viernes, 6 de abril de 2018

Jesús nos mira el corazón, aprendamos a mirar el corazón y entre los resquicios de las ruinas que pudiera haber descubramos resplandores de amor que hacen brotar fuegos de una nueva vida


Jesús nos mira el corazón, aprendamos a mirar el corazón y entre los resquicios de las ruinas que pudiera haber descubramos resplandores de amor que hacen brotar fuegos de una nueva vida

Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14

Estaban de nuevo en Galilea siguiendo las propias instrucciones de Jesús. Muchas cosas habían sucedido desde que había subido a Jerusalén antes de la Pascua. Muchos habían sido los anuncios que Jesús les había hecho mientras subían y ahora evocaban también en la ausencia de Jesús todos aquellos momentos pasados con El en aquellos casi tres años que habían convivido recorriendo los pueblos y aldeas de toda Galilea.
¿Era una vuelta quizá a los viejos tiempos y costumbres? Deseos y no sabían de qué tenían en su corazón. Como algunas veces cuando nos encontramos desconcertados y desorientados y no sabemos bien ni lo que nos sucede ni lo que queremos. Tenemos deseos dentro de nosotros y no sabemos de qué. Casi no nos atrevemos a hacer algo de provecho porque parece que todo no nos va a salir bien. Añoramos otras cosas, otros tiempos pero parece que estamos esperando que algo nuevo suceda como señal.
A pesar de los anuncios todo lo que había sucedido en Jerusalén en los días pasados los había dejado desconcertados porque no terminaban de entenderlo. Ahora estaban allí de nuevo y casi no sabían que hacer. Por allá estaban las barcas y las redes que un día habían dejado varadas en la playa para seguir a Jesús y sintieron el deseo de volver otra vez al lago a pescar. ‘Me voy a pescar’ había dicho Simón y algunos le habían acompañado. Pero aquella noche sucedió otra vez, no habían cogido nada.
Parecía que las cosas no les salían derechas. Jesús les había dicho que se encontrarían en Galilea y aun no lo habían visto; ahora se habían ido de pesca que era lo que sabían hacer y el trabajo había sido infructuoso. Así había llegado el amanecer y era la hora de volver a tierra. Encima, desde la orilla alguien pregunta si han pescado algo.
Pero las indicaciones que se les hacen desde la orilla les indican que echen la red por el otro lado de la barca. ¿Será que desde la orilla hay una mejor perspectiva del cardumen de peces que rodea la barca por el otro lado? Sin embargo aquellas indicaciones les suenan a algo que también un día se les dijo. ‘Echad las redes para pescar’, les había dicho Jesús y aunque se habían pasado la noche sin coger nada y ellos sabían bien que no había forma de pescar algo de provecho habían echado las redes. Ahora obedientes a la voz que escuchan desde la orilla hacen lo mismo. Y lo mismo sucede ahora. Cogieron una redada de peces tan grande que reventaba la red.
Pero algo runrunea en el corazón de los discípulos. Será Juan el que por lo bajo le indique a Simón que el que está en la orilla es el Señor. Y allá va Pedro que se lanza al agua con deseos de llegar primero dejando a los compañeros de la barca remar para acercarse también a la orilla. Y allí está Pedro chorreando agua postrado a los pies de Jesús.
Chorreaba agua, pero chorreaba la gracia del Señor sobre su vida. Allí estaba el Señor. A quien había querido convencer de que no subiera a Jerusalén porque no podía pasarle nada de todo lo que anunciaba; a quien en su cobardía había negado allá en los patios del sumo sacerdote; pero quien ahora no recibía ningún reproche sino que solo iba a ser preguntado por su amor.
¿A que le damos más importancia nosotros en la vida, a los errores, o al amor que impulsa nuestro corazón aunque por eso  nos metamos en la boca del lobo? Muchas lecciones podemos aprender hoy. Pero una bien hermosa y es aprender a ver el corazón, a mirar muy dentro para ver donde está el amor aunque algunas veces se nos debilite o se nos enfríe y cometemos disparates. Jesús nos mira el corazón, aprendamos a mirar el corazón y entre los resquicios de tantas ruinas que pudiera haber en nosotros o en los demás, descubramos resplandores de amor que quieren brotar y que quieren hacernos arder por dentro en la fuerza de una nueva vida.



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