien pregunta si han pescado algo.
Pero las indicaciones que se les hacen desde la orilla les indican que echen la red por el otro lado de la barca. ¿Será que desde la orilla hay una mejor perspectiva del cardumen de peces que rodea la barca por el otro lado? Sin embargo aquellas indicaciones les suenan a algo que también un día se les dijo. ‘Echad las redes para pescar’, les había dicho Jesús y aunque se habían pasado la noche sin coger nada y ellos sabían bien que no había forma de pescar algo de provecho habían echado las redes. Ahora obedientes a la voz que escuchan desde la orilla hacen lo mismo. Y lo mismo sucede ahora. Cogieron una redada de peces tan grande que reventaba la red.
Pero algo runrunea en el corazón de los discípulos. Será Juan el que por lo bajo le indique a Simón que el que está en la orilla es el Señor. Y allá va Pedro que se lanza al agua con deseos de llegar primero dejando a los compañeros de la barca remar para acercarse también a la orilla. Y allí está Pedro chorreando agua postrado a los pies de Jesús.
Chorreaba agua, pero chorreaba la gracia del Señor sobre su vida. Allí estaba el Señor. A quien había querido convencer de que no subiera a Jerusalén porque no podía pasarle nada de todo lo que anunciaba; a quien en su cobardía había negado allá en los patios del sumo sacerdote; pero quien ahora no recibía ningún reproche sino que solo iba a ser preguntado por su amor.
¿A que le damos más importancia nosotros en la vida, a los errores, o al amor que impulsa nuestro corazón aunque por eso  nos metamos en la boca del lobo? Muchas lecciones podemos aprender hoy. Pero una bien hermosa y es aprender a ver el corazón, a mirar muy dentro para ver donde está el amor aunque algunas veces se nos debilite o se nos enfríe y cometemos disparates. Jesús nos mira el corazón, aprendamos a mirar el corazón y entre los resquicios de tantas ruinas que pudiera haber en nosotros o en los demás, descubramos resplandores de amor que quieren brotar y que quieren hacernos arder por dentro en la fuerza de una nueva vida.



jueves, 5 de abril de 2018

Jesús nos recuerda que nosotros somos testigos de su resurrección y no nos podemos enfriar porque eso hemos de reflejarlo en nuestra vida


Jesús nos recuerda que nosotros somos testigos de su resurrección y no nos podemos enfriar porque eso hemos de reflejarlo en nuestra vida

Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48

‘No se lo acababan de creer por la alegría’. Lo esperaban, lo deseaban, pero grande fue la sorpresa y la alegría. Los que habían llegado de Emaús estaban contando su experiencia y no se lo terminaban de creer. Y ahora está allí en medio de ellos. Se apodera de ellos el temor; siempre aparecen los miedos y los temores; ¿será verdad o será un sueño? Hay alegría porque Jesús está allí en medio y todavía siguen las dudas en su interior. Cuesta comprender.
¿Nos pasará algo así a nosotros? En la vida es cierto hay situaciones llenas de sorpresas que nos dejan anonadados y no terminamos de creérnoslo. Nos parecen sueños. Pero quizá terminamos convenciéndonos.
¿Nos sucederá así en el camino de la fe, de nuestras experiencias religiosas? O también nos podemos quedar en lo superficial y no llegar a ahondar en esa experiencia, en eso que hemos vivido y que tendría que marcarnos nuestra vida. Parece que siempre vamos con prisas, porque hay otra cosa que hacer, porque tenemos otras experiencias quizá que experimentar, porque quizá si ahondamos en esa experiencia religiosa nos vamos a ver más comprometidos y ya eso nos cuesta, porque preferimos vivir en nuestras superficialidades.
Creo que es momento de recapitular un poco lo que hemos vivido en estos días de la Pascua. No puede quedar como algo pasado. Tenemos que ahondar en esos buenos momentos que vivimos con intensidad en nuestras celebraciones, en nuestra oración, en nuestro encuentro con el Señor, en lo que fuimos experimentando mientras contemplábamos la pasión de Jesús, en lo que fue la celebración de la resurrección. Hay que recordar, que revivir, que intensificar en nuestro interior; no lo podemos olvidar, no podemos dejar que quede en el recuerdo de algo pasado en otro tiempo. Tenemos que seguir haciéndolo vida cada día.
Es fácil que pronto nos enfriemos. En la vida estamos ajetreados con tantas cosas. Algunas veces no le damos la suficiente importancia a nuestras experiencias espirituales. Las cosas que atañen a nuestra fe parece que las ponemos en un segundo plano. Y nos enfriamos, y pronto aquellos entusiasmos que vivimos decaen y volvemos a la rutina de siempre. Por eso es bueno recordar, volver a rumiar lo que hemos vivido para que vaya dejando huella en nosotros, en la vida, en lo que hacemos, en nuestros comportamientos, en los compromisos por los demás.
Esta semana de la octava de Pascua que estamos viviendo quiere en verdad ayudarnos recordándonos cada día alguno de los momentos de los encuentros de Cristo resucitado con los discípulos. Así no olvidamos la pascua, no olvidamos la resurrección, no olvidamos que nosotros somos resucitados con Cristo y esa nueva vida tiene que plasmarse en lo que hacemos, tienen que reconocerlo también quienes nos rodean. Como nos dice Jesús hoy ‘vosotros sois testigos de eso’, y entonces no lo podemos callar ni ocultar.

miércoles, 4 de abril de 2018

Dejemos que Jesús se interese por nosotros como hizo con los discípulos de Emaús, desahoguemos en El todo cuando llevamos en nuestro interior para que curemos nuestras heridas de verdad


Dejemos que Jesús se interese por nosotros como hizo con los discípulos de Emaús, desahoguemos en El todo cuando llevamos en nuestro interior para que curemos nuestras heridas de verdad

Hechos de los apóstoles 3,1-10; Sal 104; Lucas 24,13-35

Conocían a Jesús y no lo conocían. Parece contradictorio. Eran capaces de razón de muchas cosas de Jesús, de lo que había hecho, de sus milagros, de sus palabras y mensajes, de su cercanía, de las promesas que había hecho y de las esperanzas que había infundido en sus corazones, pero ahora dudaban.
Como a todos la muerte de Jesús en la cruz había sido un mazazo muy grande en sus vidas. Parecía que todo se les había venido abajo como si fuera un castillo de naipes. No terminaban de creer en todas sus palabras y sus promesas. Si algo de fe quedaba en ellos, el hecho de que ya fuera el tercer día y ellos no lo hubieran visto seguía defraudándolos y de ahí su huida. Se marchan de nuevo a sus fincas de Emaús. Lo que en la mañana las mujeres habían dicho les parecieron más unas ensoñaciones de mujeres que una autentica realidad.
Pero iban apesadumbrados, no se lo podían quitar de la cabeza. Y como tantas veces sucede ni se dieron cuenta de quien iba caminando a su lado y comenzó a hablar con ellos. ¿Era el único forastero de Jerusalén que no se había enterado de cuanto había sucedido? Pero cual experto pedagogo el caminante les hace hablar, les hace que saquen fuera toda la pena que llevan en su corazón, que comiencen a descargar toda aquella tensión que llevan en su interior. Y ellos hablan y cuentan.
Y Jesús les habla, les recrimina su falta de fe, les hace entender las Escrituras, va ganándose de nuevo la confianza de sus corazones, comienza a abrirse de nuevo su espíritu, ya no están encerrados en si mismos, se va recorriendo el camino – que no es solo el trayecto de Jerusalén hasta Emaús sino que es todo un signo – y cuando llegan a la aldea ya no se quieren separar de aquel caminante que aun desconocen, algo nuevo les está sucediendo en su interior aunque todavía no lo entienden y les abren las puertas de su casa que es todo un síntoma de la transformación que se ha ido realizando en ellos. ‘Se hace tarde… quédate con nosotros’, le dicen.
Y allí, sentados a la mesa, compartiendo el pan le reconocen. Es Jesús. Por eso les ardía el corazón mientras les hablaba por el camino. Ahora se han encontrado profundamente con El en un tú a tú, y se descorren los velos de sus mentes para siempre. Ha renacido la fe en ellos  y ahora ya lo conocen y creen de verdad en Jesús.
Les costó abrirse, como nos cuesta a nosotros también sobre todo cuando estamos pasando por momentos malos. Pero poco a poco fueron dejando que Jesús se adueñara de su corazón y todo cambió en sus vidas. Es lo que nosotros necesitamos tan llenos de dudas como estamos tantas veces que parece que nos dan ganas de tirar la toalla y huir. Huimos encerrándonos en nosotros mismos, o huimos buscando otros entrenamientos que nos hagan olvidar todo lo que  nos pasa por dentro. Cada uno tenemos nuestra peculiar forma de huir, de echar balones fuera, de querer olvidarnos de las cosas fundamentales, de querer hacer nuestros propios caminos.
Pero Jesús sigue queriendo encontrarse con nosotros, nos sale al encuentro, nos busca en esas carreras o caminos particulares que nosotros queremos hacer. Dejemos que El se interese por nosotros, desahoguemos en El todo cuando llevamos en nuestro interior para que curemos nuestras heridas de verdad. En Jesús encontraremos la verdadera paz. Así podremos nosotros también salir al encuentro con los otros para anunciarles, como  hicieron aquellos discípulos, cuanto nos sucede en el camino y como nos encontramos con Jesús. Es el anuncio vivo que tenemos que hacer.



martes, 3 de abril de 2018

Despertemos de nuestras ensoñaciones y escuchemos la voz del resucitado que nos está llamando por nuestro nombre


Despertemos de nuestras ensoñaciones y escuchemos la voz del resucitado que nos está llamando por nuestro nombre

Hechos de los Apóstoles 2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18

A todos nos suele pasa alguna vez, estamos mirando y no vemos. Tenemos algo tan clavado en la mente que nos hablan y no sabemos ni qué contestar porque nos parece estar en otro mundo; serán los problemas, el estrés con que vivimos la vida, las ansias de algo que parece que no llegamos a alcanzar nunca, algo que  nos ha sucedido y nos ha dejado tremendamente impresionados, parece que andamos en otra órbita.
La muerte de Jesús había sido de gran impacto para el alma de María Magdalena. Ella había sido de las pocas que habían llegado hasta los pies de la cruz y luego había estado muy atenta donde habían depositado el cuerpo de Jesús. Las prisas del sábado que comenzaba según se ponía el sol en la tarde del viernes – era la manera de marcar el ritmo de los días – no había permitido embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús, por eso en la mañana del primer día de la semana una vez pasado el sábado se habían apresurado a venir hasta el sepulcro para cumplir con todos los ritos funerarios. Pero el cuerpo de Jesús no estaba ya allí.
El impacto en su espíritu se había ahondado y eso hacia que oyera sin escuchar y mirara sin ver realmente lo que tenia ante sus ojos. Dos veces escucha la misma pregunta y ella no sabe sino responder la misma cosa. ‘Mujer ¿por qué lloras?... Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto’.
Ve a alguien distinto detrás de ella y pensando que era quien se cuidada de aquel huerto suplica pensando que él sí podía responder a sus expectativas. ‘Si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré’. Valiente y fuerte se siente como para poder ella cargar por si sola el cuerpo muerto de Jesús y darle la debida sepultura.  Es la fuerza que sentimos dentro de nosotros cuando hay ansias de algo que queremos y deseamos mucho. No siempre sabemos emplear debidamente esa fuerza espiritual que sentimos dentro y nos confundimos fácilmente de camino.
Pero será una voz y una palabra la que le saque de sus ensoñaciones. ‘María’, y correrá a postrarse a sus pies. ‘¡Rabonni, Maestro!’ exclama ella también porque ahora lo ve todo claro. Allí está el Señor que una vez más ha venido a su encuentro. Lo buscaba ella, pero lo buscaba entre los muertos. Viene El a su encuentro pero es el Señor que vive.
Buscamos nosotros, pero ¿seguiremos buscando entre las sombras de la muerte? Buscamos nosotros pero aún permaneceremos en la oscuridad porque no buscamos donde tenemos que buscar de verdad. Necesitamos, es cierto, la sombra de la cruz, pero siempre la hemos de mirar como puerta que nos abre a la vida, por eso tendremos que ir más allá de la piedra corrida de un sepulcro, porque a quien vamos a buscar es el que vive y nos quiere llenar a nosotros también de vida.
Pronuncia nuestro  nombre Jesús estando a nuestro lado, pero algunas veces ni vemos ni escuchamos. Seguimos en nuestras cosas, o seguiremos encerrados en nuestros dolores, o buscamos sustitutivos en la vida que en verdad nunca darán la salvación verdadera, seguimos con nuestras lagrimas que crearan un velo delante de los ojos y no seremos capaces de ver la luz, seguimos entretenidos en nuestras cosas, en nuestras mundanas aspiraciones y no somos capaces de mirar a lo alto porque hay otras metas más superiores.
Despertemos de nuestras ensoñaciones y escuchemos la voz del resucitado que nos está llamando por nuestro nombre; sintamos así el calor de su presencia y como nos está llenando de su Espíritu para que nosotros ya de una vez por todas comencemos a vivir en una nueva vida.



lunes, 2 de abril de 2018

Cuidado no andemos demasiado entretenidos en nuestros cantos de pascua que no hayamos llegado a saborear el encuentro con el Señor Jesús resucitado


Cuidado no andemos demasiado entretenidos en nuestros cantos de pascua que no hayamos llegado a saborear el encuentro con el Señor Jesús resucitado

Hechos 2,14.22-33; Salmo 15; Mateo 28,8-15

Siempre tenemos prisa por comunicar las buenas noticias; pareciera que le pones alas al corazón para correr con la buena noticia y hacer partícipe a los demás de la sorpresa que hemos recibido, de la alegría que sentimos dentro de nosotros queriendo que todos se alegren con nuestra buena nueva. Es cierto que en ocasiones damos la impresión de que disfrutamos con negruras y somos excesivamente rápidos para comentar cosas que le pasan a los demás y estamos muy prontos para la murmuración, la crítica mordaz y hasta el juicio.
¿Qué noticia llevaban aquellas mujeres que se les veía correr desde aquel huerto de las afueras de la ciudad hasta el centro de la misma? ¿La sorpresa que podría llenarles de incertidumbres el corazón de que se habían encontrado la piedra del sepulcro corrida y allí no estaba el cuerpo difunto de Jesús? ¿Qué había habido alguien que les dijera que no tenían que buscar allí al crucificado porque había resucitado y que debían llevar la noticia al resto de sus amigos? ¿Y si era verdad que había resucitado como El les había dicho? Esperanzas renacían en su corazón y en cierto modo saboreaban la alegría de que estuviera resucitado y eso iban a comunicar al resto de los discípulos.
Pero ahí aquí que Jesús resucitado les sale al encuentro. Se llenan de temor, como siempre; piensan quizá en un sueño o en fantasma; cuando se está bajo presión cualquier cosa puede impresionar y nos hace ver cosas que no son realidad. Pero ahora no es así, no son sueños, no es el espíritu impresionable de unas mujeres como mas tarde dirían los discípulos que se marcharon a Emaús. Es Jesús mismo que está allí. ‘No temáis’.
Jesús que siempre nos sale al encuentro cuando más lo necesitamos. Algunas veces, es cierto, no queremos verlo y pensamos en ensoñaciones. Pero Jesús viene a nuestro encuentro y quiere siempre llenarnos de paz, y ser nuestra fuerza y nuestro aliento. Y ahí está Jesús en medio del camino que les lleva a Jerusalén.
Jesús quiere, sí, que vayan a Jerusalén porque tienen que hacer el anuncio y no puede tardar. Han de saber todos que Jesús ha resucitado. Y es necesario que se pongan en camino, que vuelvan a Galilea, allí donde fueron los primeros encuentros, donde trascurrieron aquellos hermosos años que tantas esperanzas sembraron en su corazón, allí donde había esta siempre su vida, y allí se volverían a encontrar con Jesús.
Estamos en el segundo día de la pascua y quienes ahora estamos reflexionando sobre todo esto quizá tendríamos que preguntarnos si ya hemos descubierto a Jesús que nos sale al encuentro, si ya también nos hemos puesto en camino para ir a la Galilea de nuestra vida a llevar ese anuncio de que Jesús ha resucitado.
Pudiera sucedernos que incluso muy entretenidos en cantar aleluya y hosannas sin embargo no hayamos sentido hondamente que Jesús, el Señor que vive, ha querido encontrarse con nosotros. Pero hemos estado tan entretenidos incluso quizá en la misma fiesta de la pascua que no le hemos visto ni sentido. Son cosas que nos pueden suceder. Nos podemos quedar en lo superficial y no vivamos lo que verdaderamente es importante, el encuentro vivo con el Señor resucitado.
Tengamos un poco de serenidad, tratemos de interiorizar hondamente todo esto que son nuestras celebraciones. Vivamos intensamente el encuentro con el Señor Jesús para que luego con verdadero convencimiento vayamos a comunicar esa buena noticia a los demás.



domingo, 1 de abril de 2018

No podemos callar la Buena Noticia de que Cristo ha resucitado y en su Espíritu se está recreando un mundo nuevo ¡Feliz Pascua de Resurrección!


No podemos callar la Buena Noticia de que Cristo ha resucitado y en su Espíritu se está recreando un mundo nuevo ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Marcos 16, 1-7

‘¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado’. Tenemos que repetirlo. Es el evangelio que hoy escuchamos. Es la Buena Noticia que hoy escuchamos y que tenemos que repetir una y otra vez. Y no solo porque sea el texto sagrado que hoy se proclama, sino porque esas palabras constituyen la gran noticia que tenemos que creer y que tenemos que comunicar, la gran noticia que nos llena de alegría y que responde a todas las ansias más profundas del hombre.
Jesús desde el principio nos había dicho que teníamos que creer en la Buena Noticia y que eso tendría que llevarnos a la conversión del corazón. Y la Buena Noticia es Jesús; y la Buena Noticia es que Jesús ha resucitado. No buscamos a un crucificado muerto; no nos podemos quedar encerrados en un sepulcro. Tenemos que ir de verdad al encuentro del que vive y vive para siempre. El que ha vencido a la muerte, el que nos ha traído la vida; el que ha vencido al pecado y de él nos ha rescatado.
Lo había anunciado y los discípulos no se lo habían creído; por eso seguían encerrados en el cenáculo; tampoco terminarán de creer la Buena Noticia que les traen las mujeres; querrán venir al sepulcro a comprobar que allí no está el cuerpo de Jesús; tendrán que dejarse sorprender cuando lo sientan en medio de ellos y aun así se llenarán de temor; tendrán que creer aunque se marchen derrotados unos a Emaús, otros a Galilea para volver a las tareas de la pesca. Jesús les irá saliendo al encuentro y partirá de nuevo con ellos el pan, y les hará hacer obras maravillosas repitiendo la pesca milagrosa, y dejará que toquen las cicatrices de sus llagas y coma con ellos sentado una vez más a la mesa.
Es la Buena Noticia, el Evangelio que una vez más escuchamos en este día de Pascua y nosotros también tendremos que aprender a creer en esa Buena Noticia. No es que ahora cantemos de nuevo Aleluya porque toca; no es que sintamos el fervor de un momento, es que tenemos que aprender a sentir su presencia en medio de nosotros. Y esa Buena Noticia de la Pascua, esa Buena Noticia de la Resurrección del Señor tenemos que dejar que se  nos meta muy dentro en el corazón para sentir cómo en nosotros nace una nueva alegría, renace de nuevo la vida y nos sentiremos distintos y transformados.
No podemos dudar ya ni llenarnos de nuevo de miedo para acobardados encerrarnos porque a nuestro lado nos vamos a encontrar en muchos que no creen en esa Buena Noticia. Tendremos que sentirnos llenos del Espíritu de Jesús, tal como El  nos ha prometido y con valor abrir nuestras puertas y salir a la calle, salir al mundo a llevar esa Buena Noticia. Fue el encargo que les dieron a aquellas mujeres que se atrevieron a llegar hasta el sepulcro y aunque encontraran la desconfianza incluso de los propios discípulos ellas fueron a comunicarle tal como les habían dicho.
Nosotros igualmente tenemos que ser una Iglesia en salida, una iglesia que quiere llegar a los últimos lugares para seguir haciendo ese anuncio. Y cuando hoy decimos los últimos lugares no tiene que significar necesariamente que vamos al tercer mundo, sino que tenemos que ir a ese mundo que nos rodea y que vive en la indiferencia, que todo lo pone en duda, para quienes el hecho religioso no significa nada, o a quienes les pueda sonar cantos de Ángeles el anuncio que nosotros les llevemos.
Ese el mundo al que tenemos que salir y llevar el anuncio con una vida convencida y comprometida. No vamos simplemente a repetir palabras sino a manifestar los signos de que en verdad nosotros creemos en Cristo resucitado; serán los signos del amor, será nuestro compromiso por la justicia y por la paz, será nuestro compartir generoso y desinteresado, será ese darnos y darnos por los últimos, los que nadie quiere, los que parecen la escoria de la sociedad pero que también son hijos de Dios.
Tenemos que manifestar la alegría de nuestra fe, pero una alegría sincera, una alegría que nace del corazón transformado, la alegría de quien se sabe amado y perdonado porque ha sentido en su vida que Jesús se ha entregado por El. Quien ha experimentado ese amor y esa misericordia de Dios en su vida de tan convencido que está del amor de Dios nadie lo podrá hacer callar.
Sí, estamos convencidos de que Cristo ha resucitado. Convencidos de que con Cristo resucitado sí podemos hacer un mundo nuevo, porque nosotros vamos siendo hombres nuevos y a todos aquellos a los que trasmitamos el mensaje iremos haciendo que también sean hombres nuevos. Tenemos que ser una humanidad renovada que va creciendo poco a poco y se va extendiendo para contagiar a todos de esa fe que tenemos en Jesús y de esa posibilidad de que en el Espíritu de Cristo resucitado podremos hacer un mundo nuevo.
Si lo creemos así, felicitemos unos a otros, trasmitamos esa alegría y felicidad a cuantos nos rodean. ¡Feliz Pascua de Resurrección!